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Mensaje por Dante Pazzoli Jue Abr 16, 2015 5:27 pm

Cómo le explicaba que moría por tocarla y besarla? Alguien siempre llegaba a interrumpir con sandeces cuando trataba de hablar con ella. Tantas ocasiones sucedió así que prefirió mejor ser su compañero de juerga y su paño de lágrimas cuando ella lo necesitaba. La había conocido en un oscuro episodio, uno en donde ella le tenía tanto desprecio a su propia vida que, atentó contra ella tratando de tirarse de una torre alta. Esa tarde lucía pensativo, nunca fue alguien que se facilitaba expresarse, era más de demostraciones y acciones como se daba a entender la mayor parte del tiempo. Se sentía bastabte torpe con respecto a Zelda, siempre había tenido a las mujeres que quisiera desde sus épocas de Hogwarts y no era ningun problema para él cogerselas solo por el placer de hacerlo y por el favor que les hacía a toda esa tands de zorras que se le ofrecían. Lo curioso era que con ella todo iba mucho más allá de una cogida de una noche.

Fumaba demasiado, tanto que el humo llenaba su habitación en Nueva York así como sus recuerdos de infancia. Vivía metido en peleas por la nada, su carácter agresivo y hóstil le había roto la nariz un par de veces y las costillas otras más, todo por que aún había puristas idiotas que no aceptaban la mezcla de sangres aún y cuando la guerra contra el señor oscuro había terminado. Nunca fue partícipe activo en aquella batalla, de hecho, lo único que hizo fue brindar ayuda médica tras bambalinas, creando pociones de su autoría para minimizar el dolor en las víctimas y ayudar con las alucinaciones post-guerra.

Estaba preocupado por ella, había más de dos noches que no recibía noticias, quizá la habían encerrado en San Mungo o quizá ya no se encontraba entre loa vivos, debido al secretismo de su "relación" no podía mostrar interés y salir a buscarla.
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Mensaje por Zelda Fay Jue Abr 16, 2015 6:01 pm



Así, sin los lentes oscuros porque eso es de nacos


Lavado estomacal de emergencia. ¿Cuántos antipsicóticos se había echado a la boca? ¿Seis, ocho, diez? No lo recordaba. Ni siquiera podía rememorar qué había estado haciendo hace dos días antes de que la llevaran de urgencias a un hospital privado para intervenirla, ponerle suero en las venas y un catéter directo hacia el estómago para extraerle el veneno ingerido. Estaba cadavérica, por no decir famélica, con el rostro pálido, ojeroso. Y ahora ya mostrabas signos de estar mejor, con las mejillas sonrosadas y el cuerpo más inflado a causa de la alimentación. Ni Jeanne ni Charles habían tenido el valor de regañarla por haberse tratado de quitar la vida por segunda ocasión –sin contar, claro, la tercera, aquél intento por aventarse del noveno piso de un edificio, del cual ellos no tenían idea–. ¿Para qué reñirla? Mejor se encerraban en la habitación contigua a gritarse por ver de quién de los dos era culpa. Y la pelirroja los amaba por igual, pero estaba harta de escucharlos decirse las verdades, porque no estaba lista para saber que su madre se había casado por mero interés monetario, ni que su padre le había propuesto matrimonio por estar embarazada. Diecinueve años atrás.

¡ES TAL CUAL COMO ME DIJERON! ¡SUFRE LA VIDA DE MATRIMONIO CON UN MALDITO IMPURO!

No quiso escuchar más. Zelda agarró su súeter, la varita, su bolso y, valiéndole un reverendo rábano si al rato los dos se ponían a buscarla histéricos por todo New York, tomó un oso de felpa que sus padres habían convertido en traslador y pensó en el único lugar donde deseaba estar en serio.

No tardó mucho en reaparecerse en el callejón oscuro y sin salida que daba inicio al complejo de lofts en el sur de la metrópoli, una zona peligrosa a la que Zelda ya no le tenía miedo. Con la llave que se le había dado, abrió el primer zaguán, luego subió en el elevador hasta el último piso. Abrió la puerta del loft y se echó a andar por el interior como si se tratara de su propia casa; aventó la bolsa, se sacó los zapatos y anduvo en shorts de mezclilla, blusa holgada y suérter por el lugar. Caminaba lento.

¿Dante? — dijo al aire mientras asomaba la cabeza pelirroja hacia lo que era la sala, lo encontró de pie ante la ventana que daba a la calle principal; Zelda se quedó en el medio corredor y se miró los pies descalzos — Ya regresé — fue lo que dijo con la voz ligeramente amodorrada, producto de la brusquedad con la que le habían tenido que meter el catéter por la tráquea.



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Mensaje por Dante Pazzoli Jue Abr 16, 2015 6:32 pm

Pensaba en todos los lugares en los que Zelda podría estar y cada lugar era tan improbable como el primero y eso lo sacaba de quicio. Desesperado, arrojó un vaso a la pared, seguido de un grito desgarrador. Prendió un cigarrillo y al fumar, pudo calmar su alma. Se quedó observando la oscura y tranquila calle que colindaba con su vivienda, hasta que escuchó la voz que deseaba escuchar desde hace más de 48 horas. Su primer instinto fue gritarle por no avisarle que se largaba.

-Hasta que apareces!! Donde mierdas te habías metido? Nunca...jamás en tu vida, me vuelvas a dejar así, capicci?- Se acercó a ella, arrojando el cigarrillo en el suelo, sin importarle que posiblemente se incendiaría todo el lugar. Estaba peligrosamente cerca de ella, pegó su frente con la de ella y la tomó de la cintura, girándola para quedar detrás, abrazándola tan fuerte como podía. Desprendía un desagradable olor a suero de uno de sus brazos y el rostro lucía claramente desmejorado.

-Zelda? lo volviste a hacer? respóndeme...sí lo hiciste, cierto?- la abrazó más fuerte que antes, ignorando que podía lastimarla en serio si lo seguía haciendo. -PUTA MADRE ZELDA! NO ENTIENDO POR QUÉ LO HACES!!- la soltó y se alejó lo más que pudo. No imaginaba la vida sin ella, y él se había quedado en el maldito departamento cruzado de brazos mientras ella intentaba terminar con su vida otra vez
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Mensaje por Zelda Fay Vie Abr 17, 2015 10:16 am



Así, sin los lentes oscuros porque eso es de nacos


El lugar lucía lúgubre en las penumbras en la que se veía sumido por obra y gracia de Dante y su manía de no poner muy buena iluminación. Para Zelda, el italiano era un romántico de closet mientras que para él mismo, era un dandy misterioso y rebelde. Por eso no se extrañó encontrarlo como estaba, con el semblante ligeramente preocupado. La pelirroja miró a su alrededor y encontró todo tal y como lo había dejado a excepción de un vaso roto en el suelo cuyos fragmentos de vidrio estaban desperdigados por el suelo. Un arranque de esos que tenía a veces, quiso suponer, mientras lo escuchaba espetarle su ausencia. Zelda se mantuvo en su lugar, observándolo todo como si jamás hubiera estado ahí. Pronto lo sintió pegado a su espalda y lo escuchó aspirar el olor de su cabello. Tarde o temprano, Dante acabaría por encontrar el efluvio a suero y alcohol que llevaba encima dado que habían momentos en que aún debían ponerle un catéter sobre la vena de la muñeca para que levantara el ánimo más rápido y absorbiera los nutrientes que le estaban haciendo falta. “Me lleva el demonio… debí bañarme primero” pensó tarde cuando lo escuchó preguntarle lo que ya era evidente.

Me lastimas… Dante… ¡Ya, que me lastimas! — soltó ella tratando de soltarse del abrazo aunque sus intentos eran más bien patéticos y resultó aún más patético ver cómo el italiano la arrojaba cual muñeca de trapo; la pelirroja, por el impulso y las pocas fuerzas que tenía en el cuerpo, se sostuvo del respaldo de uno de los sillones.

¿Por qué lo hacía? Era una muy buena pregunta que ella misma se había hecho momentos después de despertar en el hospital. ¿Por qué? ¿Qué ganaba con eso? Lo mismo que buscan todos los suicidas cuando ya no encuentran otra salida a sus problemas que son solucionables, pero que ellos no ven así. Terminar con lo que sea que les atormenta por dentro, como las horribles imágenes del cráneo hecho añicos de un niño que había sido aplastado por un trozo grande de edificio derrumbado en la Torre de Ravenclaw, con lo sesos embarrados en la piedra; o entregarse a los momentos en blanco que tenía en San Mungo y que aún ahora llegaba a tener, donde no pensaba en nada y se sentía muerta pero viva.

Pues por lo que todos los que están como yo lo intentan — respondió sombría, casi maquinal; la pelirroja se recargó en el sillón y sacó la varita para apuntar al vaso roto — Epoximise — conjuró para acabar viendo cómo las piezas de vidrio se juntaban para pegarse — ¿Cómo iba esa canción qué tanto te gusta tararear? — dijo después — Baby in our wildest moments we can be the greatest, we can be the gratest, baby in our wildest moments, we can be the worst of all* — canturreó en su voz ronca y lo miró con una sonrisa desganada — Si tuvieras que vivir todos los días lo que yo vivo, no me cuestionarías por qué lo hago, simplemente lo sabrías. Los suicidas son como los carpinteros, que lo único que quieren saber son las herramientas que han de utilizar y nunca se cuestionan ¿por qué construir?** — comentó parafraseando un poema de una muggle norteamericana que tanto le gustaba a su abuela Frances, entonces se cruzó de brazos y suspiró cansada. Porque lo estaba, de tener que escuchar a sus papás reñirse entre sí y ahora a Dante sacarse de quicio por sus estupideces.

____________
*- Coro de Wildest Moments de Jessie Ware.
**- Fragmento del poema Wanting to Die de Anne Sexton: "But suicides have a special language, they want to know 'which tools?', they never ask 'why build?'"



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Mensaje por Dante Pazzoli Vie Abr 17, 2015 4:59 pm

Detrás de sus ojos se esconde la verdad. Una verdad incolora, insabora e innolora que duele, que quema y arde como las llamas del mismo infierno. La negación autoimpuesta por el italo-americano sobre sus sentimientos hacia Zelda le había hecho pensar que solo era una más de todas las mujeres con las que pudo haber estado. La amaba más de lo que creyó amar a alguien en su vida, esa era su verdad. No era el típico amor desinteresado, generoso y cálido, sino uno áspero, hosco y duro pero auténtico, genuino y visceral. Se sintió tan inútil por no estar ahí para ella cuando más necesitaba de alguien y se odio por instantes, sin embargo, lo que le rompía más las bolas era que ella hubiese sido tan egoísta de no pensar en el daño que le haría a las personas a su alrededor, en el daño que pudiera causarle a él.

Respiró profundamente, tocándose el puente de la nariz instintivamente. Bajó la mirada y se quedó observando a la nada un rato. Después de que utilizara esa canción para desviarlo del tema, negó y se acercó rápidamente hacia ella, agachándose y quedando en cuclillas, con los brazos sobre sus piernas, buscando su vista. -El asunto es Zelda, que no creí que fueras tan cobarde...- Acarició sus piernas con ambas manos, dándole a entender que ya no estaba molesto, pero se podía encontrar con facilidad un dejo de decepción e infinita tristeza en su voz, acompañada de una ternura extraña. -Lucha, Zelda. Lucha por ti, por las que te quieren...por mi. Motivos tendrás para terminar con tu vida, yo lo que quiero es ser la razón para que no lo hagas...- No era necesario ser demasiado inteligente para darse cuenta que el neoyorkino pedía algo más que acostones por diversión. Levantó su mentón y hundió sus labios en los de ella. Era tal la pasión que le despertaban sus ojos y sus insinuantes labios que debía estar absolutamente loco para no recostarla sobre el sofá y reclamarla como suya.

-No concibo la idea de perderte, es tan complicado de entender eso?- Se sentó junto a ella y revolvió su cabello, costumbre adquirida cuando estaba tenso o cabizbajo. Ojalá Zelda pudiera creer cada una de las palabras que le decía, sino de nada servía ponerse como un maricón sentimental para ella.
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Mensaje por Zelda Fay Vie Abr 17, 2015 11:11 pm



Así, sin los lentes oscuros porque eso es de nacos

Claro que se sentía una basura y una completa e irremediable cobarde, pero que Dante se lo dijera de forma tan fría, le pegó directamente en el alma. Él era su refugio, no ese estúpido loft neoyorquino, a quien había deseado ver desde que sus ojos recuperaran la fuerza para abrirse y ahí estaba, juzgándola cobarde por haber intentado zafarse de una vida llena de decepciones, de las cuales la única cosa que podía atesorar realmente, era él.  Las palabras de repente se le detuvieron en la punta de la lengua, la saliva le supo a hierro y todo lo que podía aspirar era el olor rancio del tabaco enclaustrado. Era asco, puro e inconfundible asco, sentía nauseas de esa mujer en la que se había ido a convertir, la que se escondía en los rincones de su habitación, pensando la forma más rápida de dormirse para siempre, esa que de repente se abrazaba desconsolada a las almohadas porque no había otra presencia humana que pudiera soportar lo que se asomaba en su cabeza día con día, arrancándole lágrimas y gritos que tenían que calmarle con dosis exactas de morfina. Era un asco, un completo asco y Dante no se daba cuenta.

El mísero sentimiento que se le cruzó en el corazón al escucharlo tan desesperado por hacerla entrar en razón, era indescriptible. No podía entender cómo un muchacho que se había agarrado numerosas veces a golpes con tipos de más constitución física, ahora se arrodillaba y le abrazaba las piernas, casi rogándole que se aferrara a la vida por él. Zelda hundió sus dedos en el oscuro cabello del muchacho y lo observó ascender hasta tomarla de la barbilla y plantarle un beso, el cual fue casi como una fuente de agua pura y cristalina en boca de una sedienta en medio del desierto. Se quedó callada unos instantes, porque cualquier cosa que dijera podía significar nada. Simplemente se remojó los labios con la lengua, se separó del sillón y se puso a deambular por la sala, cruzada de brazos, poniendo un pie delante del otro en un juego infantil que trataba de distraerla de la seriedad que comenzaba a adquirir el ambiente mientras canturreaba: A from the outside, form the outside, everyone must be wondering why we try, why do we try. Le dio una vuelta al sillón y cuando estuvo de regreso frente a Dante, no pudo evitarlo y lo abrazó, acercándose lentamente, como la niña resignada que era. Hundió las manos en los huecos de sus axilas y le acarició la espalda, luego apoyó la cabeza en su pecho –donde escuchó apaciguada los latidos del corazón que en un principio creyó de piedra–, le besó la zona de las costillas.

Lo siento— pronunció quedo con los labios presionados en la tela de la camisa — Ti amo così tanto e non voglio fare del male* — agregó separándose del abrazo — Creo que esto no va a funcionar nunca — concluyó sin quererlo mirar, porque sabía que si lo hacía, se le iba a echar a los brazos, tragándose sus palabras para acabar desvistiéndolo en el suelo.


____________
*- Te quiero mucho y no quiero hacerte daño
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Mensaje por Dante Pazzoli Sáb Abr 18, 2015 12:22 am

Aquello estaba mal, terriblemente mal. Lo sentía como un vacío que le carcomía las entrañas cada que las manecillas del reloj seguían su marcha. Pasó la lengua sobre sus labios, anticipando que algo no iba a salir bien de ese encuentro y tragando con temple la amargura que le traía a sí mismo tener esos pensamientos. Era acérrimo enemigo de los rodeos, detestaba que se anduvieran por las ramas por cualquier tema y Zelda lo sabía. No le costó nada comprender que ella intentaba decirle algo, rodear el sofá tantas veces no era algo muy común en ella, la sintió como un león enjaulado esperando el momento propicio para liberarse. Ella se abrazó a él y le correspondió, abrazándola dedicadamente y otorgándole un beso en la coronilla. -Me interesa más que tu no te lastimes...- dijo al fin, después de un breve silencio entre los dos. Y luego vino la confesión...

Se levantó hecho una furia y arrasó con la mesa donde estuvo sentado. Arrojándola sobre una pared. Golpeó la pared un par de veces con los nudillos de la diestra, haciéndolos sangrar y deteniéndose al sentir que ya no le respondían los dedos.

-Cómo puedes terminar conmigo, cuando no he hecho otra cosa más que amarte como un imbécil!!!- En un arranque impulsivo de creciente ira, se acercó violentamente a ella. Su mirada transmitía dolor y frustración, lágrimas de coraje eran magistralmente contenidas por el hombre quién, mostró sus manos a la joven, apuntando hacia su cuello. Deseaba tanto llevarla hasta la asfixia, que su rostro enrojeció por el esfuerzo. Al final, desistió, abatido.

[i]-*Fortuna che la vita ci dà. Lui piange e dolore. Benedetto colui che, appena nato, morire come fiore, è benedetto mille volte che, con più fortuna. Pound è nato, e non subire l'odio né amore...- Recitó un poema que su padre decía muy seguido. Lo hacía para enseñarle a sus hijos a caer ante los encantos de una mujer. Pues para él, el amor era mucho más peligroso que un arma o las mismísimas maldiciones imperdonables. -Yo no puedo estar sin ti, Zelda, pero así lo has decidido...- Quiso decirle "No puedes dejarme, te lo prohíbo" pero tales palabras se quedaron quietas, atoradas en su garganta, con un sentimiento de despecho enterrado en su pecho.

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*"La suerte que la vida nos concede es llanto y dolor. Dichoso aquel que, apenas nace, muere semejante a la flor; y dichoso mil veces quien, con suerte mejor, se libra de nacer, que así no sufre el odio ni el amor." Omar Khayyam.
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Mensaje por Zelda Fay Sáb Abr 18, 2015 12:48 am



Así, sin los lentes oscuros porque eso es de nacos

Había sentido miedo antes y reconocía esa sensación, el torrente de adrenalina que se disparaba por el torrente sanguíneo y corría como auto de carreras por las venas. Pero jamás había experimentado un terror como el que sufría en esos momentos; porque no era ese que llegaba a tener con sus crisis, no, ese era involuntario, venía a ella aunque no se lo pidiera y se apoderaba de su mente para desvanecerse luego. Lo que ahora sentía, era ese terror que sólo nace cuando el desconcierto se origina en el interior, cuando la seriedad acaba comiéndose la espontaneidad y uno se ve en la querella de decidir entre avanzar o retroceder. Sí, era una cobarde, porque no quería admitir que el hombre que en esos momentos destrozaba la mesa y se hacía añicos los nudillos contra la pared, era la solución y causa de todos sus problemas. Porque se sentía atrapada en esa jaula de demasiadas paredes, con un ser humano que se había apoderado de ella al grado de quitarle la razón. Zelda estaba consciente de que ya a esas alturas, haría lo que Dante le pidiera y eso, eso en específico, era lo que le ponía el freno: que ya se encontrase sin voluntad por opción propia y que, tarde o temprano, esa vida donde se encontraba constantemente en contacto con las drogas, acabaría por destruirla sin que se diera cuenta.

El sonido de los destrozos la espantó de más y la obligó a pegarse a la pared más cercana, lejos de esa bestia descomunal de cuya furia no quería ser objetivo. Estaba fuera de sí y era culpa suya, por haber pretendido que podría acabar bien ese encuentro. Lo vio venir hacia ella, con  todas las intenciones de hacerle saber, físicamente, que le enervaba la visión del abandono. Se mantuvo fuerte, con  el semblante duro, tratando de hacerle entender que no le daba miedo aunque por dentro fuese un manojo de nervios. Le latió el corazón demasiado rápido y su respiración era como la de un maratonista. No deseaba abandonarlo, bajo ninguna circunstancia. Sólo de imaginarlo solo en ese loft, se le rompía el alma. Era, en efecto, como una droga de la que no se podía despegar tan fácil. Y era débil, demasiado débil.

¡Pues entonces persígueme! — le gritó ahí, pegada a la pared — Las víctimas persiguen a sus asesinos. Yo creo que hay fantasmas que vagan por el mundo, lo sé. — las lágrimas le comenzaron a bañar las mejillas ligeramente enrojecidas — Quédate siempre conmigo — comenzó a suplicar, consciente de que deseaba esa vida dañina y destructiva — bajo la forma que quieras, ¡vuélveme loca! Pero lo único que no puedes hacer es dejarme sola en este abismo donde no soy capaz de encontrarte.— finalizó tratando de no quebrarse más de lo que ya estaba

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Mensaje por Dante Pazzoli Sáb Abr 18, 2015 1:26 am

Qué la persiguiera? Eso quería? No era ninguna clase de perro faldero como para que se atreviera a pedirle hacer algo así. La miró desconcertado, con lo que le quedaba de orgullo un tanto maltrecho, intentando comprender su cambio repentino de decisión. Ella estaba terminando con él y le pedía, casi de forma suplicante que no la dejara nunca. Obedecería sin chistar como el perro fiel que ella quería que fuera, iría hasta el mismo infierno de ser necesario. Después de aquella grotesca y ridícula muestra de afecto hacia la pelirroja, Dante caminó hacia una muy atemorizada Zelda, que yacía recargada en una de las paredes conjuntas de la sala. Daría su alma a cambio de que ella estuviera bien, era capaz de entregarlo absolutamente todo por Zelda.

-No voy a dejarte jamás, Zelda. Me tienes como un maldito idiota, incapaz de ver la vida sino es a través de tus ojos. - La levantó de donde estaba y la cargó sin mucho esfuerzo. Se sentó nuevamente en el sofá con Zelda en los brazos. Estaba rota por dentro, tanto o más que el propio Dante y al reconocer la mirada turbia y adolorida de ella, solo optó por abrazarle y acariciar su cabello, mientras ella trataba de reconstruirse a si misma.

La relación que ambos mantenían era tóxica, destructiva y volátil, pero era lo único que poseían, algo que realmente les pertenecía, algo suyo y nada más. -Prométeme que jamás, JAMÁS vas a dejarme, me volvería loco de saberte lejos- hizo hincapié en la última frase por que así era, Dante era capaz de romper al mundo con sus manos y hacerlo arder hasta lo más profundo si se le daba la gana.

Había un gran desastre frente a ellos, no más que el que ambos tenían, Dante besó de nuevo a Zelda, esta vez con delicadeza, pidiendo licencia para poder tocarla hasta lo más hondo de su alma. El sabor amargo de las lágrimas con su propia saliva le daban a entender que debía obtenerla ahí. Esa era la manera en la que el neoyorkino se aproximaba para sanar las heridas de Zelda.

-Pídeme lo que sea pero quédate esta noche, por favor- le susurró al oído para luego seguir acariciando sus brazos, abrazándola de forma automática.
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