The Evening Redness in the West [Libre total]

Toda la universidad estaba agitada y con razón. Entre desapariciones, juicios e interrogatorios comunales nadie estaba exento de esa ola de tensión que llevaba días y días circulando por cada pasillo. Su padre le había escrito casi cada tres días, pidiéndole noticias, queriendo saber todo lo que pasaba, en una carta incluso le había pedido que volviera, pero Julia se esforzaba en hacerle ver que todo estaba bien y que, mestiza o no, no tenía nada de qué preocuparse mientras mantuviera un bajo perfil y estuviera lejos de los problemas.

Y eso era lo que hacía. No porque no quisiera ayudar o involucrarse, pero era un mundo que no comprendía bien y del que realmente no estaba ansiosa por formar parte, porque era peligroso.

Si alguien la acusaba de estar en una burbuja de confort no estaría mintiendo. Su alma de historiadora, sin embargo, la hacía seguir toda la situación y preocuparse, pero no se atrevía a ir más allá de involucrarse intelectualmente, aunque a veces se flagelara pensando que como mestiza, también era su batalla, de un modo u otro.

Su problema era que no se estaba tranquila y siempre pensaba demasiado las cosas, así que si se veía agobiada era por ese convulso estado mental en el que ella misma se metía. Fue a la cafetería para comer algo rápido antes de seguir con su tarea y tratar de despejarse un poco. Había tenido que pedirle dinero extra a su papá porque alimentarse en Brigantia ya no era gratuito, aunque no le pidió que le comprara habitación privada en su afán por vivir la experiencia universitaria completa.

Por la hora, el lugar estaba a reventar, así que le costó mucho trabajo encontrar una mesa vacía con personas que no estuvieran en grupito ya con una conversación ultra armada en donde ella se sintiera como intrusa. Estaba cerca de una ventana y tenía unas sillas extra libres que no pensó que nadie fuera a utilizar, a menos que se tratara de otro rezagado que hubiera llegado tarde a la repartición de alimentos en la cafetería, el lugar ideal para los que no tenían tiempo para nada. Para terminar de mostrar su ostracismo en el día –o más bien para no parecer una perdedora comiendo sola con su alma- sacó uno de los libros que traía en su mochila, Blood Meridian, or the Evening Redness in the West, muggle, por supuesto.

Si ya la gente tenía pocas razones para convivir conmigo, ahora no tenían ninguna. Después de que pisara el Ministerio un par de veces como sospechoso por la desaparición de Kristján Sveinsson (nunca supe cómo es que alguien se había enterado que habíamos tenido un altercado de nada en el lago), cosa que había ido de boca en boca, todo el mundo me miraba con más reservas si es que eso era posible. Estaba tentado a rendirme de nuevo a la carrera y mandar todo al demonio, regresar al anonimato del mundo muggle y fugarme con una treintañera casada para vivir en pecado o algo así.

Pero los planes de escape, por el momento, presentaban más desventajas por ahora. Me limité a hacer lo mío, seguir estudiando con mis libros de segunda mano y pasar la mayor parte del tiempo en los lugares comunes de la residencia nueva, ahora que no tenía habitaciones en privado ni nada más. Tampoco me podía dar el lujo de pagar un alquiler en Londres con tal de tener un lugar aparte. La vida era dura.

Detestaba molestar a la gente que estaba leyendo (yo lo hacía seguido) pero, de verdad, no había dónde sentarse a esas horas, y no tenía muchas opciones para comer en otro lado. Era preguntarle amablemente a la pelirroja nunca antes vista si le molestaba que usara su silla, o aguantarse el hambre en otro lado. No tuve más opción, y seguramente pensaría que iba hasta ahí para molestarla y ligotear, pero esa no era mi intención. Al menos no la intención inicial.

-Hola, disculpa. Esto está lleno ¿Puedo usar este lugar?- le pregunté con toda la educación de niño de sociedad que me había quedado, pero vestido con las camisetas horribles (eso había dicho Frances alguna vez) que encontraba en tiendas del ejército de salvación, hecho el ejemplo perfecto de un pobretón. Ah, los Graves, seguramente estarían orgullosísimos de las decisiones que tomaron para que sus herederos terminaran como yo.

Alzó la vista al escuchar la voz de Silas y sonrió en automático. Siempre era amable con la gente, incluso aunque reconociera ciertas caras singulares como la de él. Como ya había dicho, era historiadora, era curiosa y además estaba muy al tanto de lo que estaba pasando, así que lo ubicaba como uno de los interrogados por ser sospechosos de la desaparición de Kristján Sveinsson, pero que se había librado de Azkaban. Y también sabía que tenía un pasado igual de sospechoso. Al menos era buena ocultando cuando algo la turbaba y ensanchó la sonrisa. ¿Qué iba a hacer? ¿Volver todo condenadamente incómodo?

-Sí, adelante.

Tampoco iba a ser el alma de la fiesta en ese momento, pero esperaba que Silas se lo atribuyera a que para ella era, en teoría, un desconocido y no a que en verdad estaba repasando en su mente cada cosa que había leído en periódicos oficiales y en publicaciones independientes.

Cerró el libro porque le parecía espantoso seguirlo leyendo mientras alguien llegaba a sentarse justo frente a ella y lo dejó a un lado de su bandeja mientras picoteaba su comida sin decidirse realmente a llevarse nada a la boca.

-Soy Julia, ¿tú?

No iba a hacer el “y tú eres Silas Graves, ¿no?” para que se sintiera señalado con el dedo, y ella tampoco iba a hacer comentarios sobre su propio apellido porque dudaba que tuviera importancia que fueran “los Ollivander’s del otro lado del océano”.

-¿No te parece horrendo que ya no haya comidas completas por una módica cantidad? Como si la vida universitaria fuera fácil de costear en general.

Seguramente era un pésimo tema de conversación, en especial por las pintas que Silas traía, seguro iría a pensar “esta niña qué puede saber de la vida dura”

Noté dos cosas de inmediato: que Julia era americana (era un hecho) y la otra, quizás más sutil, que había cambiado ligerísimamente su expresión al levantar la vista y verme. No precisamente por haberla sacado de concentración, me daba la impresión de que tenía cierta idea de quién era. Lo odié, pero también me sentí conforme de que no dijera que me dejaba la mesa entera y se fuera. Quizás sólo era demasiado amable, pero fuera cual fuera la razón, al menos era amigable.

-Silas- respondí, también cordial, dejando mi mochila en el respaldo de la silla y sentándome. Le había comprado un sandwich a una chica de Smertios que seguramente estaba vendiendo almuerzos baratos por necesidad, en esa nueva oleada de carencias que sufríamos los universitarios (al menos una parte). Como no mencionó su apellido, yo tampoco mencioné nada sobre el mío, aunque sí, me daba la impresión de que salía sobrando. Durante el tiempo de aislamiento de la sociedad mágica, curiosamente, había aprendido a leer bastante bien a la gente, quizás gracias a los muggles.

El tema del dinero en efecto era fatal. Me daban ganas de maldecir y contarle que ese era uno más, sumado a todos los problemas que amenazaban con venirse encima mío como una pila de libros mal puestos. Pero no me lo tomé a mal, aunque ella no tuviera pinta de no poderse pagar una buena comida tres veces al día.

-Horrendo. ¿Sabes lo que es cocinar en las residencias? Queda claro que la mayoría de la gente nunca había usado una cocina antes y está hecha un asco, además de que el de mantenimiento tiene que ir cada tercer día a desatascar la tubería o a reparar cualquier cosa. No sé si realmente esto sea un ahorro para la universidad…

Todo eso era cierto. Era cierto que intentar cocinar en la cocina comunal era un infierno en muchos sentidos, pero me lo tomaba con algo de humor por que no me quedaba más. Lo había dicho sonriendo, recordando el asco de arroz que alguien intentó hacer y dejó pudrir a la intemperie sin atreverse siquiera a tirarlo. Éramos como un montón de niños abandonados por sus padres… os.

-Es como… como en ese libro muggle ¿El señor de las moscas?- dije sin temor, pues noté que los libros que llevaba no eran mágicos. Yo había leído un montón cuando había trabajado en una librería de segunda mano en Camden Town. -¿Estados Unidos? ¿Canadá? Australia no, definitivamente-

-No, nunca he cocinado en las residencias.

De hecho jamás había cocinado nada en su vida, ahora que lo pensaba. Primero habían sido los elfos domésticos de casa, luego los de Salem y después los de Brigantia, pero no iba a decir eso par quedar como una pequeña inútil.

-Yo tampoco creo que lo sea. Pero no hay mucho que podamos hacer, supongo que habrá que dejárselo al consejo estudiantil. O manifestarnos para exigir nuestros antiguos derechos.

Poco a poco se iba sintiendo menos incómoda en presencia de Silas, pero eso se debía solamente a que él parecía muy abierto a la conversación y no el horrible huraño que ella pensó que sería, que la miraría mal y le contestaría cosas como “no sabes nada, cállate la boca”. Era un alivio. Notó que había gente que lo miraba muy raro y por añadidura, a ella también por parecer tan amable cuando la situación de Silas no era precisamente la más cómoda.

Se rio con la referencia al Señor de las Moscas y eso también hizo que se abriera un poco más, porque ningún mortífago peligroso leería un libro muggle ¿o no? A menos que fuera uno muy loco que estudiara minuciosamente al enemigo. Ya estaba imaginando cosas.

-Estados Unidos, Palm Springs California para ser exactos. Vine porque la carrera de historia de la magia es mejor aquí. Y la verdad es que tienen un programa muy completo. ¿Tú qué estudias?

Al menos eso sí no lo sabía, tampoco había investigado TAN a fondo a todos los involucrados en el asunto. De pronto se sintió muy osada de estar compartiendo mesa con alguien que hasta la cara tenía de loco peligroso.

-¿Quieres la mitad de mi pizza? No me la voy a terminar, no sé qué estaba pensando.

Muy bonito me vería yo manifestándome por mis derechos. De cierta forma, tenía razones para hacerlo pero muchos impedimentos morales me decían que no era el momento, que quizás nunca lo sería. Estaba en el bando de los derrotados y parecía que eso se extendería en mi vida por tiempo indefinido. Al menos iba bien con las asignaturas, no pasaba nada grave, en unos años podría tener un trabajo digno y quién sabe, tal vez me mudara de país con un fresh start. Estados Unidos era el país ideal para esas cosas. También estaba fantaseando.

-¡California! Debes estar sufriendo con el clima. Aquí nunca sale el sol, es todo muy deprimente; yo soy de Gales y ah… es casi igual. Un poco más lindo, los castillos y todo eso. Es una belleza medieval, algo incomprendida. Ahí tengo una casa- que se está derrumbando, me faltó agregar. Oh sí, mi casa. La rehabilitaría con mis primeros sueldos, la vendería y después me iría a inventarme otra vida a Palm Springs. Sonaba a que era un lugar donde podría morir de calor.  -Me instruyo para ser auror-

También había notado las miradas pero estaba tan acostumbrado que no me parecía nada extraño. Lo que no sería agradable sería que juzgaran a Julia de algo por estar hablando conmigo, y siempre me gustaba lanzar esa advertencia a quien comía en mi compañía o simplemente hablaba conmigo por más de veinte minutos.

-¿Segura que no te la comerás?- pregunté; me había terminado el sandwich en tiempo récord, por que me había olvidado de desayunar por no llegar tarde a una clase -Oye, Julia, aquí la gente le presta atención a muchas tonterías, y no quiero que después te miren mal por estar aquí comiendo conmigo. Será mejor que me termine esto en mi habitación, para dejarte tranquila- Ahí estaba, la advertencia/opción que me sentí obligado a ofrecerle.

-¡Sí! Sufro un poco, no puede ser que ya sea primavera y no haya podido ser capaz de ponerme una sola blusa sin mangas, es inaudito. ¿A cuánto estamos, como a -20 grados?

Bromeó. Si no hubiera sido un sospechoso ex asesino, seguramente le hubiera dicho algo como que le encantaría conocer Gales o algo así para seguir abriendo la posibilidad de la interacción futura, pero unas cuantas palabras cruzadas no la iban a volver la mejor amiga de un desconocido, ni se sentía salvadora de las causas perdidas como para averiguar qué tan cierto era lo que se decía de él y de todo. No iba a arriesgarse solamente porque sí.

-¡Auror! Esa carrera también es mucho mejor aquí, según he leído. No me sorprende, dadas las circunstancias…

Ooops, de nuevo. Su poca habilidad para curar los contenidos de sus charlas la estaban llevando otra vez por terrenos pantanosos, primero con lo del dinero, ahora con el asunto de los magos oscuros y la gran necesidad de aurores que tenía esa parte del continente. Le hizo un gesto para que se terminara la pizza sin problemas y luego se recargó por completo en el respaldo. Trataba de no enfocar mucho a su camiseta.

-No te preocupes por eso, te lo digo en serio. No puedes andar por ahí escondiéndote de la gente, ni yo puedo andarme preocupando por lo que todo mundo va a pensar de mi por cualquier cosa. No vas a comer eso en tu habitación como si acaso hubieras cometido un crimen o qué.

Bajó la vista hacia su libro y medió por unos segundos lo que acababa de decir. Aquello se estaba convirtiendo en la comida más incómoda de su vida entera.

-Lo siento, no debería meterme en cosas que no entiendo.

Me sonreí de buena gana con el asunto del clima, un tópico tan despreciado que realmente era interesante cuando se hablaba con un extranjero. Yo nunca había experimentado vivir en primavera de mangas de camisa todo el tiempo y la verdad es que era un tipo de poco mundo hablando de otros países. A pesar de tener la magia nunca supe por qué no había ido más lejos, por qué no me había adentrado en el mundo muggle de La Habana, de Bangkok o de Perth. Como un aburrido, me había quedado a rumiar mi desgracia en Inglaterra. Quizás el próximo verano me tomara unas vacaciones; al menos para un mago eso no era tanto un lujo.

-Sí, es buena. Aunque se invierte demasiado esfuerzo en combatir y no en re-educar, si es lo que se busca. Ya veo que te gustan los temas complicados: dinero, política… si fuéramos muggles, te faltaría hablar de religión- le dije bromeando, por que no podía hacer más, aunque realmente la situación empezaba a exigir un poco de claridad. Tenía claro quién era y lo que se decía de mi. No iba tampoco a hacerme el desentendido sin más. Ladeé la cabeza con lo que decía, y aunque sonara a obviedad, hacía mucho que nadie me decía que ya estaba bien con eso de aislarse y asumir que nadie nunca jamás me permitiría tener una vida normal. Al menos podía pretenderlo.

-Como no eres nueva aquí sabrás que muchos dicen que, efectivamente, cometí varios- le dije con honestidad. Lo bueno era que al menos no estaba comiendo y hablando de eso como un psicópata insensible. -Qué puedo decirte, no lo recuerdo. Después mi familia lo perdió todo, me quedé huérfano, con deudas y con mala fama. Eso es todo, no es un tema sensible o lo que sea… ¿Alguien te ha llevado a “The Devil’s Fork”? Es un lugar rarísimo, me sorprende que no haya cerrado. Al principio era un club de caballeros intelectuales devenido en librería, devenido en taberna-librería. Te lo digo por que hay un montón de tomos sobre historia algo oscura de Inglaterra, mucho misticismo, cosas de sectas, una gran colección de alquimia… en fin. Deberías ir, está en Hogsmeade, bastante más lejos del resto de las tiendas normales-

Me desvié de la incomodidad como pude. Incomodidad para ella, yo estaría más incómodo estando con alguien que deliberadamente no quería nada conmigo, ni siquiera compartir mesa. Julia no parecía malintencionada, pero tampoco la iba a culpar si sentía que todo el tiempo metía la pata. Era el momento adecuado para terminarme la pizza.

-Entiendo poco de religión…

Le dijo siendo completamente honesta con eso. Además el tema le incomodaba, porque toda la moral que involucraban esos temas la hacía sentirse rara con todo lo que sabía que hacía su familia al otro lado del mundo, en donde no se necesitaba ser “sangre limpia” para ser catalogado como peligroso, o tener una marca tenebrosa tatuada para ser de cuidado, para practicar magia que estaba prohibida. Pero de eso no diría ni media palabra.

-Perdóname. No soy muy buena para pensar en temas de conversación inofensivos, a lo mejor debería seguir hablando del clima.

Se miró las uñas no con desinterés, sino con evidente nerviosismo por haber tocado un tema que aunque él dijera que no, sí era bastante sensible. Sonaba a que había pasado por cosas muy duras y Julia en verdad no quería juzgarlo mal, pero de eso a que se generara confianza espontánea había un largo trecho. Antes de que volviera a disculparse por haber tocado ciertas fibras, él cambió de tema.

En un principio la sorprendió porque casi estaba segura de que la iba a invitar a salir, no supo por qué le sonó así, pero después fue dándose cuenta de que no iba por ahí el asunto. Le interesó lo que le decía, además. A veces pensaba que deseaba con todas sus fuerzas entender más a su propia sangre, a su propia familia y que solo la historia y la teoría y las cosas secretas y místicas podían ayudarla a hacerlo. Al final todos tenían secretos turbios que esconder y por eso se mostraba tan reacia a juzgar tan rápido a Silas.

-No, ni siquiera sabía que existía. Iré, me interesa. Oye, sé lo que sientes, en Salem y luego en la universidad tampoco me miraban muy bien. Dicen que mi familia está llena de cerdos imperialistas, que estamos monopolizando el negocio de las varitas, que somos terribles, y le caemos mal a todo mundo, aunque fingen que no. Estoy segura de que no tuve a una sola amiga sincera en todo ese tiempo, que solo querían que las llevara gratis a Disney.

Yo tampoco era bueno con los temas de conversación inofensivos. Se me habían terminado varios años antes y aunque no pasaba de los veinticinco años sentía que ya había una larga lista de cosas que no podría volver a hacer, no al menos en el lugar en donde estaba. Una de esas cosas era tener una charla casual y ahí estaba la prueba: aunque Julia fuese extranjera y agradable, no podríamos decir que nuestra plática fuera todo un “hola cómo estás de dónde eres”. Quité importancia al tema con un ademán; sí, era un tema sensible pero estaba acostumbrado a que se hablara de él por que no podía pasar la vida esperando que nadie nunca me recordara nada.

Así eran las cosas. Al menos me había anotado un punto mencionado The Devil’s Torch; era un lugar especial, que casi siempre estaba lleno de historiadores curiosos (y algo raros) y no era un secreto que compartiera con mucha gente, quizás por que realmente no era muy sociable. A mi me gustaba ir de vez en cuando y revisar los libros mientras me tomaba un whisky, varios de sus ejemplares ni siquiera estaban en Brigantia y me habían dado buenos trabajos con nota sobresaliente.

-Hay gente que pasará toda una vida aquí sin saber que ese lugar existe. Después te paso la dirección…- dije con cautela para que no pensara que estaba ya aprovechando cualquiera de sus simpatías para intentar ligar. La pelirroja era totalmente llamativa, más con su acento californiano, pero yo estaba muy por debajo de las expectativas de cualquiera en esos momentos, y estaba algo resignado. Con los mugres era otra cosa, ahí sí que podía hacerme el interesante y llevarme a alguien a la cama. Me recargué en la mesa con interés cuando hablaba de su familia.

Ya veía yo que esa chica no era de las que tenían un padre médico y una madre secretaria. Y un perro y una vida normal, lejos de magos oscuros y disputas. Me reí con la descripción que daba mucha gente a su familia.

-¿Que las llevaras a dónde?- pregunté, por que eso sí que no lo sabía -Pero en fin, es el mal de la humanidad, supongo. Desde que existe la propiedad privada, o sea, mucho antes de mi familia o la tuya. Lo bueno de caer en la desgracia es que todos esos amigos falsos pasan por un filtro y ves quién queda. O bueno, puedes ser inteligente como tú y saberlos distinguir, sin tener que pasar por la parte de la vida miserable-

Parecía de verdad entusiasmada por la idea de la librería esa y asintió a lo de la dirección, lo que además terminó de indicarle que no estaba intentando invitarla a salir. Ahora, de lo otro, no alcanzaba a concebir todo lo que encerraba pasar a tener una vida miserable de pronto, no quería ni imaginarlo. Podía no ser una de esas chicas petulantes que iban por ahí con zapatos carísimos y dándole a conocer al mundo que nadaba en galeones tan solo con sus actitudes, pero en su país no hacía falta que hiciera nada, porque su solo apellido la delataba. En ese sentido, Brigantia era mucho más sencillo de sobrellevar.

-A Disney, ¿no conoces Disney?

Preguntó sorprendidísima, como si eso formara parte de la educación básica de cualquier persona normal que tuviera un mínimo de acercamiento con la cultura pop. Se le olvidaba que había magos demasiado magos que iban aprendiendo cosas de a poco, que no había la apertura suficiente para que los mundos se juntaran, era realmente triste.

-Luego te paso la dirección, también.

Bromeó antes de sacar de su mochila una libretita de Mickey Mouse y pasársela sin ninguna vergüenza a pesar de lo muy infantil que fuera. Y sí, ahí tomaba algunos apuntes de su muy seria carrera. Ahora que lo pensaba sí extrañaba mucho Palm Springs, y su alberca, y el calor desértico. Pero no iba a ponerse nostálgica.  

-¿Mickey y Minnie? ¿Me juras que no?

Se rio, porque ya estaba poniéndose muy loca. A cada minuto parecía menos reacia a conversar y sonreír y ser simpática. Si había empezado con muchas reservas, ahora no tenía casi nada de filtro y eso estaba muy mal, ya le habían dicho muchas veces que simplemente no podía pensar que siempre se podía sacar lo mejor de las personas solo con ser amable, porque después las decepciones eran grandes.

Me reí por que intuí que bromeaba con eso de que me pasaría la dirección. Y eso que no era yo uno de esos magos que no sabían qué era un teléfono ni mucho menos usarlo; había pasado buen rato de mis años después de Hogwarts teniendo toda clase de empleos en el mundo muggle, de los cuales me solían despedir en un par de días por que hacía muchas estupideces. Estaba seguro que más de uno de mis jefes me habría querido remitir a un hospital psiquiátrico por pensar como mago.

Estiré el cuello para ver la libreta y fruncí el ceño con concentración con el dibujo, como si me pasaran los manuscritos de Nicolas Flammel o algo así. Los dibujitos sí que me sonaban de algo, seguro los había visto en algún momento, pero no iba a fingir de pronto saberlo todo. Sólo me reí como quien ya no tiene más argumentos.

-Te juro que no… aunque creo que tengo una camiseta del ratón solo. ¡Sí! mira, yo nunca sé qué me pongo encima. Debería tener más cuidado, capaz que luego ofendo a la gente…- al menos ya había ofendido el buen gusto, eso sin dudas. Yo no tenía idea de que Julia hubiera estado reservada antes (para mi sólo había sido amable desde el principio) pero se notaba que al menos estaba un poco menos tensa. Ya era mucho más de lo que cualquiera podía decir en mi presencia. Así eran las cosas, aceptaba mi mala fama, aunque a veces era aburrido ser tan repelente.

-Quería decirte algo como “ahh pero seguro tú no conoces a…” pero no se me ocurre qué no puedes conocer del mundo mágico. Llevas ventaja, hubieras visto mis primeras incursiones fuera… me corrieron al menos de diez trabajos. Creo que el peor fue cuando asaltaron un mini super donde era cajero y me reí cuando me encañonaron. Imagínate. Al menos no saber de Mickey y Minnie no me pone en riesgo de muerte- dije sin saber por qué elegía esa historia. Era la peor de todas, quizás por eso; y no exageraba, el asaltante estaba tan desconcertado que hubo tiempo para que no me muriera ahí mismo con una bala en el cerebro.

-No es “el ratón”, es Mickey.

Fingió reprenderlo antes de mirar su camiseta aunque había estado evitando hacerlo a toda costa porque sí, era una ofensa al buen gusto más que a la gente en sí. Se rió pero la risa se le fue apagando en lo que Silas le contaba su anécdota sobre la pistola, que a Julia le asustó mucho. Aunque su madre vivía al cien por ciento como bruja, no había dejado el mundo en el que había nacido originalmente de lado y en Estados Unidos había mucha apertura respecto a eso.

-¡Qué locura! Al menos te tocó un ladrón decente, otro te hubiera matado por reírte de él.

Y hablando de decencia y de matar, Joseph llegó de pronto haciendo que diera un brinquito de susto. Julia lo quería, eran amigos desde hacía mucho tiempo y a sus papás no les cansaba decirle todo el tiempo que “era un gran partido” lo que a Julia le parecía demasiado medieval. Además sabía muchas cosas de Joseph que no terminaban de cuadrarle, así que cualquier cosa que hubiera podido considerar románticamente, se retenía por todos esos factores. No se notaba pero hasta le tenía un poquitín de miedo por todo eso. Ladeó la cabeza cuando acercaba la mano a su cabello y luego tomó un pedazo de fresa de su ensalada.

-Nada, que tenía poco conocimiento de las cosas muggles. Y hasta ahora no sabía de Disney. Así como tú cuando llegaste a Salem y no tenías idea, ¿te acuerdas? Eras un mago taaaan mago. Igual Silas. Me sorprende que estén en la misma facultad y que no se conocieran, a veces olvido que facultad no es igual a fraternidad.

Noté que mi anécdota había provocado una reacción, no necesariamente buena, aunque tampoco la juzgaba de mala. Qué iba a decir, siempre me quedaban mis historias, y al menos provocaban una reacción. Imaginaba mi vida si nunca hubiera pasado por esas cosas y me costaba concebirla. Me reí también con la puntualización de Julia. Estaba más que de acuerdo, había tenido suerte.

-Claro, uno más inexperto. Siempre son los que cometen errores, por los nervios. Trabajar en el turno de la noche de un minisuper te da…-

Te da una sabiduría que sólo obtienes en esa clase de empleos de mierda. Por supuesto que notaba la diferencia de acentos; era un poco chocante para mi tener todo un antecedente de tanta cultura, tantos magos distinguidos de alrededor del mundo amigos de la familia y esas cosas que para mi habían dejado de importar con la guerra, o debería decir con la derrota. Seguí a Joseph Morgan con la mirada cuando llegaba de pronto, lo que me había obligado a incorporarme un poco en mi silla mientras él, con toda la comodidad del mundo, se disponía a comer con nosotros. Había una doble intención, era obvio.

-Silas Graves. Eso ya lo sabías- por que de otra forma ¿Qué estaría haciendo ahí, intentando intervenir para que Julia no se fuera por el mal camino? Si se habían terminado los privilegios de la rancia familia mágica, también se habían terminado los protocolos innecesarios. Ya no tenían mucho sentido.

-Todos nos conocemos, más o menos.- respondí a Julia, como para que nadie se hiciera completamente el “Hola ¿Cómo estás?” cuando el caso era que teníamos carreras afines. Noté de inmediato sus ganas de concordia, de no tener la comida más incómoda del mundo -Las casas en Hogwarts se parecen un poco más a una fraternidad, al menos en principio. Aunque las casas son obligatorias. Pero en fin, se me terminó la comida…- dije mientras juntaba mis platos, sin la intención de seguir ahí por mucho más tiempo. Saqué de mi mochila un cuaderno pequeño y anoté con mi caligrafía demasiado inclinada la dirección de la librería. Con toda mala intención, le pasé el papel a Julia sin decir mucho más -Lo que te debía-

Nunca había entendido bien lo de las casas de Hogwarts aunque se lo habían explicado miles de veces. No le encontraba el sentido a ese tipo de segregación no voluntaria. En las fraternidades al menos estabas ahí porque lo querías con toda tu alma pero en las casas…iba a hacer más preguntas al respecto, en especial porque a toda costa quería una sobremesa tranquila pero Silas decidió marcharse. No sabía si era mejor así por la presencia de Joseph o si se sentía ligeramente decepcionada, pero no dijo nada y solamente asintió con gesto amable. Iba a tomar el papel en el que asumió de inmediato que estaba la dirección de aquél lugar para husmear en libros antiguos pero Joseph lo tomó antes.

-¿Sí te puedes tranquilizar? Es una dirección. Y no es para ningún romance escondido ni nada de lo que te estás imaginando.

Le dijo y parecía molesta, más bien ofendida, de que pensara que estaba “buscando algo” cuando en realidad todo era lo más inocente del mundo. No le había alzado la voz ni mucho menos, no era del tipo de persona que hacía escándalo por cualquier cosa, pero no se veía precisamente contenta.

Tomó a Joseph por el brazo para intentar evitar que le regresara su papel, porque al fin y al cabo quería aquella información y miró a Joseph con desaprobación al escucharlo hablar de esa manera. Ya sabía cómo era, lo conocía perfectamente y aquél era un juego de nunca acabar, siempre terminaban en circunstancias parecidas, todo porque a ella le encantaba ser defensora de las causas justas o algo así y porque Joseph era muy tajante con ciertas cosas, igual que su hermano. Al menos ahora no estaban formando equipo.

-Basta, no es necesario que hagas esto. Y dame mi papel, me interesa el contenido.

Miró a Silas entre el ansia de una disculpa y el ansia de comprobar si era cierto lo que se decía de él, eso de que era un psicópata. Esperaba de verdad que la gente estuviera equivocada.