The Heart's Filthy Lesson {LIBRE}

Se quedó mirando el bufete unos momentos. Había de todo, desde spaguetti en salsa Alfredo, pollo al curry, ensalada césar –para quienes deseaban cuidar la línea—, patatas horneadas con queso y un estofado de estómago de borrego que, a pesar de sonar asqueroso, se veía apetitoso, hasta cosas suficientemente sencillas como hamburguesas con papas fritas, empanadas de pescado, arroz blanco, sopa de fideos. Y todo olía condenadamente bien. De hecho, en el momento que estuvo lo suficiente cerca para aspirar los diversos olores de los platillos, el estómago le gruñó sonoramente provocando que el chico asiático que tenía a un lado, la mirara como con cara de “vaya soniditos los tuyos” y luego se retirara para servirse en un platillo ensalada de manzana del área de postres.  Lejos de ella y su hambre atroz. Zelda solo frunció la boca y siguió sopesando la decisión de qué comer.

Había estado toda la mañana metida en la biblioteca, metiendo las manos entre los estantes de libros, buscando información para un trabajo de periodismo. Había tenido la mesa repleta de pilas y pilas de ejemplares diversos entre los cuales se podían ver varios de biografías o de historia. Y no descansó, se llevó un termo de café bien cargado a la biblioteca y estuvo bebiendo de él hasta que el diurético hacía efecto, entonces se retiraba al sanitario y regresaba para seguir en su tarea. Y ese no era un trabajo cualquiera, sino una prueba autoimpuesta, un artículo grueso que deseaba hacer bien a toda costa para mandarlo al Profeta y así demostrar que podía ser un elemento valioso y contratable para cuando terminase de estudiar. No se dejaría amedrentar por sus problemas mentales, si quería trabajar en El Profeta, lo haría. Importaba poco el negocio editorial de su padre, a fin de cuentas, se lo quedaría por herencia por ser hija única y ese simple hecho de quedarse algo sin mérito propio, le hacía sentir poco aprecio por sí misma. Ahora estaba terca con trabajar en el importantísimo periódico mágico y lo haría. Por eso tenía ojeras, el cabello agarrado en un moño descuidado, los lentes seguramente ya habían dejado una cicatriz sobre el tabique de su nariz.

Ahora que tenía el borrador terminado, se podía dar un descanso y comer. Al final tomó unas pinzas y se sirvió pollo al curry, agarró un pan de ajo, gelatina de fresa y un vaso de limonada. Justo cuando dio media vuelta con la bandeja satisfactoriamente llena, un alumno pasó corriendo y dio de lleno con la bandeja. Y con Zelda. Dio un sentón que le dolió hasta el pelo más distante de su coronilla. “Ya perdí la virginidad de nuevo” pensó sin moverse un poco dado el dolor; al mismo tiempo que ella se caía, la bandeja salió disparada hacia el techo para caer pocos segundos después. El plato de cerámica se hizo añicos y esparció el pollo con todo y el aderezo amarillento que fue a parar a la cara y ropa de Zelda, el vaso de vidrio también explotó con el impacto y su contenido se derramó por el suelo. Lo único que se había salvado era el pan de ajo y la gelatina.

Fue un momento de silencio, luego, aquellos que ya estaba ingiriendo sus alimentos, estallaron en risas. Zelda se quedó sentada en el suelo con el culo adolorido, el orgullo humillado y el hambre aún a flor de piel.

— Idiotas… idiotas todos… — murmuró por lo bajo quitándose con una servilleta de tela los restos de pollo y curry del suéter que estaba moteado de amarillo por todo el frente.

La vida de un deportista no era fácil, a pesar de que ya prácticamente las clases estaban por terminar y el semestre igual, James tenía que levantarse todos los días temprano para un extenso entrenamiento y condicionamiento físico que le pedía su entrenador. Su vida no estaba tan mal después de todo, le habían dado la oportunidad de estudiar y al mismo tiempo estar al pendiente de las practicas del equipo para el próximo mundial de quidditch, así que también tenía que poner de su parte, de igual manera James no era una persona que le gustara holgazanear.

Después del entrenamiento había ido a darse una ducha y tras cambiarse y ponerse decente fue a conseguir comida en el comedor estudiantil. Aprovechó el camino para ver si encontraba a algún amigo o conocido, odiaba comer solo, pero no… desafortunadamente no había sido así.

El comedor olía delicioso, se sirvió un poco de todo lo que le gustaba (Y que estaba dentro de la dieta reglamentaria) y luego fue a tomar asiento a una de las mesas, había más sillas ahí pero como cada persona estaba en sus cosas pues tuvo que comenzar a comer solo. Ya estaba por el estofado cuando escuchó el alboroto en la barra de bufet. El joven correr y Zelda caer con toda la comida sobre ella. James se levantó y les dedicó una mirada terrible a las personas que estaban alrededor riéndose de la pobre semi veela, luego fue hasta el tipo que ya estaba sentado en la mesa y con una sonrisa en el rostro lo levantó de la misma.

-Escucha, estoy seguro que todo esto fue un terrible error así que ¿porque no vas y te disculpas con ella, he? - Lo estaba amenazando completamente, simplemente no te metías con la gente de quidditch. El hombre se levantó y escoltado por James fue a pedirle una disculpa a Zelda. Luego el jugador le dio una palmada en la espalda con más fuerza de la debida y se acerco a la semi veela para ayudarle a limpiarse con la varita.

-¿Estás bien? No volverá a correr por doquier, te lo aseguro… ¿Quieres comer conmigo? Pedí lo suficiente como para una legión de jugadores. Anda.. – Lo decía por cortesía más que por otra cosa, James siempre había sido muy atento con las personas.

La gente podía ser muy cruel a veces. No importaba que ella tratase de ser lo más amable posible, siempre podía llegar un idiota a cagar el día si se lo proponía. En ese justo momento comprendió lo que los estudiantes novatos debían sentir cuando les gastaban una broma por simplemente ser nuevos. A ella no le había tocado nada por el estilo gracias a que contaba con un bajo perfil y una carita que a pocos les inspiraba para humillar. Pero ahora que era ya una mujer adulta y la gente ya no medía, ni clases sociales y mucho menos se dejaban amedrentar por los sentimientos provocados por una mujer son semi sangre mitológica, cualquiera podía ser grosero sin tener el menor miedo a una reacción. Zelda, para su fortuna o desgracia, prefería callarse muchas cosas antes de decir cualquier estupidez. Había visto a muchos romper relaciones de amistad por palabras dichas a la ligera por un enojo y no deseaba que eso pasara. Mucho menos tomando en cuenta que ahora la mayoría de ellos podía alzar una varita y conjurar algo lastimoso sólo para hacerle entender que si levantaba la voz, alguien la callaría de forma violenta. Por eso mismo prefirió dejar que le doliera un poco el trasero, sin pararse, y quitarse de la camisa y el suéter toda la comida que había ido a pararle encima. Ahora el gris de la seda tenía manchas oscuras y olía a especias, mientras que el suéter, del mismo color, ahora parecía tener pintado un Pollock. Estaba  echa un desastre.

Cuando pensó que todo podía quedarse ahí y que tendría que largarse a un lugar lejano para evitar la vergüenza, alzó la mirada para encontrarse a un molesto James Blue que llevaba consigo al agresor. Zelda miró a ambos por turnos y luego se le quedó viendo sorprendida al jugador de Quidditch. Estaba obligando al pendenciero a pedirle una disculpa, cosa que el otro hizo a regañadientes para luego recibir una palmada, más fuerte de lo que dictaba la cortesía, en la espalda y hacerlo desaparecer de ahí. La muchacha  le dedicó una sonrisa de gratitud al mestizo y se incorporó del suelo. Zelda era cursi por naturaleza y aquella aparición le pareció como una versión moderna del caballero que le patea el trasero a una bruja para rescatar a la damisela. Sí, a veces podía ser odiosa, melosa y rotundamente cursi. Quizá por eso no duraba tanto con los chicos. Ahora a los muchachos les atraía la rudeza, la locura, las muchachas con problemas de alteraciones psicológicas o de actitud. Ella podía tener traumas, pero jamás se desquitaría ofendiendo a nadie o cogiendo como valkiria en celo. Quizá por eso no merecía a James. Quizá por eso seguiría siendo la eterna amiga. Por esas razones y por su madre.
Zelda sacó su varita y, ya menos adolorida, comenzó a conjurar hechizos de limpieza junto con James.

— Estoy bien, me duele el trasero pero eso fue por el sentón. Y se cura. El orgullo es el que me va a aquejar un muy buen rato — respondió mientras veía como los trozos del plato de cerámica viajaban hasta el bote de basura más cercano, luego observó al bribón regañado y se rió — Ay James, ¿Tú crees que porque lo obligaste a pedirme una disculpa se le va a quitar la costumbre de correr como minotauro desbocado? Sigues siendo demasiado noble —movió la cabeza de un lado al otro y se apuntó a la ropa para quitarse las horrorosas y nefastas manchas de comida, luego miró al muchacho y alzó una ceja con aire pícaro — Lanzarote, ¿me estáis invitando a compartir los alimentos con vos después de haberme rescatado de tan embarazosa situación? ¿Es esta vuestra manera de pedirme una recompensa por vuestros servicios? — inquirió de forma histriónica ya con un poco de mejor humor, luego le palmeó el brazo de forma cariñosa — Ya… demasiado drama que no puedo actuar bien porque me duele el trasero. Vamos a comer, yo te invito una cerveza en la noche ¿Te parece? Así no me voy a sentir tan inútil — agregó alisándose ahora la camisa medio arrugada.

James había olvidado por unos momentos lo hermosa que era Zelda, no era una belleza cualquiera, era de esas bellezas que te nublan la cabeza por segundos y te hacen parecer un idiota. Bueno, precisamente así se le quedo viendo el jugador con una sonrisa boba en el rostro cuando la ayudo a ponerse de pie y ella decía todo eso de que era su orgullo el que había quedado adolorido. La tomó con cuidado del brazo para ayudarle, él siempre había sido muy cuidadoso con la semi veela, como si no pudiera ser tocada de manera agresiva o algo por que podía romperse en cualquier momento, para él Zelda era una cosa hermosa de cristal que debía cuidarse mucho.

-No se le quitará la costumbre, pero al menos ahora se la pensará dos veces antes de empujarte a ti. Un pequeño paso a la vez. – Le respondió orgulloso de sí mismo, sabía que amenazar no era la solución para nada, ni tampoco ser agresivo con las personas, pero había algunos magos que solamente de esa manera podían aprender.

Le pareció muy graciosa la pequeña representación que hizo para él al evocar esas palabras elaboradas y poeticas, Zelda siempre había sido de esa manera, él era más del tipo tonto y simple, eran muy diferentes los dos juntos pero habían sabido acoplarse de manera correcta. Tal vez por eso es que su romance había sido nublado tan pronto, simplemente ella era demasiado para él, lo sabía y había aprendido a aceptarlo con dolor.

-Je ne pouvais pas demander quelque chose en retour pour mes services , Mlle, - "Nunca podría demandarle nada a cambio de mis servicios señorita" dijo con un galante tono francés, luego continuo - simplemente pido los honores de su presencia- Respondió siguiéndole de alguna manera el juego y luego asintió guiándola hacia la mesa en lo que ella se sacudía la blusa.

Que sean dos cervezas y estamos a mano, anda mira acá esta mi mesa y puedes tomar lo que quieras. – La guió hasta donde estaba sentado, en efecto tenia muchísimas cosas, un poco de todo. Él comenzó a comer de una ensalada, tampoco iba a atascarse de comida, al contrario, esperó a que ella también tomara un poco de algo de la mesa y prosiguió.

Y dime Zelda… ¿Qué tal con tu vida? Ahora es un deporte extremo incluso venir al comedor? No, enserio.. ¿Cómo has estado? Hacía tiempo que no charlábamos… - Era cierto, tenían mucho tiempo de no frecuentarse de manera directa, por el rompimiento y porque él no quería volver a causarle molestias con sus padres si alguno de sus primos o algo la veía hablando con él por los pasillos, ahora no le importaba mucho en verdad, no había algo entre ellos y las cosas se habían enfriado lo suficiente como para conservar una amistad.

Y ahí lo tenía de nuevo. A James, el mítico jugador de Quidditch que tanto tiempo había querido realmente. De no ser por su madre, seguramente seguirían juntos. Y es que, la verdad, él no era un mal tipo, muy por el contrario, en antaño habían existido días en que ella pensaba que realmente no lo merecía.  Su personalidad era la de un caballero bien educado al que la fama, el dinero y lo demás no importaban siempre y cuando él fuera feliz. Zelda se había tenido que resignar a no verlo, a distanciarse por el bien de los dos. Ahora que sabía que salía con una chica de su misma carrera, una rubia que no bajaba de intolerable, estaba más arrepentida que nunca. Si pensaba en recuperarlo, Whitney siempre intercedía en sus pensamientos para hacerla recapacitar y dejarlo estar en paz. Además, Jeanne no volvería a permitir que su hija se juntara con semejante “gentuza”.

A lo lejos, en una mesa silenciosa, el chico que la tiraría momentos antes, comía con la mirada puesta en el plato, avergonzado de la escena de la cual había sido protagonista. Ahora seguramente los de Quidditch, en especial James, lo traerían corto para ver si se le volvía a ocurrir hacer una de sus estupideces y tirarle la comida a alguien más. Y sin embargo, todo eso pasaba a segundo, quizá incluso tercer plano cuando al deportista se le ocurría hablar en francés. Tenía una pronunciación tan clara, tan natural y pulcra, que cada palabra fluía con una suavidad que le ponía la piel chinita a cualquier romántica como ella. James la hacía viajar a París sin la necesidad de un traslador, un boleto de tren o un auto volador. Bastaba con que hablara para recordarle una de las tantas cosas por las que le daba tanto coraje verlo con otra.

— Avec plaisir, monsieur — «Con mucho gusto, caballero», respondió ella en un francés poco menos pulido que el de él, ella era mejor hablando italiano.

Lo siguió hasta la mesa evitando la tentación de tomarlo de la mano. Muchos en Brigantia ya sabían de la relación entre James y la rubia de periodismo. Si ella si quiera se atrevía a hacer algo, aquella se enteraría de una u otra manera. Tomó asiento y observó la variedad de manjares que se ofrecían a su apetito que le provocó el rugir de tripas.

— Una caja de cervezas y un paquete de cigarros. James ¿¡Te ibas a comer todo esto?! Yo comprendo que ustedes tienen que comer más para subir la masa muscular y todas esas cosas pero… esto es mucho ¿no? — inquirió incrédula del hecho que en ese cuerpo bien esculpido cupiera tanta comida. Ella tomó un poco de todo, casi como probadas y respondió —Si, ya hace algo de tiempo — «lo cual no es mi culpa» quiso agregar pero se contuvo —Todo muy normal. Nada interesante. Entre que escribo un artículo para El Profeta y le hago los últimos ajustes al vestido del baile, he tenido poco tiempo para hacer otras cosas como salir. — iba a omitir el hecho de que su pareja era George, para qué incomodar la comida al interponer un dato como ese, mejor que lo supiera el mismo día y sanseacabó — ¿Tú ? Qué cuentan los verdes campos de quidditch y la vida fuera de la solter… — se detuvo y lo miró — Bueno… ¿Qué dices, qué cuentas ?— se desvió y empezó por la ensalada para evitar decir otra estupidez. Como si quisiera saber de su vida amorosa, por dios.