Snow Falls [Libre]

Me gustaba el frío. Es algo que siempre me ha gustado, el invierno es una de mis estaciones favoritas, en especial cuando la nieve cubría como si de un manto blanco se tratase, todo el paisaje. Además esto suponía que también llegaba la Navidad, mi festividad favorita, muy a pesar de que los primeros años posteriores a la muerte de mi padre, fueron bastante tristes. Aún seguía siendo una de las épocas del año en que más le echaba de menos y más notaba su ausencia, y estoy segura de que al resto de mi familia nuclear le pasaba exactamente lo mismo. Nos faltaba algo en aquellas comidas y cenas familiares. Por suerte, para mi hermanos y para mí misma, nuestra madre no se había hundido sin retorno a raíz del trágico suceso, siendo su puesto de trabajo en el cuerpo de Aurores, lo único a lo que había renunciado. Algo que todos sabíamos que al igual que nuestro padre, llevaba en la sangre. A pesar de todo, yo sabía que mi madre era feliz, era feliz con su tienda en el Callejón Diagon, algo que había comprobado de primera mano, cuando trabajé con ella un año antes de empezar la carrera.

Mis ojos azules heredados de mi difunto padre, me devolvían la mirada desde el espejo del baño de los dormitorios de Smertios. Me peiné ligeramente con los dedos el cabello rubio que me caía suelto sobre los hombros, antes de colocarme bien el jersey rosa claro de cachemir que me había puesto aquella misma mañana, con unos simples jeans y unos cómodos zapatos a mis pies. Ya había desayunado hacía horas en el comedor de la misma universidad, una taza de té acompañada de tostadas y huevos revueltos, que me habían dejado llena y con una leve sonrisa cuando había salido del comedor. Me había llevado una manzana de un brillante color rojo que había dejado sobre la encimera del lavabo y en ese momento tomé entre mis manos. La miré durante unos segundos antes de abrir el grifo y meterls bajo el agua y lavarla durante unos segundos.

Aún estaba ligeramente húmeda cuando me la lleve a los labios para darle un mordisco. Estaba ácida, aunque no demasiado, tal y como a mi me gustaba. Con manzana en mano, salí del baño y baje a la sala común de Smertios después de haberme colgado el abrigo en uno de los brazos. Tenía pensado salir a dar una vuelta por los terrenos, y el hecho de ver a través de una de las ventanas que estaba nevando, me animó aún más a dar un paseo por los terrenos. Me quedé mirando como la nieve caía a través del cristal mientras terminaba de comerme la manzana.

Me pusé el abrigo por encima de la ropa y el gorro de lana de un suave color azul que había guardado dentro de uno de sus bolsillos, antes de abrir la puerta y salir al exterior. No hacía viento, cosa que agradecí mientras empezaba a caminar sobre la nieve que crujía bajo mis pies. El simple hecho de notar como mis pies se hundían en la nieve y ests crujía bajo mi peso, hacía que esbozara una pequeña sonrisa. Caminé sin rumbo fijo aunque al rato de estar caminando, con la nieve cayendo suavemente sobre mí, me fijé en que estaba acercándome al lago de Dagda. Imaginé que al ser aguas termales, su superficie no estaría congelada y aún saldría aquel vapor tan agradable de sus aguas, que hizo que sintiera la impulsividad de ir y meter mis manos en aquellas aguas. Aceleré mis pasos solo para frenar practicamente en seco, cuando noté algo frío contra mi nuca que me golpeaba justo allí, haciendo también que diera un ligero bote en el sitio. Una bola de nieve.

Me pregunté quién habría sido el que iniciara aquella "pelea de bolas de nieve", y lo descubriría, en cuanto me diera la vuelta.

Me llevé una mano a la nuca, justo donde había impactado aquella fría bola de nieve, frotándomela unos segundos. Cualquiera que no me conociera y no supiera que tenía cuatro hermanos mayores, posiblemente se pensara que me iba a tomar aquello mal, que capaz acababa montando una escena, quién sabe si cogiendo un berrinche también. Esa era una de las ventajas de crecer rodeada de varones, te acostumbrabas a que fueran unos brutos y muchas veces pareciera que no tenían consideración alguna. Además, no era la primera vez que recibía el impacto de una bola de nieve a traición, en realidad era una verdadera fortuna de que a los magos no graduados no les dejarán hacer magia fuera de la Escuela, porque entonces, seguro que mis hermanos se habrían aprovechado más de una vez de eso cuando yo aún no estaba en Hogwarts.

Pensé durante una milésima de segundo en ellos, que seguramente estarían haciendo de las suyas (o estudiando, nunca se sabía) por el campus de la universidad. Antes de girarme sobre mis talones para enfrentarme al dueño o dueña de aquella perfecta puntería, aunque posiblemente su intención no había sido precisamente darme a mí, pude vislumbrar con mis orbes azules el vapor que salía de la superficie del lago de Dagda, tan tentador como siempre. Daba la sensación de que sobre todo en aquellos días fríos, el agua te invitaba a entrar en ella y dejarte abrazar por ese calor tan típico de las aguas termales, que al menos a mí me hacían olvidar que en el exterior hacia frío. Sí, no sería la primera vez que me metía en ellas en pleno invierno con todo el paisaje nevado. Podía considerarlo un momento mágico en el que precisamente no había ni una pizca de magia propiamente dicha, a no ser que consideráramos la magia de la naturaleza.

Me encontré a un muchacho de cabellos y ojos claros, que parecía estar aguantándose la risa mientras pedía disculpas y le hacia un corte de mangas a los muchachos que se encontraban (también riendo a varios metros de allí). Al principio alcé una de las cejas con curiosidad, antes de sonreír abiertamente. – No pasa nada… Vivo rodeada de ese tipo de patanes. – Comenté, haciendo clara referencia a mis hermanos aunque de eso el muchacho no iba a ser consciente.

Mis ojos azules le miraron con atención, me resultaba familiar, como si le hubiera visto ya en otro sitio. Quizás solo había sido un vistazo, una de esas miradas fugaces que lanzas sobre esas personas a las que no das importancia porque no las conoces, pero que te cruzas en el pasillo del colegio y no puedes evitar mirar aunque sean esos segundos. Quizás nos habíamos cruzado en la facultad, el comedor… ¡A saber! Capaz incluso en Hogwarts, pero vamos, era imposible conocer a todas las persona de todos los cursos que pasaban por aquel colegio durante los siete años que cursabas en el castillo. O al menos eso creía yo.

- Sí, sí. Estoy bien. No te preocupes. Tus amigos no tienen demasiada fuerza, que digamos. – Esbocé una sonrisa al tiempo que daba unos cuantos pasos hasta el joven. Siempre iba con la verdad por delante, así que podía estar seguro de que si me hubiera ofendido se habría enterado. Y tanto. Ese pensamiento me hizo ensanchar la sonrisa unos segundos, puesto que cualquiera que me conociera, sabía que era capaz de ponerme a gritar cual banshee cuando algo me molestaba, importunaba o simplemente no me gustaba. El muchacho tenía suerte de no haber hecho nada de todo aquello y haberme encontrado de buen humor. – ¿De verdad lo harías? – Abrí un momento los ojos más de la cuenta. – ¿Cómo sabríamos que es la bola de nieve más grande del mundo? – Me aventuré a preguntar al tiempo que miraba de reojo a los muchachos que habían parado de hacer el tonto, quizá por mi mera presencia.

¿Me estaba pidiendo de verdad que les dijera aquello? ¿Me estaba tentando? Una sonrisa divertida se dibujó en mis labios. Se notaba que estaba bromeando, sí, pero eso no significaba que no tentases a la otra persona o que de una simple broma pudiera acabar saliendo algo serio. – No me lo pidas dos veces que soy muy, pero que muy capaz de hacerlo. Tus amigos no me dan miedo. – Eso último lo dije en voz baja para que solamente quedara entre el joven y yo. Tener tres hermanos mayores hacia que no tuvieras miedo de los varones al menos en aquel sentido. Además, a no ser que fueran unos rastreros… ¿quién iba a vengarse de una muchacha de apariencia dulce e inocente como yo? Les miré durante unos segundos, parecían más cohibidos, como si no pudieran seguir haciendo el payaso simplemente porque yo había aparecido en escena. ¿De verdad se creían que por ello no iban a ser menos payasos? Es decir, quien es un payaso lo es. Punto y final. Si sabemos que eres un payaso en potencia, que dejes de “serlo” durante unos minutos no quita que lo seas.

Y sí, como que me estaba yendo por las ramas ya.

Su risa ante mi pregunta se me contagió prácticamente al instante. Sí, había sido quizás una pregunta estúpida, pero no dejaba de ser al menos a mis ojos una de aquellas que tenían una respuesta según la perspectiva de cada persona, porque ya sabemos que cada persona es un mundo, y eso hace que las respuestas puedan ser realmente curiosas. Escuché con atención su respuesta, con una leve sonrisa curvando la comisura de mis labios, aunque no estaba de acuerdo con eso de que la magia lo podía todo. Si lo pudiera todo… me habría devuelto a mi padre, ¿no? – Buena respuesta. Además… sería realmente curioso ver levitar la bola de nieve más grande del mundo y en especial sería divertido ver como al verla, sus caras reflejan miedo antes de salir corriendo, en un intento fallido de evitarla. – Reí unos segundos tras decir aquellas palabras antes de llevarme una de las manos al gorro de lana que cubría mi cabeza en aquellos momentos y parte de mi cabello rubio, ajustándomelo, a pesar de que no se había movido un ápice del sitio.

El muchacho se volvió a mirar a sus amigos que seguían a una cierta distancia, como si realmente pensaran que si se acercaban iba a morderles o algo, o quizás simplemente se habían dado cuenta de que habían quedado como unos patanes y les daba vergüenza acercarse. Podían ser mil y una cosas la verdad. Demasiadas opciones y pudiera ser que las que pasaban por mi cabeza ni siquiera fueran las correctas. Eso sí, me pareció digno de admirar en ese momento, que en lugar de mofarse de ellos o algo, simplemente no hiciera nada. A mi modo de ver decía bastante del muchacho como persona, claro que, también podía darse el caso de que estuviera actuando de aquella manera porque yo estaba delante. Eran ese tipo de cosas de las que nunca podías estar segura al cien por cien.

- Un placer, Krisjtán, el que llevará a cabo mi venganza personal.– Le guiñé un ojo al tiempo que decía aquello antes de sonreír. – A juzgar por tu nombre y apellido no eres inglés y… tu acento también te delata un poco. – Claro que mi acento era más irlandés y mi apellido dejaba aquello bastante claro, aunque no fuera el típico prototipo de irlandesa, pelirroja y pecosa. – Sira O’Sullivan. Sira está bien. – Añadí casi enseguida permitiéndole de ese modo tutearme. Me sorprendió su siguiente pregunta. – ¿Mi brazo? Te sorprendería lo entrenado que lo tengo para lanzar bolas de nieve. – No pude evitar que mi sonrisa se tornara entre pícara y divertida mientras me preguntaba que diantres estaría pasando por la mente de aquel muchacho. – Tres hermanos mayores con los que compartir juegos han hecho de mí una damita que puede ser bastante… - ¿Cómo decirlo? ¿Ruda? No, no sé… - Digamos que diferente al prototipo de damas que existe.

Por supuesto que no me iban a dar miedo unos alumnos universitarios que parecía que se divertían con cualquier estupidez que les viniera a la cabeza. Además de que daba la impresión, al menos en apariencia, que eran de aquel tipo de personas que hacían todo tipo de cosas inconscientes que podían tener consecuencias nefastas. Yo era impulsiva y a veces no tenía en cuenta las consecuencias, pero desde luego, nunca haría ninguna tontería, ni nada que pusiera mi vida o la de los demás en peligro. ¿Por qué iba a tenerles miedo a ellos cuando había participado en la batalla de Hogwarts? ¿Cuándo había visto todo aquello con mis propios ojos? Posiblemente se ensombrecieron un tanto al tiempo que aquellos recuerdos pasaban por mi cabeza. Me abracé unos segundos con mis propios brazos, frotándome el brazo contrario, como si intentara entrar en calor. Nada más lejos de la realidad. Mis pies se movieron ligeramente en el suelo nevado, haciendo que la blanca nieve crujiera bajo los mismos.

- Bueno… Siempre podría ser un hechizo que inventásemos nosotros mismos. – Esbocé una sonrisa quitándome de la cabeza cualquier pensamiento negativo que pudiera tener. Cuando había visto caer a gente en el campo de batalla que se convirtió el colegio, me llegué a preguntar e incluso a imaginar cómo podría haber sido la muerte de mi padre y había sido bastante desagradable. Hasta ese día sólo había podido imaginármelo, pero a partir de aquel momento se convirtió en algo más que sólo imaginación, se convirtió en una idea bastante aproximada. – En todo caso no te cargaría a ti con el muerto y te echaría una mano. – Le guiñé un ojo. Nunca me gustaba dejar cargar a los demás con todo y yo simplemente mirar. Manías, pequeñas manías de esas que no te puedes quitar de encima y que posiblemente en ocasiones, a aquellos chicos que te quieren ayudar para quedar como unos caballeros no les haga demasiada gracia.

Misterioso sí era mi nombre, debido al hecho de que estaba impregnado del mismo gracias a su origen mitológico, o eso me había dicho desde siempre mi padre y mi madre. – Pues…, es el nombre de una divinidad céltica, diosa de las aguas y la noche. – Respondí, repitiendo las palabras que tantas veces había oído de los labios de mis propios progenitores. – Pero no tiene un significado propiamente dicho como tienen muchos otros nombres. – Tampoco era algo a lo que le diera demasiada importancia. A mí me gustaba por ser poco corriente, porque era misterioso como el propio chico había dicho y porque su origen era irlandés, del mismo modo que yo misma.

- ¡Vaya! Mira qué curioso. Tu islandés, yo irlandesa… y las palabras se parecen bastante. – Sonreí abiertamente ante la mención de aquel dato. Puede que a algunas personas les pareciera una tontería sin sentido, pero a mí la verdad es que se me hizo bastante curioso. – Eso es, aunque bueno… Saben que puedo defenderme sola, se han asegurado de ello. – Era seguramente uno de esos hándicaps que acababas teniendo por ser la única muchacha, quizá eso te hacía más perspicaz, o simple y llanamente podías leer mejor los pensamientos de una persona del sexo opuesto. De todos modos bien era sabido que había gente que era capaz de ponerte la mejor cara de póker de la historia y conseguía engañarte. – Capaz te has cruzado con ellos por aquí. – Hice un gesto con ambas manos dejando claro que me refería a la universidad en toda su extensión.

Mis ojos azules siguieron cada uno de los movimientos del muchacho, desde el momento en que se agachó e hizo aquella bola de nieve hasta el momento en que la misma acabó en una de mis manos. ¿Me iba a retar? ¿En serio? Asentí con la cabeza respondiendo así a su pregunta mientras entrecerraba los ojos ligeramente para observar mejor a aquel tal Thomas. – Por el capitaneo, ¡eh! – Me quedé unos segundos parada mientras observaba al muchacho con el que mi acompañante parecía estar luchando por el capitaneo, parecía casi que estuviera haciendo algunos cálculos. Obviamente podría haber lanzado la bola perfectamente en su cabeza usando magia, pero decidí usar la fuerza de mi brazo y aunque por unos momentos parecía que la trayectoria no era la adecuada, finalmente la bolsa de nieve cayó deshaciéndose justo en la parte trasera de la cabeza del muchacho, cosa que hizo que me echase a reír prácticamente al instante. – Ahora me querrá matar. – Bromeé entre risas intentando evitar el contacto visual con el recién golpeado, pues sabía que si miraba hacia allí me reiría aún más.

Sí, estaba cerca de casa. En un abrir y cerrar de ojos podía estar allí, aunque claro, eso los magos podíamos decirlo y hacerlo, literalmente, gracias a la aparición. Sentaba bien saber que estabas en casa, que estabas en tu tierra, no como cuando estudiaba en Hogwarts que teníamos que viajar hasta Escocia para llevar a cabo nuestros estudios. Preciosa, Escocia, nunca infravaloraré ningún lugar, pero siempre había sentido que como los prados verdes de mi país y la música irlandesa no había nada, porque a mi todo aquello de las bebidas alcohólicas muggles y demás nunca me había importado lo más mínimo. Ni siquiera las mágicas, para que vamos a engañarnos. – La verdad que me gusta estar en casa. Tú ya me entiendes. – Sonreí brevemente mientras mis ojos azules barrían el paisaje que teníamos a nuestro alrededor. El muchacho desde luego estaba bastante lejos de casa y nunca lo había estado, ni siquiera cerca, como era en mi caso. – ¿Demuestra de quién eres hijo? – Pregunté extrañada sin entender realmente. – ¿Te refieres a qué es el apellido de tu padre? El mío también. – Sí, me parecía raro que dijera eso cuando todos llevábamos el apellido paterno y me hizo pensar que quizás tras esa afirmación se escondía algo más. Algo que él podía desvelarme si así lo deseaba.

- Es bastante probable. – Asentí con la cabeza, pero también veía lógico que no supiera quienes eran a estas alturas de la conversación. Es decir, sí conociera a alguno de mis hermanos, habría sabido que eran familiares míos, como mínimo, en cuanto mi apellido salió de entre mis labios. Además, nos parecíamos entre nosotros, cabello claro y ojos azules todos, herencia de ambos padres.

Una sonrisa iluminó mi rostro al verle tan animado simplemente por haber accedido a darle en el cogote a aquel muchacho con una bola de nieve. Calculé bien la distancia, incluso entrecerré los ojos antes de lanzar la bola de nieve que en efecto dio en toda la cabeza a aquel universitario que hizo que el islandés empezase a reírse mientras que yo intentaba aguantarme tanto como me era posible. Solamente me giré hacia Thomas cuando noté que Kristján me señalaba. En mi rostro asomó una sonrisa de total orgullo mientras erguía la cabeza. Posiblemente aquel acto por mi parte también le dejara bastante claro al muchacho que las chicas no éramos para nada peores que ellos, lo pensase o no lo pensase.

- ¿Son su séquito o algo? No me digas que ese cara de prepotente tiene un séquito que le sigue a todos lados… - Puse los ojos en blancos unos segundos. Había visto aquello en más de una ocasión, pero seguía sin entender como alguien podía llegar a ser sumiso hasta ese punto y seguir a una persona de aquella manera. – Si intenta asfixiarte con la almohada tu siempre puedes hacer que empiece a bailar delante de la chica que le guste mediante un Tarantallegra… Con hacerlo sutilmente y sin que te vea. No hay nada más humillante que eso. – Le guiñé un ojo al muchacho. Siempre decían que las mujeres podíamos llegar a ser retorcidas, podíamos ser muy vengativas y posiblemente en aquella frase en esa idea dejaba entrever algo de aquello que siempre decían de las féminas.

Negué con la cabeza haciendo que mis cabellos dorados sueltos ondulasen al ritmo de la misma. – No, es decir, nunca he formado parte del equipo de Quidditch de Hufflepuff ni nada de eso. Solamente he jugado con mis hermanos. – Me encogí de hombros ligeramente aunque en el fondo tenía que admitir que me llenaba de orgullo y satisfacción que alguien me hiciera ese tipo de pregunta y si venía de un chico, con tan buen porte como el de aquel, pues más aún. No todos los días te decían aquellas cosas. Aunque quizás… Lo estaba diciendo porque tenía otras intenciones conmigo, mas no obstante, intentaba no pensar en ello, porque entonces estaba segura de que apenas me relacionaría con nadie. – Gracias de todos modos por el halago. – Dije finalmente esbozando una sonrisa. – No lo hice para que me dieras nada a cambio… Pero si insistes una cena no estaría mal. – Mi sonrisa se ensanchó ligeramente. Era una suerte conocer a gente que fuera agradable y no uno de esos granos en el culo que eran horriblemente fastidiosos. – Si luchas con Thomas por el capitaneo… - Empecé a decir cayendo de súbito en la cuenta. – ¿Estudias para ser jugador de Quidditch profesional?

Asentí con la cabeza al tiempo que iba escuchando lo que me relataba. Eso sí que era curioso, tanto es así que me pregunté durante unos momentos por qué no era así en todos los sitios, claro que, tan pronto lo pensé volví a desecharlo. Cada lugar con sus costumbres y cada una de las costumbres con su lugar. No me importaba aprender de otros lugares, era como una especie de esponja que absorbía todo lo que le decían, sobre todo si algo me resultaba interesante como era el caso. – Vaya… Me gusta. – Sonreí con sinceridad al tiempo que movía los pies encima de la nieve haciendo que ese sonido que tanto me gustaba volviera a inundar mis oídos. Un simple crujido. – William… - La sonrisa se desvaneció ligeramente de mi rostro y no pude evitar desviar la mirada. Quizás habría sido más fácil dar el nombre de mi madre, ¿no? Pero consideraba que eso era un feo a la memoria de mi padre al que tanto había querido desde que tenía memoria. Además, el muchacho que tenía enfrente de mí no podía saber que mi padre había muerto hacía ya once años. Tanto tiempo y seguía doliendo, parecía mentira. Había días en los que estaba segura de que ese dolor jamás desaparecía por completo.

Toda universidad y todo colegio. Mis ojos azules enfocaron a Thomas que se esfumó en la distancia antes de volver a ponerlos nuevamente sobre Kristján. Nunca había entendido eso de que tuviera que existir una abeja reina y cuatro abejas trabajadoras todo el día detrás. Posiblemente se debiera a que nunca le había dado demasiada importancia a la popularidad, no me había parecido algo relevante ni de cuestión de vida o muerte. Por supuesto, recordaba con una sonrisa en el rostro aún, como mis amigas parecían morirse de celos en el preciso instante en que David Finnerty se había acercado a hablar conmigo. – Pues, bueno… Sí, también es una forma de humillar a alguien, pero si te ven bailando de forma incontrolable seguro que te lo recuerdan por años. Lo de la rotura del cráneo también, pero así no te autolesionas tú tampoco al darle el golpe. – Yo como siempre estratega, y pensando en las consecuencias de todo. Quizás era por provenir de una familia de Aurores, quizás sólo era por estar haciendo la carrera, quizás era simplemente mi forma de ser y de pensar, así como de actuar. – Además, luego de cara a la chica, el que rompe el cráneo a la otra persona, queda como un completo patán y un gilipollas, ¿no crees? – Otra vez mi forma de pensar, ver las cosas y mi propia perspectiva.

Ladeé ligeramente el rostro con una pequeña y divertida sonrisa en el rostro. – Vaya… La verdad que el lugar me es indiferente, no soy muy especial ni quisquillosa ni nada de eso. Prefiero que lo elijas tú, que yo me adaptaré. – Mi rostro adquirió una expresión pensativa mientras repasaba mentalmente calendario semanal de clases y tareas. Tenía bastante buena memoria para aquel tipo de cosa, cosa que afrontémoslo, era una ventaja. – ¿Te va bien el viernes? - ¿A quién no le iba bien un viernes? Bueno, a la gente que le gustaba dejar las cosas para el final, aquellos que preferían salir con sus amigos o a los solitarios que preferían quedarse encerrados en su dormitorio o en el salón de convivencia de su facultad antes de salir a dar aunque fuera una vuelta.

Yo normalmente era de esas personas que aunque fuera me daba una vuelta por los terrenos de la universidad, aunque no fuera demasiado especial, al menos me daba el aire y respiraba un ambiente que no estaba tan viciado como podía llegar a estar el de tu facultad. A veces no me daba cuenta de ello hasta que salía fuera y respiraba ese aire puro propio de los lugares tan alejados de la civilización y donde prevalecía el paisaje natural.

Reí levemente ante el gesto del muchacho cuando aseguró que hacia Quidditch Profesional, tal y como Jaden, y volví a hacerlo cuando tenía cara de hacer Zoología Mágica, nada más alejado de la realidad en cierto modo. – No, no hago Zoología. En realidad estoy en Entrenamiento para Auror. – Lo cual muchas veces sorprendía a la gente debido a mi supuesta “fragilidad”, claro que, yo consideraba que había muchos factores a tener en cuenta, había que ser perspicaz, inteligente. La fuerza no lo era todo, desde luego.

- Sira Williamsdóttir… - Murmuré, y una sonrisa pequeña pero luminosa apareció en mi rostro. Me gustaba, de haber nacido en Islandia, habría sido una bonita forma de honrar la memoria de mi padre, portándole en mi apellido. Realmente ahora en cierto modo también le llevaba en el apellido, al ser este el apellido de mi familia paterna, pero desde luego, aquella forma de formar los apellidos en Islandia todo mucho más personal. – Me encanta, la verdad. – Estaba casi cien por cien segura de que el hecho de que mi padre hubiera muerto hacía años, era lo que hacía que aquella curiosidad me encantase. Cierto era, que siempre habíamos estado muy unidos y todo eso, pero…, tenía la certeza que de haber seguido entre nosotros ahora no le habría dado la misma importancia a aquello. Era una certeza que tenía y pocas veces me equivocaba.

- No creo que sea malo tener una cabeza dura, a no ser que venga acompañada de cabezonería. – Yo lo era. Tanto que cuando mi madre me había casi suplicado que hiciera otra carrera, como si una chica como yo no pudiera hacerlo, me mantuve en mis treces e hice lo que yo quería. Cualquiera podría haber pensado que era simplemente porque era su única hija, pero yo ya sabía y todos en mi familia, que detrás de aquello había algo más. Esa sombra que se veía aún en esos ojos azules que poseía. – ¿A qué colegio fuiste? No me suena haberte visto por Hogwarts… - Fue una pregunta espontánea, como si realmente acabase de caer en la cuenta de aquel pequeño pero posiblemente importante detalle.

Ahí debía de darle la razón… Todo dependía de la otra persona, de cómo se lo tomaría. Estaba más que claro (y lo había visto en primera persona) que había algunas chicas a lo que les gustaban aquellos brutos e incluso maleducados que parecía que no tenían otra diversión que humillar a las personas, incluso parecía gustarles que fueran obscenos y las tratasen mal… Yo en cambio era más bien todo lo contrario. Era aquellas que no toleraban la violencia y aún menos cuando no la veía justificada por ninguna parte. – No te puedo quitar la razón en eso, porque la llevas. – Ladeé ligeramente la cabeza haciendo que alguno de los mechones de mi cabello rubio resbalasen por encima de mis hombros. – Y yo misma me he delatado. – Arrugué unos segundos la nariz antes de sonreír abiertamente. Sí, había dejado bien claro la clase de persona que era yo… Normalmente no me gustaba ser tan transparente, porque había cosas que prefería guardarme para mí, pero siendo que era un tema tan trivial en cierto modo y que no tenía demasiada importancia, no me importo demasiado.

Viernes, perfecto para los dos, así que… ¿qué más añadir a eso? En realidad nada, así que esperé la reacción del islandés ante la mención de mi carrera, sacándome una sonrisa divertida cuando vi como levantaba las cejas en un claro gesto de sorpresa. – Vengo de una familia de Aurores… - Aclaré. Probablemente de no haber tenido esa influencia, de no haberlo llevado en la sangre (por decirlo de alguna manera), habría acabado en una de las otras muchas carreras. – Siempre dicen que no te fíes del tamaño o las apariencias, ¿no? – Bromeé llevándome uno de los mechones que antes me habían caído hacia adelante, otra vez hacia atrás. – Pues… Vigilar que todo esté en orden, que no haya actividades de magia oscura… Claro, que parece que su presencia se hace mayor cuando hay peligro, pero siempre tienen trabajo… - Bajé la mirada hacia mis zapatos. – Sí, siempre hay algún que otro mago oscuro al que atrapar… - Murmuré como si con eso pudiera aliviar el dolor aunque fuera un poco. Los magos oscuros parecía que siempre fueran a existir, como si siempre hubiera alguien que desease el poder y manejarlo a su antojo… Pero el poder era algo demasiado peligroso como para que estuviese en manos de una sola persona. – La verdad que en mi familia hablaban de los tiempos en lo que quién-tú-ya-sabes estaba con miedo y emoción, parecía que toda aquella acción les emocionaba y daba temor a partes iguales. – Levanté la mirada con un abismo de sonrisa en los labios al tiempo que echaba la mirada hacia los edificios de la universidad que había a lo lejos. – Había salido a dar una vuelta…, pero quizás sí debería ir volviendo a Smertios. He perdido hasta la noción del tiempo. – Admití riendo ligeramente.