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Ya byl v Moskve (He estado en Moscú) {Alfred}

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Mensaje por Zelda Fay Mar Feb 17, 2015 5:59 pm



Outfit Emo de Hoy

Tres horas. Estuvo tres horas en casa de su padre decidiendo qué hacer. Podía regresarse al loft en cuanto quisiera, bastaba con que agarrara sus maletas, le dijera a su padre y adiós, volvía a su vida de “niña emancipada” a la que ya se estaba acostumbrando. O podía quedarse ahí unos días más, a disfrutar de los placeres de la vida paternal hasta que se sintiera apta para volver a irse. Pero esas dos opciones eran las que menos rondaban en su cabeza. No. Justo en esos precisos momentos en que estaba sentada en la sala mirando el reloj de pared, solamente existía una opción que estaba partiéndola en dos. Podía simplemente pararse de ahí, tomar su bolso, el abrigo y caminar por Londres camino a una casa muy conocida de la que ya se estaba arrepintiendo de saber la dirección. El reloj sonaba constante y Zelda se desquiciaba cada segundo más que el anterior. Se había largado a Moscú sin decirle agua va, sólo Marie y Ellie habían tenido la dicha de un “nos vemos pronto” de la semi-veela pelirroja para finalmente verla desaparecer de tierras inglesas para irse a postrar a tierra de rusos. Y no era que no quisiera decirle a nadie más –la verdad es que ellas dos eran las que le importaban más de todos sus amigos–, pero el único que se merecía no sólo un adiós, sino otra cosa, era Alfred. Y no obstante, no le había dicho ni cuándo se iba ni cuándo regresaba. Comunicarse con ella se había reducido sólo a su madre y a su padre, así que podía andarse a sus anchas por Moscú sin preocuparse de nadie ni de nada. Y Danila había resultado un anfitrión (y jefe) más agradable de lo que esperaba. Y sin embargo, esas semanas ausente, ese mes ausente de Londres, sólo le dolía por una persona. Un fulano que ahora le picaba en el pecho incentivándola para aparecerse por ahí sin más.

Se quedó quizá media hora más sentada en el sillón cuando se paró de él como si un rayo le hubiera picado las nalgas.

Carajo… carajo carajo carajo — agarró su bolso y se lo colocó al hombro, más enojada y enfurruñada que entusiasmada — ¡Me voy! — gritó al pie de las escaleras que daban al piso superior donde seguramente estaba su papá haciendo quién sabe qué cosa. Tomó las llaves y se salió con un humor que rayaba la ira. No estaba enojada con Alfred, estaba enojada consigo misma porque había pensado que irse a Rusia le aclararía la cabeza y, la verdad era, que ni estar congelándose las tetas a miles de kilómetros, le había funcionado para convencerse de que Alfred era su amigo. Ya estaba todo arruinado, sólo faltaba arruinarlo más para que se mandaran al carajo de una buena vez.

Y caminó a zancadas, comiéndose el asfalto con las suelas de los zapatos, sujetándose el largo abrigo negro por el medio y abriéndose paso entre las personas que pasaban por las calles del ajetreado Londres. Su Londres. Respiró un par de veces, tranquilizándose la cabeza que ya empezaba a culpar a Alfred de la mitad de sus desgracias. Y si se había tirado al ruso en algún momento de su estadía “académica” le había servido nada más para acordarse más de él.

Maldito seas tú y tu pinche manía de joderme hasta de follarme a quien se me antoja — musitó por lo bajo a un tipo que no estaba ahí, pero que vería en los próximos minutos.

Al final de una calle, dobló la esquina y se encontró con la casa de los Meyer. Tuvo que tomar aire un par de veces antes de tocar a la puerta, esperando que fuese su doctor quien atendiera, creyendo quizá, que necesitaba una consulta rápida o un chequeo de rutina. Si necesitaba un médico, pero más bien un loquero que le pudiera quitar las ideas estúpidas de su cabeza.



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Mensaje por Alfred Mayer Mar Feb 17, 2015 9:51 pm

No fue su doctor quien le abrió la puerta sino Alfred mismo. Viernes por la tarde, los muchachos recién llegaban de la universidad a pasar el fin de semana en familia. Los padres perdidos en la ausencia del trabajo cotidiano aun no asomaban sus sombreros puntiagudos por ahí. Zelda tenía suerte... O no... dependiendo de que fuera lo que estuviera buscando allí. Si era a un Alfred descalzo con las manos embarradas y el torso a medio vestir que la miraba con una ceja alzada sorprendido y a la vez no tan interesado pues... tenía suerte.

- tu.... - quiso hacerse el locuaz - bella amazonas perdida e inventó una sonrisa de lado, haciéndose hacia un costado y dejándola entrar. Si es que eso era lo que buscaba. Qué sabía él. Ya no entendía nada de Zelda, y habían pasado sus buenas semanas como para que aun estuviera en extremo cabreado o iniciase la felicidad del olvido. Sus ánimos estaban en un punto intermedio en todo sentido, y no pudo más que mancharse la cara al pasarse los dedos por la frente, presa de la consternación. No quería tratarla mal, nunca lo hacía con nadie, pero guardaba ciertos recelos hacia la pelirroja mesclados con sentimientos aun peores.

- un te?... un café?... un vaso de vodka?.... es eso lo que toman los rusos, no?.... - Empezó a hablar como siempre, pero terminó largando algo de su enojo, aunque no en el tono si en las palabras. Y sabía de rusa por la maldita cosa de familiares preocupados por la paciente en común. Y eso era lo que le picaba peor. Que tuviera que enterarse de Zelda porque su padre tenía casi obligación de saber el paradero y no porque la muy desgraciada se hubiera tomado la molestia de comentárselo.

Caminó hasta la cocina, donde sobre la mesa se extendían las causas de sus manos manchadas, hierbas recién cortadas del jardín que Alfred con maestría y dedos preparaba para que fueran especias de cocina. Un poco de romero, laurel, cedrón, hierba buena... cicuta, etc, que hizo a un lado antes de rascarse la cabeza y voltear a verla de nuevo, porque no podía evitarlo, porque quería entender... aunque no - que haces aquí?... quiero decir... eres bienvenida, pero.. me buscas a mi o .. al Dr. Mayer. Aclarando uno a uno los tantos. Quizá él se estaba haciendo algún tipo de ilusión pensando que la pelirroja iba a su encuentro y hasta en eso estaba equivocado.
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Mensaje por Zelda Fay Mar Feb 17, 2015 10:28 pm



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Se quedó pasmada. Esperaba, tenía la pequeña y minúscula esperanza de que, quien le abriera la puerta, fuese su doctor o, ya de perdida, la Señora Mayer. No, no corría con esa suerte, quien se presentaba en el umbral de esa puerta era precisamente a quien no quería ver de forma tan abrupta. Alfred, que sabía dios que estaba haciendo momentos antes de abrir la puerta, estaba ahí, parado, con una mueca que claramente no era la que ella esperaba. Por supuesto que después de haberse ido sin decirle nada, no se le aventaría encima a cubrirla de besos, ese no era Alfred. No, estaba ahí con esa mirada indistinta y la ceja alzada. Ella no pudo evitar sentirse más pequeña, pero era demasiado orgullosa como para pedirle perdón. No lo haría por lo menos así. Respiró pausadamente, evitando que los tumbos de su corazón le provocaran el vómito. Curioso, había estado sobria un mes. Un maldito mes completo y su primera vomitada en Londres no podía ser por nervios. Apretó la mandíbula, tragándose los falsos elogios que salían de su boca y pasó al interior de la morada con la dignidad y altivéz características de ella. Ahí dentro se sentía ligeramente como en casa –prácticamente pasaba un buen rato ahí entre consultas e intervenciones de emergencia- así que, de alguna forma, se tranquilizó y aquellas ínfulas de enojo se pasaron rápidamente.

Pero claro, Alfred nunca podía dejar que todo fuera sencillo. Estaba realmente indignado, lo podía notar, por haberse ido a Rusia sin despedirse. Lo sentía en la forma en la que le ofrecía algo de beber. ¿Vodka¡ ¿Por qué mierda sacarlo a flote cuando ella aborrecía el vodka? Era intencional, clara y transparentemente intencional. Y le dolió, le dolió porque sabía que esa actitud era enteramente su culpa. Bravo, ¡bravo, Zelda!, único hombre que te quiere en serio y metiste la pata bien hondo. Se quedó ahí, mirándolo, fulminándolo con sus ojos azules porque no sabía otra forma de expresar que eso no era necesario.

¿Acabo de llegar y ya te vas a poner en ese plan? — fue lo único que dijo mientras dejaba su bolso y el abrigo en el perchero de la entrada, ni siquiera notó cuando Alfred se movió y ya estaba en la cocina, lo escuchaba moviendo cosas; se quedó un momento ahí, sin seguirlo, porque requería volver a la realidad donde esa relación entre ellos era tan bizarra que no podía transcurrir como pasaba con la gente decente, no, ellos se tenían que incordiar, gritar, se tenían que golpear y decir hasta de que se iban a morir antes de que algo bueno sucediera.

Se quedó pensando. No escuchó su pregunta, y si lo hizo no le importó en el momento. ¿Cuánto más tenía que hacer para comprender lo que sentía? ¿Qué más tenía que hacer? Estaba ahí, en su casa. De haber necesitado ver al Dr. Mayer, habría mandado una carta pare ver si lo veía ahí o en su consultorio. Era lógico, pura y mierdera lógica y ahí estaba él haciéndose el loco, como si en serio no comprendiera por qué visitaba esa casa. Zelda se sobó las sienes, como intentando tranquilizar sus impulsos, esos que Alfred y sólo Alfred podía detonar. La volvía loca, la tenía demente, más de lo que ya era. Y se volvía agresiva. Pero así le gustaba. Así se gustaban. Por lo que veía, no estaban sus padres, así que podía hacer su escenita sin sentirse culpable o preocuparse por la imagen que los Mayer pudieran tener de ella. Y al final, quizá ni eso le importaba ya. Había regresado de Rusia y al primero que visitaba era a él. Tenía que dejarle en claro que no se iba a andar ya por las ramas.

Caminó como alma que lleva el diablo, cruzó la sala y fue hacia la cocina. Estaba de espaldas a ella, así que pudo tomarlo por sorpresa dándole un fuerte golpe en el hombro para luego agarrar lo que fuera que tuviera en las manos y tirarlo al suelo, valiéndole un reverendo pepino si era alguna especia cara o manzanilla.

¿Así vamos a jugar? Vuelvo de Moscú, cagándome de miedo porque no sé qué carajo fue de tu puta vida aquí, si ya te encontraste con alguna fulana con la que te consolaras ¿y me preguntas si vengo a visitar a tu papá? ¿en serio?— le gritoneó como si tuviera derecho alguno para hacerlo, pero por como es, es de esperarse que quiera voltear las cosas a su favor — ¡Ya! Lo siento, no te dije nada, Mea Culpa. Pero lo hice porque… porque… — se trabó porque ni ella sabía las razones, bueno, si las sabía pero no le gustaba admitir nada — Ay ya ¿sabes qué? No sé ni por qué vine, vamos a hacer la misma rutina de siempre, yo me arrepiento, me largo de aquí y tu sigue pensando que ando en Moscú tirándome rusos como si no tuviera nada mejor que hacer — y otra vez, zanjaba el tema, ese tema que a fin de cuentas había ido a discutir. Porque ni Moscú, ni Persia, ni Tokio podrían hacer que se olvidase de Alfred. Así de sencillo.




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Mensaje por Alfred Mayer Mar Feb 17, 2015 11:13 pm



Con Alfred las cosas eran sencillísimas, o él creía siempre lo habían sido al menos, era Zelda la que enredaba todo con sus líos, sus formas de huir y luego volver, y querer arreglar todo y dar explicaciones y al fin ni escuchar al mundo. Bueno, no escucharlo a él, que seguro con Ellie charlaban de lo más bonito y con Jorge y con James y esa manía de andarle persiguiendo fuera donde fuera. Tendría que haber averiguado si Zelda no había ido a Rusia justo cuando la selección alemana no jugaba un partidito allí. Ah claro! como no haberlo pensado antes. Pero no, no lo había pensado antes, porque antes estaba tratando de hacerse a un lado por su bien, convencido de que ella ya se había largado sino para siempre por una temporada tan extensa como para que cuando volviese ambos ya tuvieran arrugas y manchas de vejez.

Y no no comprendía un carajo, no por corto de mentes o por falta de experiencia sino porque estaba encaprichado como un crío. Obtuso, enredado en un imaginario de cosas mentales que se habían amontonado en su mente como mecanismo de defensa para no salir corriendo hacia Rusia, para seguir con su vida, para no volver a caer en el error que no solventó nada de la última noche de borrachera juntos. Mirarla y no saber si estamparla contra una puerta para besarla o echarla de la casa era incordioso y mejor estarse de espaldas, poner una jarra al fuego y esperar a que el humor se esfumara como hacía el agua al evaporarse. Pero Zelda no podía dejarlo en paz, no podía dejarlo pensar, no podía iniciar un dialogo de gente civilizada, recomponer las cosas desde cero. No, había que llevar la cuestión al mismísimo subsuelo de los infiernos, golpeándolo, arruinando sus hierbas buenas.

Te calmas?... - ni que se fuera a calmar. Ella se largaba y venía a reclamarle que había hecho él de su vida? Acaso le importaba? A eso venía? A hacerse la compasiva? Eso era mejor que una visita al Dr. Mayer?... Ya no supo si ella bajó el tono porque Zelda misma entró en razón o porque Alfred había caído en la tentación de tomarle de una muñeca con ahínco, pero lo que fuera, igual estaba muy lejos de dar el paso a solventar todo aquello. Se podían sentir en el aire rencores cruzados que dolían. - no entiendo una mierda... eso es lo que yo tengo para decir... -

Fue lo más sincero y calmado, sensato acaso, que pudo articular mirándola a los ojos incluso, y soltándola arrepentido. O sea, no de haberla retenido, pero si de los modos. Para colmo estaban sus manos llenas de tierra y le daban al espectáculo un toque violento en demasía. Tomó un trapo de por ahí y volvió a su brazo sin permiso pero para limpiar el desastre o quizá para asegurarse de que se quedaba a dos pasos. Que su piel seguía tersa y cálida, que había una forma de no mandar todo al demonio. En especial la amistad, el contacto humano, los años juntos, lo que fuera!!! porque si sobre aspiraciones románticas hablamos, esas ya las había dado por perdidas en el mismo instante que se dio cuenta que estaba enterrado hasta las bolas con esa mujer imposible.

-No entiendo porqué no me dijiste... Bah entiendo, la borrachera de la última vez estuvo fatal, pero... - dio un paso hacia ella ladeando la cabeza y esas cosas de poner cara de cachorro mojado que ya nadie compra de un muchacho de 25 años - Debías perdonarme, somos amiguis... Te he pintado las uñas de los pies, eso vale algo, es asqueroso.... - Y le rió, haciendo un chiste pésimo como de costumbre. - lo juro, Zelda. No te besaré más, no te arrinconaré más, ni buscaré tus maravillosas tetas... Sobre todo no volveré a violarte en tu propia cama... - Decía con convicción, en forma de chiste sus sinceras intensiones, aunque sus ojos no parecían estar muy de acuerdo. Incluso era capaz de intentarlo en ese momento. Pero no. Estaba sobrio y podía controlarse.
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Mensaje por Zelda Fay Mar Feb 17, 2015 11:40 pm



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Estaba demasiado calmado y eso la espantó. Adoraba a Alfred, en serio que sí, pero lo quería por como era, por sus irreverencias, por hacerse el marica cuando tenía las bolas bien puestas. Y ahora que se ponía en ese plan tan sobrio, era como desencajar algo lógico. Simplemente no lo reconocía. Necesitaba que la hiciera reír, que le provocara el enojo, ¡algo! Pero la atajaba de forma tan tranquila, que no sentía que ese fuera él. Ni siquiera el agarre que le jaloneó ligeramente el brazo fue suficiente para hacerla tocar suelo. Ya no eran niños, no eran unos críos, eran adultos –o eso quería pensar- y ahora todo se arreglaba así. No más insinuaciones de follar como locos en el primer rincón que encontraran. No más insinuaciones de tragársela a besos obscenos. Y es que lo que quizá ella no entendía, era que el dolor y la confusión podían hacer maravillas en la gente. Ella había pecado de independiente y ahora pagaba las consecuencias. La borrachera de días antes del viaje había sido nada comparado con otras situaciones en las que lo había visto. Vomitado, ahogado de borracho, haciendo el ridículo entre un gentío. Era nada, no le importaba realmente limpiar su desastre y luego saborearlo con el aliento de bílis aún en la lengua. Se había ido por algo que rayaba lo ridículo. Sí, en parte por cuestiones académicas, pero también por huir de aquello que le apretaba el pecho y cuyo objeto era él. Porque lo quería en serio y no quería aceptar que estuviera perdida y loca por el imbécil que había apostado con su prima un polvo con ella. El irresponsable e irreverente Alfred.

Y ahora que regresaba a Londres, con la esperanza de que las cosas quedaran sentadas como dios manda, se encontraba con esa pared de cemento que la golpeaba una y otra vez. Estaba demasiado sensible –quizá porque estaba en vísperas de su periodo- pero lo que su cabeza entendió en el momento en que él hablaba, fue una simple cosa: ya no me desea. Estaba acabada. Si no la buscaba, ni la follaba, ni la besaba ni le imploraba por sus pechos como niño de tres años, su objetivo sentimental con él se convertía en un agente nulo. ¿Ahora qué? ¿Simplemente serían los amiguitos estúpidos de esos que se comparten cartas y se cuentan lo que pasó en el día? Su cabeza comenzó a pensar. Si no me desea, es porque ya encontró a alguien mejor. Eso era. Algo dentro se le hizo añicos como una copa de vidrio que azota contra el suelo. Alfred estaba con alguien. ¿Cómo había sido tan idiota como para pensar que iba a esperarla? ¿Quién se creía? No era la mujer más bella del mundo y existían aún otras semi-veelas en el planeta. Eso era. Claro.
Su rostro no denotó espanto, pero si decepción y tristeza. Se sentía estúpida por estar ahí cuando tenía que haberse ido con Marie de fiesta o algo.

Ya — dijo secamente — Wow… Ok. Sí. Me queda todo claro. —se mordió el labio inflingiéndose dolor para mitigar el que no se podía ver, se soltó del agarre y se sobó aunque no le molestaba la piel — Lo siento, Alfred. Perdón por no haberte avisado lo de Rusia, perdón por haber venido y perdón por haber entrado en tu jodida vida de nuevo — asintió suavemente con la cabeza, sopesando la nueva información inventada por su mente atrofiada —  Haz lo que quieras con tu vida, yo haré lo mismo con la mía. No te volveré a pedir que realices la asquerosa tarea de pintarme las uñas de los pies ¿por qué habrías de hacerlo? Es estúpido. No, yo soy la estúpida por hacerme de ideas estúpidas. Ya, vale, Alfred. Es todo, bye bye, se acabó. Me largo y no te vuelvo a molestar porque estás mejor así. De nada me sirve venir justo cuando regreso para dejarte en claro nada porque no entiendes nada — dio un par de pasos hacia atrás shokeada y sin intenciones reales de querer irse, pero tenía que hacerlo. ¡Carajo! Estaba todo ya demasiado jodido como para joderlo todavía más.


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Mensaje por Alfred Mayer Miér Feb 18, 2015 12:21 am



La reacción de Zelda no era la que Alfred esperaba. No lo era para nada. Esperaba alegría o un "al fin entiendes", un beso en la mejilla de seamos amiguis, hasta un escándalo en diva de "qué tienen de malo mis tetas? y no!! ya no hay más para ti". Pero decepción  y tristeza, no cuajaban con sus expectativas. No enganchaban con lo que él había dicho por tenerla contenta y cerca... Para que no huyera a otros mundos. Entonces... Entonces qué!?

- TU no entiendes nada mujer! - Ya iba a dar un pasó al frente, como un loco, pero mejor que eso se hizo añicos la mano pegándole a la tabla de la cocina. Y bufó. Él tampoco entendía una mierda, sobre todo las reacciones de Zelda, su distancia, el hecho de que nada le venía bien. Ella se había largado, luego de que él le dijera que no lo hiciera, luego de que él le dijera que la amaba, borracho o no. Ahora que iba a entender? acaso no quería ser su amigo y nada más, tomar distancias? volver a la decencia? Y eso él le estaba proponiendo!- Diablos! Me quieres explicar que quieres oír para estarte contenta!?.

Pensó que ella huía y se desesperó de nuevo, igual que hace un instante atrás, igual que hace semanas atrás en la ducha de su piso. Así que volvió a tomarla del brazo, a cortar los pasos porque no tenía más nada que su propio cuerpo para evitar que se fuera. - No te vas a ir... a ver si lo entiendes... ya viniste aquí, ahora te quedas... - no tenía palabras, así que usó la otra mano y la tomó de los ante brazos - conmigo... Un rato. - casi era una súplica, pero sus dientes estaban muy apretados para que fuera eso. - Me estoy cansando de tus vueltas, yo también tengo una vida, una propia, que no puede depender de lo que tu hagas con la tuya... Lo entiendes!? No se trata de pintarte las uñas... - apoyó su frente contra la de ella y respiró su aliento un segundo, para recomponer el tono, para dejarse de andar de loco, para ver si razonaba y le soltaba los brazos.

Dios! que eso no podía hacerse así, que ella tampoco tenía porqué comprenderlo. Ella si que tenía su vida y su vida y la vida de todos pendiendo de un hilo. A este punto era difícil entender que cosa era suya y de ella y de nadie, como sus sentimientos sin dueño. Aspiró el aroma de piel y las cosquillas de su pelo roja a sus mejillas y cerró los ojos un instante. Volviendo a pensar lo que había pensado mil veces. No le iba a decir que la quería de nuevo, era vergonzoso. Llevó una mano desde su brazo hasta su cuello, acariciarle la mejilla, el filo dulce de la mandíbula, sus labios de veela, tan cómplices, tan cerca de los suyos. - estás muy guapa para soportarlo con decencia... - Se la quería comer, entera. De nuevo. Mil veces, pero todas la veces había terminado mal y ahora sabía a ciencia cierta que si Zelda se espantaba, si que podía huir... tan fácil.
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Mensaje por Zelda Fay Miér Feb 18, 2015 11:15 am



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Era una gran cobarde y lo sabía. Podía estar ahí, en esa casa con Alfred, pero era un paso pequeño a comparación del resto de la situación. Su orgullo, ese enorme monstruo mental, le impedía sacarse del pecho por lo que realmente estaba ahí. Y es que en su cabeza sonaba muy sencillo: vine solamente para que me perdones por haberme ido y para decirte que sí, en efecto, te quiero, y te quiero sólo para mí. Y estuvo a nada de decirlo en esa noche en que lo viera descomer en el baño del loft, pero el estatus etílico de Alfred aunado a lo vergonzoso que era aceptar sus sentimientos, le habían impedido sacarlo. Siempre se trababa o zanjaba el tema, quizá por miedo del casi seguro rechazo o de quedar como una niña idiota que se creía los cuentos. Y sobre todo, ahora se sentía peor de idiota porque se había hecho ideas erróneas de que Alfred estaría esperando algo de ella después de Rusia cuando, la verdad sea dicha, él no era de los que esperaban, más bien, era de los que se buscaban otra para seguir con su vida de libertino y se acabó. Así era siempre y ella no podía fingir que sería diferente con ella. Sus palabras la detuvieron en seco, pero más aún el golpe sonoro que emitió la mano de Alfred al estrellarse contra quién sabe qué cosa. Dio un respingo y se volteó para ver lo que él estaba haciendo. Su pregunta le provocó la risa. No una nerviosa, sino una desesperada y casi de broma. ¿Qué quería que le dijera? ¿Es que era tan difícil? Se llevó las manos a la cara y se rascó la piel del cuello, exasperada, como una maldita adicta a las metanfetaminas (esa droga muggle). Se quería ir ahora más que nunca porque lo odiaba profundamente. Quería que se lo gritara y estaba por lograrlo. Alfred estaba a nada de derrumbarle la pared de hierro que ella se había forjado con el tiempo. Una pared fabricada meses atrás con el asunto de James, una pared reforzada por acero ruso y que ahora venía a estrellarse contra un ariete de juguete que, ridículamente, la iba a romper.

Siguió su casi camino hacia la puerta de salida, cuando le cortó el paso. No la quería dejar escapar otra vez. Pero tenía que haberlo visto venir. Así era siempre. Si él trataba de huir, ella lo atajaba y viceversa. No tenía escapatoria más que tratar de hacer acto de desaparición por arte de magia, pero eso sólo significaría que estaba todo terminado. Y eso estaba muy lejos de tener un final. Al final reprimió sus ganas de quitárselo de encima, se entregó al momento del roce de las frentes y se tuvo que armar de valor. La reacción que tuviera ya no estaba en sus manos. Pero si no se lo decía, seguro reventaba. Y la acarició, para calmarle ese humor de banshee que se cargaba y que sólo vaticinaba destrucción. Ella quería hacerlo también pero se contuvo, quizá por autocontrol, quizá porque no se sentía tan fuerte como para soportarlo. Quizá porque le gustaba más que él la tocara porque le traía paz de una forma muy bizarra.

Me aterras, en serio — comenzó ya más serena y alzó sus manos para tomarlo del rostro, necesitaba que la mirara bien— y también me vuelves loca y estoy harta, muy muy harta de eso. Ya no sé qué hacer contigo. Irme a Rusia no bastó, al contrario, te la pasaste jodiéndome la cabeza una y otra vez — se mordió el labio inferior — Quiero que me digas lo mismo que me dijiste estando borracho en el loft, pero quiero que ahora lo hagas sobrio y de forma honesta — lo soltó con el nudo atorado en la garganta y le puso los puños en el pecho — Y si no me dices pues que sea de una vez, para que así pueda golpearte hasta que me canse y después irme a emborrachar con Ellie para fingir que se me olvida todo por unas horas — se frotó la cara y ya exasperada le soltó lo que le venía a decir prácticamente — Porque yo sí te quiero, pero te quiero para mi sola, no te quiero compartir con suripantas que te encuentres en bares porque entonces me vería obligada a dejarlas ciegas a las muy hijas de perra — soltó ahora sí, riéndose de nerviosismo y para evitar quebrarse como una niñita tonta — Ya Alfred, di lo que sea pero dímelo, que te juro por dios que estoy a nada de golpearme la cabeza contra la puta pared — finalizó en una actitud ansiosa que dejaba entrever que todo eso realmente era nuevo para ella y que se le estaba saliendo de las manos.






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Mensaje por Alfred Mayer Miér Feb 18, 2015 5:51 pm



Eso era lo que pasaba cuando estaban tan cerca. Alfred se quedaba embobado mirando cada gesto de Zelda, cada centímetro de su piel, la sombra coloreada que daban sus cabellos, la intensidad con que se mordía los labios y las ganas de ser él quien los ultrajara... Por más los gritos o con clama que hablase no le escuchaba una mierda lo que le decía. No podía. Por más que intensase concentrarse, cerrar los ojos para no verla, igual se perdía en las sensaciones intensas que lo dominaban con el simple gesto de acariciarle la mejilla o esos labios divinos que se entreabrían con hermosura pidiéndole quien sabe que cosa. Alfred no era idiota, Zelda lo volvía así, y eso era terrible.

Se iba a cagar en todo lo pensado e iba a besarla, sin saber si ella lo había estado insultado o confiándole una desgracias familiar, sin tener más respuestas que sus ganas de arrinconarla contra la pared, de usar sus manos para desnudarla y poder besar hasta lo invisible. Importándole una mierda las consecuencias, porque ahí y ahora no había lugar en su mente para nada más que satisfacer sus deseos... Sexuales, terribles, pero cariñosos y tiernos como él también podía ser: de hacerla reír y amarla un rato, que se sintiera especial y cálida entre sus brazos, por eso la abrazaba mientras ella se reía nerviosa y el sonreía enamorado, tonto, perdido en los diálogos.

Le recorrió la espalda, hasta llegar a su nuca y obvió las distancia para besarla suave, acallarla un rato, responder con lo único que tenía para darle a la pelirroja perfecta, que podía embobar a cualquiera, muchos mejores y renombrados decentes que él. Si quiera metió legua, y tuvo que respirar contra sus labios antes de tragar y hacer espacio en su boca para otras cosas. Cerró los  ojos - suripantas... - sonrió por saber que era lo único que recordaba de todo su discurso - tu eres una, hermosa... mi suripanta en llamas...- hizo hincapié en el posesivo y intentó besarla de nuevo en la mejilla, en el cuello, apretándola contra él, buscando su oído con la boca y su pecho con el propio - no vuelvas a dejarme... te amo mucho mucho mucho.... - y a cada mucho, un beso más , un beso divertido como él era, no el la boca porque ya se venía la cachetada, pero en la nariz, o en la comisura, en su cuello terso, en el escote recatado de sus prendas invernales.

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Mensaje por Zelda Fay Jue Feb 19, 2015 11:35 am



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La adormecía, la calmaba. Con cada mirada estúpida que le ponía él, ella respondía con una similar. Se podían aventar los trastes y golpearse hasta que les dolieran los nudillos, pero al final terminaban envueltos en sus propias pieles, olvidándose de todo lo pasado y comenzando de nuevo. Su confesión, hasta cierto punto, era un acto osado e intrépido tomando en cuenta que su orgullo muchas veces le había impedido mostrar sus sentimientos a alguien. Y si estaba ansiosa era precisamente por eso. A veces tenía la impresión de que Alfred a veces no la escuchaba y eso la frustraba, como en esos instante, pero era parte de él y había aprendido a aceptarlo así con el tiempo, porque al final del día, sabía que si la escuchaba. Era eso o que tenía la habilidad de la legeremancia y podía leerle la mente. Pero esa opción quedaba descartada, de ser así se habrían ahorrado muchos disgustos.

Las caricias en su cuerpo la hicieron estremecer pero también le provocó cosquillas. Se odió por reírse en un momento como ese pero lo hizo de forma involuntaria. No le duró el gusto porque fue cambiado por otro más grande. Se fundió en su boca y por vez primera en casi un mes, se sintió como niña de quince años que recibe su primer beso. Sí, estaba enamorada y tenía que aceptarlo. Enamorada del idiota de Alfred, ese que siempre se burlaba de ella y la hacía pasar malos ratos, ese que acababa por llevarla a tugurios de mala muerte, ese que hacía bromas cuando le contaba de su triste vida. Ese Alfred. Sintió que se le iba el aire y casi rogó por otro beso cuando se separó de ella, alzando ligeramente los labios. Le llamaba suripanta. No importa, pensó, me han llamado de peores maneras. Y de cualquier manera sí lo era en cierto grado, pero era suya.

Y entonces lo dijo. Sobrio, completamente en sus cinco sentidos. Zelda sintió que se le hacía un hueco en el estómago. Con cada mucho y cada beso depositado en lugares distintos de ella, a Zelda se le encendía la sangre más y más. El té o lo que fuera que le ofreciera al principio, quedaba en un quinto plano. Ya no quería –ni había querido- beber nada. Tampoco le importaba ya si los Mayer estaban ahí o no, si se habían ausentado por unas horas y pretendían regresar en breves momentos. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que podría estar por ahí Bruce. Se iba a dejar llevar y punto.

Las manos de la pelirroja se escabulleron por el cuerpo de Alfred hasta que llegaron a su cabello, del cual tiró suavemente para que la mirara. En ella se podía ver una sonrisa amplia.

Y yo te amo a ti... mucho... mucho... mucho — lo imitó, dejándole besos en el cuello y en la unión de éste y el hombro, luego en la piel de su clavícula, y de repente subió para darle un beso que sabía a posesión, a urgencia. Se le pegó tanto como pudo al cuerpo, empujándolo ligeramente hacia la mesa que tenía atrás.







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Mensaje por Alfred Mayer Jue Feb 19, 2015 1:18 pm



Cuando le tiró del cabello para que la mirase a los ojos le devolvió una mirada algo enojada y peleadora. Estaba a punto de besarle en las tetas!! aunque fuera por sobre la ropa, que no lo interrumpiese en medio de sus quehaceres!! Maldita! Pero en cuanto vio que ella sonreía y le decía lo que le decía y le seguía el juego y con besos y muchos, Alfred se dejó de tonterías, hizo a un lado la duda que le quedaba, esa que lo llevaba a pensar que le cruzaría la cara de una cachetada al próximo movimiento y la tomó por el culo a dos manos para presionarla contra él de la manera más indecorosa y vehemente que ese beso salvaje se merecía como acompañamiento.

Dieron con la mesa y no le importaba, la jarra al fuego hervía silbando chillona y tampoco así se iba a ocultar el ruido que sus propias manos estrujando las mil telas de Zelda, la profundidad de su respirar o los trastos tintineando por el vaivén de la mesa. Sin menguar la preción, re recorrió la espalda buscando donde podría hacerse un hueco para sentir su piel directa, desestimando la faena en un momento porque era demasiado esfuerzo y había urgencias. Llegó a su nuca a palma abierta y le hizo lo que quiso, para hacerse espacio, besarle su cuello divino, morderle con ganas la yugular. La deseaba tanto y la amaba muchísmo peor, que no había forma de que eso saliera mal... En realidad había mil formas pero no podía pensar en eso ahora.

- yo sabía que me amabas... - le dijo ronco en algún momento, para luego volver a comerle la boca, tironearle un poco del cabello también, ajustarla a su sexo con una mano que se desesperaba por hundirse en su cintura. Mintiendo porque no lo sabía, pero ahora ya! que no viniera a arrepentirse porque era tarde, se había ganado un lastre florido de por vida. No iba a dejarla escapar, por mucho que temiera que a una chica como ella le diera vergüenza escandalosa andarse de la mano con un tipo como él.

Unos ruidos escalera arriba le hicieron entrar en razón. Pero en vez de soltarla e invitarle a sentarse a tomar el te, le siguió besando hasta que encontró aire y espacio para bromear con los labios, mientras su mano encontraba espacio para tocarle entre las piernas aun y con toda la ropa - has despertado al niño con tus gemidos indiscretos... - Alfred podía ser romántico y tierno, Zelda lo sabía claro, pero también se desquiciaba a cada rato y ella lo ponía de maneras inimaginables y hace semanas que no la besaba, ni podía contentarse mirándole el perfil, o oliendo su perfume. Y había muchas ganas acumuladas de repetir lo que se había estado haciendo costumbre antes de su huida.

- Bruces! no bajes!! tengo una chica desnuda en la cocina! - no era cierto aun... Pero con esa frase podía joder al mustio de su hermano y un poquín a Zelda, dos pájaros de un solo tiro. De todas formas y como no era idiota, con una mano buscó una varita y hizo portazo candado a la puerta del recinto.

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Mensaje por Zelda Fay Jue Feb 19, 2015 5:54 pm



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La peor parte ya había pasado. Se encontraba más tranquila, estúpidamente eufórica, caliente y con ganas de celebrar su gran acontecimiento ahí, en esa cocina que estaba decidida a profanar importándole poco que después los Mayer tuvieran que preparar sus sagrados alimentos ahí. La forma en la que Alfred la sostenía, aferrándose a su trasero como si lo necesitara, como si La necesitara, le dejó en claro que él también estaba dispuesto a beberse todo de ella ahí, mancillando sillas, mesa, suelo, paredes, puerta. Todo estaba olvidado, todo perdonado. Comenzaba una nueva vida que decidió sanar en Rusia y que comenzaba de nuevo en Londres. Reescribiría cada capítulo desde entonces. No sabía si Alfred le sería fiel después de eso –lo cual le preocuparía horas después-, pero ella por lo menos si lo sería. Ya lo que su actitud coqueta provocase en otros sería punto y aparte. Mientras, para ella, estaba “tomada” de alguna manera. Y no le estorbaba para nada aquél apelativo. En sus oídos se escuchaba la tetera (o quien sabe qué cosa) al fuego como un silbido tenue y débil, uno que definía perfectamente que los dos estaban al punto y que explotarían en cualquier instante, sólo que se avivara el fuego, segundos más, y estarían desnudos entregándose el uno al otro. Romántico y cursi, pero así era.

La jalaba, la maltrataba, la besaba y la acariciaba. Ella se dejaba, plena y dispuesta. Por su parte, Zelda le despojó de la camisa semi abierta y mugrosa de tierra para dejarla caer al suelo y tenerlo con el torso desnudo. Le pasó las manos por los músculos de los brazos, lo abrazó y le palpó la espalda. Cuando sintió su sexo pujante contra los pantalones, muy cerca de su entrepierna, no pudo evitar ronronear. Fue entonces que escuchó a alguien afuera y se tuvo que detener, fría porque no tenía idea de quién era pero sospechaba, con temor, que fuese el Dr. Mayer. Se le estaba pasando por completo. ¿Qué pensaría su doctor de saber que su hijo, el mayor, estaba enrollándose con su paciente, la loca Fay que necesitaba medicarse cada tanto? Seguramente odiaría eso. Sobre todo teniendo en cuenta que se sabía su historial clínico y, en él, estaba lo del niño no-nato. Se puso pálida de repente. Pero cuando escuchó a Alfred llamar a esa persona externa “niño”, comprendió que no era su doctor, sino el hermano menor. El pobre de Bruce que tendría que soportar escucharla como jamás se le había ocurrido oírla. Ni siquiera le molestó lo que le gritó Alfred a su hermano, más bien, le provocó risa de alivio. Tan pronto como pudo, se jaloneó la blusa negra que llevaba fajada en el pantalón y se la sacó rápidamente, quedándose en brassiere. Con la puerta cerrada, Zelda jaló a Alfred de la nuca, le dio un beso y dejó los labios encimados en los otros.

Qué mentirota le acabas de gritar a Bruce — le dio un tirón a su labio con los dientes — Es mejor que conviertas eso en una verdad antes de que se dé cuenta que andas jugando con su mente pudorosa — agregó entre risas para tomarle de las manos y guiarlo hacia el broche del brassiere, esa prenda de encaje que, una vez desabrochada, liberaría la zona más deseada por Alfred y la que, quizá, le importaba más de todo su cuerpo.



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Mensaje por Alfred Mayer Jue Feb 19, 2015 6:30 pm




- oh! si!!! - Claro que lo iba a convertir en realidad, que le diera dos segundos y ni las botas llevaría aunque tuviera que tragarse el cuero literalmente, Y era capaz! Pero primero el sostén que ella le indicaba, desabrocharlo dejarlo caer y sonreír de lado al precioso regalo. Ella lo conocía tanto, que ni había que agradecer, con una suavidad que quien sabe donde encontró, le besó los pechos los dos, cada uno, juntándolos con sus manos, apretándolos entre los dedos, deleitándose con sus aureolas y pezones. Gigantes, sabroso y hermosos como Zelda entera. Las ansias eran infinitas y su objetivo ya no eran los jueguitos tontos de andar persiguiéndola por manosearla un rato. Ahora sería definitivo, para siempre, y aunque no pensara en eso exactamente, si lo tenía claro en su actuar. En la confianza de que sería así, que nunca se escaparía, que ella quería tanto como él compartirse sobre una mesa o donde viniera en gana.

Le recorrió el abdomen y llegó a sus pantalones negros, los desabrochó y metió mano mientras volvía a besarla, quería quitárselos y revolcarse con ella bien desnudos, sintiendo cada centímetro de su piel contra la de él ardiendo, pero estaba tan vestida... Por eso la alzó hasta posarla sobre la mesa, mancillando de las hierbas silvestres, para darle un beso tonto entre las piernas, entre la ropa y los pantalones a medio camino, haciéndose hacia atrás, estirándole una pierna a la vez, quitando una bota y otra. - Tócate - le susurró alzando la vista descarado un instante, mientras él se encargaba de la faena odiosa de quitar, zapatos, medias, pantalones...

Y en medio de todo ese trabajo necesario volvió a hablarle luego de besarle un dedo desnudo - esto es en serio, Zeldis... - Si se le hubiera ocurrido otra cosa, como "ahora eres mi novia" o "sé mi novia te lo ruego" lo hubiera dicho así, pero no tenía mente para tanto. Seguro cuando pudiera calmarse, cuando su pecho volviera al sitio y su cuerpo reposara feliz entre sus tetas buscaría un dulce anillado o una donna o un aro de cebolla y se inclinaría para ponérsela en un dedo equivocado. Pero ahora no, ahora se sacaba sus propios zapatos con cada pie, y tomaba las manos de Zelda para que dejase de tocarse y se dedicara a descubrirlo bajo el denin. Él se hacía cargo de sus pantys, poniéndole las manos a los lados de las caderas inclinándose sobre ella para recostarla en la mesa para besarla en la boca, en los pechos en el ombligo y meter la lengua entre las piernas. Su boca y sus manos aferrándose a los bajos de la pelirroja.

La deseaba tanto... Pero la quería tanto más, que todo lo que había pensado sobre complicaciones sociales podía irse bien al carajo!
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Mensaje por Zelda Fay Vie Feb 20, 2015 12:23 am



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Todo era muy diferente. Su manera de acceder a abrirse con él era distinta a la de antes, cuando terminaban follando por necesidad de arreglar una riña o por un desliz de borrachos. Ahora se entregaba no por quererlo utilizar –como sucedía si tenía necesidades y no había más con quién saciarlas-, tampoco por que se sintiera sola, mucho menos por querer demostrarse superior dominándolo. Era por cariño y, aunque sabía que eso estaba mal, que era un error y que era antinatural que le hubiesen cambiado los gustos de forma tan malditamente rápida, porque tenía que aceptarlo, a esas alturas debía estar en una aburrida cena con su familia y la del susodicho para sellar un compromiso demasiado joven, pero en cambio, estaba desnudándose, quedando a piel y nada más con el que era, quizá, su mejor amigo. El tipo dañino que nadie tomaba en serio –ni ella lo había tomado en serio numerosas veces-, el tipo que siempre acababa borracho quién sabe dónde y que se ligaba a cuanta tipa tuviera al alcance. Ese era al que quería más que a nadie y odiaba que fuera así. Porque podía casi vaticinar, aunque no fuese muy buena en adivinación, que le esperaba una vida bastante dura, que se vería atrapada por las garras de los celos incontables veces y que le daría muchos dolores de cabeza. Pero ¿¡qué carajos?! Se iba a acomodar a todo eso, le gustara a quien le gustara. Incluso se pelearía consigo misma de ser necesario. Porque ya no había una nueva hoja. Porque ya no quería una nueva hoja.

Se dejó acariciar los pechos, esa parte tan estúpidamente sensible cuyas terminaciones nerviosas Alfred despertaba con cada beso, con la forma en que los juntaba, apretaba y disfrutaba. Zelda cerró los ojos y se aventó al disfrute total. Que se joda Bruce, ya es hora de que se haga hombrecito, pensó con los sonidos que continuaban afuera, como si alguien –Bruce evidentemente- tratara de llamar la atención para que ellos dos no continuaran. Ninguno de los dos prestó atención a ello. Incluso, Alfred comenzó a sentirse desesperado –o eso pensaba ella- cuando lo tuvo quitándole los pantalones. A punto de caerse por el bulto que formaban en sus tobillos, él la levantó y la depositó en la mesa. Estaba a la altura, muy a la altura. Podía haberle bajado el zipper de los jeans. Pero no la dejó. Pudo sentir en su nariz el olor punzante del jengibre, canela, bergamota, hierbabuena y otras especias extrañas, bajo ella. Tanto trabajo desperdiciado y que tendría que compensarle de alguna manera. “Tócate”. Se quedó la palabra en su cabeza como un eco. Jamás le había pedido que se estimulara frente a él. No es que n lo hiciera, pero siempre pasaba cuando estaba sola. Se sintió confundida pero estaba ya tan dentro del momento, que cualquier petición era una orden.

Y sin más, una de sus manos se fue directa a la boca. Se lamió lentamente los dedos, claramente provocándolo, dado que sus ojos jamás se separaron del rostro de Alfred; inmediatamente se pasó las yemas por el cuello, dejando un rastro de saliva que se fue secando rápidamente al aire. Cuello. Luego uno de sus pechos, en el que dibujó un círculo alrededor del pezón. Y bajó por el torso. Luego el abdomen. Pronto, su mano se encontró debajo de las bragas de encaje rosa pálido. Ni un vello en el pubis. No quiso mirar a Alfred, porque a pesar de haberlo visto ya desnudo y habérselo cogido de formas inimaginables, sentía pudor al tocarse. Era ridículo. Se quedó mirando el techo, concentrándose en los movimientos de sus propios dedos, que jugaron inmediatamente con la perla que era su clítoris, subiendo y bajando, realizando fricción para que su cuerpo comenzara a humedecerse. Se mordió el labio cuando introdujo el anular y el dedo medio dentro de sí. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. El ritmo cardíaco se le comenzó a acelerar y la necesidad por abrir las piernas más fue imperativa. Una frase en la voz de Alfred bastó para regresarla a la realidad. Claro que todo eso iba muy en serio, por dios, estaba masturbándose frente a él, qué otra maldita muestra de amor necesitaba para hacerle entender que sí, que iba en serio y que no estaba bromeando cuando le decía que lo quería para ella.

Su única respuesta fue un gemido casi lastimero que reptó por su garganta y se le ahogó en los labios. Ya estaba desesperada, completamente ansiosa. Para su suerte, él le detuvo la mano. Presurosa se abalanzó contra sus pantalones, que empezó a desabrochar con la torpeza de quien tiene su primera vez. Se estaba poniendo nerviosa y no tenía ni jodida idea del por qué. Un beso la tranquilizó ligeramente. De pronto se halló acostada en la mesa, completamente. A su merced. Le haría lo que quisiera y ella no diría que no. Entendió sus intenciones conforme se hacía camino a besos y se preparó para lo que seguía, porque era muy, muy seguro que se soltase a gritar como si la estuvieran matando.

Oh si… esto va muy en serio — fue lo único que dijo antes de sentir su lengua en esa zona que ya estaba más que sensible.
No quiso mirarlo, porque tenía la creencia de que si se eliminaba un sentido, los otros se potencializaban. Si no veía, podría sentirlo mejor, escucharlo mejor. Sus manos se agarraron a lo primero que tuvo cerca. El filo de la propia mesa, un paño de cocina. Las sensaciones que provocaba él, que se empeñaba en hacer ben su trabajo, eran desmesuradamente imposibles de describir. Tenía ganas de cerrar las piernas, de abrirlas más, de reírse, de llorar, de golpearlo, de besarlo hasta que se le acabara la saliva. Respiró rápido, gimió sonoramente. Pidió por “más” o afirmaba con puros “Si” eufóricos y dementes. La volvía loca. Irreverente. La descontrolaba a niveles insospechados. Una de sus manos intentó alcanzar la maraña de cabellos oscuros de la cabeza de Alfred, pero cuando estaba por tocarlos, se le cerraban los dedos en un rictus extraño y terminaba apretándose un pecho, luego el otro; se restregaba la cara como si tuviera comezón y sus uñas pasaban de su cara, a la piel de su propio cuello, rasgando y dejando enrojecida la zona. La estaba volviendo loca. Más y más loca.



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Mensaje por Alfred Mayer Vie Feb 20, 2015 2:09 am



Lo que pensó que iba a ser una tontada, decirle que se toque mientras él se encargaba de lo pesado por no perder los impulsos ni el calentón improvisado, terminó siendo el espectáculo más maravilloso que jamás hubiese presenciado. Y eso incluía ir a burdeles a ver expertas en la materia. Pero como no haberlo esperado? no por nada estaba enamorado de ella hasta las bolas. Fue tan excitante, tan paradisíaco, que hasta le dio pena interrumpirla, pero al final había que admitirlo, quería ser él el que le diera placer, el que le robara gemidos, el que probara su humedad y se metiera en su sexo, con lengua, con dedos, con su miembro. Podía hasta sentir celos de ella misma, era una locura!

Alfred no estaba nervioso y siquiera había escuchado a Bruces dando vueltas, lo que si tenía era una ganas tremendas de follársela y de demostrar quien sabe que cosa. O más claro, que él pertenecía a ahí y nadie más que él podía ser su hombre y nadie más tenía comparación. Ahora tocaba el sexo, pero eso valía poco comparado con el resto de la vida. Aunque lo del sexo era lo más fácil, porque se creía mucho y con razón! Y hacerlo tan bien y con ganas con las manos, con el cuerpo, con la sola boca: recorrer sus labios, cada pliegue de su intimidad, su punto más sensibles sin descanso, hasta que acabara en su boca y gimiera por más. Por alguna razón extraña se encontró su mano con la de Zelda en el momento que se le hacían puño los dedos y recorrió con ella su cuerpo, sus labios, sus pechos a ciegas hasta que ella no pudo más y él se estremeció también pero no satisfecho sino terriblemente a punto.

- Eres hermosa, sabes riquísimo, te voy a follar hasta que...- Mil barbaridades mientras salía de sus piernas y pretendía subir a la mesa con ella. - ALF! Mira el reloj! - La re put!!- fue lo primero que gruñó ante la interrupción de la voz de Bruce, lejana pero clara. Pero así y todo, cabreado, empalmado, desnudo sobre Zelda con una pierna arriba y otra tanteando el suelo, se giró a ver el reloj mágico y vio claramente como la manecilla de "papá" y de "mamá" viajaba de "San Mungo" a "en viaje"... en cualquier momento "casa". Se tiró de los pelos, besó a Zelda en cualquier lado, porque eso era una mierda, pero igual nada! Y quería aparecerse ya aunque fuera en su dormitorio con ella, pero la evidencia igual había que llevársela. Quería reír pero estaba muy empalmado como para tomárselo a broma.

Rápido! actuar rápido. Varita en una mano, rescatada de entre las ropas directamente evaneció todo lo que vio por ahí: sus jeans, la camisa, las hierbas, la camisa de Zelda, sin pensar en como iban después a conseguir ropa para ella... aunque bien podía ser que la muchacha también estuviese ayudando y se hubiera agarrado algo. Y lo que quedara quedaba! Que no sería la primera vez que su madre tuviera que lavar sostenes desconocidos. - No pasa nada... - le dijo a Zelda, la abrazó así como venía y la apareció en su cuarto en la planta superior. Sin controlar si llevaban todos los dedos, solo dejándose caer en la cama desastrosa, buscando recomponer todo, buscando su cuerpo y que no lo rechazara, si era necesario la obligaba a abrazarlo. - Te amo! ya te lo dije? Beso!-

algo así pero más abarrotado y bohemio: el altillo dormitorio (?)
un rincón, y otro y todo así, ...hasta las ventanas así, y así

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Mensaje por Zelda Fay Lun Feb 23, 2015 4:14 pm



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Nunca se había sentido tan extremadamente necesitada de alguien. Era cierto, lo de James bien podría servir para dictaminar que esa afirmación era una mentira, pues todo el quilombo armado para que se quedara con ella había rayado la demencia. No obstante, era más desesperación, un capricho lo que había sentido por el jugador de Quidditch, que otra cosa. No. Por Alfred tenía sentimientos posesivos, celosos. Sentía que se podía morir si en esos momentos se arrepentía y le decía “no te amo”, sentía que todo el mundo se le derrumbaría encima como en un terremoto trepidatorio si a él se le ocurría la idea de dejarla, de decirle que no la deseaba. Sentía que podía sacar el lado más oscuro y corrupto de su corazón si alguna fulana amenazaba con alejarlo de ella. Él la hacía sentir viva. Era un remolino de contradicciones, porque estaba segura que en algún punto llegaría a aventarle algún plato o a romperle una botella en la cabeza, porque la exasperaba. Pero también estaba segura que en el momento que eso se le ocurriera, se detendría de inmediato. Porque no se veía lastimándolo. Ya no huiría de nuevo, no se iría de viaje. Se quedaría ahí, percibiendo cómo la lengua ajena recorría los pliegues extremadamente sensibles de su sexo.

Estuvo a punto, justo en ese momento en que sus piernas y el resto de su cuerpo se pondrían a temblar, anunciando el orgasmo, cuando una voz juvenil y masculina, externa a ellos dos, gritó algo que provocó que la pelirroja volteara hacia el reloj que se empotraba a la pared. Toda la libido desapareció. Se puso pálida. “Mierda, mierda ¡mierda!” gritó mentalmente cuando notó a qué se refería Bruce con el reloj. Los Mayer estaban por arribar a la casa y disponían de poco tiempo para arreglar todo eso y fingir que nada pasó. “Las remil putas” volvió a quejarse en su mente mientras ayudaba a Alfred a levantar lo que quedaba de su ropa. Aún no encontraba su sostén y se puso a tentar por todos lados hasta que lo halló debajo del trapo de cocina que, segundos antes, estaba apretando como desquiciada. Se sentía culpable por profanar un lugar donde cocinaban sus alimentos el doctor y su señora esposa. Ya se los compensaría, pero necesitaba acabar todo eso. Porque no dejaría que esa reconciliación se quedara a medias. Iba a follarse a Alfred como jamás en la vida. Lo haría de forma que se olvidara de las putas a las que recurría de vez en cuando, las fulanas de los bares, las otras suripantas de la universidad. Ninguna otra mujer tendría cabida en su cabeza que no fuera ella. Estaba decidida, completamente.

Alfred no tardó en reaccionar y los re-apareció en su alcoba. Zelda, que apretaba el sostén contra su pecho, se quedó atónita de ver la selva que constituía ese cuarto. Era como el laboratorio de un científico loco. Pero no tuvo ni quería tiempo para examinar aquello. Estaba desnuda, caliente y con ganas de continuar lo truncado en la cocina. Y más le valía a Bruce no abrir el pico y decir que ahí estaba ella con Alfred o le rompería la cara. Aventó el sostén quien sabe hacia dónde y no le quitó la mirada de encima al muchacho, que ya retomaba el acto. Zelda, por su parte, no podía dejar de sonreírle. Era algo irreverente, estúpido. No sabía cómo había acabado ahí pero no se arrepentía en absoluto. Medio se levantó de la cama y lo jaló por el cuello para darle un beso en los labios y juntarlo en ella, pecho con pecho, para que se encontrara justo encima. Sus piernas se volvieron a separar para darle espacio y que embonara con su cuerpo, tibio, que rogaba por él. Siguió besándolo hasta que lo tuvo lo suficientemente encima como para tentar su pelvis y encontrar lo que urgía por tener dentro.
Se mordió el labio inferior y miró hacia abajo.

¿En qué nos habíamos quedado? — inquirió juguetona — Ah… ya me acordé — entonces levantó la pelvis y lo guio para que se adentrara en ella; sus labios atraparon los de él y cuando lo sintió profundo, tuvo que morderlo por la sensación tan placentera y enteramente liberadora que comenzaba a invadirla — ¡Ay por dios… te extrañé... tanto! — exclamó casi pujando la última palabra mientras su rostro se crispaba en un rictus de puro e intenso placer.




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Mensaje por Alfred Mayer Lun Feb 23, 2015 5:21 pm



La gloria misma era, que Zelda abriera sus piernas así de rápido, porque por más interrupciones Alfred llevaba un calentón de antología y quería follarsela pero ya! Se acomodó sobre la cama deshecha, medio de rodillas, medio inclinado hacia delante, acariciándole las piernas con una mano, tocándose con la otra, besándole en la boca porque ella estaba en ese plan y se lo agradecía, pero también esquivándola de a ratos porque quería comerle las tetas. No fue hasta que estuvo dentro, como si al final de tanta vuelta pisara terreno seguro que se ordenó un poco, solo para hacer todo más desquiciado. Dos manos a las caderas de Zelda, alzarla algo desde la cola para que quedase sobre sus rodillas, más cerca de su pelvis, lo más cerca que se pudiera, y luego estrujarle las carnes del culo hermoso que tenía, para dar el ritmo que él necesitaba, el ritmo desesperado de penetrarla hasta el fondo más de una vez, más de diez veces con unas ganas descontroladas que bien se notaban en sus suspiros guturales.

- tanto... - dijo en algún momento y abriendo los ojos la vio tan pero tan hermosa que algo dentro se le calmó. O sería la muchísima energía desbocada de los minutos anteriores que ya había podido canalizar algo. Con una sola mano siguió en sus caderas, porque no iba a salirse aunque necesitase que ella pusiera el impulso ahora. Con la otra, fue subiendo por su cuerpo, mirando el recorrido de su mano normal, como se "recortaba" en la luminiscencia de Zelda mientras le atravesaba el torso, llegaba a sus pecho y lo pasaba de largo solo porque quería seguir andando, confrontarlo con sus cabellos rojos, tocarle la mejilla, colarse en sus labios. - No tienes ni puta idea lo hermosa que eres... - le dijo, porque necesitaba decírselo, porque hasta él se asombraba.

Pero estaban ahí para follar duro, no? Bueno, aunque fuera con más calma, eso seguía por los bajos. Es que, le gustaba verla así estirada sobre las sábanas de cualquier color, haciendo contraste, iluminándose desbocada. No es que la quisiera más por ser semiveela, pero eso tenía un plus especial que no podía negarse. Se inclinó sobre Zelda para besarla en la boca, para sentir sus pezones desnudos sobre su propio pecho, para estar más íntimos, para terminar apretándola por la cintura, abrazándola con amor, y volverse a erguir ambos como sentado en la cama, que era otra buena posición para llenarla hasta la bolas... y tener sus tetas a la boca, tal cual! - tengo que poner un espejo en el techo, para que te veas! - Se rió de su magnífica ocurrencia guarra y fantástica, y miró al cielo velado, antes de volver a llenarse los labios del sabor salado de su piel hermosa.

En un momento llevó las manos a su culo de nuevo por inercia de necesitar que ella fuera más rápido, pero se contuvo de andar mandoneando todo como si el fuera el único que necesitaba satisfacerse. La tomó de la nuca y le mordió el cuello, la oreja, los labios, - te gusta así? - se refería a la posición, a si lo estaba pasando bien, si se sentía tan "contenta como él". Sus labios al cuello de nuevo, a morderla tironeándole un poco del cabello. No podía más y se notaba en la forma que su respiración se le cortaba, quería acabar porque iba a explotar sino. No se lo avisó simplemente se corrió dentro porque igual ya habían hablado de esas cosas y ni modo que fuera a poder evitarlo.

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Mensaje por Zelda Fay Lun Feb 23, 2015 6:12 pm



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Y ahí estaban, fundiéndose el uno con el otro. Compartiendo la carne que, en otros días, se habían negado. Zelda estaba rebosante de sensaciones. Cada vez que se internaba en ella, que se aferraba a sus glúteos, que le tomaba las caderas para manipularla a su antojo y le devoraba los senos como si ese fuera su último platillo antes de morir, la semi-veela se sentía cada vez más llena, más satisfecha y menos triste. Cualquier acontecimiento pasado se borraba de su mente y no valía la pena almacenarse en su memoria. Lo que era suficiente para ella era abrir los ojos en su estupor, para admirar el rostro de Alfred, sudoroso, que cambiaba de muecas según el grado del placer en el que se encontrara. Sabía que en serio la quería, que no era un chiste como esos tantos que le soltara a diario. Ya no se entregaba a él por la necesidad carnal de desfogar las ganas que tenía por tener simple sexo sin sentimientos. Ahora abría ese par de muslos suyos, con toda la intención de dejarle en claro que lo disfrutaba, que se concentraba en él, que no encontraba otra razón para estar con nadie más. Se sintió humedecer y la fricción cada vez la despertaba más y más.

En ese momento, estaba tan entregada al acto, que no pudo reírse o molestarse ante la broma de poner un espejo para verse. No le importaba, si quería poner un jodido espejo, ella no lo detendría. Podía incluso someterla a sus fantasías con disfraces o juguetes y ella no diría que no. Lo único que lo que, seguramente, se iba a negar era si le sugería un trío, pues estaba tan estúpidamente enamorada que no soportaría la idea de compartirlo con nadie más. Sucumbió a la caricia de piel a piel, al camino formado por su mano sobre su cuerpo mientras la embestía provocándole los suspiros más profundos, los gemidos más sonoros y los gritos desesperados que reptaban por su garganta. De repente lo sintió cerca. Lo supo. Y Alfred parecía leerle la mente. La alzó para tenerla encima, sentados ella sobre él. Zelda se obligó a aguantar, a gastar lo que le quedaba para estallar como dios manda. Y lo hizo. Se frotó contra él en una velocidad rápida y constante, acción que fue incentivada por la sensación de su boca en sus pechos.

Y se volvió a sentir morir. Piernas y brazos se le crisparon. Le tembló el cuerpo y un solo grito liberador salió despedido de su boca. Había terminado satisfactoriamente y él se había corrido dentro. Ya no le importaba. Si la llenaba de él y no se tomaba la jodida poción le daba igual. Lo que le importaba, es que habían terminado juntos, llegado al clímax amándose y no por una riña. Se sintió en paz. Felíz y plena. En un arrebato amoroso, lo abrazó como si temiera que se fuera a desvanecer ahí, tan unido a ella. Le acunó el rostro entre sus pechos y luego le levantó el rostro. Estaba sudada y, aunque las gotas se le escurrían hacia los ojos, lo miró casi con devoción.

Te amo — le dijo sonriente, incrédula de que esas palabras salieran de su boca mientras recuperaba el aliento — Te amo tanto.




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Mensaje por Alfred Mayer Lun Feb 23, 2015 9:12 pm



Quizá fueron dos segundos, pero cerrar los ojos sobre los pechos de Zelda, así abrazados era la eternidad misma. No más peleas, no más desencuentros, acariciarle la espalda, besarle con suavidad el escote y verla hermosa como nunca a pesar del sudor o los cabellos al viento. - Yo más! - como si fuera una competencia, y le acomodó el pelo detrás de la oreja y la acostó en su cama, pasandosé una mano por su propio rostro, peinandose y despeinandose, medio descreído de lo que estaba pasando ahí. No arrepentido, ni culposo ni nada de eso, solo... que luego del frenesí siempre venía la calma y ahí era cuando la cabeza se ponía a andar.

- esto es culpa de rusia?... no lo recuerdo de antes - le dijo dándole un beso en el pezón perforado, una lamida graciosa, riéndose un poco para luego voltearse a buscar cigarrillos que seguro había en su mesa de noche y que sabía Zelda apreciaría como el agua misma. Mientras la pelirroja prendía uno para ambos, volvió a tocar el aro indiscriminadamente, objeto fetiche al que no había podido prestar atención antes, y decidió que le gustaba muchísimo, más allá de que significara que otros habían visto sus tetas. Que seguro había muchos, y que seguro en la misma Rusia se había acostado con quien sabe quién. Pero bueno, así era la vida, todos tenían un pasado y un futuro y esas cosas. - Tienes que volver?... digo... a trabajar y esas cosas? -

Ahora, el silencio daba paso a los sonidos del resto de la casa, a saber que no solo no estaban solos, sino que justo quienes rondaban eran sus padres y el médico de Zelda, y todas esas mierdas a resolver... Pero luego. Paseando desnudo con su miembro en reposo, que eso no era una película porno sino la vida misma fue hasta una enredadera extraña a arrancar un poco, a trezarlo entre los dedos haciendo alguna artesanía. - Nunca habías estado acá arriba, no?... Mi castillo del amor! - abrió los brazos como mostrando el lugar y volvió hasta Zelda para arrodillarse sobre la cama a su lado, para tomarle la mano con las dos suyas, e inspeccionando sus dedos, elegir uno para colocarle el anillo de fantasía vegetal recién hecho. - Con este anillo te desposo! - dijo sin seriedad ni fingida, con el cigarro a un lado de la boca, lo cual le daba un tono de pirata o ganster mal habido.

Y ahora seguía el... "tenemos que hablar", pero no quería. Su padre iba a matarlo! A cortarlo en pedacitos!! Mejor pasarle el cigarro a Zelda para poder volver a jugar con su cuerpo. Para besarle el abdomen y hacerle cosquillas con la lengua.

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Mensaje por Zelda Fay Lun Feb 23, 2015 10:50 pm



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Después de semejante desfogue, Zelda comenzó a sentir que sus músculos pedían descanso, al igual que su cabeza. No fue necesario sugerirlo, Alfred pronto la acomodó en el lecho y ella agarró las sábanas y se cubrió con ellas, más por el frío que por el pudor. Antes de cubrirse el pecho, él notó un pequeño arete que llevaba bien agarrado a su pezón izquierdo. Se lo tocó. Ya no le dolía. Tenía, desde los quince, el deseo de perforarse alguna parte del cuerpo y desde que sus senos eran lo que más le gustaba de su cuerpo –tanto a ella como a él- se le había hecho una muy buena idea ponérselo ahí.

Es culpa del vodka — dijo recordando esa noche en que una compañera del ministerio la había convencido, “tú te haces una perforación y yo me tatúo la nuca” — ¿No te gusta? — inquirió, pero su pregunta fue respondida de inmediato con un beso en la zona y una lamida que la estremeció, es que ahora estaba tan sensible. Zelda se acomodó el cabello desordenado y sudado y se recostó sobre las almohadas de estampados vegetativos. Ahora que podía apreciar esa habitación, notaba la pasión de Alfred por las plantas, algo que sabía que existía debido a que se la pasaba estudiando raíces, especias y plantas diversas, pero no pensaba que amaba su carrera al grado de convertir su habitación en un invernadero. Se abrazó as piernas ya cubiertas de las sábanas y ladeó la cabeza, luego tomó el cigarro que le ofrecía –lo cual agradeció con el beso que le estampó en los labios- y lo encendió, le dio una larga calada y exhaló el humo que se fue a esparcir por el aire. Escuchó la pregunta e inmediatamente negó con la cabeza — No. Puedo volver si quiero. Me dejaron muy en claro que les interesaba que yo continuara trabajando para ellos y que, si quería, podía mudarme allá y tomar el empleo ipso facto una vez que me recibiera de la carrera — volvió a dar una calada y lo miró — Pero yo no me voy si no te vas conmigo — agregó esbozando una sonrisa mientras soltaba el humo.

Continuó mirando el recinto. Las botellas de diversas formas que colgaban de una ventana, las macetas con plantas que no lograba identificar. Era como dormir en la selva. Fue entonces que recordó el regalo que le había traído desde Moscú.
No… jamás. Pero me gusta. Me gusta mucho. — dijo mientras se estiraba para recoger su bolso y tentar en el interior, ese interior casi infinito gracias a un encantamiento, para encontrar una caja, cuando volteó para ver dónde se encontraba Alfred, lo encontró arrodillado y desnudo en el suelo, tomándola de la mano para deslizarle un anillo hecho de algún tipo de planta; ella observó el acto con el corazón desbocado. Sabía que no se estaba comprometiendo con ella en serio, sino más bien, era su forma oficial de hacerla su novia, su pareja. Se miró la mano nívea con ese aro verdoso y resistente, con una sonrisa que iba de una oreja a la otra, muy amplia. Sí que quería eso, pero tenían que hablar a lo que se atendrían con esa decisión.

Estaba segura que, por lo menos el Dr. Mayer, no vería con buenos ojos que su hijo mayor anduviera formalmente con su paciente, la hija de los Fay, que estaba demasiado dañada y necesitaba medicamentos, que se cubría las cicatrices de sus brazos con una pomada que las desaparecía por veinticuatro horas, que había abortado un niño. Su sonrisa se borró de repente. Jeanne pegaría el grito en el cielo si se enteraba que su hija andaba con un muchacho que no aprobaba y su padre se encontraría reticente aunque más abierto. Cerró la mano del anillo y la metió debajo de las sábanas, nerviosa. Porque ahora que ya había cumplido su objetivo de follar, podía pensar. Y eso siempre jodía las cosas.

Tu padre me va a matar. Me va a correr de tu casa. No me va a querer ver. — se restregó la cara con la mano libre — Carajo… — se dejó caer hacia atrás en la cama y miró el techo, entonces le estiró el paquete — Tu regalo de bodas — dijo sonriendo desganada.

Adentro de la caja se encontraban dos botellas de porcelana, pintadas a mano, para que él pudiera ponerle especias o tónicos que fabricara. Se acostó sobre un costado y abrazó una almohada.

Si no te gustan te mato. Me costó mucho que me las vendieran. Supuestamente son muy viejas y pertenecieron a un alquimista de un Zar— comentó esperando que abriera la caja — La dependienta me contó una historia romántica en torno a ellas, pero no te la voy a contar porque es muy cursi — finalizó mordiéndose el labio inferior.



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Mensaje por Alfred Mayer Mar Feb 24, 2015 1:01 am



Alfred era como un científico loco. No un genio de coeficiente intelectual a envidiar, pero si su vocación era clara desde Hogwarts por las hierbas: era muy bueno en lo que sabía y se lo tomaba con seriedad de adulto. Sobretodo lo disfrutaba como a ninguna otra cosa, y por eso su cuarto era así, sus cigarrillos eran propios y llevaba una carrera en la universidad con notas de lujo que varios podían envidiar. Aunque también fuera a fiestas, hiciera sociales con todo dios y encontrara tiempo para corretear desnudo, simplemente para él, la herbología no era esfuerzo, sino pasión desbocada a la que tenía que volver unas cuantas horas al día para sentirse pleno, ya fuera a leer en artículos novedades verdes o libros antiquísimos que recién llegaban a sus manos, para practicar experimentos con sus propias plantas y hacer bebes plantunos nuevos y sonrientes, para arreglar los jardines de Brigantia y conseguir las mejores flores a Hersilia o cortar especias para su madre y prepararle las conservas de comida o medicina....

También y no menos importante, liarse sus cigarros especiales, como el que se estaba fumando mezclado tabaco con hierbas chinas anisadas, que pasaba de boca en boca entre besos y comentarios sobre Rusia que escuchó atentamente, quizá porque Zelda estaba cubierta por las sábanas, quizá porque le interesaba demasiado donde pensaba estar ella manaña. - Cuanto te falta de carrera? - preguntó, aunque tenía mucho más que decir pero primero el anillo y tirarse con ella en la cama a llenarla de besos!!

Pero Zelda mencionó a su padre y si bien él estaba pensando en lo mismo... - no te va a correr a ti, me va a matar a mi - quiso explicarle y se sentó en la cama para ahora si llenarla de besos!! PERO... le tocaba recibir regalo por aguantar su ausencia. No abrió la caja de inmediato, primero le acomodó el cabello y le agradeció, le beso la mejilla y los labios y la empujó un poco para que le hiciera lugar en la cama. Ahora si con el regalo tapándole el bulto abrió la caja y sonrió sorprendido. Si Zelda no explicaba seguro que él ni se enteraba que era eso, pero de solo mirarlas ya se le ocurrían exacto que brebaje podían caberles. De todos modos, las volvió a poner en la caja y la guardó debajo de la cama donde ninguna planta asesina iba a llegar a destrozarlas, y en el mismo gesto se dio la vuelta para estirarse junto a Zelda y levantarle la sábana por querer verla desnuda. Otra vez!

Bueno, en realidad había ido a espiar el anillo estúpido que le había regalado con mucho amor pero que era una nada comparada al regalo seguramente carísimo que Zelda podía procurar. Alfred no era de pensar esas cosas, pero "esas cosas" venían a ser parte de las "cosas" sobre la que esa relación tendría que navegar. Como que él vivía con sus padres y nunca había pensado en ahorros para andar haciendo regalos caros o poder alquilar un piso, o que ahora quería apurar el conseguirse un trabajo. No es que los Mayer no tuvieran dinero, eran profesionales conocidos, pero él era un crío y siempre se había pensado así, viviendo con sus padres hasta cumplir cuarenta o... por lo menos terminar la universidad... Y Zelda ahí con su gran mundo de becaria en Rusia. Y Alfred tan sencillo en su ático de plantas....

Todo eso estaba muy confuso para su nivel. Tomó el cigarrillo una vez más, fumó y lo apagó para quitarlo de en medio, para meterse bajo las sábanas y abrazarse a la pelirroja. - escúchame una cosa... - como decirlo para que no se ofendiera? pensando que él la negaba o algo peor...- no vamos a decir nada a mi viejo. O sea, no nunca, solo no ahora... Digamos que lo que estoy haciendo va en contra de su ética profesional y pondrá el grito en el cielo...- le dio un beso en los labios - Porque él no sabe lo que te quiero de verdad... Y pensará que es una estupidez mía más, pero no es así... Tu madre también pensará que no valgo nada... Pero mañana te compro un anillo de verdad que le puedas presumir a Ellie... ya quítate eso.

Luchó para hacerse con su dedo y quitarle el anillo bobo pero terminó buscando su pecho para apoyar la cabeza ahí, como de costumbre, ella abrazándolo a él y no al revés como dictaba la ley machista. - Ahora cuéntame el cuento cursi, que yo soy como un niño y quiero mis historias!!... - Ella era la literata del duo, Alfred, el que igual nada de niño, le estaba acariciando el culo a dos manos, pero con un cariñoooo

vi esto y pensé en ti *-*
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Mensaje por Zelda Fay Mar Feb 24, 2015 12:39 pm



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No se dio cuenta hasta momentos después de dejar de fumar, pero aquél pitillo ofrecido por Alfred tenía un sabor extraño. Hizo un extraño sonido con la lengua y se puso a “degustar” aquello que le parecía fuera de lugar. Tenía un sabor parecido al de los cigarros mentolados, ligeramente más agradable, casi no sabía a tabaco y el efecto relajante de la nicotina era más potente. Claramente no era algo que Alfred hubiera comprado en una tienda, no le sabía a algo que se encontrara en el mercado –ni siquiera podía decir que fueran cigarros de clavo–. Entonces recordó el sabor que despedía una bebida que se tomaba más bien como digestivo. Anís. Muy ligero junto con otras hierbas que no conocía. Le dio una calada más, saboreando el humo que entraba a su boca y se resbalaba por su esófago hacia sus pulmones. Era algo nuevo qué fumar y agradeció que Alfred los tuviera porque ahora estaba decidida a tener un paquete de ese material para su consumo. Fue entonces que cayó en la cuenta. Él era una especie de alquimista. Mezclaba hierbas, las hacía crecer en su propia habitación y experimentaba con sus cosechas para producir material distinto para pociones o, en ese caso, cigarros. Por eso no los había probado en ningún otro lugar. Porque eran hechos por él.

Zelda no dudaba del talento de Alfred, pero estaba quizá tan embebida en las fiestas y los momentos de ocio que compartían, que había visto realmente muy poco de su desarrollo escolar. Claramente no tenía bajas notas porque, de otra manera, no estaría en la universidad pero desconocía más allá de eso. Entonces se descubrió mirando a Alfred con una especie de admiración o respeto profesional. No, no era un periodista –y esos la volvían loca, loca- pero era un herbólogo. ¿Cuándo en su vida iba a pensar en salir con uno? Su madre siempre la había empujado a salir con fulanos ricos que eran doctos en leyes mágicas, periodistas, deportistas, médicos. Era esa, quizá, la razón por la cual Jeanne no vería con buenos ojos que anduviera con Alfred aun así fuera rico y de sangre pura. Aun así y estuviera en deuda con su papá por haber salvado a su única hija de un accidente que casi le cuesta la vida. Simplemente Alfred no cumpliría sus expectativas si no representaba más riquezas que las propias y eso significaba que: una, debía tener su propio consorcio de pociones y tónicos (algo así como una empresa), o dos, tener en su haber algún título nobiliario o un lugar estratégico en el Ministerio. Pensamiento hipócrita en realidad dado que Zelda lo único que tenía de “alcurnia” era su segundo apellido y un par de familiares famosos muggles. Ahí, más bien, quien estaba debajo de la cadena jerárquica no era él, sino ella. Pero hacérselo entender a Jeanne era como intentar meter un hipopótamo en una madriguera de conejos.

La pelirroja se puso a pensar unos instantes cuando Alfred le preguntó algo y ella tuvo que regresar a la realidad entre su voz y las caricias, los besos.

Un año y  medio — respondió echándole el humo en la cara — Tengo suficiente tiempo como para volverme famosa y escribirle al ruso ese para que me ofrezca una casa y un mejor sueldo en Moscú — comentó pasándole los dedos por el torso en modo juguetón — Eso si antes no decido irme a otro lado porque en Rusia a una se le congelan hasta las ideas, es estúpidamente frío… aunque la nieve es preciosa… igual no me quiero congelar las tetas de nuevo — finalizó encogiéndose de hombros mientras se miraba el anillo del pezó. Vaya locuras que hacía cuando estaba sola y con demasiado alcohol en el sistema.

La respuesta al siguiente tema la hizo comprender que, en efecto, la que menos estaba en problemas era ella. Después de todo, Alfred era el hijo del doctor, si su padre quería fácilmente y con una mano en la cintura, podía reprenderlo por la estupidez de andarse follando a una de sus pacientes más asiduos. Estaban jugando con fuego y se balanceaban en una cuerda floja. Pero ella estaba dispuesta a arriesgarse la cabeza si con eso hacía felíz a Alfred.

Buscaré otro doctor — atajó de inmediato con sus ojos azules concentrados en los movimientos de Alfred por hacerse hueco en la cama — Además… ya no estoy tan enferma — mintió a sabiendas que esas crisis nerviosas no se le iban a ir nunca. Prefirió espantar esos pensamientos pesimistas de su cabeza y observar cómo Alfred desenvolvía el regalo para admirarlo unos segundos, volverlo a meter en la caja y deslizarlo por debajo de la cama. Frío abrupto. Zelda quedaba desnuda de nuevo.

Era un momento demasiado íntimo como para desperdiciarlo. Le acarició la piel de los brazos, le picó las costillas y luego le masajeó la cara con una mano, deformándola, mientras él le inspeccionaba la mano del anillo vegetal. Era un regalo sencillo, un gesto romántico sin ser cursi. Y eso, a pesar de los lujos a los que estaba acostumbrada, le gustó. Claro, ya había visto millones de anillos de diamantes con quilatajes estúpidos y ridículos. Su madre misma portaba uno en el dedo que lo presumía junto con la historia de su compromiso. Y sus amigas, las que se habían casado después de Hogwarts, ahora vivían en sus castillos de Essex o York, con gemas que se veían demasiado ostentosas y barrocas. Ella, en cambio, tenía lo que llamaban un “anillo de promesa”. Esa tira hecha a mano que, en su cabeza, valía mucho más que un caro anillo de Tiffanys y que si bien no anunciaba un compromiso para un matrimonio cercano, si significaba que estaría con él y ya. Alfred la abrazó y ella acomodó la cabeza en su hombro. Fue entonces que todo se puso muy serio. Pero era de esperarse. Ninguno de ellos había pensado que eso se convertiría en algo formal. Lo escuchó, sin sentirse ofendida por no quererla inmiscuír en su familia tan rápido. Por dios, ella tampoco planeaba hacerlo. No pudo evitar la risa con la idea de un “anillo de verdad” y ante la amenaza de quitárselo, alejó la mano. No le iba a permitir que se lo quitara. Que se jodiera si a él no le gustaba. Lo acunó contra su pecho y le acarició la cabeza, como peinándolo con los dedos.

No te preocupes por mis papás. Menos por Jeanne. Ha jodido tanto su vida y su propio matrimonio que sería hipócrita que se pusiera de digna a decirme con quién estar o con quién no — le besó la coronilla y luego le pellizcó una mejilla — Y no me compres un anillo. Este me gusta. Además, yo para qué me quiero acalambrar la mano con una piedra horrible. Pídele a mi abuela el de su mamá. Ha estado esperando por años para dárselo al tipo que ha de quedarse conmigo — puso los ojos en blanco y le besó los labios — Ay no… es muy ridícula — respondió en tema del relato, pero Alfred era como un niño chiquito que le gustaba oír esas cosas — Me dijo algo así como que el zar de Rusia se enamoró de una princesa de Bavaria o algo por el estilo, el punto es que la dichosa princesa no quería estar con el Zar porque le repugnaban sus fiestas y su poca seriedad, además de que se sabía que le gustaba meterse con prostitutas y fulanas… — se acomodó en el abrazo y continuó — Entonces el Zar le encargó a su alquimista que fabricara una poción que pudiera darle a la princesa y así que esta se enamorase de él… él hizo amortentia. Cuando el Zar se lo dio a la princesa, ésta mencionó que olía a hierbas, a especias… entonces el alquimista supo que la fulanita estaba enamorada de él y no del Zar — le dio un beso en la nariz — El final es un poco triste porque la princesa acaba casándose con el Zar a la fuerza y el alquimista acaba muerto porque lo descubren con ella… pero igual es bonito… creo — acabó por decir dándole una nueva calada al cigarro, cuyas cenizas cayeron en su pecho y las cuales no se molestó en limpiar.




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Mensaje por Alfred Mayer Mar Feb 24, 2015 4:27 pm

[quote="Zelda Fay"]


Sucedía que Alfred no presumía, iba tranquilo por la vida haciendo lo suyo y ya. No necesitaba, ni se le daba por hablar de sus logros frente a la gente, (por eso detestaba a los de quidditch, como James que parecía que si el mundo no los adoraba iban a dejar de existir, y entonces salían en las tapa de revistas, se hacían los lindos frente a todo dios con patas y tetas y se colgaban las copas al pecho) si acaso Alfred lo hacía, era en claro tono de chiste, como cuando se quitaba la camiseta en frente de Zelda o cualquiera y se acariciaba los abdominales diciendo "Estoy tan bueno, que quiero autofollarme". Del mismo modo despreocupada, tampoco tenía problema de que Zelda estuviera en su cuarto, en medio de sus líos y locuras, y le haría un perfume artesanal para poner en aquellas botellitas de regalo, aunque ella siguiera prefiriendo sus aromas caros y suntuoso. NO MEJOR! tenía una idea mucho mejor, haría algún aceite esencial que hiciera arder la piel de deseo, para acompañar los momentos de intimidad.... Y así sería algo que solo usara con él.

A él solo un semestre le faltaba y gracias a Zelda se le había ocurrido su trabajo final de carrera y todo! Experimentaría con ella... todas las noches, todas las tardes... Se colaría en su cuarto de la universidad y la untaría con sus experimentos, hasta lograr un diez! En todos los sentidos... - me llevas a Rusia y yo me encargo de que estén calentitas... - le completó sus palabras. Era una forma de decir que nada importaba, que fueran cuales fueran los planes de cada uno podían coordinarse. Incluídos sus padres.... Todo era una cuestión de tiempo, los viejos de ambos se harían a la idea les gustase o no. Y si todo salía mal siempre podían huir a las Vegas, famosa cuidad para los amores desenfrenados e indecibles. Pero Alfred no quería una relación oculta, ni apresurada, ni de locos, quería una relación BIEN! y eso se conseguía con paciencia y con planes de verdad, contemplando todos los factores, para sacar el mejor provecho, para hacerse felices en medio del mundo.

Ella le besaba la cabeza, y él los pechos, Zelda le pellizcaba la mejilla y él se colaba entre sus piernas, haciendole caricias, cerrando los ojos ante la textura de su ingle y su voz bonita cuenta historias. prostitutas y fulanas… — y suripantas... - acotó Alfred a media voz, para que supiera que le estaba atendiendo a su mente, aunque también le estuviera atendiendo a su cuerpo, metiendo una pierna entre las de Zelda para obligarla bonito a que abriera las suyas, rozándole con dos dedos los labios que no hablaban, jugando con su intimidad preciosa y desnuda. - amortencia, claro... pasó el otro brazo por debajo de Zelda, le acarició la espalda, la nuca, sonrió a sus ojos ante el beso en la nariz y buscó el botón de los gemidos entre los pliegues húmedos. Se incorporó un poco sobre Zelda a medida que acaba el cuento, que no quería interrumpirla, pero un poco sí. - triste pero bonito... - La dejó fumar una última vez y quitándole el cigarro de las manos, con la que no tenía claramente ocupada, la besó en la boca mientras lo apagaba a un lado, en la mesa de noche.

Llevó de nuevo la mano a su nuca para hacer de ese beso algo intenso, para colarse entre su boca como hacía por debajo, para volverla a tener a su merced un rato y se acostó sobre ella, sintiendo sus tetas sobre su pecho ya agitado deseoso de más, refregándose contra ella, como si necesitase distraerla para meterle los dedos. Para follarla con todas las partes de su cuerpo, y con el pulgar estimularla. Le encantaba el sexo, no se iba a disculpar.

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Mensaje por Zelda Fay Miér Feb 25, 2015 5:44 pm



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El relato se deshilachaba en su cabeza de una forma y salía de sus labios en otra. Recordaba exactamente cada palabra de la dependienta rusa que le había contado la anécdota, que en sí, era bastante larga si tenía que sacar nombres y lugares a detalle. Fue justo cuando estaba a dos días de regresar a Londres, que a Danila se le había ocurrido la idea de guiarla por los mejores museos y tiendas de Moscú. Comprar souvenirs para mujeres era un juego de niños. Pero para hombres, eso sí que era un reverendo dolor de hígado. Fue entonces que dio con esa exclusiva tienda de antigüedades donde casi había tenido que ajustarle una cita con su acompañante a la dependienta para que le vendiera los contenedores de porcelana. Y era ridículo porque ni siquiera estaba probado que el relato fuera cierto, pero igual, le daba un toque místico y eso era lo que quería para Alfred.

No obstante sus esfuerzos por contar la historia muy a pesar de sus ganas –porque se le hacía estúpidamente empalagosa–, las ganas de seguirla fueron menguando cuando Alfred se escabulló entre las sábanas para ir a parar a sus muslos. Zelda quería concentrarse, pero el tacto que poco a poco se iba acercando a su intimidad, la hicieron tragar saliva un par de veces. Y nuevamente, como en la cocina, se agarró a lo que tenía a la mano. Una almohada a su derecha, el brazo de Alfred con la izquierda. Su melena rojiza se esparció por el lecho. Ahora volvía a estar a la merced de su predador, de su alquimista, que comprendía la forma exacta de palparla como si fuera un navegante observando un mapa. Su relato se llenó de suspiros, de palabras entrecortadas. Ya ninguno tenía intenciones de seguir pensando en seriedades ni cuentos de princesas y zares. Ahora se querían poseer de nuevo. Él quería poseerla de nuevo y con cada caricia en ella, se despertaba el deseo.

La pelirroja se quedó quieta, con los muslos tan abiertos como le posición se lo permitía. Cuando terminó el relato, le fue confiscado el cigarro. No le dio oportunidad si quiera de tenerlo entre los dedos para calmarse las ansias que comenzaban a llenarle las venas. Se besaron con la urgencia que tanto los caracterizaba. Volvió a sentir su cuerpo desnudo, la piel sobre la propia. La mano en la nuca. Zelda supo que él estaba dispuesto a follársela de mil y una maneras, lo podía ver en la forma que la miraba. Improvisarían sobre la marcha, después de todo, tenían quizá todo el día para consumar lo que ya se habían prometido. Y con cualquier otro se habría preocupado por alcanzar su bolsa y sacar un preservativo, la barrera anti-bebés para no pasar por la amarga experiencia de antes y pelearse ahora con él por un “error”. Ahora podía andárselo cogiendo como si no hubiera un mañana, sin la preocupación de nada porque él se cuidaba por ella. Les podría dar la noche y ella seguiría dispuesta a complacerlo de todas las maneras que se supiera y a las que él se le pudieran ocurrir. Mientras lo dejó que la manipulara a su antojo mientras ella aferraba las manos a sus brazos, a su torso, a su espalda y a donde pudiera ponerlas. No estaban iguales y lo comprendió entonces. Deslizó su mano hasta la entrepierna. Apresó su virilidad suavemente y comenzó a retribuirle las caricias. No demasiado rápido, no deseaba hacerlo venir de forma fugaz. Pero si lo suficiente constante como para que se desesperara. Cambiaba la velocidad, a veces incluso lo miraba con un dejo violento cuando alcanzaba él un punto extremadamente sensible en ella.  

Poco a poco, los pliegues de carne rosada que los dedos de Alfred tocaban con tanta maestría, se fueron humedeciendo. Su perla llegó al límite de lo sensible, tanto que los roces le provocaban espasmos en las piernas. Una de sus propias manos le tomó una a él y lo guió para que, como ella lo haría antes, internara sus dedos dentro de ella, aliviándola. Le atrapó la boca con los labios y lo besó de manera posesiva.

Nunca me voy a cansar… de decirte… lo mucho… que te amo ― pronunció entre jadeos y suspiros, los ojos fijos en los de él.






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Mensaje por Alfred Mayer Jue Feb 26, 2015 10:01 pm



Los cambios de velocidad que Zelda ejercía sobre su sexo lograban robarle sonrisa juguetonas, miradas de "sé lo que estás haciendo, y me gusta!" cuando no tenía que estarse a ojos cerrados porque sentía que iba a explotar en su mano y quedar como un idiota. Le respondía con los mismos juegos, afianzando el movimiento en cierto lugar cuando comprendía que así le gustaba, mordíendole el cuello cuando se le antojaba apetitoso, bajando el ritmo caprichosamente cuando peor iba a ser. Pues total no había apuros y pensar que el único fin de acostarse con alguien eran los orgasmos se quedaba corto... sentir cosas, estarse en compañía, conocerse, jugar, divertirse, pasar el rato desnudos y enredados, era una manera encantadora de perder el tiempo.

Le había dedicado cuantiosas pajas adolescentes a esa peliroja con carácter liviano y terrible que se paseaba con faldas y corbata de águila intelectual como dueña del mundo. Se había contentado con ser su amigo especial, maricón closetero, el que le recomendaba vestidos para encantar a otros fulanos, y no se arrepentía de nada, y lo hubiera vuelto a hacer mil veces, pero agradecía a los dioses ser digno de escuchar esas palabras suspiradas de sus labios bonitos mientras le obligaba a invadirla con cuantos dedos tuviera al alcance.Le respondió un te amo escueto, porque quería seguir besándola, y aunque entre sábanas húmedas muchos pensasen que eso no valía nada.

Soltó su nuca para recorrer su cuerpo, llenarla de caricias, ir incorporándose en el mismo acto sin pausas y con un poco de locura acumulada en sangre, remplazar su mano por la de él sobre su miembro y embestirla de verdad, para volver a tener las dos palmas libres,  afianzarse a sus caderas, primero suave como los mismos vaivenes, después aprisionando su piel entre los dedos, fascinándose hasta con las pequeñas cosas. Por ejemplo, al ver sus manos a cada lado del cuerpo de Zelda, como la distancia entre ellas se iba achicando hasta la alta cintura, justo por debajo de la ladera que formaban sus costillas al respirar profundo. Como sus dedos opuestos podían tocarse sobre el vientre de Zelda, lo pequeña que era en realidad, sin ropas ni artificios de moda.

Volvieron a bajar sus caricias, con esa necesidad de tener que tocarle hasta rodillas solo por que sí!, aunque no hubiera manuales que las señalaran como zona erótica, aunque no hiciera diferencia en cuanto a los niveles de placer. Solo porque podía tomarse el tiempo de reconocerlas entre sus dedos, solo porque podía darse el lujo de decidir olvidarlas, para volver a sus caderas y embestir con ánimos renovados nuevamente. Encontró sus brazos y los acarició, encontró sus manos y enredó sus dedos con ella, las llevó a su pecho, le dio mil besos a la punta de sus dedos, mordiscos vertiginosos, hasta que fue cayendo sobre ella, sin soltarla ni un poco, sin menguar el ritmo,  tomando sus dos muñecas con solo una de las suyas y dejando caer el peso de su cuerpo en la almohada, por encima de los cabellos rojos.

Apresada bajo su cuerpo, con los brazos flacos de Zelda extendidos y prisioneros como con grillete bajo sus dedos, descubriendo algún lunar nuevo de ella en la piel casi trasparente de sus axilas, volvió a besarla con pasión desenfrenada, en el cuello, en la boca, ahora sí sin límites, ni sonrisas preliminares, porque podía llegar a morirse en cualquier momento del calor con el que le hervía la sangre. Del esfuerzo físico que no renegaba en ejercer, para penetrarla como los diosos mandaban. Los jadeos compartidos, la locura incontenida, el frenesí de quererlo todo y más, pero sobre todas las cosas YA! irremediable! Sin demoras! Un par de si estúpidos e inevitables cuando se corrió de placer, y aun así, no querer retirarse jamás, pretender seguir dando duro toda la vida, o al menos dos o cinco segundo más... Aunque puta fisiología y todo lo demás.

Se dejó caer a su lado, y la abrazó por la espalda, haciendo cucharita, aprisionándola suave por el estómago contra él, para que la curva de su culo hermoso encontrase la armonía exacta con su cuerpo, y haciéndole el cabello a un lado para rosarle el hombro, la oreja y decirle... nada. Solo fuerza para besos cansados y respirar el perfume de su cuello.

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