I'm back! {Kris y denle al crasheo que ya se que les gusta)

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Vodka

Cruzó todo el campus para llegar a la facultad de Smertios a las diez de la mañana. En antaño habría ido ahí para visitar a James, pero ese ya estaba muchos metros bajo tierra para ella. Ahora tenía por objetivo a su ladrón personal de joyas familiares. En Rusia se había acordado gratamente de él por el viaje previo a Venecia y ahora llevaba en una de sus manos una botella envuelta en papel estraza para que, si algún decano andaba por ahí, no descubriera que traía alcohol puro y duro paseándolo por Brigantia. Capaz que era incluso más peligroso que se lo viera algún ebrio de sus colegas que un decano, pues le arrebatarían la botella para beberse hasta la última gota. Malditos adictos. Vodka ruso. Era como tequila mexicano, sake japonés o whisky escocés. Alcohol más puro no había sobre la tierra y seguramente que a Kristján le gustaba, y si no, pues se lo bebía ella sola cuando estuviera en su dormitorio.

Para entonces se había vuelto a acostumbrar al clima inglés que era, a comparación de Moscú, mucho más ligero. Incluso se podía dar la libertad de andar en mini falda y blusa porque el frío estaba que daba risa y aún tenía consigo uno de esos tónicos que los magos allá usaban para no congelarse las bolas y que calentaban el cuerpo por veinticuatro horas, alterando el termostato corporal para que se aclimatara. En su petaca estaban dos botellas de esa cosa aún íntegras, así que tendría para divertirse un rato. Mientras, se andaría así por Brigantia contoneando su cuerpo para provocar lo de siempre en estudiantes más chicos que ella.

Cuando por fin llegó a la habitación de Kristján, tocó una vez y luego giró del pomo para pasar.

— Dobroye utro! — gritó alzando el brazo libre y el que traía la botella — Eso significa “Buenos días” en ruso. Me sé pocas frases, no me preguntes más que ahorita no me acuerdo de muchas — agregó mientras cerraba la puerta con empujándola con el pie — Te traje algo para que te pongas hasta el dedo bien y bonito — siguió diciendo para darle la botella en las manos y luego sentarse en la cama — ya ¿me das un beso? En la mejilla porque si no tu novia me corta las tetas — dijo señalándose la mejilla derecha con su dedo índice. Qué bueno era estar de vuelta y qué bueno era verle la cara al idiota de Kristján.

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El cuarto estaba hecho un asco, pero era de esperarse. No le dio asco ni nada por el estilo sentarse en esa cama donde seguro se la jaloteaba cada tanto y donde sudaba asquerosamente. De cualquier manera ya lo había tenido más cerca. Sonrió cuando Kristján accedió a su petición del beso y luego dio una vuelta como modelando algún conjunto, aunque el que llevaba encima era más que sencillo. La pelirroja miró al islandés extrañada y se echó a reír con su sugerencia de ser un espectro.

— Claro y ahora te vine a jalar las patas porque se me antoja ¿no? — se mofó — Ni me fui tanto tiempo, exagerado, sólo fue como… un mes. Además, mira que te traje algo, de haberme valido un carajo tu existencia en este mundo, no te traía nada de Moscú — agregó acomodando su trasero en el suave colchón para sacar la cigarrera del bolso, encender un cigarro y comenzar a fumar — Me fui a Rusia por un rato para asistir en unas cuantas cosas a un fulanete que trabaja en el Ministerio de Moscú, me iba a quedar más tiempo pero no me lo permitieron, ya sabes, dicen que tengo que acabar la carrera primero y no sé qué tanta estupidez — se encogió de hombros y frunció la boca — Ni idea, me dijeron que era de los mejorcitos así que ese me traje, está la mayor parte de la etiqueta en ruso así que… — suspiró como resignándose a beber de esa cosa que seguramente estaba en estado puro, agarró la botella y le dio un sorbo; en efecto, era vodka puro y rudo, de ese que desinfectaba la gangrena; hizo una mueca con la cara y tragó para tomar luego una bocanada de aire — ya quisieras tener la suerte de que te toquen estos labios — paró la boca en pico y le soltó un beso tronado al aire, antes de pasarle la botella — Anda que no me la voy a tomar sola, está muy fuerte… yo creo que con eso te desparasitas sin problema — le dio una calada al cigarro y espero a ver que el islandés catara el alcohol. Seguro y él había bebido cosas peores, así que eso sería como tomar ambrosía.

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¿Que si le había traído suvenires a otros? Claro que sí. Para Kris, vodka porque era lo que más apreciaría, a Marie unas cuantas postales del Ballet Nacional y una matroska mágica que se diseccionaba en otras más pequeñas cada cierto tiempo y se volvía a juntar, Ellie tendría en su haber un hermoso vestido ruso de baile tradicional y Alfred tendría un juego completo de pequeños especieros de porcelana que, si no cuidaba, seguro lo mataba. El vodka era, quizá, el más sencillo pero el único que se podía compartir y que duraba bastante tomando en cuenta la potencia de la bebida y su alto grado de alcohol. Dudaba que Kristján se la acabara solo de una sentada, pues acabaría medio borracho y vomitando con un cuarto de botella. La respuesta del islandés le provocó la risa.

— La tuviste, sí… ya fue. ¿Qué lástima no? Estar solos… aquí… en tu cuarto, sin nadie que nos moleste y no poderte entregar a los efectos afrodisíacos de la bebida — lo picó más en broma que porque realmente lo quisiera encima de ella arrancándole la poca ropa que llevaba — Está bien, sé un novio responsable, fiel. No como yo que soy una suripanta sin remedio — agarró una de las almohadas y se la aventó, jugando gracias a los efectos deshinibidores del vodka.

Al parecer, su regalo había dado directamente en el blanco, pues no bastó con darle un solo trago, sino dos y el segundo había sido más largo. Zelda lo miró enarcando ambas cejas.

— Alguien tenía sed — comentó echándose más hacia la cabecera de la cama para poderse medio acostar con las piernas cruzadas y el cigarro al aire, del cual fumaba lentamente — Sip — respondió haciendo un sonido curioso con la “p” — Mi jefe. Es algo así como el responsable de los asuntos de relaciones internacionales del mundo mágico y tiene apenas treinta... decir el nombre del departamento es una joda porque es como un trabalenguas — miró al techo y soltó el humo haciendo donitas — Pero no puso mi mundo de cabeza, más bien… no sé, fue algo muy raro. No creo estar lista para fulanos que vayan demasiado en serio y tan rápido, además… — miró el pitillo y se mordió la lengua — No me interesa ya ningún ruso ni nadie, bueno sí… — le apuntó con un dedo — Ni te atrevas a preguntar quién porque no te voy a decir — siguió mirando al techo — ¿Qué si andaba yo así por Rusia? Nah. Incluso bebiéndose ese tónico que sabe como a liga, uno tiene que llevar ropa estúpidamente caliente si no quieres que te de neumonía. Londres es un chiste a comparación — se volvió a sentar cuidando que no se le vieran los calzones en el proceso — ¿Y tú? ¿Qué me cuentas? ¿Pasó algo nuevo contigo en mi ausencia? — inquirió caminando hacia la mesilla donde estaba la botella para darle otro trago. Era dañino pero adictivo y cómo le gustaba cuando las cosas se ponían así.

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La pelirroja hizo un puchero, fingiendo el dolor que le provocaba saberse no suficientemente deseada por el islandés. Estaba claro que su tiempo, había pasado, muchos meses como para decir que seguía sintiendo por él algo que no fuera cariño casi de hermanos. Era un desastre, claro estaba, pero a ella así le caían bien los hombres porque tendían a tener una psique un poco más complicada, desordenada igual que sus habitaciones. Tendía a pensar que, hombre que arregla su cuarto es claro homosexual o un asesino serial. En el caso de Kris le quedaba bien claro que era machito al cien por ciento y que su cabeza no estaba del todo bien. Como la suya propia que era un desmadre. Pero eso, quizá, tendía a unirlos más.

— Las Vegas — dijo poniendo las manos juntas para separarlas, como si enmarcara un letrero — Así se va a llamar tu habitación, tu eres Elvis y yo soy Marilyn, si alguien se quiere casar, que nos pague y les damos un plan de luna de miel para que se revuelquen en tu porquerillero — sugirió burlándose — Ya tu cabeza es tu palacio mental, con ese no puedo hacer negocio. Pero me ofendes, Kris… mira que negarte a este cuerpo sensual es un delito — volvió a fumar y echó el humo hacia el techo para ver cómo se esparcía en el aire.

Lo escuchó llamarla cariño y bufó sonoramente. Se le escuchaba falso, pero era la intención o eso suponía. Escucharse exagerado, como si esas palabras no encajaran ni con su voz ni con su cara ni con nada. A continuación, tras la explicación del ruso –su jefe- y la medio relación entre sexual y romántica desarrollada en Moscú, tuvo que aceptar que, en efecto, sonaba al tipo de hombre por el que ella, Doña Zelda Fay estaría loca, pero no era así. Quizá porque ya se le había pasado ese momento de superficialidad en el que, sabía, la estabilidad monetaria no le valdría de nada en un hombre cuando ella se podía sostener sola en ese ámbito. Ahora lo que necesitaba era estabilidad emocional. Ya con la botella en mano, se volvió a acostar. La analizó unos instantes, buscando algún indicio de que estaba bebiendo lejía.

— Te diré entonces en dos tragos más de vodka, antes no… seguramente vas a pegar el grito en el cielo y lo que menos quiero ahorita son dramas — le dio un trago pero no lo alcanzó a tragar, justo cuando Kristján le dijo que era padre, lo escupió todo y se atragantó — ¿¡Que tú qué?! Pero… pero… ¿¡Cómo carajo pasó eso?! — de repente ya no sentía que lo de Alfred fuese demasiado — Mierda y yo que pensaba que lo de Alfred iba a ser un shock, es juego de niños comparado con todo esto... necesito beber... espera — le hizo una señal de espera con el dedo índice y volvió a tomar la botella, dio un trago largo que le supo a agua porque no podía creer que Kristján fuese papá. Era simplemente demasiado.

No teníamos, por así decirlo, un patrón específico para vernos. No había un día, un lugar o algo que gritara descaradamente affaire, por eso hasta el momento nunca nos habíamos tomado a mal las visitas a nuestras respectivas habitaciones, casi de manera casual, a veces, por que sí. Tenía ganas de verlo, había pasado suficiente tiempo como para tener que justificarlo y llegar con un discurso incómod de “no sé, es que se me ocurrió que tal vez tú… entonces yo…”. Pues no.

Por eso había terminado un par de tareas pendientes en la biblioteca y me había pasado por su facultad; a nadie le importaba y si alguien me notaba tampoco se sorprendía por que siempre había tenido alguna razón para pasar por ahí, con mi gran afición al deporte y claro, al periodismo enfocado al tema. No había demasiada gente alrededor, así que no fui muy cauteloso.

Di dos golpes en la puerta y después otros dos. Siempre tocaba así, no era que estuviera hablándole en clave.

-Conozco tus horarios, Islandia, no puedes engañarme- solté sin preocuparme por pegar la oreja a la puerta y darme cuenta que no estaba solo. Me dio absolutamente igual, ni siquiera se me ocurrió pensar en que la gente visitaba a otra gente en sus habitaciones y nosotros teníamos que andar por la vida guardando un secreto.

-Abre la puerta, no querrás que te ruegue…- le hablaba como el otro par de veces que había ido a su habitación. Se me ocurría que quizás estaba dormido, aunque siempre llegaba con aires impacientes aunque no se tardara en abrir, y sí, le hablaba con la rara confianza que nos teníamos cuando no había nadie más, ni siquiera se me pasaba por la cabeza que estaba cerca de meterme en una situación muy peligrosa.

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Seguía sin carburar. Kris, con un hijo, de quién sabe dónde. Simplemente era demasiado para su cerebro. Se quedó como dilucidando, deseosa por volver a darle un trago a esa bebida estúpidamente fuerte. Necesitaba conocer todo. ¿Quién? ¿De dónde? ¿Por qué había sido tan estúpido como para embarazar a alguien así nada más? No podía imaginar al islandés como padre, eso le quedaba muy claro. Simplemente era demasiado… libertino, irresponsable, joven, para andar cuidando de un niño. Se sintió ligeramente turbada, pero más que eso, sintió pena por su amigo. Porque en situaciones como esa, lo único que podía hacer era mostrarle su apoyo, pero no más. Le dio un golpe en el hombro cuando insinuó su plática de educación sexual.

— Ay… cómo eres idiota, en serio — se quejó exagerada mientras le arrebataba la botella y le daba un trago — El que necesita explicaciones de cómo se hacen los niños eres tú. Es que… o sea… ¿Cómo carajo, con tanto tiempo de experiencia, fuiste y rellenaste como pavo a una fulana? ¿Es que estabas drogado? Porque no me lo explico… te has jodido a muchas y, hasta ahora, estabas invicto en ese tema… y ahora… bueno — se encogió de hombros, como resignada y le dio un trago al vodka que le supo a agua — Te voy a cortar los huevos, te lo digo de una vez — comentó señalándole la entrepierna con un dedo para luego recargar la espalda en la cabecera de la cama y entonces el tema viró a su relación con el herbólogo — Ay ya, ya. Que no es para tanto. — atajó mirándose las uñas — Los dos estamos igual de jodidos, así que, en teoría, somos el uno para el otro. — comentó soñadora — Brindemos, pues. Porque soy tía gracias a que eres un imbécil y porque seguramente yo terminaré suicidándome con esa relación tan dañina — dijo finalmente bromeando, le robó la botella de nuevo y se la empinó; el trago le supo a gloria. Entonces alguien tocó a la puerta. Reconoció de inmediato la voz. ¿Qué demonios hacía ahí Kit? Miró a Kris con extrañeza pero le vilió un comino — Ábrele antes de que nos tumbe la puerta, ¿quieres? — dijo antes de apagar su cigarro un recipiente como de vidrio y prender otro.

En efecto, menos mal que había abierto antes de que dijera otra idiotez. O era mejor haberle visto la cara antes de decirle que estaba deseando que se bajara los pantalones ya, o cosas igual de impertinentes. Era buen lector de situaciones y no hacía falta explicar demasiado para saber que me había salvado casi por nada de cometer una grandísima metedura de pata. Zelda Fay estaba ahí. No iba a mentir, lo primero que sentí fue una punzada de celos al verlos tan contentitos (bueno, Kristján no exactamente)y bebiendo a esas horas ¿Es que todas las amigas del islandés pensaban en emborracharlo? Me sentí también indignado y protector como si las veces que nos veíamos y bebíamos té (de verdad) fueran un esfuerzo ridículo por mi parte.

Tenía que ocultar cualquier cosa que estuviera pasándome por la cabeza. Asentí cuando me invitaba a pasar mientras esperaba que Zelda no estuviera pensando cosas por la familiaridad con la que había llegado hasta ahí, cuando se suponía que nosotros no teníamos realmente nada que ver salvo una vaga amistad provocada por otras amistades en común, más una tregua que un verdadero caernos bien, podría decirse. Dejé mi mochila sobre su escritorio pensando que quizás eso ya era demasiado, pero estaba improvisando. Improvisando. Sonreí por que vi que Kristján me pasaba la responsabilidad para salir de esa.

-Ah, hola Fay. Perdón, no quería interrumpirlos. Parece que están en medio de algo importante- ¿Estaba mal que se me hubieran escapado los celos? Daba igual, estaba hablando en clave y Kristján lo entendería. Esperaba que lo entendiera, más bien. Una cosa era no pensar en Jess y en que era su novia y seguro se la follaba a diario y otra muy distinta era que me pareciera lo más indiferente del mundo verlo a solas con alguna otra. No podía ponerlo en contexto, aunque fueran amigos, aunque esto o lo otro.

Saqué de mi mochila un libro de quidditch y su técnica individual. Los libros siempre estaban al rescate.

-Te había dicho que te lo traería- le dije a Kristján con naturalidad. Tampoco es que hubiera sacado un libro de periodismo mágico en el siglo XIX como para que quedara raro y Zelda se preguntara qué demonios pasaba ahí. -Ahora puedes volver a tu vodka de media tarde, atleta- le dije con ironía, casi riéndome pero con la firme intención de hacerlo sentir un poco mal. Claro, era una decepción llegar ahí y no poder ni siquiera besarlo, pero así eran las cosas. Con suerte Zelda pensaría que esa era la situación más normal y anodina del día.

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¡Pero por supuesto que había estado drogado! De otra forma, la pelirroja no se podía explicar que Kris tuviera una hija. En sus cinco sentidos, de haber podido, se habría conjurado una barrera antibebés que le matara todos los espermas en una sola venida. Pero lo hecho, hecho estaba y aunque lo quisiera cambiar, era prácticamente imposible, aún con un giratiempos. Zelda se acomodó en la cama, como sopesando aquella responsabilidad que compartía más por empatía con el islandés, que porque fuera su responsabilidad. Se rio ante la sugerencia de que la niña se quedaría con la herencia denominada “glorioso imperio” que era esa pocilga que olía a veces a humedad. Miró incrédula todo lo que anidaba en ese cuarto y no pudo evitar soltar un bufido.

― Mejor va a ser que le haga un cheque a la niña antes de que venga y te corte los huevos ella por dejarle… todo esto ― pronunció burlándose claramente.

La relación que llevaría con Alfred era, incluso para ella, un completo misterio. Quizá porque estaba segura que estaban ligeramente destinados al fracaso, uno por irresponsable y libertino, la otra por loca y libertina también, pero tampoco podía desecharlo todo así anda más. Era cierto que todos tenían un concepto bastante precario del herbólogo, pero la verdad era que nadie lo conocía como ella y obviamente nadie más lo veía como ella. A punto de responderle a Kris cuando tuvo que detenerse para permitir que el tercero entrara en escena. Zelda se medio removió en la cama, tratando de encontrar una postura cómoda y así evitar que se le vieran los calzones debido a la tan corta falda. Le volvió a dar un trago al vodka cuando vio al lúgubre Kit pasar al interior. Ella lo saludó con un movimiento de cabeza y se dispuso a encender otro cigarro –carajo, a veces fumaba más de lo que debería- en un intento de dejar que el nuevo se uniera a la festividad demasiado matutina.

Respondió a la sonrisa de Kris con otra aunque le pareció algo extraño en la forma que se mostraba ahora ante ella. Se podía sentir la puta tensión en el aire y ella no tenía ni caraja idea de lo que acontecía. Zelda tronó la lengua ante el comentario de Kit y soltó el humo del cigarro, dejando la botella en el suelo.

― Qué apretado. Importante sería que nos hubieras encontrado follando como locos ― bromeó sin saber la relación que aquellos dos sostenían, se paró de la cama y fue hacia Kit para pasarle un brazo por los hombros y ponerle el cigarro en la boca ― Pero como no es el caso, púdrete los pulmones y jódete el hígado con nosotros ¿quieres? Te ves un poco tenso y odio a los tipos tensos ― pronunció para irse por la botella de vodka y darle un nuevo trago.