Guess Who's Coming to Dinner || Kris

Para qué mentir. Con todo lo ocurrido después de aquel paseo que di por los jardines de la universidad, ese día en que conocí al muchacho islandés de nombre Kristján Sveinsson, que prácticamente había olvidado de aquella cena que me había prometido. Ese viernes ya había pasado de largo y entretanto habían pasado tantas cosas, que había momentos en que no me lo creía o que aún me zumbaba con fuerza la cabeza. Me llevé los dedos a las sienes durante unos segundos con fuerza antes de volver a abrir los ojos y encontrarme otra vez con mi reflejo en el espejo de cuerpo entero que tengo justo delante de mí. Era un look casual, un jersey bastante más largo de lo normal de cuello alto de un color verde suave y unos pantalones vaqueros, acompañado todo de unas cómodas zapatillas.

Los cabellos sueltos, porque no era realmente necesario hacerme ningún recogido o llevarlo de una manera especial después de todo. Tomé el bolso de la mesilla auxiliar que había junto a mi cama en el dormitorio y después de echar un último vistazo a la habitación salí por la puerta. – ¿Dónde vas? – La voz de Jonah detrás de mí hizo que me parase casi en el instante en medio de las escaleras y me diera la vuelta. – Es raro que te separes de los libros a estas horas… - El ligero tonillo de burla en su voz hizo que rodase los ojos antes de acercarme a él y darle un golpecito cariñoso en uno de los costados. – ¡Estaba bromeando!– Argumentó al tiempo que se echaba a reír. Fruncí el ceño unos segundos y entrecerré los ojos, pero al final volví a relajarme y sólo me permití sonreí, aunque no tardé en volver a fulminarle con la mirada.

- ¡Eres idiota! – Le espeté aunque esta vez mis palabras no fueron seguidas de ningún golpe. Espere a que se pusiera a mi altura para seguir bajando las escaleras hasta el salón de convivencia. – He quedado con un compañero de la facultad para cenar. – Su cara de extrañeza me hizo poner una mueca al tiempo que ponía los brazos en jarra. – ¿Tan raro es? – Pregunté con evidente gesto de “ni que fuera lo más raro que pudiera en este mundo”. Negó con la cabeza antes de empezar a alejarse.

- Vuelve de una pieza… No me gustaría tener que usar mi preciada inteligencia para montar un puzzle de Sira. – Bromeó antes de desaparecer del todo. Fue entonces cuando me di cuenta de que apenas había nada en el salón de convivencia. Posiblemente todos hubieran salido a alguna parte, yo siempre había sido de aquellas personas que se quedaban en la habitación hasta altas horas de la noche, hasta el punto de que en ocasiones me había llegado a olvidar incluso de cenar. Sí, podía llegar a ser así de obsesiva con los estudios o con cualquier material de lectura que cayera en mis manos. En caso en más de una ocasión me habían tenido que reñir por comer sin soltar el libro en ningún momento.

Caminé tranquilamente hasta alcanzar uno de los sillones de tono verdoso que había cerca de la chimenea que además estaba encendida y me senté. Estiré el cuerpo hacia adelante cuando mis ojos azules captaron un libro sobre la mesa que había en el centro. Me atraían demasiado. Incluso el olor que desprendían, ese olor a nuevo o a viejo que tanto los caracterizaba, al igual que el color que podían a adquirir las páginas. Lo hojeé entre mis manos echando un vistazo a las primeras líneas de la página y por eso posiblemente ni siquiera atiné a oír los pasos que se acercaban hasta que algo tapó la luz con la que mis ojos podían ver las palabras.

Al levantar la mirada me encontré con los ojos claros del islandés. Dejé el libro nuevamente en su sitio antes de levantarme con una sonrisa. – Buenas noches Kristján. ¿Qué tal estas últimas semanas? – En realidad no había vuelto a saber del smertios desde aquel encuentro fortuito que habíamos tenido semanas atrás.

¿Qué cómo había estado? Bien, la verdad es que no me podía quejar en absoluto. En ese momento hice memoria, y recordé aquella escena que había presenciado en el baile mientras bailaba con Bruce. Jessy corriendo hacia donde se encontraban él, Frances y una tercera persona. – Acabo de recordar que te vi en el baile de Navidad… - Llevé una de las manos hasta uno de mis muslos pasándola suavemente por encima del mismo, antes de llevarme la mano al mentón pensativa. – Jessy fue hacia ti y parecía bastante alterada… - Ladeé ligeramente el rostro sin apartar mis ojos azules de los de él. – ¿Estaba enfadada contigo o algo? – Sobre decir que yo ni tan siquiera tenía la más remota idea de que eran pareja. Los chismorreos que podían correr por la universidad sobre ese tipo de temas la verdad es que no me interesaban lo más mínimo así que tampoco les prestaba demasiada atención. Entonces me di cuenta de que me estaba metiendo donde no me llamaban y me llevé ambas manos a la boca. – ¡Merlín! Lo siento, fue muy maleducado por mi parte preguntarte eso - Porque apenas nos conocíamos y no tenía ningún derecho a ir preguntándole acerca de aquel tipo de cosas, desde luego.

- He estado bien. – Con unos cuantos cambios en mi vida, pero vamos… Ahora no iba a aburrirle con eso. – La verdad es que he pasado unas Navidades bastante tranquilas, con algunas bromas entre hermanos y trastadas, pero nada fuera de lo ordinario. Mi vida no es muy interesante. – Me encogí de hombros. Tendía a tener la sensación de que la vida de los demás era muchísimo más interesante que la mía propia, quizás porque yo vivía una vida relajada fuera del desenfreno en el que todos acostumbraban a vivir. Sí, casi que podía decir que era un espécimen extraño si no fuera porque sabía que no era la única persona en el mundo que era así. – Y no… Aún no me volví campeona nacional en lanzamiento de bolas de nieve. – Menté mientras reía manteniendo en mi rostro luego la sonrisa que aquella carcajada había provocado en mi rostro. – En realidad, perdí contra mis tres hermanos. Claro que… estaba en desventaja. – Siempre se aprovechaban de eso para hacerme bromas pesadas, hasta que sacaban aquel mal carácter que tenía y les empezaba a maldecir en voz alta y les lanzaba algún mocomurciélago o algo solo para darles la lección de sus vidas.

Cuando el muchacho me tendió la mano durante unos segundos, incluso se podría decir que vacilé antes de tomarla y dejar que me guiase por el campus. Busqué en mi memoria algo que pudiera relacionar con aquel nombre que me había dicho y entonces lo recordé, de la última vez que había estado con Hogwarts. – ¡Lo conozco! Pero sólo de vista… - Añadí casi de inmediato. Me había llamado la atención precisamente porque no recordaba haberlo visto antes, claro que, siendo que estaba en las afueras y que a veces pese a todo iba despistada por la vida, pues posiblemente fuera simplemente eso. – El otro día estuve en Hogsmeade y lo vi. – Una sonrisa asomó en mi rostro al recordar esa noche en particular mientras seguíamos avanzando hasta la salida de Brigantia.

¡Claro! Ahora hasta eso cobraba sentido (se podría decir que estaba un poco ralentizada aquel día). Íbamos hacia la salida porque era el único sitio desde el cual nos podíamos desaparecer para así aparecer en otro lugar. Tal y como en Hogwarts, la universidad tenía toda clase de protecciones que impedían que cualquiera pudiera aparecerse allí.

Él me envidaba, mientras que a mí me apenaba que no hubiera podido ir a Islandia. La última y primera vez que había hablado con el joven estudiante de Quidditch había notado en su voz cuando hablaba de su país natal esa nostalgia que nos invade a todos cuando estamos lejos durante bastante tiempo de ese lugar al que llamamos hogar. Ese lugar donde dejamos parte de nuestro corazón, nuestra alma y nuestro propio ser cada vez que nos vamos. Ya sea por un tiempo definido o no definido. – ¡Vaya! Lo siento… Seguro que tu familia te ha extrañado bastante. – Le sonreí unos segundos. Sobre todo le habrían extrañado teniendo en cuenta las fechas de las cuales hablábamos, que no eran ni menos que las festividades Navideñas y al menos en mi casa era importante que estuviéramos todos juntos en familia.

Yo era de esas personas que creía firmemente que de cualquier experiencia que te da la vida puedes sacar un aprendizaje. Después de todo era el propio entorno y las experiencias que vivíamos cuando éramos pequeños los que iban forjándonos como personas y más importante, nuestra personalidad. – Soy una buena perdedora, además, siempre miro el lado positivo de las cosas. - ¿Por qué mentir y fingir todo lo contrario cuando aquella era la única verdad? Ni siquiera se me daba demasiado bien mentir y la gente que me conocía bien solía calarme a la primera de cambio. – Me encantan los retos, así que no te diré que no a ese en concreto. – Comenté a pesar de haber notado que él lo decía en broma, pero vamos… que si quería hacerlo adelante. El hecho de ser una mujer no quería decir que no pudiera llegar a hacer ese tipo de cosas y en ocasiones mejor que un chico.

- ¿Habría sido horrible que no lo conociera sólo de vista? – Pregunté con curiosidad, pues personalmente no me importaba en absoluto que me llevasen a un lugar que ya me era conocido. Nunca había visto motivo alguno para que tuviera que molestarme o sentirse incómoda la otra persona por el simple hecho de que ya había estado antes. Levanté la mirada hacia él cuando me tomó de la mano, aunque en absoluto había sido un gesto de esos que dejaban entrever incomodidad o desconfianza. En aquel momento tenía toda mi confianza puesta en las manos del islandés. No conocía motivo alguno por el cual desconfiar de él y aún no me había dado ninguno. Asentí con la cabeza cuando dijo aquello de que nos apareceríamos esperando acto seguido aquel tirón en el estómago que nos llevo hasta Hogsmeade donde comenzamos a caminar hacia el lugar elegido por el muchacho.

- ¡Vaya! Así que… ¿de eso iba todo? – Sonreí divertida porque a juzgar por la manera en que se movía Jessy aquella noche, parecía rabiosa, furiosa, incluso molesta… ¿por qué sentirse así cuando alguien te acababa de pedir que fueses su pareja? – Me alegro por ti, por vosotros… Espero que al menos estéis durante mucho tiempo más que bien. - ¿Por qué desearle algún mal a la gente? No hay motivo a no ser que seas una persona mezquina a la que los demás le importan poco o nada.

Dibujé una pequeña sonrisa cuando me dejó entrar primero, dejando que mis ojos azules se empaparan de toda la información visual que daba aquel lugar a primera vista. La primera impresión en ese tipo de locales era realmente importante y en aquel momento me estaban ganando con creces. Me quedé pasmada durante unos segundos hasta que uno de aquellos que asignaban mesas nos llevó hasta la que había reservado Kristján. Ya sentada mis ojos seguían viajando a todos lados. – ¡Vaya! He de decir que me ha sorprendido para bien. A veces por fuera parecen muy distintos los lugares… - Especialmente si hablábamos del tamaño de los edificios que a veces podían parecer exteriormente pequeños pero luego resultaban ser enormes y no dejaba de ser algo realmente curioso.

Me gustaba esa sinceridad que notaba el islandés hacia mí o al menos, quería creer que estaba siendo sincero y que todo aquello era lo que parecía, y no una forma de burlarse de una muchacha al final de noche después de haber ganado una apuesta con sus amigotes. Nunca se sabe de qué pie cojea una persona que apenas conoces, pero a mí me gusta ver el lado bueno de las personas, me gusta creer que no me la están jugando… y luego es cuando me llevo decepciones y saco ese mal carácter que pocas personas conocen. Yo también sé jugar a ese juego, desde luego. Tras mi cara de niña bonita y buena, escondo toda esa mala leche que si alguien destapa es difícil volver a tapar. Tengo mal genio y grito, demasiado quizás, pero al menos me desahogo y si me dejan sola el tiempo suficiente incluso se me pasa el cabreo.

- El factor sorpresa siempre es importante. – Puntualicé, aunque lo malo era que el factor sorpresa llevase a una situación desastre, cuando bien a la otra persona no le gustaban las sorpresas, o bien no le gustaba la sorpresa en sí. Le sonreí al mesero cuando apartó la silla para mí sentándome. Que aparecieran las cartas de la nada, era algo que pese a todos los años que llevaba viva y conviviendo con la magia, no dejaba de sorprenderme para bien. Era increíble todo lo que éramos capaces de hacer los magos con la magia, a pesar de que en cierto modo esta nos limitara también. Ni siquiera con la magia era todo posible. Por mi parte, pedí agua, porque nunca había sido una muchacha de beber alcohol y embriagarse. Lo que pudieran decir los demás al respecto y aunque pudieran tacharme de aburrida o mojigata por esta y otras cosas, en realidad me daba igual. Prefería ser así y sentirme a gusto conmigo misma a pretender ser algo que no era y no sentirme bien conmigo misma.

- Soy de buen comer. – Reí. A pesar del físico que tenía siempre había sido de buen comer, aunque no llegaba al nivel de mis tres hermanos que siempre parecían unos auténticos muertos de hambre. En múltiples ocasiones me había preguntado dónde narices dejaban todo aquello que engullían, pero después de tantos años conviviendo con ellos, había llegado a la conclusión, de que, por norma general los chicos siempre comían muchísimo, así que ya no había nada al respecto que me sorprendiera. –No te preocupes, no soy de las típicas muchachas que temen coger peso si comen demasiado. – En realidad no era algo que me hubiese importado nunca demasiado, aunque sí que era cierto, que durante el cambio hormonal cogí unos cuantos kilos que luego perdí cuando las cosas dentro de mi sistema parecieron estabilizarse. – ¿Contarte sobre mí? Pues… No sé. Como sabes, soy irlandesa, antigua miembro de la casa Hufflepuff… ¿Te dije que tengo tres hermanos? – Sí, se lo había dicho. – Casi ponen el grito en el cielo porque es la segunda vez que salgo con un chico desde que empezó el año y eso que les he dejado claro que es con un amigo. Hermanos… - Porque vamos, la gracia de todo aquel asunto estaba en el hecho de que la vez que tendrían que haberse preocupado, no se habían preocupado en absoluto y aquella vez se habían puesto realmente pesados.

- No sé… - Le miré directamente unos segundos antes de bajar mis ojos azules hasta mis propias manos. – Mi vida no es emocionante ni es una de esas historias épicas. – Reí con cierto nerviosismo antes de volver a levantar la mirada. – Se podría hasta decir que es monótona… - Sonreí con cierta timidez antes de echarme el pelo hacia atrás. Había habido momentos en mi vida que se podían considerar interesantes, como todo lo acontecido con mi padre, pero era precisamente de lo que más me costaba hablar siempre… No era agradable recordar ese tipo de cosas o siquiera hablar de ello, aunque ya había aprendido con el tiempo que antes o después siempre tienes que contarlo.

Posiblemente esa fuese una de las veces en las que deseé durante unos momentos ser telepática para poder ver sus pensamientos o para poder saber cien por cien segura que no estaba haciendo el ridículo. De todos modos, el ser una persona a la que las opiniones externas no le importan lo más mínimo hace que enfrentarte a ese tipo de circunstancias sea mucho más fácil. Hace mucho tiempo que dejé de preocuparme por lo que la gente pudiera pensar de mí por el simple hecho de no ser de esas personas que se ahogan en alcohol, o que tan siquiera le dan un sorbo a la bebida con alcohol. ¿Qué más daba eso? ¿No era en realidad la persona en sí y su esencia lo realmente importante? Era aquello por lo que debíamos guiarnos y no sólo por lo que hacía o si seguía las modas y las costumbres de la gente que había alrededor.

Sonreí ampliamente ante sus palabras al tiempo que volvía a mirar a mí alrededor unos segundos. – ¿No estás acostumbrado a que las chicas coman o algo? – Pregunté con curiosidad aunque sin saber que estaba a punto de meterme posiblemente en aguas tenebrosas, en terreno fangoso. ¿Yo qué sabía realmente? Podía ser una pregunta tan inocente como ser una pregunta que llevase las cosas por el mal camino. – Creo que si hubiese sido una de esas muchachas que comen poco, mis hermanos se habrían encargado de hacerme cambiar de parecer y que comiera. Son horriblemente persistentes cuando quieren. – Puse los ojos en blanco unos segundos antes de echarme a reír, aunque era cierto que eran unos cabezotas de cuidado. Posiblemente ese fuera un rasgo común en nuestra familia, puesto que yo misma podía llegar a ser cabezota e insistente.

- Cierto… No recordaba al cien por cien si lo había mencionado. ¿No les echas de menos? Es decir, a veces desearía tenerlos lejos durante un tiempo, para que no se metan tantísimo en mi vida, pero por otro lado, luego pienso que les echaría de menos. Muchísimo, por mucho que me molesten o me piquen con sus estupideces. – Sonreí apartándome un mechón de pelo y colocándolo detrás de mi oreja derecha. – En realidad, son simplemente demasiado protectores conmigo. Supongo que es debido a que soy la única chica. ¿Tú cuántos hermanos tienes? - Sentía curiosidad porque sabía que tenía hermanos, pero no sabía cuántos o sus sexos.

- Pues… En realidad me es indiferente – Respondí encogiéndome de hombros – No tengo preferencia por una cosa u otra. – No solía tener ningún tipo de problema con la comida. – Pero carne no estaría nada mal… ¿qué me dices?