Gift Of a Friend || James

El reloj que tenía en la mesa auxiliar junto a la cabecera de mi cama marcaba las ocho y siete minutos. Una lámpara de aceite iluminaba lo suficiente como para que pudiera centrarme en lo que estaba leyendo sin tener que hacer horrores o forzar la vista, se podría decir que era una cantidad de luz agradable y la justa y necesaria para aquella tarea. Pasaba las páginas un tanto distraída a pesar de estar totalmente concentrada en lo que leía y por tanto en el contenido de aquellas páginas. Me tomaba mi tiempo para leerlo, interiorizarlo y reflexionar sobre ello. En cierto momento levanté mis ojos azules hacia la lámpara de aceite, quedándome completamente absorta en el movimiento de la llama.

Mi atención sólo se desvió de aquella danza que llevaba a cabo la llama cuando me di cuenta de que debería haber ido hacia horas a la biblioteca a por aquel libro tras el que llevaba varios días. Me incorporé de inmediato en la cama, levantándome de un salto y dirigiéndome presta hasta el armario de donde saque aquella blazer de color cielo que me puse mientras salía de la habitación. Esperaba que a pesar de ser las ocho de la tarde pasadas la bibliotecaria siguiera allí. No me había molestado en mirar los horarios, porque normalmente, cogía los libros a mediodía para poder leerlos tranquilamente por la tarde-noche.

La tranquilidad que inundaba a aquellas horas los pasillos era agradable. No es que fuera una chica solitaria, en absoluto, pero agradecía esa calma, esa serenidad, ese poder estar sin que nada te moleste. Supongo que como a todo el mundo, me gustaba gozar de mi propio espacio personal, ese en el que te sumerges en ti misma y tus pensamientos. Nada más. Mis ojos azules se desviaban de vez en cuando a las ventanas a través de las que se veía el paisaje nevado de fuera. Sabía que en cuanto llegará a la puerta de mi facultad debería salir al exterior para ir al edificio principal donde se encontraba la biblioteca.

Y ese momento no tardó mucho en llegar. Me armé de valor y salí para encontrarme con el aire invernal que me azotaba el rostro. Con más ropa de abrigo encima y en una temporada de más calor hubiera paseado tranquilamente por el campus (o no teniendo en cuenta la hora que era y que no sabía si el lugar seguía abierto), pero aquel anochecer en concreto decidí darme toda la prisa que puse y atravesé el espacio hasta el edificio principal en apenas unos minutos. Volver a estar entre cuatro paredes era gratificante, era agradable y me hizo sonreír. Emprendí camino nuevamente hacia la biblioteca subiendo aquellas escaleras ya tan conocidas para mí. Aquel lugar me fascinaba, llevaba apenas dos años estudiando allí, pero sabía que al igual que me había pasado con Hogwarts, acabaría echando de menos no solo el lugar, sino también aquella gente con la que prometes seguir en contacto pero que eventualmente pierdes de vista. Por suerte, aquello no me había pasado con los más importantes, como por ejemplo…

- ¡James! – Mi voz retumbó en las paredes al tiempo que aceleraba el paso pasillo arriba. Reconocería a mi mejor amigo en cualquier lugar, eso estaba claro. Le alcancé en apenas un minuto parándome a su lado. Hacía tiempo que no le veía a pesar de estar en la misma facultad. Sabía lo de Withney obviamente y me alegraba por él, de verdad que lo hacía. El caso es que con él las cosas siempre habían a ser en cierto modo especiales, no sólo era actualmente mi mejor amigo, sino que había sido mi primer amor, mi primera vez, y quisiera o no esas cosas siempre dejaban una huella, siempre quedaban ahí y hacían que le tuviera un aprecio especial. -  ¿Cómo estás? ¿Alguna novedad que contarme? – Pregunté antes de darle un fuerte abrazo. Así era yo con la gente con la que tenía más confianza, mucho más cariñosa, efusiva, simplemente porque ya sabía que no iban a hacerme ningún mal en ningún momento y podía ser mucho más abierta. Eran el tipo de personas con las que podía ser impulsiva (hasta cierto punto).

Le veía capaz, le veía bien capaz de tener un libro de la biblioteca desde hacia lo menos dos años y más y no haberlo devuelto, así que el hecho de que me lo dijera tan abiertamente solo hizo que me riera. - ¿Cómo qué se te olvidó devolverlo? ¿Se quedó bajó un montón de trastos o algo? – Una sonrisa divertida adornaba mi rostro. – Justo iba yo a la biblioteca a buscar algo, pero intuyo que está cerrada… - Pues nada, otro día será. Ladeé ligeramente el rostro mientras le miraba de arriba abajo. – ¿El riñón? Creo que un riñón no cubrirá la deuda, ¿y tú? – Bromeé durante unos segundos antes de empezar a andar hacia el otro lado. Total, la biblioteca estaba cerrada, ¿para qué ir hasta allí? Caminé unos metros hasta que llegamos hasta una de las ventanas y aprovechando que el alféizar estaba a una baja altura me senté en el mismo.

- Necesitaba algo para mis clases, pero bueno… - Me encogí de hombros, ya iría a la mañana siguiente nada más despertarme. – ¿Yo? ¿Espiarte? – Entrecerré los ojos durante unos segundos mientras una sonrisa se formaba en mi rostro. – No, ¿por qué iba a hacerlo? Sé que sea lo que sea que me vayas a regalar me va a gustar. – Aunque fuera porque a pesar de los años transcurridos y de todo lo que había pasado entre nosotros seguíamos conservando aquella bonita amistad que lograba que tuviéramos esa complicidad que después de muchas relaciones desaparecía, que se quedaba en nada, ni siquiera en una amistad. Era triste pero cierto y yo cada día que pasaba me alegraba por tenerle, por que siguiera siendo mi mejor amigo. – Siempre pareces saber lo que me va a gustar recibir.

Aunque eso también se debía a tantos años de amistad. Le sonreí al tiempo que echaba un vistazo hacia los jardines de la universidad, completamente nevados. – ¿Recuerdas cuando salíamos a los jardines de Hogwarts en pleno invierno y hacíamos aquellos muñecos de nieve? – Le pregunté con cierta nostalgia. Echaba de menos aquellos tiempos, posiblemente porque se me habían antojado tranquilos (al menos hasta que estalló la guerra) y porque los recordaba con gran cariño. Mi padre siempre había hablado mucho de aquel lugar y estando en ese castillo tenía la sensación de sentir su presencia en cada rincón del mismo, como si siempre estuviera allí. La de veces que hubiera vuelto a aquellos tiempos solo para poder sentir eso una vez más. – ¿Cómo te van las cosas con Whitney? – La pregunta salió casi sin pedirme permiso. Era como si mi cuerpo hubiese actuado el doble de rápido que mi mente, aunque bueno, bien mirado, estábamos hablando de James, no de cualquier persona random y siempre me había sentido totalmente libre de preguntarle sobre cualquier cosa o hablarle de cualquier tema.