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Mensaje por Zelda Fay Miér Dic 03, 2014 12:44 am



Viernes / 4:30 p.m. / Outfit

Un gato se encaramaba en lo alto de una rama, buscando el calor de la madera en el agujero que habían hecho unos pájaros que, al sentir el frío del invierno, habían decidido emigrar al sur para buscar calor. Era su gato, el huraño Macbeth que en esos momentos no deseaba regresar con su ama porque había cometido el error de bañarlo a las viejas usanzas: sin magia, pura agua y jabón. A pesar de tener el pelaje ya seco, no podía evitar sentirse traicionado por la osadía de haberlo metido en agua y dejarlo perfumado. La miraba con sus intensos ojos verdes, pasivo pero firme en su decisión por mantenerse lejos. Zelda, por su parte, encontraba divertida la forma en la que su mascota le daba a entender que, al igual que los humanos, sentía y necesitaba su espacio para tratar de calmarse y, tal vez luego, intentar una reconciliación, la cual seguramente empezaría cuando bajara del árbol y se fuese a sentar a comer la lata de atún que la pelirroja tenía justo al lado, sobre la jardinera.

Los días de Diciembre eran especialmente fríos, pues la nieve que el mes anterior caería parsimoniosa sobre todo el campus, ahora descendía de los cielos de forma continua, impregnando las copas de los árboles del suave color blanco que caracterizaba a esa época del año. Esa tarde en particular, Zelda no tenía mucho qué hacer; tenía que practicar las líneas de su papel en la obra de teatro que presentarían en unas semanas, pero las tenía tan bien aprendidas que ya no era necesario más que recitarlas sin el papel. En vez de hacer eso, se salió de la sala común de Cerridwen con una vieja guitarra en mano y la lata de atún en la otra. Cuando se halló en la parte más cercana y bonita del bosque de Adarta, decidió sentarse en el filo de una jardinera repleta de nochebuenas. Cuando el gato negro notó lo que su ama llevaba consigo, decidió acercarse más. Los ojos grises de Zelda miraron la bola negra de pelos sin un intento por convencer al animal de bajar. Lo dejaría hasta que lo hiciera por su propia voluntad. Entonces se acomodó y sostuvo bien la guitarra. La afinó un poco, pues tenía ya un rato que no tocaba con ella. La última vez que había tenido que tocar un instrumento de cuerdas había sido una lira y eso en abril. Rasgó las cuerdas y cuando encontró armonioso el sonido, se dedicó a tocar para calmar al gato y para calmarse ella.

Momentos antes de decidir salir, Zelda había tomado una siesta. Corta, para recuperar energía después de un duelo donde no había resultado victoriosa. A pesar de lo breve de su descanso, su cabeza había soñado cosas atroces. Se miraba en el cuarto solitario de San Mungo, rodeada de paredes de un color verde enfermizo, con su camisón blanco largo, el cabello opaco, la tez pálida y cetrina, entonces sucedía una explosión y, cuando ella quería huir, encontraba que sus pies y brazos estaban atados a la cama, imposibilitándole moverse; entonces el techo se derrumbaba sobre ella, dejándola atrapada sin nadie que la escuchara. Se asfixiaba y, cuando sintió cerca la muerte, había despertado. Sudorosa, tras un grito espantoso que, de seguro, había sido escuchado en toda la facultad. Le dio taquicardia y sintió que se desmayaría en esos momentos. Necesitaba salir y así lo hizo.

Antes de comenzar, se acomodó la bufanda que comenzaba a picarle el cuello. Colocó los dedos sobre las cuerdas correctas y comenzó a tocar una de sus canciones favoritas, una triste pero que la tranquilizaba por equis o ye razón. Cantaba suave aunque no de manera perfecta:


lyrics:


Someone New de Banks:




Última edición por Zelda Fay el Vie Dic 26, 2014 2:41 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Abner Burroughs Miér Dic 03, 2014 10:45 pm

Su regreso a Inglaterra significaba no solo arreglar asuntos con Ellie y con sus padres, o visitar a sus sobrinos a los que les tenía cariño a pesar de ser hijos de un indeseable – seguían siendo de su sangre, después de todo, aunque esa sangre ya no fuera tan valiosa –sino también asistir a varios compromisos sociales insulsos a los que de todos modos no podía faltar. ¿Qué significaba? Ver viejos amigos, asistir a algunas cenas, a algunas fiestas. A nadie le había dicho todavía lo de Ellie, primero tenía que arreglarlo con ella, así que fuera del trabajo recién retomado en el Ministerio, llevaba una vida bastante tranquila.

Aquella tarde en particular había ido a Brigantia por petición de Frances. Al parecer se había metido en un problema grave y necesitaba su ayuda de buen hermano mayor que lograba convencer a cualquier persona de cualquier cosa. Tenía ya muchos años que no ponía un pie en la universidad, así que aunque la cita con su hermana era a las seis, él había llegado temprano solamente para recordar viejas épocas.

La universidad había sido un buen lugar para él, así que la recordaba de buenas. Por suerte incluso se encontró con un viejo compañero que estaba en proceso de contratación para ser adjunto de Historia de la Magia y asistente de la profesora Elizabeth Sexton, o algo parecido. Incluso la mención de esa historiadora en particular parecía pertenecer a un pasado más simple. Como el susodicho tenía que seguir con su proceso, Abner lo dejó para recorrer el bosque de Andarta como hubiera hecho en otros tiempos.

Aquél era su lugar favorito en todo el terreno, pues decían que en algún lugar residía un misterioso nodo mágico que daba poderes extraordinarios a quien si quiera se acercara lo suficiente a él. Había historias al respecto pero hasta ahora no había hablado con nadie que hubiera estado en contacto con esa fuerza mística y misteriosa de verdad. Caminaba sin rumbo como hiciera antes, cuando era universitario y necesitaba despejarse, pero terminó eligiendo un camino particular al escuchar una voz suave que cantaba. No lograba distinguir bien lo que decía, pero la melodía actuó como un imán.

Cuando llegó al lugar de donde provenía la voz se detuvo. Reconoció a la chica, era la prima de Ellie. Tan semiveela como la rubia pero con un aire que le parecía mucho más dulce. El hecho de que estuviera cantando con todo y una guitarra dejaba claro que era un poco romántica, aunque nunca había que juzgar por la primera impresión. No sabía si ella lo recordaba por haber estado alguna vez con Ellie, aunque fuera como un amigo. Cuando Zelda terminó de cantar, Abner la observaba con los brazos cruzados, recargado en un árbol frente a donde estaba ella.

-No te quise interrumpir. ¿Estás melancólica hoy o siempre eres musicalmente romántica? Eres Zelda, ¿no?
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Mensaje por Zelda Fay Miér Dic 03, 2014 11:23 pm



Una vez que las cuerdas dejaron de vibrar, deteniendo definitivamente todo sonido del instrumento, Macbeth, el gato negro, descendió cuidadosamente del  árbol, aferrándose con sus afiladas garras a la corteza. No tardó en dar un salto y colocarse sobre la jardinera. Casi como en un gesto de disculpa, restregó el hocico en las piernas de la muchacha y luego continuó hasta ir a dar con la lata de atún cuyo contenido engulló, aceptando el tributo de la paz. Zelda, por su parte no se movió ni acarició al animal, prefirió tocar acordes al azar, improvisando una melodía hasta que poco a poco terminó volviendo a tocar lo terminado. No, no era despistada, pero no necesitaba mirarlo demasiado para saber de quién era la voz masculina que irrumpía en ese momento de intimidad.

No tenía mucho contacto con él a pesar de la cercanía entre Ellie y ella misma. Si acaso, lo había llegado a ver un par de veces en la casa de sus tíos, acompañando a su prima a todos lados. Hasta que desapareció casualmente cuando la otra semi-veela de la familia se encontraba con un pequeño niño germinando en su barriga. No es que pensara que él era el padre de Bastian, pero era demasiado parecido al niño. Abner Burroughs, el mítico galán –porque aunque hubiera estado con su prima tenía que admitir que el tipo era más que solamente guapo- que acabaría robándole el corazón a una de las Morgan. Le habían hablado tanto de él que ahora sentía que lo conocía, aunque claro, no se podía guiar por habladurías. Ahora que lo tenía frente a ella, le parecía curioso, una aparición traída del legendario bosque que tenía a sus espaldas. Zelda siguió tocando los acordes mientras que su gato limpiaba la lata con su particular lengua.

¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en ese árbol la espalda! ¡Oh! ¡Quién fuera chamarra en ese cuerpo para poder tocar su espalda! — exclamó y luego levantó sus grises irises para mirarlo. Ahora comprendía por qué su prima se había embarazado. Seguramente, de ella haber estado en la oportunidad, lo habría hecho también aunque, posiblemente, con un poco de protección.
Zelda sonrió, como si se tratara de un tipo común y corriente que venía a postrarse ahí por coincidencia. Lo segundo era verdad, lo primero no estaba tan segura.

Shakespeare. — agregó y luego detuvo la melodía para dejar de lado la guitarra y sentarse un poco mejor en la jardinera — La melancolía es una enfermedad, así que no, no lo estoy. Y de romántica… no tengo razones para estarlo. — se encogió de hombros y ahora sí acarició al gato, ya que había pasado un tiempo considerable para lograr su reconciliación — Y estás en lo cierto, soy Zelda… y tú eres…— dejó la cuestión al aire, fingiendo que no tenía ni la menor idea de quién era él. Si quería conocerlo, entonces sería de la forma más discreta e inteligente posible.





Última edición por Zelda Fay el Mar Dic 16, 2014 2:14 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Abner Burroughs Dom Dic 07, 2014 12:36 pm

Detestaba a los gatos. Abner había vivido tanto en compañía del odioso Fabelo de Frances que ahora los encontraba despreciables, por eso sus ojos trataron de no enfocarse demasiado en el gato que devoraba los restos de la lata. En cambio, sonrió a Zelda después de su versión libre de Shakespeare. Si seguía con las primeras impresiones podría decir que era simpática, bastante, pero ya se había equivocado en el primer juicio sobre la melancolía y el romanticismo, a los cuales se negaba.

-Abner, pensé que me recordarías. Fui amigo de tu prima Ellie un tiempo.

Decir la palabra “amigo” no había sido casualidad, aunque esa palabra no sirviera para describir lo que en realidad había tenido con su prima, que había sido mucho más que eso, haciendo de lado el asunto del bebé y todo lo demás que había surgido. Nunca supo si Ellie había dicho a todo mundo que eran algo más que amigos, porque ni siquiera Frances sabía un carajo acerca de su paternidad, lo hubiera obligado a asumir las consecuencias aunque fuera por un Imperius.

-Yo sí me acuerdo de ti pero eso es obvio, las semiveelas son difíciles de olvidar.

Nunca había sido un tipo particularmente galante. No decía esas cosas como parte de un plan premeditado para agradar o con intenciones escondidas. Sus técnicas para ese tipo de asuntos eran más agresivas y directas. En ese momento estaba siendo amable, aunque nunca era amable con cualquiera que se le cruzara en el camino, no era de lo que repartieran halagos a diestra y siniestra.

-¿Desde cuándo sabes tocar? Mi madre hubiera matado porque alguno de sus hijos tuviera algún don musical. Pero todos somos muy brutos.

Aquello era cierto. Annapola Burroughs había soñado con el perfecto cliché de un hijo aristócrata, educado y con un montón de habilidades. Ninguno había tenido interés por la música, ni por ningún otro tipo de actividad elevada. Cayó en cuenta de que estaba ahí, haciéndole la plática, sin saber si la chica prefería estar sola. No por nada uno decidía ir solo al bosque de Andarta.

-Perdón, ¿te estoy interrumpiendo algo? ¿quieres que me vaya?
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Mensaje por Zelda Fay Lun Dic 08, 2014 10:39 am



Ah, así que ahora eres el amigo de Ellie. Y yo que pensaba que las amistades no embarazaban a las chicas, pero bueno, estamos en los ochentas. Todo puede suceder en estas bizarras relaciones. Pensó deteniéndose un poco en el rostro del susodicho amigo. Su madre decía que una tenía un sexto sentido que trataba de ayudar a develar cosas que otros querían ocultar, ese sexto sentido se denominaba lectura corporal. A Zelda se le daba bastante bien a veces y ahora iba a intentar ver si Abner era un libro abierto o un necronomicón cerrado a base de conjuros para que nadie indagara en sus más oscuros secretos. No era necesario que le echara una perorata para recordarle quién era, tenía ese rostro marfileño, perfectamente impoluto y de facciones afiladas, bien fresco en la memoria. Creía recordar haberse pasmado el primer día que lo había visto en una de las tantas reuniones a donde su prima la invitase para que conviviera con la gente del medio al que ella estaba acostumbrada. Hombres y mujeres que bebían, fumaban y cogían a morir. Porque había que aceptarlo, Abner no sólo era guapo, sino que poseía ese aire elegante, propio y aristócrata básico de la gente de su clase. Era de esos que se paraban perfectamente derechos, dando la impresión de ser gigantes en tierra de enanos. Sí, le había gustado, pero en ese entonces tenía algo con Ellie y se vio en la toma de decisión de mirar hacia otro lado. Y ahí estaba otra vez, ese semi-dios del Olimpo, en un paisaje que lo complementaba. Y seguramente no estaba ahí por la pelirroja, sino por la rubia con la que, seguramente, compartía un hijo.

Zelda sonrió casi como siendo presa de su propia broma.
Claro que te recuerdo. Los chicos como tú son difíciles de olvidar también — respondió dejando que el gato se le restregara en el regazo para luego irse a trepar al árbol de nuevo. La guitarra reposó en la piedra de la jardinera y luego en la dulce nieve blanca.

Se acomodó sobre la piedra e hizo un hueco para que él tomara asiento. Era tan extraño convivir con un hombre al que apenas y conocía, no obstante, sería lo más amable posible. Quizá, si corría con suerte, daría con la razón por la cual aquella aparición fantasmagórica que tanto daño le había hecho a Ellie en antaño, se encontraba de nuevo pisando los prados invernales de la Universidad Brigantia. Le dio unas cuantas palmadas al lugar libre a su lado y contestó a su pregunta.

Nadie es demasiado bruto. Tal vez tengas dos manos izquierdas y eso no es un error. Yo aprendí porque mi padre toca varios instrumentos, pero si nunca se hubiese interesado en enseñarme, seguramente lo más que podría tocar sería la puerta — escondió ambas manos entre sus muslos para apresar el calor — No soy muy buena instructora, pero si tu madre mataría por tener un hijo pródigo, yo te podría enseñar — sugirió aunque suponía que no le tomaría la palabra — ¿Interrumpir? No… Prff. Creo que es más patético ver a una fulana con un gato que con un chico. Llegaste justo a tiempo para evitar verme como una joven anciana cuya relación más cercana es con un felino que ni a su dueña soporta a veces — ladeó una sonrisa medio amarga y se miró las botas que tenían restos de nieve.




Última edición por Zelda Fay el Mar Dic 16, 2014 2:14 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Abner Burroughs Vie Dic 12, 2014 12:29 am

Nunca se había preocupado por ser un as con las chicas, no precisamente. Durante su paso por la universidad se había preocupado más por destacar, por ser un buen presidente del consejo estudiantil y graduarse con honores de Leyes Mágicas, como su padre antes que él. Y podía sonar a mentira, pero no estaba muy consciente de su efecto en las mujeres, nunca había prestado atención. Lo mismo que sucedía con su hermana, porque no eran precisamente buenos en el arte de entender cuando alguien estaba interesado, ni habían pensado nunca que fueran afortunados. Eran tan poco empáticos que no entendían ciertas miradas o ciertas insinuaciones hasta que ya eran muy obvias. Pero cuando él intentaba conquistar a alguien, era muy seguro de sí mismo, porque dudaba que se pudiera conseguir algo con la timidez, así que atribuía su éxito a esa seguridad que se obligaba a portar, y no a una bendición genética.

De cualquier forma le sonrió cuando le devolvió el halago, atribuyéndoselo a que era una chica educada. Se le notaba. No podría explicarlo bien pero tenía las expresiones de una de esas señoritas que habían nacido en un lugar privilegiado, la mirada dulce de quien sabe que lo merece todo pero no alardea de ello, pero sus cejas hacían una expresión algo curiosa, como altiva. Quizá fuera un gesto involuntario, pero eso la hacía interesante.

-Creo que ya no le interesa tanto como antes. Pero a lo mejor sería una buena sorpresa para ella, un tributo desinteresado a su amor de madre. No sé, consideraré tu oferta de enseñarme.

Su madre no había cambiado nada, ni siquiera con la guerra ni con lo que habían tenido que pasar como familia cuando su padre había decidido apoyar los ideales rebeldes de Frances. Seguía siendo una mujer que sentía que el mundo le pertenecía y que sus hijos debían de seguir ciertos lineamientos y tradiciones: casarse bien, tener una gran carrera, ser motivo de presunción ante otras urracas de la alta sociedad. Frances ya le había dado demasiados dolores de cabeza. Él, en cambio, ninguno, al menos no todavía, porque no sabían lo de su hijo, aunque igual Ellie no era cualquier cosa.

Se separó del árbol y caminó hasta ella para sentarse a su lado. Al momento de estar cerca la observó y le dio un tirón a la manga de su suéter, con una media sonrisa de lado. Se le quedó mirando más fijamente de lo políticamente correcto, intentaba encontrar en sus facciones cierta familiaridad con su prima.

-¿Está hecho en casa?

Le preguntó respecto a la ropa. Conocía madres que se desvivían haciendo esas cosas. Miró a su alrededor, el lugar estaba medio vacío.

-Los felinos…no confío en ellos y ellos no confían nunca en mi. Hemos vivido en guerra perpetua desde hace años. Me sorprende que tu gato no me esté reclamando cosas a maullidos.
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Mensaje por Zelda Fay Vie Dic 12, 2014 11:41 am



¿Cuántas veces no había escuchado la misma historia? El estrato social de los ricos, adinerados o sociedad de abolengo, tendía a tener una bizarra tradición comunal en la que cierto tipo de educación se esperaba de los más jóvenes y, claro, de los adultos y patriarcas o matriarcas de aquellas familias. Por su parte, conocía muy bien que eso, mayormente, se daban entre familias enteras que habían cursado en las casas de Slytherin y Ravenclaw. Gente que creía en la supremacía de la sangre pura, de las riquezas heredadas y la elegancia de la dinastía a la que pertenecían. Los Morgan tenían ese tipo de idiosincrasia muy pegada al hueso. Si bien su padre, era cierto, descendía de un famosísimo escritor norteamericano que resultó ser todo un socialité en los 20’s, no se comparaba con el gran prestigio al que pertenecía su madre, una familia de sangre pura que se remontaba a siglos atrás en la  cual, además de ser puros, tenían veelas en su haber. En el mundo de la magia, era la antigüedad de sangre la que importaba. Por eso mismo, sabía de muchos chicos y chicas que eran obligados a tomar clases de artes contra su voluntad y que terminaban odiando los pianos, violines, la danza o cualquier otro tipo de manifestación artística aunque tuvieran talento para ella. Por su parte, su madre se había empeñado en hacerla toda una dama de alcurnia, de esas que no sólo se ven presentables, sino que se expresan de forma adecuada, se mueven delicadamente y cuidan su figura y rostro como si de eso fueran a vivir. Jeanne tenía la certeza de que su hija, el tesoro de su vida, estaba destinada a formar una familia con un miembro de una prestigiosa dinastía. Por eso mismo, al saber que tenía sus idilios con un simple "sangre sucia" que jugaba quidditch, por rico o educado que fuera, le había obligado a terminar la relación porque “no estaba a su altura”. Acción que Zelda, muy sensatamente, pensó en hipócrita pero la cual no manifestó al saber que seguramente su madre le reventaría la boca.

Ahora que escuchaba a Abner hablar de su propia madre, no podía evitar sentir empatía. Ella jamás había gustado de la pintura y sin embargo, cuando tenía vacaciones, cual Mrs. Bennet, Jeanne no se cansaba de invitar a los amigos longevos de la familia para ponerlos a ver las obras de Zelda que estaban, ahora, colgadas en las paredes con marcos de ébano y otras maderas preciosas. Quizá así alguno podría codear a su hijo para lograr un enlace matrimonial. La chica sonrió y miró al cielo de donde descendían los miles de copos de nieve.

Apuesto mi guitarra, la cual no tiene un valor monetario demasiado grande, a que debes de tener otras habilidades. No se… ¿Pintura? ¿Canto? ¿Escultura?... no sé, no te ves como el tipo de persona que va por la vida sin saber hacer algo. Sería muy triste que fuera así, tal vez tengas algún talento escondido… tal vez puedes escupir más lejos que el resto — miró hacia un cúmulo de nieve — Yo no puedo, me babearía toda la boca al intentarlo y, si de por sí ya es asqueroso el acto de tirar saliva… — dejó la oración al aire imaginándose a ella misma tratando de tirar un escupitajo cerca del montículo.

Zelda observó la elegancia con la que Abner tomaba asiento junto a ella y, de forma más extraña, la acción de jalarle del suéter. El chico comenzaba a tomarse confianzas y eso, de alguna u otra forma, le provocó la risa, no sabía si nerviosa o genuina. Se miró al pedazo de brazo donde la había tocado y bufó.

¿Este suéter? No. A Jeanne no le gusta tejer, dice que mejor paga a una boutique para que le hagan su ropa a la medida que ella andarse quebrando los sesos para que le salga algo o muy grande o muy chico.  — alzó una ceja y suspiró — Me lo regaló mi abuela. No tiene muy buen gusto pero… la intención es lo que cuenta — agregó para luego mirar hacia el árbol donde Macbeth dormía plácidamente en una de las ramas más gruesas — Ni a mí me gustan. Pero necesitaba compañía y mi perro se quedó en casa. Nos odiamos pero tenemos un código  y a veces podemos fingir que nos medio caemos bien. No nos pertenecemos el uno al otro — finalizó para luego mirar a Abner — No te sientas sorprendido, es un gato bastante… raro. A veces no creo que sea del todo un animal — comentó observando el pecho de Macbeth subir y bajar lentamente.





Última edición por Zelda Fay el Mar Dic 16, 2014 2:15 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Abner Burroughs Sáb Dic 13, 2014 12:59 pm

Negó con la cabeza a todas las opciones artísticas que Zelda le citaba y coronó con una risa por lo del talento escondido de escupir más lejos que el resto. Jamás lo había intentado así que no sabría decirlo. Pero se rió también por la explicación de Zelda de por qué ella no podía hacerlo. Le pareció simpática, de ese tipo de chicas que lucían siempre cómodas estuviesen en el entorno que estuviesen.

La miró largamente, estudiando su perfil y su manera de sentarse. Definitivamente era el tipo de chica que Annapola Burroughs habría querido tener por hija, aunque le había tocado algo radicalmente distinto. No le importó si ella se daba cuenta de que la miraba con curiosidad y con calma, que le recorría con los ojos la línea de la nariz, la forma de su mandíbula y cómo resaltaban sus labios, o el grueso y largo de sus pestañas. También tenía un color de cabello bonito. Se parecía a Ellie en algunos rasgos, pero eran casi imperceptibles.

Volviendo al tema, le sorprendió que le contara que a ella tampoco le gustaban los gatos, y más le sorprendió la historia de cómo había llegado a convivir con el felino que ahora dormía en una de las ramas. Él jamás había tenido aprecio por ningún animal y por ninguna mascota en particular. Los crups que tenían en casa eran parte de la familia pero Abner no se volvía loco de amor por ellos y el gato Fabelo siempre había sido un dolor de muelas.

-Puede que no lo sea.

Un animal. Su propia hermana era un animago así que no le sorprendían ese tipo de historias en lo absoluto, sólo que no se imaginaba a alguien con intenciones tan extrañas como para andar todo el día convertido en gato con tal de estar cerca de Zelda. La sola idea resultaba escalofriante. No lo dijo en voz alta, porque no quería meterle ideas locas en la cabeza, así que solamente volvió a mirar al gato.

-Tengo mucho tiempo sin ver a tu prima, ¿cómo está?

Se atrevió a preguntar con cautela, pero suponía que era una pregunta más normal que seguirle haciendo cuestionamientos personales cuando en teoría, llevaba menos de veinte minutos de conocerla. Tenía que apoyarse en algún punto. De haber sabido que estaba bajo escrutinio seguramente ya se hubiera levantado para irse, pero eran las bondades de ser un ignorante.
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Mensaje por Zelda Fay Lun Dic 15, 2014 11:40 am


No le podía creer que no tuviera talento para nada. Quizá sólo quiere ser modesto, pensó tratando de averiguar, entre esas facciones aristocráticas, alguna habilidad escondida, pues los hombres como Abner, en efecto, no iban por la vida sin saber hacer algo que los demás no. Era ese el punto más importante de las familias acaudaladas, tener hijos que pudieran hacer cosas que los de más bajo estrato, no. Por eso mismo, no le creía ese aire de “yo soy un inútil que no sabe ni escupir como granjero”. Puede ser, siguió dilucidando, que tenga talento para algo que no es necesariamente digno de mostrar, quizá tiene talento para seducir o para preparar pociones, puede que tenga habilidad para la escoba, nunca lo sabré. Zelda se concentró tanto en pensar algo en lo que el extraño, no tan extraño, fuera bueno, que dejó pasar por unos segundos el sentimiento de mirada punzándole en la cara. No lo había notado, pero cuando lo hizo, no pudo evitar mirar hacia otro lado para quitarse de encima esa sensación de incomodidad y nerviosismo que comenzaba a hacerla divagar.

"Me está mirando. Ay por dios, sigue mirándome. ¿Por qué lo hace? ¿Tendré algo en la cara? ¡Seguramente me está escurriendo la nariz! Maldito frío… – Instintivamente, Zelda se llevó una mano a la cara para taparse y corroborar que nada se le estuviera saliendo de sus fosas nasales– ¡Ya déjame de ver que me incomodas! ¡Por Merlín, si no fueras tan guapo me importaría un bledo, ya estoy acostumbrada!, pero ¿¡por qué tenías que estar haciendo esto tú?! O quizá esté buscando el parecido con Ellie. No tengo mucho, somos muy distintas. Si no me dejas de mirar juro que te voy a golpear con la guitarra. No, creo que no podría, primero me rompe la cabeza él antes de yo tocarle un pelo. Y de cualquier modo no podía tocarle un pelo. Si lo hago capaz que me vomito de los nervios. No, simplemente no podría. Dónde estás ese maldito gato cuando necesito algo dónde centrar mi atención… Ah, ahí estás, durmiendo de lo lindo en una jodida rama cuando yo estoy sudando como una cerda gracias a… a éste. Ya, piensa en otra cosa. Como en el baile de navidad. Sí, el baile. ¿Irá él? Ay por qué estoy pensando en si va a ir Abner, carajo…"

Gracias al cielo o a Valhala o a lo que fuera que ella creyese, Abner desvió ligeramente el interés en ella para centrarlo en el gato. Su respuesta no la había visto venir. Y Zelda se sintió perturbada por la idea de que Macbeth no fuese simplemente un gato, sino un animago. Su madre no podría ser tan paranoica como para obligar a alguien a estar con ella para evitar que se juntase con la gente inapropiada. O incluso, no podía ser tan preocupona como para contratar un medimago con dotes de animagia para que la siguiera por si le daba un ataque. Ya estaba pensando en tonterías. Eso, sencillamente, no podía ser.

Pues a menos que sea un fan de Ellie que me esté siguiendo para ver en qué momento le consigo una cita con ella, yo dudo que se trate de un alguien en vez de un algo. Me perturba tan solo pensarlo — respondió mirando desconfiadamente a la bola de pelos negros que continuaba durmiendo sin pena ni gloria.

Luego, Abner soltó el tema que Zelda ya veía venir. Ellie. Estaba claro, o quizá no tanto, que el muchacho ojiazúl no tenía idea de lo que pasaba con su prima actualmente. La pelirroja tomó aire y miró hacia la facultad que se alzaba imponente cerca de esos bosques. ¿Qué le diría? Tenía que hacerle un resumen rápido que no revelara demasiadas cosas. Al final dio la respuesta más sosa que pensó su cabeza.

Pues sigue igual. Rubia, neurótica, fastidiosa, con una horda de estudiantes que pululan alrededor de ella como moscos en la luz. Pero eso no es nuevo. — comenzó sonriente — Ha estado muy concentrada en sus estudios, en su vida, con… sus amigos — a punto de decir “su hijo” estuvo, pero se contuvo y prefirió decir otra cosa — La veo muy bien — lo miró inquisitiva — ¿Viniste a la universidad a visitarla? — preguntó esperando que dijera que no. Lo que menos quería era que su tan querida prima se encontrase en una situación muy incómoda.


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Mensaje por Abner Burroughs Mar Dic 16, 2014 11:19 pm

Si hubiera sabido que le iba a provocar a Zelda un ataque de paranoia, Abner no hubiera mencionado nunca lo del gato, se lo hubiera guardado para sí. De todos modos siguió mirando al animal, que parecía tan normal como cualquier otro y hasta se rió un poco por la teoría de que era un fan de Ellie, tomándoselo a broma, aunque dicho así, sí que sonaba perturbador.

-No te preocupes, yo veo a ese bicho muy normal.

Alguien que la estuviera vigilando no dormiría a pierna suelta si la veía acompañado de un tipo con intenciones dudosas, aunque su estadía ahí fuera tremendamente transparente. Estaba haciendo tiempo con una chica agradable antes de ir a hacer lo que tenía que hacer. Nadie se resistía a una chica bonita –dejando de lado que fuera o no semiveela- y tampoco a una plática que pudiera matar el tiempo.

Y respecto a Ellie…para ese momento Abner ya sabía todo lo que quería saber. No había sido difícil investigarla, saber cómo se llamaba su hijo, qué estudiaba y bajo qué circunstancias, los círculos que solía frecuentar. Lo único que hasta ese momento a Abner se le escapaba, era lo del matrimonio. De eso sí no tenía ni la más mínima idea. No habría ido ahí a ayudar a Frances en plan conciliador solamente con el decano Hewett. Habría ido ahí exigiendo la cabeza de Kosztka, no por Frances, sino por su propio orgullo.

-Me alegra que esté bien. Cuando la veas salúdala de mi parte.

Pero esperaba que él pudiera verla antes que Zelda. Negó con la cabeza como respuesta a la última pregunta de la chica. No quería ver a Ellie en esas circunstancias y de hecho, para él era una suerte no habérsela topado, aunque también había sido hábil en no pasar por Ogmios ni por error.

-No, vengo a ayudar a mi hermana. Frances Burroughs, ¿la conoces? Da igual, siempre se mete en líos y siempre tengo yo que solucionarlos.

Había dicho “Burroughs” en lugar de “Alechinsky” a consciencia. Para Abner, aún cinco años después, su matrimonio seguía siendo una mala broma de su hermana para hacer sufrir a la familia. Abner no era un tipo de muchas palabras, pero sí se notaba cuando estaba enfadado o cuando estaba incómodo. Lo estaba cuando mencionaba el nombre de su hermana. Ojalá la curiosidad de Zelda por sus asuntos en Brigantia terminara ahí, no quería hablar de Frances. Por eso mejor terminó cuestionando a Zelda, aunque no lo hizo sólo para cambiar el tema y no tener que recordar más el carácter de monstruo de su hermana menor, sino porque tenía genuina curiosidad por ella.

-¿Qué carrera se supone que estudias tú?
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Mensaje por Zelda Fay Miér Dic 17, 2014 10:30 am



Todo el asunto hipotético del gato le dio náuseas así que prefirió dejar morir el tema y evitarse tener malos ratos en la noche cuando el animal se quedara encima del escritorio, observándola con esos ojos amarillos suyos. Simplemente seguiría con la idea de que era una mascota permitida por la facultad y que, seguramente en un año más, lo estaría devolviendo definitivamente a su dueña –Jeanne– para que, por  una vez en mucho tiempo, volviera a ser feliz. Y ella regresaría con Othello, su perro.

Y de cualquier forma el tema importante ahí no era Macbeth. Zelda odiaba, entre muchas otras cosas, los momentos incómodos que venían cuando estaba con alguien que, de cierta manera, era non grato para alguien cercano. No tanto por los interrogatorios, sabía muy bien cómo manejar cierta información delicada, sino por el sentimiento de tensión que podía respirarse en el aire. Ellie pocas veces mencionaba ya a Abner, es más, quizá más bien nunca. Las razones ella las desconocía y no tenía la pretensión de cuestionar a su prima por las razones. Ella sabía por qué no deseaba tocar el tema y punto. Y sin embargo ahí estaba con él, tan campante, preguntando por Ellie. Eso la hizo pensar cuánto tiempo llevaban sin contactarse como para dilucidar qué cosas y qué otras cosas podría o no decirle. Para su suerte no hizo más preguntas y tal vez eso era lo mejor.

Le diré si es que la veo — contestó sin asegurar nada porque, era muy probable, que no le dijera a su prima de ese bizarro encuentro.

¿Frances metida en problemas? Eso no le sonaba para nada verosímil. A pesar de haber escuchado el Burroughs en vez de el Alechinzky de Tobías, Zelda sólo conocía una sola Frances que podía estar metida hasta el cuello en un problemón como para que su hermano acudiera a ayudarle.

Yep, si la conozco. Aunque desconozco la razón por la que está metida en problemas — «ahora» pensó — Deberías de dejar que ella los solucione. Si vienes tu a arreglarle la vida cada vez que mete la pata, lo seguirá haciendo — comentó casi como si le estuviera pidiendo su opinión — Aunque… pensándolo bien, debió de haber hecho algo bastante grave para que tú estés aquí — dilucidó al poco y miró a Abner — Pero como no son mis asuntos, supongo que no vas a decirme sólo porque te caí bien. Ni siquiera es certero que te caiga bien, lo más probable es que estés aquí haciendo tiempo en lo que llega la hora de atender el verdadero gran asunto —  soltó sin más.

Zelda no era de las que tenían pelos en la lengua, en cuanto podía daba su opinión aunque con su mesura para no verse demasiado chismosa o interesada. Ese era el caso. Frances había sido siempre un dolor de cabeza por esa actitud rebelde y explosiva que cargaba para todos lados; era grosera y le gustaba meterse en pleitos innecesarios. No le extrañaba que alguien tuviera que venir a arreglar su desmadre.

Periodismo. — respondió de inmediato —Si me vas a hacer una entrevista lo menos que espero es que me invites un café o una cerveza si te quieres ver más relajado y menos estirado — agregó bromeando. Claro que no esperaba que Abner le invitara nada, pero tampoco le diría más de su vida de lo necesario.



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Mensaje por Abner Burroughs Miér Dic 17, 2014 9:11 pm

-Por pelear, ¿por qué más iba a ser? Porque de chiquita se cayó de la cuna y tiene algo mal en la cabeza. En realidad nunca vengo pero ahora parecía caso de vida o muerte y bueno…sigue siendo mi hermana aunque sea cabeza hueca.

Que le hubiera dicho todo eso de corrido solamente significaba que le daba a entender a Zelda que sí le había caído bien, como una afirmación que no era directa. Era cierto, había ido ahí solamente para hacer tiempo antes de tener que meterse al despacho de Hewett a enumerar las veinte mil razones que tenía para que dejaran a Frances tranquila.

-Nunca haría tiempo con gente que no me pareciera interesante. Lo que se traduce como que me caes bien. Además eres muy guapa, ¿a quién no le gusta que lo vean con una chica guapa?

Abner le dijo esas cosas a propósito. Y no estaba mintiendo cuando lo decía, porque Zelda era guapa, muy aparte de su característica mágica de ser semiveela. Había semiveelas que no tenían chiste, como la idiota de Barunka, por quien su idiota hermano moría.

-Vaya, periodismo. Habrá que cuidarse entonces, los periodistas pueden convertirse en enemigos terribles.

Detestaba a los periodistas, al menos en Bruselas siempre se la pasaban haciendo preguntas estúpidas, personales o tendenciosas. De todas maneras en Gran Bretaña no eran mucho mejores. No pudo evitar reírse por la manera en que completaba la frase y sutilmente parecía estarlo empujando a invitarle algo. Le gustaban las chicas que tenían maneras particulares de pedir las cosas y conseguirlas, o al menos eso pensaba que estaba haciendo Zelda, agregándole a eso su carisma natural extraordinario.

-¿Estás diciendo que soy un estirado, en serio?

Ya sabía que no, pero le gustaba voltear las cosas, era una de las actividades favoritas de la familia, como un hobby que sacaba a la gente de sus casillas. Abner no perdió mucho el tiempo. Le tomó un mechón de cabello rojizo y se lo pasó detrás de la oreja antes de acercarse para estamparle un beso en los labios, con suavidad.

-No, creo que te entendí mal, ¿verdad? Dijiste que una cerveza si pensaba que el café me haría ver estirado. Lo siento, mi cabeza se nubló por un momento y sentí el ansia desesperada de demostrarte que estaba relajado. Ah y a tu animal no le importó. Si fuera un animago acosándote se me habría lanzado encima.
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Mensaje por Zelda Fay Miér Dic 17, 2014 11:12 pm



No tenía hermanos, por eso le era complicado comprender la relación que sostenían entre ellos. Tener primos y familiares no era lo mismo. No obstante, había convivido entre suficientes familias con hijos numerosos como para observar sus comportamientos. No los estudiaba como animales, pero si le parecía curiosa la forma en la que las relaciones de hermandad tendían a variar. En el caso de Abner y Frances, se notaba que él, como hermano mayor, estaba obligado –sí, obligado- a responder por los actos de su hermana fueran como fueran. A Zelda le pareció divertida la forma en la que él se expresaba de la estudiante de leyes. Era como si fuera una molestia pero la quisiera de cualquier manera. Exactamente como ella y el gato Macbeth.

Zelda lo dejó hablar porque, por sorprendente que pareciera, Abner estaba confiando en ella. Era obvio que no le confesaría los crímenes de Frances pero por lo menos estaba abriéndose a compartir un poco de su “pena”. No lo interrumpió. Escuchó sus cumplidos pensando que lo más probable era que los dijese más por compromiso o por ser amable que por otra cosa. Era cierto, ella no era nada fea, quizá incluso demasiado guapa –dones de la sangre de veela-, pero Abner ya había estado con una antes e incluso se atrevía a apostar que conocía a bastantes más que ella. Se tentó los bolsillos para recordar en cuál de ellos había colocado su cajetilla de cigarros. No fumaba mucho, pero en días tan fríos como ese, uno no podía hacerle mucho daño. Cuando encontró la cajetilla, la extrajo y sacó un pitillo que nunca prendería.

Gracias al cielo no planeo ser como esa mediocre de Rita Skeeter, Abner. Soy más del área de investigación… — ahora miraba el filtro del cigarro — Ya sabes, de esos que les gusta escribir artículos de cosas interesantes en vez de andar indagando en la vida de otros — y se detuvo.

¿En qué momento sus palabras se habían convertido en un arma contra ella? La forma en la que él inquiría la intención de su supuesta invitación por un café o cerveza, era ahora materia para que él se tornara amenazante. Tan solo con el acto de removerle el pelo Zelda se quedó fría. Sostuvo el cigarrillo entre el dedo índice y el medio, sin soltarlo. Y entonces pasó. No lo vio venir, no supo en qué jodido momento le había insinuado algo. Simplemente le robó un beso de la nada. Abner Burroughs, uno de los tipos por el que las chicas en Hogwarts tiraban baba al por mayor; Abner Burroughs, el tipo que resultaba ser hermano de Frances y por quien la había conocido gracias a una plática bastante incómoda; Abner Burroughs, el quever de su prima. Sí, ese Burroughs le había dado un beso. No articuló ni una sola palabra, simplemente miró hacia todos lados sin girar la cabeza, como intentando dilucidar si eso había sido real o no. Lo miró entre confundida, molesta y otra cosa indefinible.

Wow — soltó alzando ambas cejas.

Frunció la boca y luego se tocó los labios con la yema de los dedos. Sí, no sabía ni qué responder a la segunda perorata que venía después del beso. Tenía sentimientos encontrados. En primera, existía esa imperiosa necesidad de estamparle la palma en la cara hasta voltearla y luego reclamarle qué calidad de mujer creía que era ella. Y su cabeza respondió a ese pensamiento cuando la mano que sostenía el cigarro, tomó aire; sin embargo, fue más como un movimiento mecánico sin una meta. Por otro lado, su lado Morgan quería salir, tomarlo del cuello y responderle. Después de todo, Ellie no estaba ahí, ni ella ni nadie que pudiera juzgarla por nada. Y de cualquier forma, quién se atrevería a soltarle un sermón. Su cabeza carburó de inmediato. Podía combinar ambas cosas. Una, para demostrarle que no pasaría por alto que simplemente hiciera esas cosas, y la segunda porque quería y porque podía.

Zelda retomó el vuelo de la mano y le estampó tremenda cachetada. Luego, de inmediato, le agarró firmemente el cuello de la camisa y lo atrajo hacia sí para darle otro beso. Se separó unos segundos y lo miró.

Oh créeme, Burroughs, el gato va a ser lo menos por lo que deberás preocuparte.  



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Mensaje por Abner Burroughs Vie Dic 19, 2014 9:59 pm

Abner jamás habría imaginado que alguien usara la palabra “amenazante” para describir el simple acto de tocarle el cabello. No estaba consciente de los efectos que a veces podía tener sobre otras personas, excepto cuando hacía las cosas con el firme propósito de conseguir cosas en específico. Con ese beso no había pretendido ganar nada más que sorprenderla. No tenía ningún plan maquiavélico elucubrándose en su mente, ni pretendía entrar a destruir familias enteras, ni cosechas ni graneros. La había besado porque había tenido ganas, su encanto de semiveela había tenido mucho que ver, y los Burroughs, era una ley de vida, nunca se quedaban con las ganas de nada, aunque no midieran las consecuencias de sus momentáneos caprichos.

La reacción de Zelda le pareció adorable, lo suficiente para sonreír de forma honesta. No la parte de la cachetada, sino su expresión, y también que se tocara los labios después de que él la besara, aunque hubiera soltado un montón de palabras para justificar sus descolocados actos –otra característica familiar. No la creía una mujer fácil, ni nada de esas cosas. Que la hubiera besado no tenía que ver con ningún concepto que tuviera de ella en específico. No había pensado que fuera fácil o difícil acceder a sus labios, no se hacía ese tipo de preguntas.

Para Abner, en efecto, había solo dos caminos posibles: recibir una bofetada que le volteara la cara o recibir otro beso. Pero no se esperaba que ambas opciones convergieran en una sola. La mejilla le ardió en el acto y como reflejo se llevó una mano a la zona del golpe, pero lo siguiente fue inesperado, ni siquiera tuvo tiempo de cerrar los ojos porque incluso llegó a pensar que Zelda lo estaba engañando para apagarle el cigarrillo contra la cara.

Pero ese acto violento imaginario nunca llegó. Por eso no pudo más que mostrar una media sonrisa, en especial al escuchar su advertencia, que la transformaba de una jovencita dulce a una mujer peligrosa, al menos un poco. No la besó de vuelta de inmediato. Se tomó su tiempo para sopesar sus propias opciones, incluso miró al frente, aparentemente desinteresado del juego, mientras volvía a hablar.

-¿Cuál se supone que deba ser mi mayor preocupación entonces? Se me ocurren algunas, como no llegar temprano a la cita y que mi hermana me arranque los ojos. Habría valido la pena, supongo.

Se acercó de nuevo a ella pero fue deliberadamente lento en cada uno de sus movimientos: delinearle la barbilla con el dedo índice, volver a tocar su cabello, dejar que sus dedos se enredaran otra vez en él, y terminar tomando un mechón entero hasta poder tirar de él apenas un poco, lo suficiente como para volverla a acercar a él y volver a atrapar sus labios, y profundizar hasta donde ella se lo permitiera, hasta que se separó de nuevo.

-Si vamos a hacer de esto un juego de besar y agredir necesito sentirme al menos un poco en control.  

Por supuesto que para entonces, ya había pensado en Ellie, pero si estaba a nada de irla a visitar y decirle que quería formar una familia de nuevo, más le valía aprovechar una última vez.
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Mensaje por Zelda Fay Sáb Dic 20, 2014 11:56 pm



¿Qué era lo peor que podía pasar en ese escenario? ¿Qué alguien los descubriera? ¿Qué fueran a dar el pitazo? ¿Y qué si lo hacían? Después de todo, Abner no tenía una marca en la frente, de esas que les ponen a las reses en el trasero, denominando que era propiedad de alguien. Ella mucho menos, y si bien estaba vuelta loca con todo el asunto de James y Whitney, no iba a portarse fiel a un ideal que seguramente en esos momentos estaba jodiéndose a la rubia de su facultad sin problema alguno. Abner era bien parecido y había admitido, sólo a Frances claro, que en cierto momento se había sentido atraída hacia él. Ahora que lo tenía enfrente, jugando al gato y al ratón, no se detendría por estupideces. Era una oportunidad en un millón y si podía tomarla, se pasaría por el Arco del Triunfo cualquier impedimento moral o sentimentalista que se le cruzara por la cabeza. Nadie tenía a Zelda en el estatus de “zorra universitaria” porque simplemente no le conocían lo suficiente y, claro, porque ella sí era discreta. Podía tener la cara de bien portada, pero por debajo del agua, no era tan santa.

El cigarro que se consumía poco a poco entre sus dedos, terminó por ser desechado en la nieve. Fumar era una acción que estaba en segundo plano, tenía más en la cajetilla y no urgía pudrirse los pulmones con la nicotina. Sus ojos grises se quedaron fijos en los orbes azules de Abner y una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro.

No lo sé, soy periodista ¿recuerdas? Puedo ser una enemiga terrible — sintió el tacto en su barbilla, luego sus dedos enrollársele en el cabello; ella hizo una mueca de ligero dolor con el tirón y siseó — Te podría arruinar la vida si se me da la gana — agregó para luego ser besada de nuevo.

Todo ese juego de poderes, para ver quién se quedaba con el lado dominante y el sumiso, le prendía bastante. Sus novios, parejas y cogidas casuales no habían tenido el interés de demostrar poder ante el acto, simplemente se dedicaban a lo que iban y punto. Ahora Abner le resultaba mucho más interesante y, por ende, temible. Con la línea seguida al beso, Zelda no pudo reprimir una risa no muy sonora. Si quería buscarla, la iba a encontrar y muy rápido. La pelirroja entonces lo sujetó firmemente del cuello, donde sus uñas hicieron presión sobre la piel. La del pulgar pronto dibujó una línea que pasó lentamente por la manzana de Adán.

Entonces esto va a ser muy divertido porque no me gustan las competencias — pronunció con la lascivia brillándole en las pupilas.

Al carajo Ellie, al carajo James, al carajo todo. Si pasaba algo, que pasara y punto. Muy posiblemente no lo volvería a ver, esa no era su intención. Hasta donde podía mirar, Abner no era de los que regresaban, ni mucho menos de los que se acurrucaban en la cama con una. Así pues, tendría que eliminar las estúpidas ilusiones de las que muchas habían sido presas ya. Todo por un pequeño momento de posible gloria.  



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Mensaje por Abner Burroughs Miér Dic 24, 2014 1:48 am

La idea de que alguien le arruinara la vida le parecía divertida. No le temía ya a los periodistas, porque había crecido con una. Antes de que su mamá se dedicara a ser una importante socialité – sin contar su periodo como esposa de fugitivo de la ley – había sido periodista también, aunque su profesión había encontrado puerto en Corazón de Bruja al final, y no en algún periódico serio. De cualquier forma conocía el medio y sabía a lo que se atenía. Pero no era la posibilidad de que la amenaza se hiciera realidad en sí lo que le resultaba atractivo, sino el acto de amenazarlo con algo tan contundente como que podría arruinarle la vida. Era la seguridad de Zelda al decir algo como eso lo que le encendía.

No hubiera pensado que la pelirroja despertara de ese modo a sus provocaciones, aunque en un principio habían sido muy inocentes. La miraba y por un lado, era fácil perderse en sus gestos de niña bien, pero ahora que sabía que había una parte oculta que solamente aparecía si se detonaban los puntos adecuados, estaba mucho más interesado que antes.

No había planeado que un acercamiento para matar el tiempo terminara en algo así y al verla, con su suéter decente, con la bufanda anudada a su cuello, lo que menos hubiera pensado era que estaría, precisamente, desenrollando la bufanda para ponerla a un lado y observar bien su cuello de cisne, que rodeó con la palma de la mano antes de convertir el agarre en una caricia que duró apenas unos segundos antes de que se detuviera, aunque no dejó de tomarla con firmeza por el cuello sin hacerle ningún tipo de daño.

-¿No te gustan las competencias, en serio?

Le preguntó y parecía divertido con la idea, quería decirle que a él sí que le gustaba y mucho, siempre y cuando supiera que tenía consigo todas las posibilidades de ganar. Se acercó a ella buscando su boca otra vez, la piel de su cuello era sorprendentemente suave, el toque se volvía cada vez más adictivo.

¿Qué le correspondía ahora? ¿otra amenaza, otro golpe? La miró a la expectativa pero también, de pronto, parecía casi exigente, como si demandara que lo sorprendiera, que volviera a generarle un grave conflicto, que lo metiera en problemas. La mano que no parecía demasiado interesada en el cuello de Zelda se apropió del borde del suéter, Abner tiró de él para hacerla más hacia delante, justo como había hecho con el mechón de su cabello.

-Si te digo la verdad no sé qué medidas tomarían los decanos si te dejaras desnudar en el bosque y te descubrieran, me preocupa.

Pero el tono que usaba para decir eso, el descaro con el que la miraba al pronunciar cada palabra, parecían cualquier cosa menos palabras de alguien genuinamente preocupado por nada, ni siquiera por las consecuencias personales que aquello podía acarrear.
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Mensaje por Zelda Fay Vie Dic 26, 2014 2:40 pm



Abner era, definitivamente, uno de esos chicos que su madre adoraría como yerno. De buen físico, buena familia, carácter afable y que tuviera poder. Jeanne, de haberlo visto en esos momentos, habría hecho hasta lo imposible por emparejarlo con su hija. Desgraciadamente para la arpía Morgan, ese hombre no estaba ni siquiera en la lista de Zelda y su interés se cernía sólo a lo físico, a lo inmediato. Lo deseaba y bastante. Quizá, hasta ese día, no se le había antojado conocerlo más ni ahondar en sus intereses, mucho menos en sus cuestiones familiares. Para la pelirroja, ese muchacho alto de ojos profundamente azules se limitaba a ser un conocido de su prima y no más. Sin embargo, ahora que podía sentir la fuerza con la que la empujaba a hacer algo de lo que, posiblemente, se arrepentiría en el futuro, sentía la imperiosa necesidad de dejarse llevar y probar el lado que todas las fulanas de su edad querían de él. No deseaba convertirse en su novia ni mucho menos embarcarse con él en una cursi historia de amor de esas que a todas apendejaban. Se lo quería follar y eso era todo. Si después se hablaban o no, si después se llegaban a necesitar de la misma manera, sería punto y aparte. No esperaba que él se enamorara de ella, después de todo, cómo pedirlo si llevaban segundos de conocerse. Ni él era de ella ni ella de él. Y eso era todo lo que requería para no sentir remordimiento alguno.

Sintió el tacto en su cuello. Podría romperme si quisiera. Lo miró decidida a contestarle pero no era necesario. Ya habían marcado las pautas de esa partida donde acabarían demostrándose el uno al otro la verdadera naturaleza que se escondía en el cuerpo de dos desconocidos. Lo besó con las ganas de quien se ha reservado el deseo por mucho tiempo y le mordió el labio inferior tan fuerte que lo sangró. Cuando abrió la boca para respirar un poco pudo suponer que parecía un caníbal que estaba esperando cualquier excusa para comerle la boca hasta que estuviera tan empapada de sangre como un homicida. Movió su mano y dejó de tomarlo del cuello para ahora internar sus dedos en la cabellera y jalar de ella hacia atrás. Su mirada se volvió fiera, retadora. Jamás se había sentido tan salvaje  ni tan arriesgada.

Bueno, hagamos un experimento...—con la otra mano lo jaló del cuello de la camisa y, olvidándose del gato y de la vieja guitarra, lo jaló para guiarlo a la espesura del bosque, tomando el control de la situación por lo menos en esos segundos; poco a poco dejaron atrás los límites con la escuela y tan pronto como se supo lejos, lo empujó contra un árbol de tronco grueso — Si me van a castigar por impropia, quién mejor que tú para ser mi verdugo. Y si tanto te gustan las competencias, hagamos esto más interesante, si yo resulto más débil que tú,  yo te debo un favor, pero si resulta lo contrario, entonces tú me debes uno a mí — los labios de la pelirroja se posaron en el cuello de Abner — Y que el vencedor lo cobre como quiera — finalizó acariciándole la piel con la punta de la nariz.

Y que comenzara el juego.





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Mensaje por Abner Burroughs Jue Ene 01, 2015 11:55 pm

Su historial en relaciones casuales no era precisamente extenso, al menos no durante los últimos 9 años, aproximadamente. Había pasado mucho tiempo con Ellie y después, en Bruselas, había tenido poco tiempo para enredarse con cualquiera que se le cruzara enfrente. Había tenido dos relaciones buenas, lo demás no lo había guardado con cariño en la memoria. En conclusión, no era el típico que se embaucara en relaciones esporádicas sólo porque sí, sin embargo, no podía apartar los ojos de Zelda, ni de la forma fina y caprichosa de sus labios, ni del color profundo de sus ojos. Debía ser su encanto de semiveela, pero en ese instante no podía importarle menos. Si podía tenerla, ahí mismo, en ese instante, en ese mismo lugar, se iría satisfecho, aunque no pudiera arreglar las tonterías de su hermana, o aunque no pudiera volver al Ministerio.

Dicho eso, él tampoco estaba esperando una historia de amor nacida de una casualidad, ni estaba encontrando las riendas de su vida gracias al sutil aroma que despedía su cabello, no estaba esperando que eso le diera respuestas a todas las cosas que estaban jodidas en su vida, quería tenerla, aunque fuera por un rato, eso era todo. Parecía un chiste, él que siempre se había jactado de tener tanto autocontrol.

Le correspondió el beso, incluso al sentir la mordida en su labio inferior. Se pasó la lengua por la herida recién abierta y sonrió. Le gustó la idea de haber despertado algo en Zelda, algo que no se esperaba, lo excitaba bastante. Al primer vistazo le había parecido una chica recatada, quizá incluso algo pudorosa, romántica. Pero ahora parecía como una pequeña fiera orgullosa de sí misma, plenamente consciente de sus efectos sobre cualquier hombre, consciente de su belleza, de su atractivo. Se dejó guiar por ella como preso de un hechizo, hacia el bosque, justo del lugar de donde él había salido. Se había olvidado por completo de la hora, pero no importaba.

Dejó que ella dictara las reglas del juego. Desde su perspectiva, no había forma de salir perdedor, iba a tenerla de cualquier modo. Un escalofrío le recorrió la columna al sentir los labios de Zelda contra el cuello. Con una premeditada calma volvió a acariciar su cuello. Tomó su rostro con ambas manos para darle un beso profundo, luego bajó hasta sus hombros, sus brazos, pasó hasta la cintura. La abrazó contra él en un agarre firme y aprovechó para cambiar posiciones. Fue ella quién quedó contra el tronco del árbol en un movimiento. La tomó por las muñecas y las sostuvo contra el árbol, sobre su cabeza. Después volvió a besarla. Era un juego, nada más que un juego.

-¿Ya pensaste qué vas a pedir si ganas?

Le preguntó mirándola a los ojos. Le interesaba su respuesta, saber con qué cosa astuta saldría para seguirlo sorprendiendo. Mientras tanto, su rodilla buscaba meterse entre sus piernas para separarlas un poco. Definitivamente, estaba perdiendo el control sobre sí mismo
.
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Mensaje por Zelda Fay Miér Ene 07, 2015 3:21 pm



No se reconocía. No era ella misma. Le quedaba tan claro como el cristal, que había algo en Abner que le despertaba los instintos bestiales, carnales y meramente físicos, que cada ser humano cargaba en su ADN. Regresaban a la época de las cavernas donde probar el dominio sobre el otro era importante, era la base de las relaciones socio afectivas que regían el mundo. No, claramente después de eso no terminarían declarándose amor, mucho menos planteándose una vida juntos. Más  bien, estaban accediendo al instinto básico de la reproducción, de la cópula para la preservación de la especie. Acudían a las leyes del muggle Darwin para la evolución. Se dejaban acariciar por las manos ajenas para despertar cada filamento nervioso y provocar las adictivas sensaciones que más tarde se traducirían a “deseo”. Él estaba personificando el hombre supremo, ese que no sólo tiene la capacidad mental para divertir o la labia para conversar amenamente, sino la fuerza física como para dominar al sexo opuesto. Zelda lo había visto numerosas veces usar sus encantos masculinos con las chicas. Era un imán viviente que mojaba bragas por donde pasara. Y en esos instantes, en esos pequeños momentos y fragmentos de segundo, había decidido que la pelirroja sería una presa más. Si tenía muchas o pocas conquistas en su haber era lo de menos, Zelda Fay, prima de Ellie Morgan, estaba provocando algo en él. No se convertía en algo sencillo, mucho menos era un evento común. Se sentía, de una manera muy infantil, poderosa, con el dominio en las yemas. Estaba que hervía, no obstante, permitir que ese sentimiento la rigiera podía provocar que toda la diversión se acabara. No, Abner Burroughs era una flama bien delicada que había que estar atizando en puntos muy específicos. Maldita suerte la de Ellie.

No forcejeó cuando Abner la giró para quedar en una posición invertida. Le sujetó las muñecas arriba de su coronilla. Luego la besó y soltó una pregunta que requería una respuesta ingeniosa. ¿Qué pediría si ganaba? Secretos. Información. Abner le gustaba, eso ya no se podía someter a discusión y muy en el fondo, a pesar de continuar recordándose que no necesitaba volver a verlo, la verdad era, que le ardía en las venas poder proclamárselo como suyo. Ya no era una conquista, sino un capricho. Y para que ese capricho pudiera cumplirse, necesitaba tener las armas suficientes para agarrarlo de la parte más vulnerable. Oh si, esa era la segunda ocasión en que el hilo genético de su madre se encendía y la hacía pensar de forma perversa, malévola, hiriente.  Abner era, quizá, uno de los hombres más enigmáticos que conocería jamás y develar los misterios escondidos tras esas vivaces pupilas era una tarea de la que se regodearía en silencio si ganaba. Pero claro, no dejaría sus intenciones tan claras, pues como a los ciervos, tenía que hacerlo despacio para no espantarlo. Después de todo, ya la había llamado periodista peligrosa y chismosa, tenía que hacerle honor al título.

Sonrió con sorna, sin despegarle la vista. Su pie derecho se pegó al hueco de la rodilla de Abner y lo jaló para pegarlo más a ella. Ahora tenía una de sus piernas a la altura de su cadera, apretándolo para evitar que se le escapara y para que la oyese mejor.
A ti — fue su única respuesta que se soltó de sus labios como un hilo de seda, estaba usando al máximo sus poderes de semi-veela. No le interesaba lo que le pidiera él a ella si ganaba, de cualquier forma estaba muy convencida de sus habilidades como para suponer que él cobraría algo de ahí. Y además, qué podría pedir él que no tuviera ya.






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Mensaje por Abner Burroughs Jue Ene 15, 2015 10:52 pm

No recordaba el momento exacto en el que había conocido a Zelda. No podría, aunque quisiera, rememorar si había sentido algo en específico al verla o si aquella habitación atestada de mujeres guapas había provocado que su atención se disipara. En aquellos tiempos él había estado bastante prendado de Ellie y habría vuelto el mundo de cabeza por ella, aunque al final hubiera terminado teniendo un ataque de pánico, lo que lo había llevado a tomar decisiones impulsivas, desconsideradas y erróneas. Típico de los Burroughs.

Aún así, tenía el vago recuerdo del cabello rojo de Zelda y de esas expresiones de niña caprichosa que ahora parecían transformarse en las de una fiera. Una fiera que llevaba demasiada ropa encima, a la que quería desnudar, besar, sentir. Daba igual que las cosas se complicaran demasiado después de eso, daba igual también si corría el riesgo de caer más profundo, de sentirse insaciable aún después de tenerla. Mientras la tenía ahí, frente a él, aguerrida pero a la vez dejándose dominar, estaba seguro de que podía –y debía – correr ese riesgo, fuera o no resultado de que ella usara sus poderes de semiveela para tenerlo de ese modo, hambriento y ansioso.

Moría de deseo y ni siquiera le había quitado la ropa. La idea de sentirse tan excitado sin siquiera haber visto ni un pedazo de piel era nueva para él. Claro, tenía al alcance ese precioso cuello que se apresuró en recorrer con la boca, pero no era suficiente. De pronto no supo qué quitarle primero, la imagen de tenerla toda para él, así de pie contra el árbol, estaba haciéndolo enloquecer de ansiedad. Se decidió por el suéter. La soltó solamente para hacerse espacio para sacárselo, lo mismo con la blusa de algodón. No era apresurado en sus movimientos, dejaba que sus manos recorrieran las formas de su cuerpo que se podían adivinar apenas debajo de la tela. Pechos perfectos, cintura delineada. No necesitaba quitarle toda la ropa para saberlo, tampoco para sentirlo, pero al final terminó deshaciéndose también de eso.

La pegó más contra el árbol como acto reflejo de su cuerpo antes de desplazar el sostén hacia arriba en vez de simplemente quitárselo, dejando sus pechos expuestos sin desnudarla completamente. Dejó que su boca explorara su cuerpo, pero ya no había cuidado en la manera en que su lengua la recorría, ahora parecía un animal hambriento que quería consumirla toda, que pasaba la lengua por sus pezones, por su piel erizada, por su blancura imposible. Sus manos apresaban su cintura mientras tanto, empujando cada vez más hacia atrás, casi como si quisiera lastimarla con la decisión de su agarre aunque su boca solamente estuviera concentrada en complacerla.

-Desabróchate los pantalones.

Hizo una pausa para darle una orden. El tono no era precisamente el de un amante dedicado y delicado. Pero no se le olvidaba que tenían una apuesta pendiente y no le gustaba perder.
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