Somewhere only we know {Dante}

Si alguien solía desprenderse de las cosas con facilidad era Dante. Nada tenía por mucho tiempo su atención y mucho menos alguna emoción. Su llegada -un tanto inconclusa- Brigantia le había hecho saber sobre los acontecimientos más sonoros, no, más importantes de la universidad. Particularmente, uno de ellos le cayó como balde de agua fría. Trató de llevar la noticia con calma y lo hizo bien, solo destruyó gran parte de sus pertenencias con sus manos, nads fuera de lo común u ordinario. Citó a la persona de la noticia en cuestión mediante una nota que rayaba en la furia y en el desconcierto. El lugar del encuentro remembraba un fugaz pasado que no tuvo conclusión, o así lo veía y sentía el neoyorkino.

Llegó 15 minutos antes de la hora, quería beber un trago antes de encarar a Zelda Fay, aquella mujer que fue una brisa fresca en lo árida y triste que era su vida. El humo de los cigarrillos dispersaba su mente, enfrascándola en memorias que se negaba a dejar ir, solo por el placer de conservarlas y torturarse un rato con ellas. Vio a la chica llegar, entre el barullo de la gente y se hizo espacio para quedar en el asiento junto a ella.

Le arrebató aquel cigarrillo y le dio una profunda calada, para luego observar por segundos al mismo. -Sigues fumando esta porquería. Cuando vas a aprender?- Se colocó con la vista frente a la barra y se acomodó el cabello hacia atrás. Merecía una explicación, un porqué de su comportamiento, en realidad solo quería una razón, una excusa para verla de nuevo.

-Te marchas así, sin avisar y ahora te casas. Eso era un reclamo? Sí, si lo era. Ojalá ella tuviera las agallas de decirle en su cara que se iba a casar con un imbécil por que él no fue lo suficientemente listo para proponérselo.

No pudo evitar sonreír. Era eso ó golpearla a ella justo en el centro de su nariz. Se dejó arrebatar el cigarrillo, no sin antes echarle el humo en aquel rostro que memorizó con las yemas de sus dedos. Sin duda la extrañaba pero era demasiado orgulloso para admitirlo y todavía demasiado idiota para arreglarlo. Sacó su propia cajetilla y tomó uno, encendiéndolo rápidamente. Levantó el brazo y el barman asintiendo se puso a sus órdenes. - Una botella de su mejor bourbon.- Se limitó a tener contacto con el hombre detrás de la barra, estaba bastante interesado en la pelirroja junto a él como para siquiera sostenerle la mirada. - No te cases - espetó, impidiendo que dijera algo más de todas esas absurdas sandeces. Si bien era cierto que eran apenas unos niños, ambos no podían negar que lo que sintieron fue real, por que para el aspirante a herbólogo así había sido. Fumó de nuevo, esta vez mucho más profundo, quizá si se consumía así el alquitrán y la nicotina, dejaría de pensar las mil y un formas de rebanar en dos al remedo de animal -fuese quién fuese- que Zelda tenía como pretendiente. - No me des tanto crédito.- dijo rápido antes de que el barman se acercara con la botella y el vaso. Sacó un par de billetes muggles y le pagó con un gesto frío. - Quédese con el cambio- Enseguida volvió a ver a Zelda, a peaar de los años, no había cambiado ni un céntimo, podría atreverse a decir que se veía mucho más hermosa que en sus 18 primaveras. - Y que si te digo que sí soy un hombre así? Me creerías? No, claro que no.-. Exhaló para tratar de calmarse, no servía de nada ponerse cómo energúmeno. - Mierda, Zelda! qué todo lo tengo que explicar? Solo no te cases o comprometas o lo que sea.-[/b Se sirvió un trago de whiskey y lo bebió como si fuese unárabe perdido en medio de un oasis. Otro trago paró en su vaso y de la misma forma se lo bebió. - Lo amas? Dime que si y dejaré de hacer el ridículo...- Buscó su mirada para tratar de encontrar duda en ella, algo que le dijese que aún podía haber alguna clase de oportunidad con él.

El ridículo. No había duda de que lo estaba haciendo al pararse frente a ella con esos románticos y desatinados argumentos. Se sentía el más grandes de los idiotas por permitirle a Zelda ver una delgada capa de vulnerabilidad en él. Respiró profundamente, tratando de que esa ira que crecía dentro de sí no acabara con la poca tolerancia que tenía. La tomó del brazo, tan fuerte que sus dedos se marcarían en la suave y delicada piel de la pelirroja. Quiso gritarle y estampar su rostro en la barra, desfigurarle el rostro para que nadie más la quisiese excepto él mismo. De manera brusca, se acercó a su oído, revisando por instinto que nadie escuchara. -*Tutto sarebbe stato diverso se non fossi andato bene- La soltó, sintiéndose el hazme reír de su familia. Creyó que lograría hacer cambiar de opinión a Zelda, o cómo mínimo, hacerla reconsiderar la idea de que estuviera con otro hombre que no fuera él.

Tomó la botella y bebió directo de ella. El amargo y amaderado sabor del bourbon lograba menguar en lapsos la lava incandescente que sentía en la boca del estómago a causa de la ira. - Nunca creí que quisieras que fuera por ti...-[/b Volvió a sacar un cigarrillo y lo trató de encender, el maldito encendor no funcionó. [b]- Mierda!!- Aventó el encendedor delante de él. Se revolvió el cabello frustrado y sorbió su nariz, tratando de tomar más aire del que era capaz.

- Así lo has querido. Quién es? más te vale que me digas quién coños es el hombre que te tiene como idiota. No querrás que lo averigue. - Hablaba muy en serio. Tenía formas de saber quién era el hijo de puta que tenía a Zelda, a su Zelda con las bragas mojadas. - Por lo menos dime que te coge bien, que te deja afónica por tanto gemir, que es el responsable de que te toques en las noches- La cabeza le explotaría de un momento a otro. Tardo cuatro años en ir por ella y ahora ahí estaban los resultados.

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*Todo habría sido diferente si no te hubieras ido así

Deseaba tanto hacerla pagar por lo que acaba de decir. Siempre sabía aue palabras utilizar para que lo peor de él saliera. Apretó la mandíbula y giró su cuello, tronándolo para retirar aunque fuera un poco de la tensión que recién había adquirido con esa boba conversación. Algo dentro de Dante se negaba a aceptar que ella lo hubiese olvidado con esa facilidad. Nunca quiso que se fuera, pero bien lo había dicho ella, eran un par de niñatos que creían poder comerse al mundo a mordiscos con solo desearlo. La quería a ella, pasara lo que pasara. Se había mantenido quieto durante años creyéndola en Estados Unidos y por además en realidad no estaba listo para ir por ella.

El tiempo había hecho lo que mejor sabe hacer: cambiar y con ello hacer crecer de una manera non grata al neoyorkino. Si pensaba que era el mismo estúpido con aires de grandeza, acomplejado por el peso de su familia e de violencia innata, estaba equivocada. Su negocio marchaba bien, de no ser por el hijo de puta que cantó más alto que un canario, él estuviera progresando así como tantas veces le había contado.

Un silencio sepulcral partió desde su asiento, circulando por todo el bar, no importando que la gente hablara, riera y se embriagara. Se quedó mirándola como si estuviera hecha de cristal. Deseaba tanto poder tocarla, sentirla y meter sus manoa bajo su blusa y arrancarle suspiros profundos y gemidos casi inaudible. Exterminó el cigarrillo en el cenicero molesto por que al parecer Zelda no comprendía lo grave de la situación.

-*Il giudice non è quello che voglio fare- La tomó de la mano y la arrastró entre la gente para llegar al baño de mujeres en donde las ebrias chicas que llegaban en grupo al verlos solo se reían entre ellas y le guiñaban el ojo a Zelda. Se encerraron en uno de los baños y ahí si podían dejarse de tonterías y hablarse sin sarcasmos o hirientes palabras.

De la nuca la sujetó, acercándola a su frente. Sintió su aliento y quiso ponerle un alto, sellándolo con un beso pero ella debía dar el siguiente paso. -Dime que no lo deseas y te juro que no me vuelves a ver...- La besó sin esperar alguna clase de réplica, sujetando sus manos con fuerza en las paredes de los baños, abriéndolas en compás para evitar que ella se quitara de su agarre. Dante colocó sus piernas en medio de las de la pelirroja para darle más libertad de movimiento y prevenir cualquier golpe en los bajos. El tiempo corría y cada vez estaba más seguro de la respuesta de la chica.

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-*Juzgarte no es lo que quiero hacerte

La distancia entre sus cuerpos era mínima a razón del italiano, la sostenía de las muñecas con un fuerte agarre, apretándolas más para que no tuviera la fuerza suficiente de arañarle el rostro como tantas veces lo había hecho cuatro años atrás en Nueva York. Creía que si la tomaba así, a la fuerza, Zelda recordaría todo el amor que una vez sintieron ambos. Él la deseaba más que a nada y se había mantenido perfectamente oculto a sus ojos para cuando gozara de una posición menos precaria en la familia, poder ir tras ella y hacerla su mujer por todas las leyes existentes. No quería a nadie más, Zelda era la única que podía traerle tranquilidad tanto a su mente como a su alma y también era capaz de volcarle el estómago de la ira. Esa mujer aún tenía el completo control de Dante, solo no se había dado cuenta de aue lo tenía.

La respuesta de la pelirroja era la que se esperaba, la de una mujer que se negaba con todas sus fuerzas a volver a sentir ese deseo, esa necesidad de entrega incondincional, esas ganas de tomar el mundo e incendiarlo hasta los cimientos. Se anidó en su cuello, besándolo con urgencia, aún guardaba la esperanza de hacerla reaccionar pero ese escupitajo en el rostro, terminó de mandarlo al demonio. Mantuvo el rostro firme y se limpió con el busto de ella. No la soltaría por nada del mundo. Qué era tan complicado de entender? Dante solo la quería para él, solo para él, qué tan malo era eso?

Abrió las fosas nasales para tomar aire y le tomó el cuello, estrellándolo bestialmente en la pared. Con la otra mano, apuntaba hacia ella con su índice, le explicaría de una forma sencilla como iban a ser las cosas. -*Ascoltare bene!! volvió a sujetar el cuello, esta vez impidiendo el flujo de oxígeno, no importaba cuantas veces pudiera golpearle, arañarle, insultarle, sabía perfectamente bien que siempre adquiría el control.

-*Non permetterò che tu sia con un altro uomo, capicci?! CAPPICI?- Y lo decía muy enserio. El neoyorkino tenía maneras muggles y mágicas de averiguar quien era el cabrón que tanto amaba Zelda y refundirlo sin vida en una oscura y húmeda fosa con mierda, justo donde pertenecía por arrebatarle lo que era suyo por derecho propio y de antigüedad. Dante había querido que nada de eso pasara, solo la quería de vuelta, eso era todo. Si debía luchar contra la propia Zelda para quitarle la venda de los ojos, lo haría sin chistar. El amor que le tenía era lo suficientemente fuerte como para poder con la prueba que representaba su rechazo después de cuatro años.

En realidad, Dante sabía que esa batalla la tenía perdida desde hacía ya muchísimo tiempo atrás, sin embargo el orgullo herido y su terquedad le crearon una venda poderosa en los ojos que le impedía ver que las personas a su alrededor podían ser felices sin él. Se negaba a aceptar que aquel maravilloso verano de hace cuatro años se hubiese terminado así, sin despedida, sin besos, ni reclamos ni nada y merecía algo más que el olvido y el abandono.

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*Escúchame bien
*No voy a permitir que seas de otro hombre, entiendes?

Que Zelda lo perdonara por ser un paranoico. Pero luego de todo lo charlado, no encontrarla en su cuarto y ver esa nota enigmática sobre su escritorio entre pergaminos e informes de los que sí estaba enterado, era demasiado para estarse tranquilo. Él sabía que cosas así iban a pasar, y había sido más claro que nunca, diciéndole sin pelos en la lengua que le informara sus actividades, que todo era peligroso. Pero no, ahí iba Zelda igual que con el tema de Jorge y James a no hacerle caso, a jugarse por su cuenta sin reparar ni un poco en lo que él se gastaba en pensar para decirle de las maneras más cordiales que podía.

Cuando salió de su dormitorio furioso, no estaba preocupado por pensarla secuestrada, estaba enfadadísimo porque no hubiera mantenido su palabra. Podía haber ido ella de compras a Los Changos, o como se llamase, si quería, pero le costaba entender por qué MIERDA no le había avisado?!?!?, ni que fuera Alfred a impedirle vivir! Solo unas palabras, mantenerse al tanto el uno del otro de dónde estaban o que iban a hacer, para no preocuparse por demás, para no correr riesgos innecesario, para no estar él preguntándole a todo dios si conocían el "The Chandos" si era un local de ropa, un evento benéfico o un bar de mierda como resultó averiguar una hora después con unos estudiantes de ciencias del universo.

Para colmo de males, Alfred, un mago hecho y derecho que poco sabía moverse en el mundo muggle, vagando por las calles de Londres, haciendo de estúpido en cada esquina preguntando a los no mágicos por la dirección exacta. Para que? Para asegurarse, como sostenía dentro, que Zelda estaba bien, que solo era una loca independiente que se pasaba sus palabras por el forro del vestido.  Pero eso no iba a quedar así! claro que no! en cuanto la encontrara le pondría los puntos sobre las ies!

En pleno Londres lo asaltó un patronus de mapache. Y ahí si, su corazón le dio un vuelco. No era posible que Zelda le mandara ese escueto mensaje porque se había quedado sin efectivo... A lo mejor estaba borracha y necesitaba un hombro que la cargase, a lo mejor la habían secuestrado ya... Y todo eso era una trampa en la que él también se metía.  "BIEN ZELDA, lo has hecho tan bien! " pensó insultándola en pensamientos.

Giró en una esquina y se desapareció para llegar más rápido a los suburbios.. Y de todos modos aun debía encontrar el local.... Empezó a correr... y mientras gritaba a los transeúntes " The Chandos?". Algunos negaban con el rostro, otros le señalaban con el dedo: que doblara la esquina, que siguiera derecho... algunos se reían y nada más. Al fin alguien le gritó " la próxima calle!" Y eso no lo hizo sentir más aliviado, si no correr con más ganas hasta darse contra la puerta de cuerpo entero y entrar al local.

No la soltaría, ella debía comprender de una forma u otra que la única persona que la podría amar absoluta y completamente era él. Verla directo a los ojos, significaba que el propio Dante estaba haciéndose un lugar en el infierno, como bien lo dictó Alghieri. Las lágrimas de pavor derramadas por Zelda no hicieron mella en él, no sintió compasión alguna, se repetía a si mismo mil veces que aunque el trato hacia ella fuera hóstil y despiadado, era necesario para hacerla entrar en razón. Debía recordar que también a él se le partía el alma al tratarla de esa manera, sin embargo, era necesario.

En aquél instante donde en un momento de distracción, aflojó la mano, Zelda aprovechó la oportunidad para sacar la varita y conjurar un torpe y atolondrado patronus. Lejos de molestarle o incomodarle, le pareció formidable que lo haya hecho. Sonrió maliciosamente por que la pobre Zelda había mandado a un cerdo infeliz al matadero sin darse cuenta. Sabía que la persona que recibiría aquel mapache luminoso era, sin duda alguna, el hombre que se la había arrebatado y así, al fin, podría verle la cara y partírsela en dos sin problemas.

Le retiró la varita de la mano, sin aplicar mayor fuerza y la arrojó en algún lugar del tocador de damas. De un momento a otro, la sujetó del cabello con fuerza bruta y la obligó a que lo mirara. -Tú eres mía, termínalo de aceptar. Convéncete que nadie va a hacerte más feliz que yo. Quién más podría amar a una loca desquiciada como tú, sino un loco de remate como yo, eh?! Nadie, Zelda, entiéndelo de una vez por todas!!- La besó con toda esa maraña de sentimientos que llevaba consigo; deseo, coraje, frustracción, ternura, aversión, ahnelo pero sobre todo...amor. Adentró su lengua contra la volubtad de ella, mordiéndole al finalizar, llegando al punto de sangrar esos deliciosos y carnosos labios que aún tenían el sabor placentero y dulce de las fresas silvestres.

-No tienes ni idea de lo que acabas de hacer, amore mio-- Otra vez la besó esta vez cortamente, saboreó el hilillo de sangre que brotó de Zelda y esperó a que su príncipe azul viniera al rescate de la damisela en desgracia.

Dentro del bar, luego de un segundo de estupor por reconocer el interior, giró la cabeza a todos lados buscando a su pelirroja de fuego, y no le quedó más que usar la misma táctica que en el exterior, preguntar a cada hombre o mujer que se topaba ante sus ojos por su chica de fuego. Pelirroja? Pelirroja? – preguntaba andando entre las mesas como si fuera un retrasado mental que solo se sabía esa palabra. Algunos se reían y otros ignoraban, el barman le señaló el fondo del local y él siguió andando a tientas, no por la falta de luz sino por la ceguera de su destino.

Como loco suelto, con sus zancadas largas y un ímpetu que solo usaba para cargar las bolsas de fertilizante en la universidad, se abrió paso hacia los lavabos, hasta estrellar la puerta del mismo al grito de un auxilio y correr hasta el cubículo que nada más que su paranoia podía indicarle que estaba allí.

La espalda de un hombre le recibió y el solo reflejo de un cabello rojizo por detrás, le hizo olvidar cualquier resabió de civilización. Agarró al tipo por el cuello de sus vestimentas superiores y lo jaló hacia atrás, lejos de Zelda, hasta estrellarlo contra alguna pared si era posible.

- QUE MIERDAS!?! – así se presentó antes siquiera de verificar que la chica fuera Zelda o de reconocer al mal viviente. Y en todo caso no importaba, cualquier chica que gritara auxilio se merecía ser auxiliada. Ni tiempo de enfocar sus ojos, de reconocer a Dande como un viejo colega. Primero lo primero: paso intimidante hacia el muchacho, puño en alto y romperle la cara al desgraciado. – HIJO PUTA TE VOY A DESTROZAR –

Cuestión de minutos, quizá segundos, los que habrían de pasar para que aquel paladín de inmaculada armadura llegara. Dante veía el miedo en los ojos de la pelirroja, era caai tan tangible que poco más y podría arrancárselo con las manos. Detestaba lastimarla de esa forma, detestaba que hubiese preferido a otro en vez de a él, detestaba haber sido tan cobarde por no haber ido tras ella cuando se le presentó la oportunidad y ahora que la tenía de nuevo, no la desaprovecharía. Movido quizá por el egoísmo, el italiano estaba miy cerca de desconocerse. Siempre había sido violento y un maldito pincho en el culo pero ahora, toda esa violencia, esa ira, tenía un nuevo objetivo.

Cómo bien lo había predicho, el guardián de Zelda apareció, jalándolo por la espalda y estrellando su rostro contra la pared del lugar. Sintió un ligero escozor cerca del área de su nariz y las gotas de sangre mancharon el suelo. Al caer la última, la sorpresa lo invadió, quién estaba "salvando" a Zelda era nada menos que Alfred Mayer, compañero de carrera, socio y miy pronto, hombre muerto. -Así que eres tú, pendejo. Vamos! demuéstrame que eres hombrecito, anda atrévete hijo de tu reputa madre!!!!-[/b retó al chico mientras un poco mareado trataba de contener el sangrado. Al no ver respuesta, de forma instantánea lo tomó del cuello y le estrelló la cara contra su rodilla, para luego aventarlo al frente. Tenía una sorpresa para él si se ponía muy duro.

Se acercó violentamente hacia Alfred y le mostró la mejilla izquierda, dejando los brazos detrás, provocándolo. [b]-Gólpeame puto, anda, justo aquí, maricón- No le importaba deshacerse de Alfred, lo haría añicos frente a Zelda, para que viera lo patético y miserable que era el hombre, no, la piltrafa humana con quién deseaba estar.

-Pon atención, Zelda!! No quiero que te pierdas ni un solo detalle de esta fiesta!!- gritó tan alto que retumbó su voz por todo el lugar. Alguien de los dos iba a salir con las piernas por delante y estaba claro que no sería él.

- Si soy YO - repitió estúpidamente, dándose aires de gradenza falsos como una estrella que es reconocida en la calle, pero sin entender por qué lo mencionaba de alguna manera especial aquel animal que atacaba a su novia...Aun sin pensar que podía ser... - Y tu quién te creeDante? Dante Pazzoli?!? - pisó sus palabras con otras más gritadas, con otras más cargadas de sorpresa, al tiempo que CREÍA darse cuenta a quién acababa de golpear. Algo de eso tenía un puto sentido? Oh! claro ahora esta los traficantes eran mortífagos, como no esperarlo?  Porque lejos podía Alfred imaginarse haberse metido en el medio de un lío sobre pasados románticos, él aun llevaba en la cabeza la nueva idea sobre los riesgos del oscurantismo.

Y todo ese flash de descubrir a su "enemigo" de la noche lo hizo distraer lo suficiente como para recibir el peor golpe en la nariz en años. Terminó dando la espalda contra los azulejos mugrosos del local llevándose el antebrazo al nazo y viendo por sus dedos la sangre propia mezclarse con la ajena. - Justo ahí? Pues VALE! tragababosas! - Una vez podía agarrarlo desprevenido, dos ya no! Sacó la varita sin más miramientos y le hechizó un estúpido pero efectivo maleficio a esa mejilla que el Dante se jactaba tanto de entregar.

Su nariz no iba a dejar de sangrar, pero eso no le iba impedir ganar la contienda. Con dos segundos de ventaja miró a Zelda y se fue hacia su lado para protegerla de cualquier mal. Fuera cual fuera el mal que Dante encarnara en aquel momento. - Mira idiota... Alejate de Zelda , de mi, y de lo que sea que te haya traído aquí, pues la próxima no serán babosas lo que escupas... has entendido? - Varita en alto iba a amenazarlo hasta que le quedase claro, por más que se arriesgase a que el vomitivo pseudo italiano igual viniera a embestirlo.

Alfred no era de pelear, así que para él ahí podían quedar las cosas, dudaba de que Dante fuera de los mismos, pero le daba su chance de retirarse con dignidad. - Vamos Zelda...- quiso escoltar a su novia...

Del reto que Dante le impuso al otro aspirante a herbólogo, al mostrarle su mejilla para que le asestara un golpe, solo recibió un maleficio estúpido. En realidad, de todas las mariconerías que se le pudieron haber ocurrido, esa era la última. Debía admitir que era muy ingenioso, sin embargo no lo suficiente para poder detenerlo, solo había hecho que se enfureciera más.

Escupía babosas copiosamente, era sumamente asqueroso, le daban arcadas con cada criatura que salía de sus entrañas pero usaría aquello a su favor. Corrió hacia Alfred y utilizó una de las babosas para arrojarla en su cara, justo en sus ojos. Después de escupir otra más, le pateó tan duro en los huevos que era muy posible que no solo él escupiera asquerosidades por la boca.

-Crees....que...unas...babosas...me...van...a...detener...idiota?- Hablaba entrecortadamente, pues no paraba de expeler alimañas por la boca. Tosió al final, era indescriptible el asco que le provocaba la situación, mucho mas que el intento sumamente infantil de Alfred por detenerlo. Se había metido con la mujer equivocada, con el hombre equivocado. Debía temerle, pues las viejas usanzas de su padre para "cerrar tratos" las había aprendido a la perfección y no recurriría al duelo mágico para hacérselo saber. Seguramente sus pies sumergidos en cemento en el fondo del lago harían una buena compañía.

No podía utilizar algún finite incantatem por que era demasiado complicado abrir la boca sin que esas espantosas criaturas salieran de sí. Pero podía realizar un último esfuerzo para plantearle de una vez por todas quien sería el hombre que se quedase con Zelda, así de sencillo. Sacó su varita, no sin antes agacharse a vomitar y seguir escupiendo más babosas. Alfred ya no utilizaria la magia en su contra, no sin que Dante pudiera intervenir en ello.