De Fulanos, Sultanos, Perenganas y Menganas {Darren}

No tenía nada bueno qué hacer y como a veces perder el tiempo en Brigantia era tan sencillo como irse al campo de Quidditch a ver los entrenamientos, simplemente hizo eso. No agarró de su alcoba nada más que la varita, una cajetilla de cigarros y su nueva licorera –regalo de una de sus primas- donde guardaba una buena cantidad de vodka para ocasiones como esa, donde podría beber y fumar despreocupadamente mientras veía a catorce fulanos y fulanas, volar en medio del campo para romperse la boca con los bates, las bludgers, codos, pelotas y de más. Cuando llegó, unos cuantos jugadores, aunque no todos, estaban en medio de una práctica casual, lo que significaba que vería solamente a los jugadores haciendo ejercicios básicos y, quizá, vería al buscador con la Snitch como loco volando por todo el campo.

Se sentó en las gradas, sacó un cigarrillo y lo encendió con la varita. Luego se dedicó a ver. Para Zelda no había mucha diferencia entre los deportes muggles y el Quidditch, a fin de cuentas, quienes los practicaban, terminaban asquerosamente sudados, con el ego inflado y muchas (o muchos) admiradores babeando por ellos. Justo en esos momentos veía cómo unas niñas de nuevo ingreso se desvivían al ver a los jugadores estirar las piernas o practicar con los bates. Era realmente patético, pero a aquellas no les quedaba de mucho si se notaba que apenas y salían a la calle. Todas soñaban con tener un novio jugador de Quidditch. Ella lo único que soñaba era con terminar la Universidad para largarse a un país lejano, como Islandia, Rumania, incluso México, a probar suerte y verse distante del pequeño mundo que era Reino Unido. Quizá así se libraría ya de tanto drama, de su vida de libertinaje, de los montones de chicos que no se comprometían con nada y de su estúpida familia materna. Sí, quizá cruzarías el enorme charco para irse a dar clases a Salem o a probar suerte en el Insituto Mexicano de Magia. Claro, el último no era tan grande como el primero, pero entre menos estudiantes tuviera, mejor.

A lo lejos miró a Darren que quién sabe qué acrobacia hacía con la escoba mientras el resto estaba en sus asuntos. “Que se caiga, que se caiga para que pase algo divertido” pensó mientras le daba una calada al cigarro y exhalaba lentamente, luego agitó la mano en el aire saludando al muchacho. Por ahí escuchó los aplausos de las mozalbetas emocionadas que parecían estar en un concierto de Bon Jovi. Zelda puso los ojos en blanco y se dedicó a hacer trucos con la varita para distraerse. Estaba a punto de divertirse un poco más, quizá haciendo que a alguna de ellas le creciera un pico de gallina en la frente, pero se contuvo. No quería ser expulsada antes de terminar la carrera.

Montrose Magulles y Caerphilly Catapults eran sus objetivos. Había decidido presentarse a las pruebas tras recibir dos invitaciones formales para  formar parte de sus equipos y aunque ninguno de ellos eran santo de su devoción, Brackminster iba a acceder solo por el placer de obedecer a Jackson quien había insistido en que si quería llegar a los Tornados debía labrarse un nombre en el santo deporte desde cero. La idea de vestir el uniforme con una hurraca no era santo de su devoción pero mucho menos pisar terreno galés pero si no había más remedio para demostrar cuan de hábil era en el juego para llegar a tocar la cima, aceptaría por su futuro prometedor. Tras el año nuevo comenzó la rutina en la universidad y obtuso como era, centró sus esfuerzos en salir menos de fiesta y batear bludgers como un perturbado. Llevaba más de cuatro horas encima de la escoba, agitando su brazo derecho en consonancia a los golpes que propinaba a las pelotas y ya empezaba a sentir que necesitaba un buche de ron pero no, no, estaba decidido a aparcar a solo las noches sus consumición de alcohol así que continuó sobre la escoba.

Una bludger vino directo a él, sujetó bien el bate y rodó ciento ochenta grados hacia la izquierda para aprovechar la inercia del movimiento, bateando con todas sus fuerzas y rabia la pelota para volar un par de metros hacia atrás por el choque. Estabilizó el mango de la escoba y miró como se alejaba la pelota lejos aunque auguró que a cierta distancia volvería a retroceder por el placer de buscar fémures que partir pero se permitió un segundo de descanso a sabiendas que solo había una pelota en juego así que levantó las gafas y las dejó a modo diadema sobre su corto cabello negro. Uno de sus compañeros picó a Brackminster, era del sector cazador y su primer año como universitario, con que era tan ágil que no podría atraparlo. Darren movió las cejas de arriba abajo y con aparente indiferencia se acomodó los guantes sin dedos de cuero de dragón que usaba para agarrar mejor el bate (eran antideslizantes). Curvó los labios de lado y tras rodar el bate en su mano, agarró el extremo y aprovechó que la bludger venía directamente hacia él para bajar las gafas, volar hacia atrás un par de metros y aunque Clarke, su compañero, ya estaba volando en dirección de los aros opuestos, Darren no desaprovechó y bateó con fuerza.

Si bien dirección correcta, la bludger viajaba por debajo de la línea de vuelo del jugador pero eso es cuanto quería Brackminster. Un par de segundos después la bludger colisionó contra el tobillo del jugador y sin más derribó al muchacho - Jerónimo - movió las cejas a los amigos del lesionado y voló para buscar la bludger. La bateó hacia la maleta y raudo descendió para lanzarse encima de ella y atarla con las cintas. Fue entonces al alzar la vista cuando vislumbró el halo de semiveela que desprendía Zelda Frey y como no, para no perder los buenos hábitos, hinchÓ sus pulmones de aire y soltó a todo volumen un - AMOR DE MI VIDA, CIELO DE MIS DÍAS Y DIOSA DE MI OLIMPO. ¿DÓNDE HAS DEJADO A MIS HIJOS? - volvió a levantar la vista y aun sudado fue a encontrarse con la chica. Iba hecho un asco si tenía en cuenta las horas que llevaba entrenando pero vestía unos pantalones y camiseta sin tiras de deporte (aún en pleno invierno) - No me digas que me viniste a animar - se apoyó en la barandilla que había en la gradería de espaldas y justo enfrente de ella - No te veo con minifalda ni camiseta corta marcando tus pechos turgentes - cerró los ojos y soltó un “mmm” imaginándose la escena - Me defraudas - y negó con la cabeza - ¿Qué tal, amor mío? ¿Cuando nos casamos?

Supo que no era buena para los deportes en el momento que le había fracturado la cabeza a uno de sus compañeros de Ravenclaw en una de las pruebas de admisión para el equipo. Un golpe con el bate había bastado para que el muchacho viera estrellitas y se fuese con un boleto directo hacia la enfermería. Desde entonces no tenía intenciones de hacerle a los deportes ni de chiste, mejor vería los partidos de vez en cuando y eso si tenía tiempo o si contaba con una muy buena razón para asistir. De otra manera, ni aunque la arrastraran se asaría en el sol inglés por ver a catorce menganos que ni le iban ni le venían. Con James había sido diferente porque era su pareja y necesitaba apoyarlo, pero después de eso, contadas eran las veces en que acompañaba a su padre a los estadios internacionales para ver un juego. Incluso los entrenamientos eran aburridos y no le apetecía quedarse mucho tiempo si algo divertido no pasaba. Y con la bola de adolescentes con la hormona alborotada, mucho menos. Quizá lo que la retuvo un poco más fue que su pupilo de antaño andaba ahí pavoneándose con sus dotes de jugador, volando de aquí a allá, moviéndose como hoja en el viento. Él si tenía talento.

El grito de Darren que pasó a continuación, le provocó que los vellos de la nuca y los brazos se le erizaran. Odiaba que hiciera eso. Cada cierto tiempo se le ocurría la loca idea de que gritarle cosas sin sentido podía gustarle. La verdad era que la exasperaba. Las chicas miraron a la semi-veela con ligera envidia y Zelda no podía hallar un hoyo dónde meter la cabeza. Hizo su típica cara de mujer mamona y le levantó el dedo medio mientras sonreía, como si le causara gracia. En esos momentos no podría taclearlo porque estaba muy lejos y seguramente, si lo intentaba, se iría de hocico con tantas gradas. Observó a Darren. Se veía claramente asqueroso y seguramente olía peor. Todo sudado con la cara enrojecida del esfuerzo.

— TUS HIJOS ESTÁN EN CASA DE MI MADRE PORQUE NO LOS HAS RECONOCIDO, MALPARIDO — le gritó en respuesta para luego darle una calada al cigarro y exhalar el humo. Cuando lo tuvo más cerca no pudo evitar mirarlo de arriba abajo, odiaba el sudor. — Ay pero claro que te vine a animar, si tengo programados en mi libreta todos los entrenamientos de Quidditch habidos y por haber — soltó sarcástica — Ah claro, es que como soy una zorra descerebrada, tengo que usar minifaldas y hombligueras para llamar la atención — se acomodó los pechos en un gesto exagerado — ¿Casarnos? No, soy una mujer moderna, a mí me va mejor la unión libre. Además, estás muy chiquito para mí, eres la cosa más bonita, eres… como un hermanito y es delito el incesto — se acomodó en la grada y le señaló el grupo de niñetas que estaban no muy lejos de ahí — Pero puedes ir con cualquiera de ellas, se mojan nada más de verte — sonrió y sacó la licorera para darle un trago.

No había cosa peor en el mundo que seguir los sin sentidos de Brackminster. Zelda hechizó en aquel instante a Darren, lejos de su aura de criatura mística, con sus tocamientos y respuestas ingeniosas hasta el punto que el smertios condicionó la sonrisa ladeada en su boca. Tan descarada fue que hasta insinuó que las chicas apostradas unos metros más allá en la gradería estaban mojando sus bragas por él. Darren, descarado como era, giró sobre su propia cintura para dedicarles una sonrisa de las baratas pero compradoras y un gesto militar a dos dedos, les movió las cejas para dejarles claro que si querían algo fueran a buscarlo después y regresó la vista hacia la curvilínea mujer que estaba delante suyo.

Empleando toda su infamia, alargó la pierna hasta dejar el pie en el asiento contiguo de la semiveela y se inclinó hacia ella para hacerle denotar el olor a sudor con toda la mala leche del mundo porque hasta él se daba cuenta que ya necesitaba una ducha - Tú déjame diez minutos a solas contigo y el hermanito se autosaca de la friendzone en menos que canta un pájaro - dicho cual, aprovechó la cercanía para restregarle la mejilla llena de sudor contra la suya antes de darle un bocado  y se separó para reírse como desgraciado. ¿Iba en serio? Pues a saber, Darren siempre jugaba con las ambigüedades pero tono serio puso y eso era más que suficiente para que la gente creyera que iba con todas las de la ley. En realidad no sabía como calificar su relación con Zelda, era evidente que su halo hacía estragos con él pero Brackminter se contenía. Una antigua amiga y una antigua maestra, sin mal pensar - ¿En verdad crees en todas esas mierdas del cristianismo muggle? El incesto es una mentira, sinó… piensa como si Adán y Eva solo tuvieron dos hijos varones, ¿como se creó la humanidad? ¡Follando con su madre! - hizo una pausa y se encogió de hombros - Espérame aquí que voy a quitarme el sudor.

Porque tampoco era cuestión de ir escapando su olor de macho cabrío no fuera a ser que el aroma alterara las hormonas de semiveela y su canto corporal despertara la fiera que había dentro, total, que acabaría como regadera tras ser picoteado por la parte pájaro de Frey. No tardó mucho, quince minuto a lo sumo pero cuando regresó con ropas limpias (pantalones tejanos, camiseta de cuadros roja y negra y su inseparable gorro de lana) se sentó junto a la semiveela - Bueno, cariño mío, silfide de mis sueños. ¿Me ofreces un cigarro?

Darren blofeaba mucho a veces. Zelda siempre había sido una mujer inalcanzable para muchos y para él, incluso más. Desde que fuese su pupilo, no podía verlo más allá de un amigo, casi un hermano o un primo cercano. Por eso se le hacía cómico que el muchacho creyese que con decirle cosas como las que decía, la pelirroja fuese a mojarse las bragas o a creer en sus amenazas. Por otro lado, si esa oración se la dedicase a las niñetas de las gradas cercanas a ellos, una o dos de ellas ya estarían quitándose las blusas y guiándolo a lo oscuro para hacerle “cositas”. La semi-veela no pudo evitar hacer un gesto de asco al sentir el calor corporal de Darren más de cerca y, por ende, el olor concentrado de macho recién bañado en su jugo. Era simplemente asqueroso. Odiaba a los deportistas, los odiaba mucho por eso. Alejó el cuerpo tanto como él se mantuvo cerca y cuando se alejó, Zelda tomó una bocanada de aire.

— ¿Sabes qué? La próxima vez que venga a verte entrenar, te voy a traer alguna solución que te quite la peste porque… Dios… es que en serio no puedo creer que tengan un humor tan severo ustedes — si así les olían las axilas y el cuerpo solo, no quería imaginarse… se estremeció.

La Biblia no era para ella más que otro libro fantástico, como el Corán, el Mahabarata o la trilogía muggle de El Señor de Los Anillos. Tenía muchas inconsistencias y algunos pasajes no embonaban con lo que los religiosos decían que debían seguir los acólitos. Escuchó las teorías de Darren fingiendo que no sabía de qué hablaba e incluso se rio. Ni así la convencería de darse un revolcón con él, ni aunque durara cinco minutos. Asintió a lo de que iría a quitarse el sudor. Aguardó mientras las niñas de por ahí tenían diarrea por ver al jugador que tanto admiraban con una fulana que, no era por presumir, pero era a leguas más guapa que todas ellas juntas. Ya con un atuendo que parecía más pulcro que el anterior, Zelda se sintió aliviada de poder respirar cerca del atleta. Le acercó la cajetilla de los cigarros para que tomara uno.

— Mira, si puedes verte decente. Puede que así te dé oportunidad de que me des un beso, pero nada más, no te vayas a emocionar y luego me pidas matrimonio en el momento menos oportuno — comentó mientras le daba una calada a su cigarro.