Presentación de rigor

Había básicamente dos cosas que le molestaban de su nueva experiencia laboral: trabajar en una Universidad era una de esas cosas; la segunda, ser nuevo. Y es que no solo le parecía extremadamente incómodo el proceso de presentarse ante un equipo de colegas nuevo, sino que el hecho de –esta vez –tener que hacerlo en un ambiente universitario le hacía pensar que iba a ser juzgado con una medida mucho más estricta de lo habitual. Sí, había sido muy desagradable empezar a trabajar en periodismo y que todos te miren como un novato, pero allí trabajando duro pronto se había hecho del cariño del equipo (aunque ciertamente no de su jefe, que siempre lo vio como un revoltoso y no mucho más). Le daba la impresión de que en la academia no sucedía siempre eso.

Pero, en realidad, Aristarchus nunca fue muy amigo de la formalidad, por lo que en el fondo le preocupaba más la opinión que pudieran tener sus estudiantes que la de sus colegas. A la vez, y debido a su educación, entendía que tenía que dar las visitas de rigor a sus nuevos compañeros y compañeras de trabajo. Ese día la visita era a Hersilia Levine, decana de la facultad Ogmios, algo así como la facultad científica de la universidad. A Hersilia no la conocía personalmente, pero sí era conocido el nombre de los Levine por toda Europa. Familia conservadora, férreos defensores de Voldemort y su causa, Aristarchus había tenido encuentros con más de algún miembro de dicha familia. Aunque en ese momento, ya después de la caída del “Señor Tenebroso”, no creía que Hersilia fuera a ser una purista recalcitrante. ¿O es que quedarían en la universidad resabios de la peor época de Inglaterra?

“No hay segundas primeras impresiones” recordó a su madre decirle mientras golpeaba suavemente la puerta del despacho de Levine con los nudillos. Se ajustó la corbata y pasó la mano abierta por encima de la túnica verde botella que tenía puesta, intentando alisar unas arrugas. Fuera cual fuera la orientación de Levine, quería causar una buena impresión. Si se trataba de una purista, prefería no levantar sospechas de esa oscura familia; si se trataba, en cambio, de una persona adaptada a los nuevos tiempos, pues quería ganar la simpatía de una colega. Ser nuevo en un país tampoco era cosa fácil.

-Buenos días –saludó con una sonrisa afable. El cabello anaranjado de la decana lo relajó un poco -. Soy Aristarchus Hewett, decano de Cerridwen. ¿Quisiera compartir una taza de té?

La decisión del consejo escolar sobre decantarse por Aristarchus Hewett para no sólo hacerse cargo de impartir Periodismo Mágico sino también para llevar el mando de la facultad de Cerridwen había sido, hasta cierto punto controversial entre sus compañeros. Su nombramiento como decana también era nuevo, aunque llevara años dando clases en Brigantia, igual que Blackburn, otro de los profesores que hacían candidatos más obvios para llevar el mando del colegio. Haber apostado por un foráneo para el puesto era extraño, y ella, honestamente, había votado en contra.

Aunque claro, era un Consejo Escolar, no la guerra. Si la mayoría decidía confiar en él, le otorgaría el beneficio de la duda. Además, en cuestiones más comunes, no era ninguna antipática que quisiera echarse enemigos a la bolsa sólo por que sí; era extraño, pero pocos la reconocían como una Levine hasta no escuchar su apellido, contraria al perfil de cualquier mago perteneciente a esas rancias tradiciones puristas en Inglaterra (aunque fueran de origen italiano). A simple vista, nadie jamás hubiera creído que una Levine tuviera por placer culpable combinar piezas de moda muggle en su atuendo, y que no fuera una vieja amarga a pesar de todo. De haber perdido a su hermano más querido en la guerra.

Los tiempos cambiaban y había qué adaptarse, aunque Hersilia siempre mantenía sus opiniones políticas bastante guardadas. Estaba en mangas de camisa y de hecho, se encontraba trabajando en algo más que trabajo de escritorio. Salió con guantes, una especie de delantal transparente y unas gafas extrañas que se subió al tener que ir a abrir la puerta. Aristarchus Hewett, decano de Cerridwen, le ofrecía una taza de té.

-Buenos días, decano, bienvenido- Le tendió la mano pero después miró su guante y la apartó de inmediato. Se rió por haber tendido una mano y luego quitarla, era de pésimo gusto. -Disculpe, le quité la mano, fue por que…- Se interrumpió a si misma con una carcajada -No querrá tocar este guante. Espere un momento, tome asiento… no tema, los sillones no están llenos de agentes infecciosos-

Bajó al desván extraño que ocupaba como laboratorio personal para quitarse todo lo que traía encima y se limpió con un hechizo rápido. Accionando un mecanismo, el té empezó a prepararse; era una aficionada a los objetos mágicos. Salió sonriendo, un poco menos descompuesta; su oficina era amplia, llena de plantas y de luz, parecía un invernadero mezclado con biblioteca.

-Dígame, Hewett ¿Cómo le trata Inglaterra? ¿Azúcar en su té?-

Hersilia Levine resultó ser una mezcla perfecta entre una Levine y... algún otro tipo de persona. No solo por el fuerte color de su cabello, sino por la forma en la que se vestía (aunque Aristarchus no era fanático de la ropa muggle, admiraba mucho a los magos y brujas que mezclaban dichos atuendos con las vestimentas tradicionales del mundo mágico) y, sobre todo, por la mezcla perfecta de modales y descuido que mostró apenas abrió la puerta.

-Descuide, decana -le contestó con tranquilidad ante sus disculpas, acompañando la carcajada de la bruja con una risa modesta.

Entró al despacho detrás de Levine, y se quedó observando sus rincones y sus estantes y sus objetos mientras la bruja bajaba a lo que Aristarchus alcanzó a distinguir como una especie de laboratorio. Intentó examinar, desde donde estaba, los objetos que allí se encontraban, pero las manchas borrosas que eran probablemente matraces y pipetas le recordaron que, a sus cincuenta y siete, debía usar lentes y, peor aún, que había salido sin ellos esa mañana. Se rió para sus adentros de sí mismo. Sin embargo, hasta donde su deteriorada visión le ayudaba a distinguir, la oficina de Hersilia Levine era un lugar agradable. Se notaba la mano de una mujer en el lugar: plantas, mucha luz, libros, decoración sencilla pero placentera a la vista.

-Bastante bien en términos humanos, aunque ni el clima ni el idioma me hacen las cosas muy fáciles -cada vez que comentaba el idioma se sentía hablando con un acento ridículo, aunque después de pensarlo algunos días rodeado del humo de su pipa, creía que se trataba más bien de una sensación propia -. Sin azúcar, por favor.

Recién en ese momento tomó asiento, como le había ofrecido la profesora. La curiosidad podía más que la comodidad, y se había visto inicialmente distraído por el hecho de entrar en un lugar de la universidad completamente desconocido para él hasta ese momento. Tomó asiento sin dejar de mirar al rededor, intentado dilucidar algunos detalles que de pie no había podido. Tampoco tendría suerte este vez, sin embargo.

-Un lindo lugar este, la universidad -comentó al recibir la taza de té. La apoyó en uno de los brazos del sillón, esperando a que se enfriara -. A decir verdad, no había pisado una en muchos años. Recuerdo haber visitado una universidad mágica en Egipto, hace algunos años atrás.

Inevitablemente recordó algunos eventos de ese viaje, de ese enorme viaje que había hecho por diferentes lugares, buscando a un viejo maestro, a quien jamás había encontrado. Y entonces recordó algo.

-Allí conocí a un pariente suyo -le contó, dejando la taza en el brazo del sillón después de beber un poco de su caliente y humeante contenido. El calor le había bajado desde la garganta al pecho y de allí al estómago, calentando todo a su paso. Cómo disfrutaba una buena taza de té -Theodore, creo que era su nombre. Un gran mago, un gran conocedor de la magia egipcia, sí.

Desconocía si Hersilia conocería o habría tenido contacto directo con Theodore Levine, quien era (y era algo que el mago griego había omitido a propósito) un poderoso sabio, especialista en magia oscura egipcia. Recordaba largas conversaciones sobre maldiciones y encantamientos realizados en pirámides, sobre el poder milenario de los faraones, torturas, esclavitud y otras hierbas. Aristarchus, no obstante su propia posición política, no era prejuicioso. Le interesaba la magia oscura tanto como cualquier otro tipo de magia y, aunque sabía que Theodore o cualquier Levine en cualquier otro momento de la historia seguramente lo hubiera perseguido y asesinado, no dejaba de parecerle un hermoso recuerdo aquellas conversaciones con Theodore Levine, cuya relación con Hersilia desconocía.

-¿Hace cuánto se dedica a la labor de decana? Me llama mucho la atención y me entusiasma trabajar acá, con toda la historia y prestigio que tiene esta universidad. Seguramente nuestras facultades son muy diferentes, pero si pudiera advertirme un poco de los estudiantes, sería de gran ayuda -cerró su palabra con una sonrisa. Aristarchus sonreía también con la mirada. Acercó la taza de té a sus labios con delicadeza, y dio un nuevo sorbo.

Por supuesto que iba a mencionar el clima, algo que, como muchos en su familia decían, hacía a los insulares pusilánimes y tibios. Se rió para sus adentros; ella a pesar de haber nacido ahí también tenía conflictos con las lluviecitas ligeras de todo el día, la ausencia de sol, el frío que nunca era tan frío y el calor que nunca podía llegar a tener ese nombre. El té llegó a manos de ambos para cuando lo acompañó en la pequeña estancia de su despacho. Por supuesto que no lo iba a recibir en su escritorio, si aquello era una cosa amistosa y casual, o eso se intentaba.

Tomó asiento dándose cuenta que llevaba mucho rato de pie y sintió un gran alivio. -Usted es famoso por su conocimiento de la magia alrededor del mundo, qué admirable. le dijo con honestidad; si algo se le había dado mal era poder halagar a cualquier persona que tuviera enfrente por pura diplomacia. Antes de votar en contra de la nominación de Hewett, había estudiado su expediente. Era justamente su preocupación que no tuviera gran experiencia dentro de una institución fija, más que su conocimiento.

-¿Ah sí? Cierto, ahora recuerdo de nuestros parientes en el ambiente académico. Levantó las cejas con sorpresa. -Pero desde ya, le digo que lo conoce más que yo misma. He estado bastante aislada en Inglaterra, ahora me doy cuenta. Los viajes son una cosa que no me he podido permitir, por que estoy al cuidado de mi anciana madre-

Decía eso con un dolor falso para después reírse, aunque era verdad. Era una costumbre tan arraigada que los hijos menores se olvidaran de tener una familia para cuidar a los padres que ni siquiera le parecía que hubiera motivos para replicar. Le daba bastante igual, de cualquier modo se había dedicado a hacer lo que le apasionaba y tenía tiempo de sobra. No era una coincidencia, por cierto, que hubiera sutilmente dejado el tema de sus parientes atrás, por que sus parientes siempre implicaban problemas.

-El decanato es tan nuevo para mi como para usted; sin embargo llevo diez años en Brigantia. No le voy a mentir, me preocupaba su nombramiento… no por que dude de su conocimiento, sino por estas cuestiones burocráticas de funcionario público que, finalmente, tiene la universidad. Es lo que consume a los profesores novatos, saber que no todo es enseñar sino encargarse de mucha labor administrativa. Es tedioso, y hay que conocer sus modos

A decir verdad, no estaba acostumbrado a los reconocimientos, ni siquiera a los verbales. Sabía, también, reconocer un halago por diplomacia cuando se encontraba con uno. Y sin duda que aquel era uno. También sabía, por supuesto, responder a ellos con el mismo grado de diplomacia. Toda esa visita a Levine, en definitiva, se trataba de diplomacia, pura y exclusivamente. También de que Aristarchus era una persona de corazón tradicional a quien esos gestos le gustaban y le parecían justos y necesarios, pero la formalidad era lo primero. Le dedicó una sonrisa cálida a la decana en forma de agradecimiento.

-¡Ah! En ese caso, debes saber que Theodore era un viejo muy interesante. No deambulaba por los rincones más luminosos de la ancestral sabiduría que es la magia, si sabes a lo que me refiero, pero en aquello a lo que se dedicaba era realmente un prodigio -bebió otro sorbo de té, dejando lo que acababa de decir como reposando en el aire un momento -. Aprendí muchísimo de él.

La miró con ojos profundos cuando mencionó a su madre. Conocía a los Levine en general, como familia, y sabía muchas cosas sobre la familia en su conjunto, así como de sus miembros más destacados (quienes, por lo general, no destacaban por asuntos muy alegres), pero no tenía idea de la madre de Hersilia (y, a decir verdad, tampoco sabía mucho de ésta). Meditó por unos momentos si sería prudente preguntar más. Decidió que no lo era y sencillamente dejó pasar el tema. De todos modos, asintió en un gesto de comprensión ante el gesto de dolor que creyó leer en la expresión de la bruja.

-Espero tener pasta para este trabajo, en ese caso. La verdad, y con justa razón lo habrá evaluado usted, no tengo mucha experiencia detrás de un escritorio -confesó, con cierto oculto recelo. Con todo lo diplomática que había mostrado ser la decana, por primera vez Aristarchus parecía capaz de leer entre líneas en las palabras de ella. Seguramente se habría opuesto a su postulación -. ¿Alguna recomendación que quiera darme al respecto? Se ve usted muy joven. Me entusiasma mucho trabajar con un equipo tan joven, aunque me hagan sentir viejo.

Cerró su último enunciado con una risa suave. A esa edad había aprendido a reírse de sí mismo. La humildad era algo que asociaba irremediablemente a la risa.

Claro que sabía de qué hablaba. Sonrió sutilmente, no iba a hacerse la tonta con la historia de su familia y sus tendencias, pero claro, tampoco iba a ser muy explícita al respecto por que los tiempos ya no daban para esas expresiones. Después de la caída de Voldemort todo apuntaba a la mesura, y parecía que Hewett sabía bastante de ello. Sonrió con más libertad cuando le decía que había aprendido mucho de Theodore; al final, como buen académico, Hewett apreciaba la generosidad respecto al conocimiento.

O esa impresión le daba. Notó un silencio meditabundo cuando hablaba de su condición tradicionalista de hija pequeña solterona (había sido obvia al respecto), pero ella nunca se lo tomaba demasiado en serio. Después de todo, con su vida había hecho lo que le daba la gana, y eso era dedicarse casi por entero al estudio.

-La tendrá, si es paciente. Esto no requiere ningún talento especial, sólo… no sé, resignarse un poco a que el Decano es mitad burócrata, mitad académico.- también dio un sorbo a su té, y después se empezó a reír -Qué asco, la paga es buena pero habrá días en los que sólo esté sellando informes.

Era cierto, no se sentía en condiciones para mentirle. Se rió un poco más cuando mencionaba que se veía joven, a pesar de los malditos genes pelirrojos que hacían que todo el mundo envejeciera prematuramente. SU gran defecto, como le había dicho su madre, era nunca haber aprendido a reírse como una señorita con clase.

-Inyecciones de placenta de dragón, no fallan- dijo casi atragantándose -¿Consejos? Chantajée a un estudiante lambiscón para que sea su asistente, páguele una miseria y olvídese del papeleo. Es el consejo más sincero que puedo darle… y el más útil. De otro modo, empezará a perder la paciencia. Dedíquese a lo que le apasiona, los años ya le dieron permiso para evitarse la pena de hacer cosas aburridas

Aunque tenía la sensación (o quizá era un prejuicio debillo al apellido de la decana) de que jamás llegaría por conocer completamente lo que realmente pensaba la bruja, le parecía que Hersilia era una mujer que se comunicaba con soltura. Era algo a lo que ciertamente no estaba acostumbrado un hombre de educación tradicional como Aristarchus, y mucho menos en aquellos años (aunque ya comenzaban a correr por los países más progresistas de Europa aires de renovación), pero -extrañamente para él- era algo que de alguna manera le producía confianza.

-Paciencia me sobra, decana, así que me quedaré tranquilo. No exagero: me pasé más de una década buscando a un viejo maestro. Fue en esos viajes que conocí a Theodore -comentó, sonriendo levemente. Dio otro sorbo a su té, rememorando -. Supongo que cuando deje el cargo, y esperemos que no sea pronto, seré un gran sellador de informes.

Echó una risa al aire, sintiéndose en confianza. Era el tipo de respuesta que había estado esperando, sin duda. Cuando le habían ofrecido el puesto, había dudado un poco, pensando justamente que no tendría pasta para estar detrás de la burocracia universitaria. Recordaba viejos amigos en Grecia, que habían montado tremendas revueltas universitarias en contra de autoridades como la que él era ahora. Lo recordaba con humor, pues siempre le había parecido justa la causa de aquellos estudiantes, pero -a decir verdad- no estaba seguro de lograr canalizar la juvenil y rebelde energía de los estudiantes universitarios. Se sonrió y agitó la cabeza, despejando el pensamiento.

-¡Pero qué consejo! Sinceramente, profesora, no es mi estilo el chantaje. Aunque, dejando los eufemismos de lado, podría recurrir al chantaje académico. Algo así como conseguir un asistente, algún alumno destacado -iba a agregar "de esos que siempre andan pululando alrededor de los profesores", pero se contuvo. Aristarchus, caballero por formación, era incapaz de decir cosas demasiado "incorrectas".

-En fin, ya veré cómo me adapto al cargo. Usted además de ser decana es docente de Medimagia, ¿estoy en lo correcto? -comenzó diciendo, como quien no quiere la cosa -. Verá, soy algo así como un investigador aficionado, y el tema de la Medimagia me llama la atención particularmente. ¿Tendrá algún libro para recomendarme? Veo que tiene una biblioteca bien nutrida.

Señaló los libros que se veían en el despacho alzando su taza de té, antes de llevarla nuevamente a sus labios.