Not my fault

Ni siquiera sabía como había terminado en aquella situación. O bueno, en realidad si lo sabía, lo que no entendía es como había llegado a esto, ella que había prometido no meterse en líos durante su época universitaria. Y tal vez sus buenos propósitos hubieran servido hasta ahora, pero parecía que al final no había podido evitarlo.

Porqué se suponía que fuera de las horas de clase, los estudiantes de Zoologia Mágica no podían tocar los animales que guardaban en los terrenos de la universidad, pero la casualidad había hecho que a ella le gustara pasear cerca de los cercados donde los guardaban. La misma casualidad que hizo que viera como uno de los kneazles se escapaba, y temiendo que se pierdiera para siempre en el bosque, fue a detenerlo, con la mala suerte que con el movimiento brusco el animal se asustó y le mordió con fuerza en la mano.

Pudo inmovilizarlo a tiempo, dejándolo insconciente con un certero Desmaius y con el animal entre los brazos se dirigió hasta la enfermería. Y precisamente porqué no quería líos ni dar explicaciones de porqué una simple estudiante llegaba con un mordisco de kneazle en una mano y dicho animal inconsciente en la otra, esperó pacientemente hasta ver como la encargada de la enfermería salía, y fue entonces cuando se coló al interior, esperando encontrar unas vendas y alguna poción desinfectante antes de volver a dejar al animal en su sitio (no había querido dejarlo antes por miedo a dejar un animal inconsciente en contacto con otros).

Y en eso estaba, buscando unas vendas cuando oyó que la puerta volvía a abrirse a sus espaldas. Se giró asustada pensando que sería la enfermera y que la descubriría, pero no era ella, sino un chico. Un chico al que conocía, tanto de Hogwarts como de un altercado en la boda Alechinsky, que seguramente hacía que le recordara, aún cuando había pasado ya un tiempo desde que habían dejado el colegio.

- Que susto, creí que... - la frase quedó a medias cuando vio una bola peluda salir corriendo, hacía ninguna parte en concreto, tirando varios frascos de pociones en el proceso - ¡Cuidado! - aunque no sabía porqué lo advertía, pues la enfermería y todo lo que había en ella corría más peligro que él. El kneazle se había despertado y estaba entre asustado y enfadado, buscando desesperadamente una forma de huir - ¡Cierra la puerta! - porqué lo último que necesitaban era un kneazle suelto en la universidad. Seguramente algo que haría que la expulsaran directamente, sin pedirle ninguna explicación.

Durante unos instantes todo fue un caos. Botellas rotas, gruñidos por parte del kneazle y Desmaius volando en todas direcciones. Seguramente fue una suerte que alguno de esos hechizos no diera en alguno de ellos y terminaran inconscientes por el suelo. Al final, él consiguió alcanzar al objetivo, que aunque no completamente, les dio un poco de calma. Y por precaución, ella después le lanzó un Petrificus Totalus, sin saber si la combinación de los dos hechizos causaria algún problema a largo plazo en el animal.

- ¿Qué hago aquí? No sé... Pasar mi rato libre. ¿A ti que te parece? - preguntó frunciendo el ceño, levantando su mano donde se veían con toda claridad todos los dientes del kneazle clavados en su piel, que habían dejado pequeñas heridas sangrantes. Y fue entonces cuando lo vio, ambos con sus manos sangrantes levantadas, intentando encontrar algún remedio para que no se notara y evitarse los problemas. Y entonces inexplicablemente hechó a reír, porque todo aquello era tan ridículo que por un momento olvidó que se encontraban en una situación delicada, que la mano empezaba a dolerle más y que la enfermera podía volver en cualquier momento. - A mi me ha mordido un bicho endiablado que se supone que no debo tocar fuera de horas de clase. ¿Cual es tu excusa?

Ni siquiera recordaba como se llamaba, y seguramente él ni siquiera la ubicaba en aquella boda, pues estaba más que claro que aquel día había bebido mucho más de la cuenta. No sabía ni siquiera si comentar algo al respecto o quedar como que sólo le sonaba de Hogwarts. De momento iba a hacer como que ninguno de los dos necesitaba presentarse. Quizás el anonimato fuera mejor si la expulsión planaba sobre sus cabezas.

Se acercó al lío de botellas rotas, sabiendo que debían también arreglar aquello, pues era una situación difícil de explicar, aunque la opción de encontrar el ungüento que los curaría y salir corriendo, fingiendo que no estaban relacionados en absoluto con el desastre de la enfermería era una prespectiva cada vez más tentadora. Al final, cuando sus dedos dieron con el ungüento que buscaba, completamente roto y el contenido mezclado con mil y una pociones.

- Bueno, pues tenemos otro problema. - dijo, enseñándole el frasco vacío y roto antes de volver a tirarlo al suelo, sin importarle hacer un poco más de ruido. - ¿Alguna idea alternativa? Supongo que no me apetece que el primer Episkey que conjure sea con tu mano. - había oído todo tipo de historias horribles sobre efectos secundarios de un Episkey mal conjurado, y la verdad no tenía ganas de vivirlo en primera persona.

Dejar todo el desastre atrás y salvar el pellejo parecía lo más sensato, y por eso no tardó en hacer exactamente lo que él decía: agarrar al maldito kneazle origen de todos sus males y seguirle, completamente segura hasta que vio como trepaba al mueble y rompía a la fuerza una de las ventanas. Fue entonces cuando se paralizó, porque aunque apenas y estaban en el primer piso, nunca había sido demasiado amiga de las alturas, motivo por el cual nunca había sido demsaiado fan del quidditch o de las escobas en general. Pero en esa ocasión no parecía tener muchas otras alternativas, y prefería enfrentarse a la altura que a una posible expulsión. Una última mirada a la enfermería, por la que parecía haber pasado un tornado la convenció de seguir el plan.

Tomó la mano que él le tendía para subir, con el kenazle sujeto con su mano herida. Y queriendo saber exactamente a lo que se enfrentaba se acercó a la ventana, evaluando la distancia con el suelo, que decidió era demasiado alta. Después miró a un lado y al otro. Había un pequeño saliente en la pared, que servía como decoración de la fachada de la universidad, y a la derecha una ventana abierta. Quizás sería más sensato ir hasta la habitación contigua, antes de saltar al suelo y posiblemente romperse una pierna, aunque aquella salida podria permitirles esconderse en los terrenos hasta que pasara la tormenta.

- Hay mucha distancia con el suelo. Pero la habitación contigua tiene la ventana abierta. Igual podemos llegar hasta ahí... - pero la habitación contigua seguía estando muy cerca de la enfermería, y ni siquiera sabía si era una aula vacía, el despacho de algún profesor o la habitación de las escobas. Además que deberían ir a devolver al kneazle a su jaula y encontrar algún modo de curarse sus heridas para no quedar en evidencia... - Hay que saltar... ¿verdad? Como odio las alturas. - dijo entre dientes, mientras intentaba encontrar el valor para saltar de donde estaban al cesped que había debajo y que se extendía por todos los terrenos. Luego se giró para mirarle a él de nuevo - Salta tú, te tiro el kneazle y luego salto yo. Y luego iremos a buscar ayuda. Creo que puedo conocer a alguien que tenga uno de esos ungüentos. Aunque no sé si tendrá poción crece-huesos, porque espero que sepas que vamos a rompernos una pier... ¡Espera! - la frase quedó a medias cuando se le ocurrió algo. Le tendió al kneazle, sin darle tiempo a protestar y saltó de nuevo al suelo, acercándose a una de las camas, que eran de las pocas cosas que quedaban enteras, estirando una de las sábanas. - ¿Que tan bueno eres con las transfiguraciones? Digamos... Para convertir una sábana en una cuerda. Si no lo haremos a la usanza muggle y uniremos varias para poder llegar hasta el suelo. A no ser que creas que escondernos en la habitación contigua a la enfermería del caos sera una idea mejor. - porque con la ayuda de algo así, se sentía mucho más segura para hacer lo que se suponía que debían hacer.

¿Qué había mucha distancia con el suelo? Extrañado, Kristján echó un vistazo hacia abajo y no le pareció tan alto. ¿Cómo podía parecérselo si estaba acostumbrado a alturas peores? Hasta había caído de la escoba en circunstancias mucho más complicadas. Pero que odiara las alturas lo hacía entender todo, aunque pensó que ya se había animado.-Amy, no te preocupes, te cacharé, ni si quiera es tan alto…-Tomó al kneazle cuando pareció tener esa idea maravillosa pero al escuchar lo que era se le quedó viendo anonadado e impaciente. No tenían tiempo para hechizos ni para nada, además en ese estado de nerviosismo era bueno tirando maldiciones y hechizos de defensa, no tan bueno en transformaciones casi básicas.

Tampoco pensaba que esconderse en la habitación contigua fuera buena idea porque no se sabía con qué se podían topar. Podía bien ser otra habitación de la enfermería y que la enfermera del infierno estuviera ahí. O podía ser algún profesor tirándose a una alumna, ¡quién sabía!.

-Cariño, no tenemos tiempo.-Pero sabía lo que debía hacer. Tal vez bajo estrés no era bueno en transformaciones, pero sí había un hechizo que le salía bien por haberlo practicado bastante. El mobilicorpus. Podía tomar a Amy y hacerla levitar con gentileza al suelo y luego saltar él. Le regresó al kneazle desmayado en los brazos y la apuntó con la varita que sacó de su pantalón.-Mobilicorpus.-Conjuró hacia ella e hizo que gentilmente Amy pasara de donde estaba al pasto al otro lado de la ventana. Luego, cuando la sintió lo bastante segura en el suelo, saltó él, haciendo un gesto porque saltó chueco y cayó un poco mal sobre sus rodillas.

Fue en ese momento cuando escuchó que se abría la puerta de la enfermería y alguien profería un grito de espanto de aquellos.-¡Vándalos! ¡Ladrones!-gritó la que seguramente sería la enfermera. No era la primera vez que a Kristján le llamaban ladrón, pero si era el tono más chillón que habían usado al hacerlo.

Pegó a Amy contra la pared al momento de escuchar que la enfermera se acercaba a la ventana. La contuvo con su brazo y le hizo un gesto de guardar silencio aunque seguramente ella ni lo necesitaba. Lo raro era que Kristján ya no parecía estresado ni nervioso, sino divertido. Aquella era la parte más divertida del escape, cuando estabas al filo de ser descubierto. -Vete moviendo…-Le dijo en susurros esperando que la enfermera no tuviera superoído.

Sabía que estaba exagerando. Que la altura no era tanta y seguramente el salto no iba a causarles tanto daño como su mente quería hacerle creer. Aún así, estaba preparada para casi cualquier cosa excepto que de pronto se sintiera levitar, alejándose de la ventana y hacía donde no tenía nada bajo sus pies. Aferró al kneazle más fuerte entre sus manos mientras miraba a Kristján con cara de puro terror.

- ¡NO, NO! ¡Espera! - gritó, seguramente levantando la voz más de la cuenta, y seguramente habría seguido con los gritos de no ser porque antes de lo que esperaba, y en cuanto su trasero estuvo en contacto con la hierba que cubría los terrenos se sintió el ser más ridiculo del planeta, y se habría disculpado de no ser porque su acompañante aterrizó justo a su lado, sin más ceremonias y luego empezaron a oirse unos gritos justo encima de sus cabezas. Probablemente había alertado a la enfermera con sus gritos de loca histérica.

Casi saltó desde el lugar donde había caído hasta pegarse a la pared, con el corazón que casi se le salía del pecho, mezcla de la adrenalina del momento y el puro terror de que podían ser descubiertos en cualquier momento. Evidentemente todo había sido un accidente, pero nadie iba a creerles si se presentaban con cubiertos de heridas y arañazos, justo debajo de la ventana de la enfermería, donde había el desastre, y con un kneazle inconsciente y lejos de su jaula entre los brazos.

Asintió cuando él le indicó que empezara a moverse. Desde luego cuanto antes consiguieran alejarse de ahí, antes podrían estar seguros que no podrían relacionarlos de ninguna forma con lo sucedido. Empezó a moverse con cautela, completamente pegada a la pared, sin saber exactamente que haría si alguien les descubría en ese momento.
Pero por suerte (porque debía reconocer que el azar parecía estar de su parte), consiguieron llegar a la zona segura, detrás de unos arbustos que les daban el escondite necesario. Y una vez allí se dejó caer al suelo, soltando una carcajada nerviosa, de puro alivio.

- Vale, el plan es este, voy a ir a devolver al kneazle a su sitio. Tu vas a los invernaderos y empiezas a buscar mandrágora y ajenjo. Nos encontraremos allí. - porqué había pasado el suficiente tiempo con Bella, oyéndola hablar de hierbas como para saber que la mezla de mandrágora y ajenjo podría servir para sus heridas. No curarían completamente pero con un poco de suerte cicatrizarían para dar la impresión que eran heridas de hacía varios días que prácticamente habían curado. Eso debería servir.

Y sin más hechó a correr hacía los cercados donde guardaban las diferentes criaturas mágicas que habitaban en la universidad. Dejó el kneazle en su sitio sin prestar mucha atención a lo que hacían los otros con él, y de nuevo salió corriendo hacía los invernaderos.

- ¿Lo tienes? - preguntó, nada más entrar por la puerta. Cuanto antes tuvieran las heridas curadas, antes estarian completamente seguros que nadie podria relacionarlos con lo sucedido.

La verdad, en su mente el plan había sido quedarse en el invernadero a hacer la mezcla que necesitaban, pero en cuanto él mencionó lo de ir a otro lugar supo que era una idea mucho más inteligente, y por un momento agradeció a los dioses que no estuviera sola en eso. Probablemente sin el chico la hubiera descubierto en la misma enfermería y a estas alturas ya estaría en el despacho de la decana Levine, porque por muchos líos en los que se metiera, nunca había sido demasiado buena en la forma de salir de ellos airosa.

- Bien, vamos a... - lo pensó durante unos instantes. Su facultad era el primer lugar que se le pasó por la mente, pero era poco inteligente volver al edificio de la universidad. Los terrenos eran más grandes y con más lugares para esconderse, y probablemente podrían quedarse ahí hasta que el escándalo por el vandalismo en la enfermería se calmara - ¿Que tal el lago? La neblina puede mantenernos bien ocultos, especialmente ahora que ya se está poniendo el sol. Y no, no estoy segura que vaya a funcionar, pero no tenemos muchas más opciones.

Aprovechó para agarrar un mortero para machacar todas las plantas, que guardó en la mochila junto a sus libros y sin más se alejaron del invernadero. El paseo hasta el lago no duró más que algunos minutos, en los que intentó agudizar el oído para intentar escuchar si había gritos en el edificio de la universidad, o gente buscándoles o algo, pero o estaban demasiado lejos o todo estaba tranquilo.

Se instalaron a orillas del lago, medio escondidos detrás de unas rocas y con el cobijo de la neblina. Sacó el mortero que había traído y empezó a triturar las hierbas. Nunca había sido especialmente buena en herbología, pero tenía amigas que si lo eran, y sólo esperaba haberlas escuchado bien cuando le hablaron de aquello. Trabajó en silencio unos instantes antes de levantar la vista para mirarle.

- Me caí de la escoba. En las clases de vuelo de primero, en Hogwarts. Me rompí el brazo, y la poción crece-huesos que me dieron fue lo más horrible que nunca he experimentado. Y desde entonces me porto como loca desquiciada cuando estoy a un poco de altura sin suelo bajo mis pies. No he tocado una escoba desde entonces. Ya ni debo acordarme de como se hace. - dijo simplemente, recuperando su pregunta de hacía un rato de como lo hacía cuando tenía que montar en escoba. Y a pesar de que tenía varios amigos aficionados al quidditch que habían intentado ayudarla en ese aspecto, nunca había conseguido sentirse segura en los aires, con el débil sustento de una escoba, y no creía que fuera a conseguirlo jamás. - Soy Amy, por cierto. Y te prometo que normalmente me comporto como una persona normal, y no como loca desquiciada. - todavía no se había presentado, y creía que hacerlo era lo mínimo que podía hacer después de lo que habían pasado. - Vale, dame tu mano. Te prometo que si esto sale bien voy a ir de oyente a todas las clases de herbología. - tomó un poco de la mezcla pastosa y verde y la repartió con cuidado sobre los nudillos de la mano que Kristján le tendía, haciendo un leve masaje. - ¿Que tal? - acabó por preguntar, sin estar del todo segura de si quería saber la respuesta.

Sonrió cuando él se ofreció a hacerle “terapia” con respecto a su miedo a las alturas, y aún así dudó. Lo había intentado otras veces, y el resultado siempre había sido un desastre, así que dudó de si debía aceptar su oferta. Quizás un último intento no haría daño a nadie… ¿verdad? Sólo a su dignidad si acababa montando otro drama.

- ¿Así que eres terapeuta también? – bromeó, pues ya estaba lo suficientemente relajada como para hacerlo, la adrenalina poco a poco abandonando su cuerpo – Tal vez acepte tu propuesta si me aseguras que no habrá mordiscos indebidos o actividades que puedan meternos en problemas con los decanos. – pero al final decidió que podía aprovechar los resquicios de adrenalina que le quedaban para poder hacer comentarios con doble sentido con toda la mala intención del mundo, e incluso agregarle una sonrisa coqueta.

Siempre se sentía tonta cuando intentaba coquetear con alguien. Tenía la sensación de que no sabía hacerlo, y que todos iban a acabar riéndose de ella, así que en otra situación en la que no acabara de huír de una enfermería destrozada, flotado a través de una ventana a una distancia considerable del suelo o haber pensado que iban a expulsarla, jamás habría hecho ningún comentario que hubiera podido sonar ligeramente a flirteo.

- Sí, te recuerdo de la boda. Y aunque claramente no bebí tanto como tu, si lo suficiente como para no recordar tu nombre. Sólo que estuvieron hablando de ti durante el resto de la fiesta y que eres islandés. Esperaba que tu nombre se dejara caer casualmente en la conversación y no tuviera que confesarte que a veces también bebo más de la cuenta y olvido cosas.

Al menos parecía que su mezcla de hierbas si funcionaba. Quizás si debería tomar en serio su promesa de asistir como oyente a las clases de herbología. Y no fue hasta ese momento que se dio cuenta que tal vez llevaba más tiempo del necesario aplicando el asqueroso ungüento de hierbas en sus nudillos, así que apartó los dedos de repente, como si se hubiera quemado.

- No, no estoy en Medimagia. Obsesión enfermiza con bichos malagradecidos, ¿reduerdas? – dijo, levantando su mano mordida y enseñándosela, antes de volver a bajarla y empezar a repartirse ungüento ella misma, de forma ausente – Estoy en Zoología. Quizás algún día pueda trabajar con dragones. – y en verdad el ungüento funcionaba, porque ya para ese entonces notaba como el mordisco dejaba de pulsar dolorosamente en su mano, y era un alivio. Tanto que se olvidó de aplicarse más – Y ya que estamos de confesiones… ¿A quién has pegado? ¿Qué te hizo? - mientras preguntaba, hundió de nuevo los dedos en la mezcla de hierbas, pensando en si iba a serles de más utilidad- ¿Tienes alguna otra herida que haya que curar o me deshago de las pruebas tirándolas a las profundidades del lago?

- Al menos asegúrate que tenga mis pies en el suelo, si mi hombro te resulta lo bastante apetecible. Podría desequilibrarme por la impresión, y otra caída ya sería ridícula en mi historial de vuelo. – y quizás tan fácilmente como eso se iba a asegurar de llevar cualquier jersey que le dejara aunque fuera un hombro al descubierto. Y quizás hubiera continuado divagando con respecto a eso de no ser porque al fin oyó su nombre. No le parecía impronunciable, sólo fuera de lo común, y por eso intentaría usarlo, y también porqué llamarle ‘islandés’ parecía demasiado impersonal. - Kristján. – repitió, y aunque su acento inglés hacía que no pudiera pronunciarlo igual que él, esperaba que contara con su aprobado – Creo que podré evitar tener que llamarte islandés. ¿Nadie a barajado la posibilidad de usar un diminutivo? ¿O eso es lo que hizo el tal Quincey para colmar tu paciencia?

Sabía que los jugadores de quidditch eran temperamentales. Debían serlo, porque eso era lo que el juego requería, y por eso no se sorprendió aquella declaración que le había pegado por existir. De hecho, creía haber oído hablar a James de lo insoportable que era el tal Quincey, y él tenía más paciencia que un santo, así que seguramente se lo tenía merecido. Fuera como fuera, no pensaba dar más vueltas al asunto.

- Sólo el mordisco en la mano. Creo que lo tenemos todo controlado. – respondió, cuando él se ofreció a curarle alguna posible herida en lugares poco accesibles para uno mismo. Pero no había ninguna otra. ¿Una lástima? Tal vez.

Se levantó, limpiándose la mano buena, que había quedado llena de restos de ungüento contra la tela de sus vaqueros gastados, importándole poco ensuciarlos. Igualmente iba llena de pelos de kneazle, polvo del desastre de la enfermería y restos de sangre de la herida de su mano, así que ya no venía de ahí. Agarró el mortero con todo y los restos de su mezcla y se acercó a orillas del lago para echarlo todo al agua. Con un poco de suerte, si alguien notaba su ausencia en el invernadero, jamás lo buscarían en las profundidades del lago. Una vez hecho volvió para tomar de nuevo asiento a su lado.

- No creas que he consultado ayuda profesional. Sólo han sido ideas de algunos amigos, que han resultado que al final no eran tan buenas. Hubo alguien que dijo que debía relacionar el vuelo con escoba a algún recuerdo bueno, algo así como cuando se conjura un patronus. Intentó besarme cuando estaba a unos diez metros y gritando como loca, así que la experiencia no salió muy bien. Otra vez se extrajeron sus mejores memorias de volar en escoba y las pusieron en un pensadero, me hicieron verlas una y otra vez para que luego volviera a probar mi suerte con la escoba, pero tampoco funcionó. No puedo quitarme esa molesta sensación que la escoba va a partirse en dos, o me voy a resbalar o a desequilibrar, o que sé yo. – no le gustaba confesar sus debilidades, más cuando eran unas tan tontas como esas. ¿Qué bruja en el mundo le tenía miedo a volar en escoba? Seguramente sólo ella – ¿Y bien doctor? ¿Cuál es su diagnostico? – no tenía ninguna prisa para volver al edificio de la universidad. Cuanto más rato dejaran pasar, más se habrían tranquilizado las cosas, así que de momento estaba bien donde estaba, incluso aunque tuviera que hablar de sus miedos tontos.

Sonrió cuando él le dijo que no le molestaba que le llamaran islandés. Fuera como fuera, no iba a usarlo, por la única razón de que la mayoría lo llamaban así. Era una manía que se le había quedado de sus tempranos años de adolescencia, cuando tenía la sensación de que si no hacía cosas distintas a las que hacían todos nadie se fijaría en ella, porque por ese entonces no era más que una chiquilla desgarbada, bajita y totalmente anónima. Ahora las cosas habían cambiado (seguramente en gran parte por culpa de la guerra), pero de cualquier forma, había manías que nunca desaparecían del todo.

- Si, supongo que ese tipo aprendió la regla de oro gracias a mi. No creo que haya vuelto a intentarlo con nadie más. – dijo, pues estaba totalmente de acuerdo con él. Ni siquiera sabía como se le había pasado por la cabeza que un beso iba a calmar sus gritos, pero había sido una de las experiencias más ridículas de toda su vida. Algo que hubiera querido olvidar, pero que parecía grabado a fuego en su mente. Otra mala experiencia en las alturas, pensaba amargamente, cuando la idea era justamente lo contrario.

Sin embargo cuando él se movió para sentarse un poco más cerca, dejó de pensar en ese idiota que había fastidiado un poco más su miedo a las alturas y a las escobas. Y por Merlín que intentó seguir atentamente todo lo que decía, pero su cercanía, el hecho de que fuera tan guapo y que empezara a hablar de besos hizo que su atención se centrara en unas cosas más que en otras.

- No, no saldría nada mal… – respondió a su pregunta, aunque seguramente era retórica, casi en un susurro cuando creyó que él iba a besarla. Y hasta entreabrió los labios antes de darse cuenta de que no iba a suceder, y entonces quiso hundirse bajo las aguas del lago para desaparecer de la vergüenza. ¿¡No podía dejar de hacer el ridículo!?

Intentó fingir que no acababa de llevarse una decepción y que no acababa de esperar ese beso como boba. Tosió ligeramente y echó la cabeza hacía atrás, fijando su mirada en el cielo, donde empezaban a aparecer las primeras estrellas. Pronto habría tan poca luz que apenas se verían el uno al otro, pero viendo el modo en el que se comportaba, tal vez aquello sería una ventaja.

- ¿Y cuando vamos a comprobar si tus métodos funcionan? – preguntó, notando la boca seca, no sabía si por la prespectiva de volver a montar en escoba o por tanta mención a un supuesto beso. – ¿Me vas a contar que pretendes hacer o si se arruina el misterio no va a funcionar?

- ¿Mañana temprano? Claro. Y no te preocupes, ningún cansancio que no se pueda solucionar con café. Por cierto, yo lo traeré. El café, quiero decir. ¿Cómo te gusta? – intentó compensar con parloteo alegre el nudo que se hizo en su estómago en cuanto supo que estaba quedando mañana para montar en escoba, seguramente la cosa que le daba más miedo en el mundo. Cuanto menos pensara en la perspectiva, menos posibilidades que a última hora decidiera que era una terrible idea y nunca llegara a presentarse, porque lo último que quería era volver a quedar como una ridícula de nuevo frente a él. – Y sólo para que me quede claro… ¿Con temprano a que hora te refieres?

Y seguramente hubiera seguido hablando sin parar, cualquier cosa con tal de no pensar a lo que acababa de acceder cuando, entonces si, él la besó. Y ya así de sencillo consiguió no pensar en absolutamente nada más. Ni que tendría que subir a una escoba de nuevo, ni que habían destruido media enfermería ni que quizás habían soltado a los perros para buscar los culpables de todo aquello. Simplemente le correspondió al beso, dejándose llevar por el momento. Porque hacía meses que no besaba a nadie, porque él era guapo y le gustaba lo suficiente, porque el momento realmente era el adecuado y porque de hecho, él sabía besar francamente bien. Así que simplemente le besó de vuelta, cerrando los ojos mientras su mano derecha se aferraba con fuerza a su camiseta, como no queriendo que se alejara jamás.
Nunca supo cuanto había pasado hasta que tuvo que separarse un poco para respirar. Se quedó cerca, lo suficiente para que sus narices prácticamente se tocaran, incapaz de alejarse más, su mano sin soltar todavía su ropa. Lo miró en silencio unos instantes mientras trataba de recuperar el aliento.

- Bueno, supongo que si mañana hay que madrugar tanto deberíamos ir a dormir, y a descansar la adrenalina. – y en verdad su firme intención era de levantarse, quedar en firme para la mañana siguiente y ya de ahí desearle las buenas noches y volver a su dormitorio, pero todavía estaba demasiado cerca y el recuerdo del beso era demasiado reciente como para evitar el impulso de adelantarse y besarle una vez más. Le rodeó el cuello con ambos brazos y dejó sus dedos vagar por su cabello, y lo llevaba cortado lo suficientemente corto como para que hiciera cosquillas – Este sólo fue para darte las gracias por no haberme dejado enloquecer esta noche. – le dijo con una sonrisa coqueta, ahora si separándose definitivamente, levantándose en contra de todos sus impulsos que le gritaban que se quedara justo donde estaba, besándole hasta quedarse sin labios – Nos vemos mañana entonces, para tu posgrado en psicología, para que te acepten en San Mungo. – le dedicó una última sonrisa al tiempo que se colgaba de nuevo su mochila en el hombro, mientras pensaba en lo curiosa que había resultado su tarde caótica.