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Prom Song {George}

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Mensaje por Zelda Fay Lun Dic 15, 2014 2:50 pm



Zelda se acomodó los lentes sobre el tabique de la nariz y, con un suspiro de pesadez, tomó el abrecartas y despegó el sello del primer sobre que tenía sobre la mesa. La víspera de la navidad significaba, para ella, regresar a Londres con sus padres para pasar las festividades. Harían una copiosa y elegante cena donde, seguramente, estarían invitados algunos de los tantos escritores que Charles, su padre, había publicado en la editorial; por otro lado, su madre seguramente ya estaría esperándola con un buen bonche de ropa nueva que, esperaba, usara en alguna cita orquestada para ella con el hijo de alguna acaudalada familia. Y tendría que sentarse a tocar el piano. Zelda ya podía imaginarse el enorme agobio que le daría tener que conversas con esas tediosas mujeres y sus caprichosos y aburridos hijos. Lo más triste era que no podía escaparse de semejante situación puesto que, después de todo, era su familia.

Sus ojos grises se pasearon por la estilizada letra de la primera carta. Era de su abuela Frances que la felicitaba por estar en su penúltimo año de la carrera universitaria de  periodismo –porque al ella ser una muggle, pensaba que su adorada nieta andaba en Bruselas– y también le decía que le enviaba a su madre el vestido que ella había heredado de su madre (Zelda Fitzgerald) para que lo acomodaran a su medida para el famoso “Baile de Navidad” que organizaba la universidad todos los años. En ese momento la pelirroja miró la caja de cartón cerrada con un listón rojo. Ese debe de ser el vestido de mi bisabuela, pensó, y volvió a la carta. Simplemente terminaba con un “te amo, tu abuela, Frances” y era todo. Ya tenía vestido, ahora lo que le faltaba era pareja. Dejó la carta de lado y abrió la otra. Era de su madre, que la incitaba a volver a casa como todos los años y que le recordaba que no se durmiera muy tarde porque la piel necesitaba descansar sus ocho horas diarias. Como posdata le decía que había mandado arreglar el viejo vestido de su bisabuela porque estaba “demasiado arcaico y seguramente no resaltaría sus atributos”. Ahora no quería abrir el paquete.

Zelda amaba sus raíces norteamericanas por ser descendiente de tan famoso escritor muggle. Ahora que su madre había tocado el preciado vestido de su bisabuela, le daba la sensación de que ahora se encontraba profanado por las manos de quien sabe qué costurera. Para ser una prenda de los veintes, esperaba que la hubieran tratado con mucho cuidado. La última carta era de San Mungo, de su doctor particular, quien le enviaba un frasco más de la poción que debía ingerir para su ansiedad y una pomada que olía a demonios, pero que servía para que las cicatrices de sus brazos y piernas se disfrazaran por unas cuantas horas. En ese momento, Zelda se miró la parte del costado de su brazo, donde se veía una cicatriz que iba del codo al hombro. Si necesitaba la condenada pomada aunque oliese horrible. Destapó el contenedor y entonces miró el contenido: una plasta grisácea que despedía un olor como a huevo y flores, combinación que claramente podía revolverle las tripas a cualquiera. Para su suerte, nadie más estaba en el Salón de Convivencia. Agarró una buena cantidad y se la comenzó a untar por todo lo largo de la cicatriz.

Qué asco, qué asco… ay qué asco y qué peste… — musitó para sí misma con una cara que claramente denotaba su disgusto por aquella plasta asquerosa.






Última edición por Zelda Fay el Mar Dic 16, 2014 2:16 pm, editado 1 vez
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Mensaje por George Wildenstein Lun Dic 15, 2014 4:25 pm

Se había ido de fin de semana a Ámsterdam con James y otro par de amigos, habían acabado en el mejor show de veelas que podía existir. Tras tanta cerveza y buen uso de su tiempo sólo pudieron llegar esa mañana temprano a dormir todo el día, agotados realmente porque no habían parado en todo el fin de semana y ya tocaba volver a la realidad.

Despertó a eso de las seis de la tarde tras haber dormido unas diez horas, se metió a duchar y con ganas de ver qué se había perdido –por si era la décima parte de entretenido que su fin de semana- bajó a la Sala Común de Cerridwen. Era lo bueno de no tener una novia, esos viajes que pocas veces podía hacer con un buen grupo de sus amigos, al menos James casi siempre estaba comprometido con alguna chica a la que había que rendirle cuentas.

El lugar estaba casi vacío, sólo había un chico durmiendo en un sofá y una figura imposible de ignorar, aunque hubiese olvidado su rostro esa cosa magnética de las semiveelas lo hubiese atraído hacia ella. Eso y el olor horrendo que emanaba –ojalá se equivocase- de ella.

-¿Por qué usas algo que apesta? Creo que eso ya está podrido Zelda.-olía como a vómito de perro, tuvo que alejar un poco la cara y refregar su antebrazo varias veces contra su nariz para eludir el hedor.-

Jaló una silla para sentarse cerca de ella y ver qué era lo que se estaba poniendo encima, tomó el frasco sin preguntar y lo levantó para examinarlo como si en algún lugar fuese a decir que era mejor usarlo en ambientes abiertos porque era casi como una bomba fétida. Lo dejó en la mesa con desgano y el frasco acabó rodando algunos centímetros para finalmente caer de la mesa.

El contenido se volcó en la alfombra de tonos morados y parecía haber magnificado ese aroma pútrido que sentía que jamás se iba a ir. Sacó la varita y echó un fregotego que desapareció el ungüento pero no el horrendo aroma.

-¿Qué era eso? No te has enojado porque tiré tus cosas, ¿no? Siento que te libré de la peste. -
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Mensaje por Zelda Fay Lun Dic 15, 2014 5:00 pm



Entre más se untaba esa apestosa pasta, el olor incrementaba como si la piel, al absorber lo líquido de la crema, fermentara el resto. Eso siempre pasaba, todos los meses que tenía que usar esa curiosidad médica, para que las horrorosas marcas en la piel no se notaran y pudiera seguir una vida común y corriente sin tener que explicar por qué las tenía. Era mejor aguantarse unos minutos a que la pomada hiciera efecto y el olor se desvaneciera, a tener que contarle a cada persona, su trágica historia de cómo había quedado atrapada dos días en los escombros de la Torre de Ravenclaw. Ya no podía darse ese lujo, quien lo sabía, lo sabía, y quien no, que se inventara una historia de sus marcas porque ella no diría ni pio. Al menos no si sólo era por curiosidad o cotilleo vulgar.

Se masajeó el brazo sintiendo el relieve bajo sus yemas. Era un momento muy íntimo. Hasta que un muchacho irrumpió. Era George, quien en esos momentos tomaba el frasco con la pomada para examinarla. Con su comentario, lo único que provocó fue que Zelda lo fulminara con la mirada y continuase con su labor.

No está podrida. Podridos tienes tú los sesos — respondió mirando con nerviosismo cómo manejaba la pomada entre sus manos — Y déjalo ya que lo vas a…

Y se volcó sobre la alfombra. Toda la jodida pomada estaba ahora impregnando la tela y dejando el fétido olor en toda la habitación. Zelda dejó de masajearse el brazo para ver cómo lo que permitía que usara prendas sin mangas, se perdía por un descuido. Ahora tendría que esperar otro mes y usar suéteres, blusas con manga larga y olvidarse de los vestidos a menos que alguien la ayudara a hacer la pomada en el aula de pociones porque ella, sola, no podría fabricarla dados sus bajos conocimientos en Ingeniería. Se llevó la mano libre  a la boca y miró incrédula a George.

¿¡Sabes lo que acabas de hacer?! — le espetó, sin gritar, pero si molesta — Olerá al demonio pero eso no te  da derecho… argh, ya para qué me molesto — acabó por decir quitándose las gafas para luego, de forma rápida, ponerse el suéter que tenía sobre la mesa; lo señaló con uno de sus largos y estilizados dedos — Tú me vas a conseguir más de esa pomada y cómo lo harás, no lo sé, pero  la quiero pronto — lo miró en tono de reproche —  Es para las cicatrices, ¿ya? Ahora no podré usar nada para salir y pareceré una maldita niña usando cosas de mangas y faldas largas y todo gracias a ti — se cerró los botones del suéter justo antes de llegar al esternón.

Adiós vestido de su bisabuela y vestidos bonitos por todo lo que restaba de Diciembre y parte de Enero. Tendría que escribirle a su medimago para explicarle lo acontecido a menos que George le consiguiera la pomada, lo cual dudaba enormemente.






Última edición por Zelda Fay el Mar Dic 16, 2014 2:16 pm, editado 1 vez
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Mensaje por George Wildenstein Mar Dic 16, 2014 12:31 pm

Se rió por esa falta de delicadeza de parte de la semiveela, se imaginó que fingiría estupor y que le daría unos golpecitos en el brazo. No se burlaba de ella, simplemente no se esperaba que le echase ese discursito de madre. Ante la inminente caída del frasco sólo hizo un sonido de silbato, pasando saliva entre los dientes como un chiquillo que acaba de hacer una travesura.

A veces se olvidaba que las semiveelas no eran tan lindas como se les pinta. Son hermosas, carismáticas y todo pero también tienen un carácter impredecible. Zelda al menos no se ponía histérica como Celine Glaston, ella tenía más de un pajarraco dentro, con y sin albur. Incluso él había estado dentro de ella, no podía recordar en ese momento a alguien que no.

Tapó su nariz con el antebrazo porque realmente el olor era horrendo, no se había dado cuenta de la cicatriz que ya estaba tapada con aquel engrudo, continuaba mirando la fuente del olor intentando en vano quitar el olor con un par de encantamientos. La voz severa volvió y no hizo más que voltear aún con una sonrisa que fingía inocencia, ya había pasado, ¿iba a ponerse a razonar al respecto? Si no tenían un giratiempo eso ya era en vano.

Pronto se vio señalado como el peor de los delincuentes por una torpeza, no entendió bien a qué venía tanto problema hasta que le dijo lo de las cicatrices. Allí cayó en cuenta por qué las tenía, dónde se las hizo. La consecuencia de las mangas le pareció una tontería pero era capaz de fingir interés porque le tenía cariño y porque supuso que para alguien que estaba tan acostumbrada a verse bien debía ser algo importantísimo.

-Ya, perdóname, ¿no? Hay que conseguirla, tengo un proveedor de artículos para pociones ilegales. Lo digo porque una cosa que apesta así no puede estar ni reglamentada. ¿Qué dices? ¿Te sientes aventurera? -estaba dispuesto a acompañarla y a intentar conseguir esa cosa por apestosa que sea, de hecho se había sentido algo mal al respecto, normalmente no sería así pero el derrumbe de la torre Ravenclaw fue algo más que traumático para él.-

-Ni se notan las cicatrices, yo te llevaría orgulloso a cualquier lado con cicatrices o sin ellas.
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Mensaje por Zelda Fay Mar Dic 16, 2014 1:00 pm




No era por ella. Sabía que podía andar por el campus enseñando las largas marcas de sus brazos y que lo haría tan campante como si se trataran de pinturas temporales. Había compañeros que las llevaban como marcas de guerra, de peleas. Pero la de ella era simplemente vergonzosa. Decir que había pasado dos días bajo una pila de rocas a la espera de la muerte o de que alguien la escuchara, era simplemente demasiado doloroso. Demostraba que como bruja había sido incompetente, no tanto por no haberse podido escapar, sino porque había perdido la oportunidad de sacar a sus compañeros de una zona peligrosa. Dos semanas después de que la internaran en San Mungo se había enterado del número de cuerpos extraídos de los escombros. Era como una pesadilla que revivía una y otra vez. Sus cicatrices se lo recordaban día con día. ¿Cuántos hijos se pudieron haber salvado? ¿Cuántos hermanos menores murieron? Y todo porque tenía imposibilitadas ambas extremidades. Su varita, la primera varita con la que entraría a Hogwarts, ahora estaba en una caja, hecha astillas. No culpaba a George por su descuido, a cualquiera se le podía haber caído esa pomada de olor asqueroso. Lo culpaba porque ahora se vería obligada a mostrar los brazos como nadie los vería antes. Con el recuerdo de una batalla que ella había perdido.

Zelda volvió a fulminar a George con la mirada. Hablaba del ungüento como si se tratara de una droga, de esas que seguro él consumía. No la iba a explicar nada ya, todo se lo tomaba a broma y ella no estaba de humor para su característica personalidad despreocupada. Al final tendría que mandar una carta a San Mungo y pagar otra vez. Con aire cansado, Zelda se quitó la liga que le sujetaba la larga cabellera cobre en un moño alto y dejó que el pelo le cayera por hombros y espalda.

Que tú te metas quién sabe qué porquería no significa que yo también lo haga — barajó las cartas en una pila bien acomodada — Yo soy una muchacha decente, Geo. No como tus amiguitas con las que seguramente te fuiste de farra la noche de ayer — le comentó en tono de reproche fingido con la frente en alto, un gesto altivo que parodiaba mucho porque su madre lo tendía hacer mucho cuando estaba molesta.

El comentario que vino a continuación le medio hizo sonreír. Estaba siendo amable, demasiado amable. Era una mentira muy grande que pretendía solidarizarse con ella.

Eres un mentiroso — lo observó un poco más calmada, de repente la pomada ya no importaba, vería con Jasmine si ella sabía alguna forma de maquillar sus cúmulos de carne — Pero gracias — agregó y luego empujó las cartas lejos, ya las contestaría después.
 





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Mensaje por George Wildenstein Miér Dic 17, 2014 11:20 am

Siempre fue seria, un poco más que él. Debía ser porque las mujeres maduraban antes que los hombres, para él vivir tomándose la vida ligera era un modo de contrastar con toda la formalidad de casa. Zelda era de aquellas chicas con las que tenía una cierta historia, no muy enrevesada pero hasta la había besado luego de que terminase con James, por eso mismo no encontraba razón para tratarla como flor de Mayo.

No iba a darle explicaciones de lo que se metía y de lo que no pero le causó gracia que tuviese tan buen ojo como para notar que había pasado una noche de las memorables. Aparentemente tenía una tanga colgada de la oreja y ni lo había notado.

-Eh, eh…deja a Roxanne, Grace y Paulette fuera de esto. Ellas no tienen la culpa.-ni recordaba cómo se llamaban las chicas con las que habían estado la noche anterior pero esos fueron los primeros nombres que se le vinieron a la cabeza. Se lo dijo serio como quien realmente espera no manchar honras ajenas con palabras de odio.-

-No me vengas con problemas de autoestima, media escuela babea por ti. Te lo juro, tanto es así que te voy a invitar al Baile de Navidad. ¿Qué dices?-no bromeaba, era una invitación real. No era por pena ni ninguna de esas ridiculeces que uno comienza a hacer con la edad, tampoco por compromiso, era porque quién no querría ir con una chica así. Vamos, lo más probable era que ya la hubiesen invitado y sólo le quedase robársela en la fiesta.-

Un par de personas comenzaban a encontrar el origen del horrendo olor y no tenía gana de que les echen una reprimenda idiota por eso cuando con el producto ideal seguramente se iba. Sólo era cosa de llamar al encargado o a alguien con conocimientos en productos domésticos.

-¿Me vas a decir que sí o voy a tener que convencerte?-le dijo como para apurar su salida del lugar mientras todos aparentaban un complejo de sabueso.-
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Mensaje por Zelda Fay Miér Dic 17, 2014 11:45 am




Los hombres de esa edad, la mayoría, eran iguales. Todos se iban a beber como cosacos tan pronto alguien pusiera la casa o comentara que habría alcohol en cierto lugar. Ni siquiera se esperaban para el fin de semana, podían largarse un martes o miércoles en la noche y regresar a la mañana siguiente con la resaca a flor de piel y algún chupetón en el cuello.  Era común, casi necesario para que el ambiente escolar no se convirtiera en un sepulcro frío. George, al parecer, se había tomado la noche anterior para beber e irse a meter con quién sabe qué mujer –o mujeres- a las que seguramente ni recordaba. A Zelda ya le daba igual, era casi rutinario saber que él u otros de sus amigos se la pasaban en fiestas. Y no tenía por qué reprocharle nada, no eran más que amigos, sin embargo, le parecía cómico ponerlo en una situación del tipo aunque no tuviera necesidad. Quizá esa era una de las razones por las cuales George no tenía novia: no necesitaba una.

No las culpo a ellas, sino a ti por darles esa reputación — atajó guiñándole un ojo para luego tomar sus cartas y dejarlas en su regazo.

No tenía problemas de autoestima, de hecho, era molesto para ella lidiar con tipos que mendigaban por su atención. Y era humillante, ridículo. Pero, a diferencia de Ellie, la otra semi-veela más cercana a ella, su forma de despedirlos era ligeramente más amable. Zelda lo miró con una ceja alzada, incrédula.

¿Ah sí? Pensé que irías con Roxanne, Grace y Paulette — inquirió notando sus deseos por largarse de ahí.

No tenía pareja. No le faltaban invitaciones, pero ninguno de los que se había atrevido a preguntarle no los conocía tan bien como para aceptar. De hecho, tenía la idea de ir quizá con un amigo. Y George no estaba mal después de todo. Claro, para ella lo ideal habría sido que James le hiciera la supuesta invitación pero era ya hasta estúpido pensar que lo haría cuando Whitney estaba de por medio.

Ya. Pero te pones algo decente y trata de ponerte loción, no de bebértela ¿quieres? — se levantó con sus cartas en la mano, no era vengativa, pero si asistía al baile con George tenía la esperanza de despertar algo en James; se colocó detrás de George y se acercó a su hombro — Y si fuera tú, yo me daría un baño porque traes una pinta que ni tú te la aguantas — para finalizar le plantó un beso en la mejilla y dio media vuelta, dispuesta a irse a la lechucería para enviar sus respuestas a las cartas.


 





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