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Mensaje por Jasmine Hartmann Miér Nov 26, 2014 4:11 pm

Había noches en la que, a pesar de todo lo avanzado, el peso de un recuerdo resultaba una carga lo bastante abrumadora como para producirle una sensación de asfixia que dolía como si fuera real y tangible y tuviera un grillete de plomo estrangulándola en la garganta.

Que las cosas más absurdas conseguían, cuando menos podría anticiparlo, una mala reacción que traía a flote una memoria que mejor preferiría olvidar. Un fogonazo verde emergiendo del caldero de una colega en la última clase de la tarde había hecho que el corazón se le detuviera. No era otra cosa más que una mala reacción a una mezcla de metales incorrecto, pero lo inesperado de su presencia, y la manera en que toda la habitación se tiño de aquel lúgubre color tiraron de un gatillo que en Jasmine siempre estaba cargado.

Que el haber tomado la varita en un instante y haber lanzado aquel hechizo de protección los había librado a ella y a su compañero de la mesa contigua de una quemadura a causa de la llamarada perdida. Y ella no había reaccionado a la flama. Ella había reaccionado al recuerdo siempre presente del rayo verde y lo que venía junto con él. No supo ni como, porque todo había pasado muy rápido y era borroso, pero había terminado sujeta por los brazos mientras trataban de apartarla de la pobre idiota cuyo único error había sido un mal cálculo en la balanza, pero que en ese momento Jasmine la veía como salida del mismo agujero de donde habían sacado a todas esas personas que tanto despreciaba. La chica no tenía ni los 18 años cumplidos. Que iba a estar sabiendo ella de maldiciones imperdonables con destellos de luz verde. Jasmine le había dejado hecha un trapo, y el profesor había terminado por sacar a la pelirroja de la clase.

Así que se había pasado el día deambulando por el campus, cargando con esa sensación de sofoco que no había otra manera de manejar más que permitiéndole estar hasta quemarla. No corrió a buscar a Frances ni a David. Fue a encerrarse en la Hermandad Bélica a explotar cosas hasta el hartazgo.

Literal.

Era tarde, tardísimo, lo suficiente como para que todas las luces estuvieran ya apagadas, pero a ella eso le venía dando igual. No había asistido a cenar, no tenía hambre. Había pasado un buen par de horas ahí, haciendo estallar a los muñecos de madera móviles que se usaban para practicar puntería. Los había encantado para reconstruirse. Los había hechizado para hacerlo en silencio. Y había conjurado una y otra y otra vez hasta quedarse sin fuerza en los brazos para seguir haciéndolo, hasta que quedara demasiado exhausta como para seguir sintiéndose animal enjaulado.

Se había dejado caer en el muro contrario a los muñecos, apoyada contra la pared. Y se quedó ahí sentada, a oscuras, sin mirar a otra cosa que no fuera el techo. El chillido de la puerta de madera abriéndose y la tenue luz que se coló a la sala fueron lo que le sacó de su ensimismamiento. Volteó levemente. ¿Que hora era? No tenía ni idea, pero podía imaginarse quien era quien estaba del otro lado de la puerta.

- ¿Me vienes a sacar de aquí? - Técnicamente era su profesor y ella su alumna. Técnicamente él tenía la autoridad ahí y esas no eran horas para estar dentro de esa sala. Pero estaba demasiado cansada como para andar con el acto de que ni se conocían ni se hablaban. Las formalidades se iban por la borda si sucedía que las manos de quien era esa autoridad te habían tocado de todas las maneras posibles.


Última edición por Jasmine Hartmann el Miér Nov 26, 2014 4:57 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Andrei Kosztka Miér Nov 26, 2014 4:51 pm


Otra vez

La muchacha rubia miró a su instructor. Estaba espantada, ligeramente cansada y con el cerebro hecho trizas. Andrei no se caracterizaba por ser el maestro más ligero de las cuatro facultades, tenía la fama de ser la persona más dura y paciente. Sobre todo con los nuevos. Sobre todo con aquellos que necesitaban entrenamiento extra porque, o eran muy nerviosos o porque eran demasiado torpes y tardaban en captar las cosas. En esa ocasión, una muchacha de primer semestre en Adivinación de Arianrhod era la pobre que tenía que practicar hasta que le doliesen los huesos. No estaban en la sala de la Hermandad Bélica, no. Esa vez Andrei había decidido enseñarle al aire libre porque a veces era bueno para calmar la tensión. Era la cuarta vez que trataba de enseñarle a conjurar el patronus. Era simple método de defensa y la chica parecía no captarlo. Por curioso que sonara, el bogart de la niña era un dementor y para poder enseñarle de buena forma había sido necesario tomar uno de un arcón viejo y practicar. Los decanos dudaban de los métodos de Andrei, sin embargo, estaban conscientes de la eficacia de sus enseñanzas y por eso le permitían ciertas cosas. Como sacar un bogart en plena tarde en medio de un jardín.

Otra vez — volvió a ordenar Andrei, que estaba parado al lado del arcón con los brazos cruzados en su espalda y la varita bien agarrada en una de sus manos.

La chica dudó y luego asintió con la cabeza. El entrenador abrió el arcón y de él salió la oscura y fantasmagórica figura negra dispuesta a comerse hasta la última gota de felicidad de la rubia. La alumna apuntó y gritó “¡Expecto Patronus!” pero no estaba concentrada, no estaba lista y comenzaba a presionarse. De su varita salió apenas una luz que se fue a perder, como si la punta del palo de madera la absorbiera temerosa de la criatura. La muchacha se tambaleó, pálida del susto, cuando el bogart se le avalanzó. En ese momento Andrei se interpuso. No tuvo que gritarlo, estaba entrenado para poder conjurar con la boca cerrada. De su vara, una luz muy brillante salió disparada en forma de halcón. El bogart poco a poco fue retrocediendo y luego quiso cambiar de forma. Los miedos de Andrei querían vislumbrarse pero antes de que eso sucediera, encerró al monstruo en el baúl. Él se sobó las sienes. Estaba cansado, harto.

Lo siento. ¡Lo lamento! Pero no puedo. No me sale. — chillaba la rubia decepcionada de sí misma.

Él no la miró. Conocía ese sentimiento de impotencia y no deseaba reprenderla por sentir miedo. Es más, no se sentía nadie para reprender a una chica por tenerle miedo a un dementor cuando a él le aterraba algo más ridículo: su propio padre. Era ya tarde, el sol se había ocultado desde hace un buen rato y estaban en el límite del horario para que los alumnos anduvieran vagando por el campus.

Es todo por hoy.
Pero…
Es todo. Por hoy. Vete. Ya.

La chica no tuvo más remedio que tragarse su orgullo, sus palabras, su miedo y sus ganas de aprender. Se guardó la varita en el bolsillo trasero del pantalón.

En serio lo lamento… — se quiso excusar antes de irse. Seguía pálida.

Come chocolate. Y vete. — la interrumpió él. Ella no hizo nada más que dar media vuelta y desaparecer entre la penumbra de los jardines en dirección a la torre de Arianrhod.

¿Hacía cuánto que no le hablaba a su padre? ¿Casi dos años? Ese diciembre se cumplían dos años desde que su padre matase a Bastian y a sus padres. Cinco desde que se le desheredara. Y uno desde que perdería a Julia. Tenía tantos miedos y aun así el más grande tenía forma del Ministro Húngaro de la Magia. La chica rubia no tenía la culpa, él estaba cansado también y así no podía enseñarle nada a nadie. Decidió que lo mejor era devolver el baúl con el bogart al salón de la hermandad, tomar un poco de té con escocés y dormir. Arrastró el arcón, que daba sendos tumbos,  desde el jardín. Pasó por todos los pasillos y finalmente llegó a la puerta de madera donde estaba su área de enseñanza. Antes de abrir escuchó sonidos adentro. Alguien había decidido entrar y entrenar. Pero era demasiado tarde, muy noche. Quien quiera que estuviera ahí debía estar loco o desesperado. Abrió la puerta. Se quedó paralizado. Era Jasmine, la pelirroja del verano, que se había sentado de espaldas a una pared y estaba aparentemente exhausta. Varios maniquíes que servían para las prácticas con hechizos de ataque estaban como si les hubieran destrozado con una Bombarda. Andrei alzó una ceja. La chica estaba pasando por un mal momento y su forma de desahogarse era esa. Destrozar su salón. No dijo nada a sus palabras, simplemente pasó de largo para dejar el baúl cerca de un espejo. La miró por un instante. Se veía cansada y derrotada. “Lárgate de ahí, no le debes nada y no te debe nada” pensó queriendo desligarse del momento. Pero no pudo. “Maldito el momento en que se vino a querer desahogar aquí” dijo mentalmente.

Técnicamente todo esto no es mío, es de ustedes. Aunque quisiera no podría sacarte. — respondió en voz monótona y alta, cuestión que causó un eco por la acústica del lugar — Lo que sí puedo es preguntarte qué es lo que pretendes. — sacó un cigarrillo y éste se encendió solo mágicamente, era de esos cigarros modificados para que su humo no se desperdigara por el aire e inundara todo del característico olor; dio una calada y soltó el humo que duró unos instantes flotando y luego se esfumó — No son horarios para estar fuera, mucho menos aquí y dudo que todo esto— dijo girando la mano con el cigarro — Lo hayas hecho para llamar la atención, mía o de cualquiera — terminó mientras se acercaba y, finalmente, se sentaba exactamente igual que ella de espaldas a la pared.


Última edición por Andrei Kosztka el Miér Nov 26, 2014 5:37 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Jasmine Hartmann Miér Nov 26, 2014 5:29 pm

Hizo una seña de perfecto con la mano al escucharlo. Era bueno que no viniera en plan de mandamás autoritario a recitarle las cincuenta ordenanzas que estaba infringiendo por estar ahí a esa hora. Aunque siendo francos, aun y si se hubiera mostrado con esa actitud, ella no se habría movido ni un centímetro de donde estaba.

El eco vibraba en aquella sala, que al no haber ni un alma además de ellos dos no existía nada a sus alrededores que bloqueara el sonido. Le miró un fugaz instante, tan breve como aleatorio, y volvió a clavar los ojos verdes en el techo, apenas y reconociendo su presencia hasta el momento en que se fue a sentar en la pared junto a ella.

Sonrió más no dijo nada. No por pretender darse aires de mujer enigmática. Sino que su haber con Andrei era complejo. Se conocían sin conocerse. Había bebido y conversado con él hasta el amanecer, hablado de todo y de nada en particular. Había mordido su cuello y arañado su espalda y lo había sentido moverse en lo más profundo, pero seguían siendo un misterio el uno para el otro.

- Sabes que las convenciones sociales dictan que deberías ofrecerme un cigarro, ¿cierto? - La sonrisa se afiló, adquiriendo una nota de cinismo mientras cerraba los ojos. Hablaba por hablar. No esperaba que le ofreciera nada en realidad. A fin de cuentas ella traía los propios en su bolso, si la ansiedad por fumar fuese tanto, ya estaría con un cigarrillo entre los dedos.

- Qué, nunca tuviste tanta energía contenida que tuviste que volar algo en pedazos. No pasa nada, se vuelven a armar. - Una floritura de varita y un elegante giro de muñeca, y los señuelos se reconstruían hasta quedar como nuevos. Ni una sola marca de daño ni de hollín en ellos.  - De qué estoy hablando... eres auror, claro que lo has sentido. Si tienes algún secreto sobre una manera menos explosiva de quemar fuerzas, es buen momento para enseñar. - No fue hasta entonces que volteó a verlo, el Ojo del Justo resplandeciendo débilmente en la oscuridad.
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Mensaje por Andrei Kosztka Miér Nov 26, 2014 6:05 pm


Pretender que no la conocía sería el acto más hipócrita y despreciable que él podía hacer en esos momentos. Lo había hecho antes, cuando por primera vez fuese a asomar su carita de porcelana y la melena –en ese entonces larga– color cobre, en ese mismo salón en la primera práctica del año. Su sorpresa en ese momento había sido una mezcla entre gusto, incertidumbre, incomodidad, vergüenza y quién sabe qué otras emociones. Por un instante, ese día se había quedado sin palabras antes de comenzar a darles las instrucciones debidas para el uso del aula. La reconocía en muchos aspectos y, desgraciadamente, en los más físicos. No tenía ni la más mínima idea de su pasado, sus expectativas a futuro, sus experiencias en la escuela, su familia, nada. Apenas y recordaba, de la poca información compartida, que estaba abierta a conocer nuevos lugares, vivir aventuras y exprimirle lo máximo a la vida. Pero esa era una idea demasiado general, quizá, tan global que cualquier otra muchacha en ese bar de Londres pudo haberle dicho. Pero había algo en ella que no era igual a las demás. Tal vez su carácter, la facilidad para hacerlo reír. Quién sabe. Aún era el día que recordaba haberla tenido en sus brazos, susurrarle frases incomprensibles para ella en húngaro, aún recordaba haber conocido cada centímetro de su piel, el sonido de su voz, la textura de sus labios… Pero ese era el pasado y hoy se enfrentaban el uno al otro con una barrera invisible. Las normas sociales les impedían repetir aquello. Y él, de cualquier forma, no lo volvería a hacer. Estaba hastiado de las relaciones sentimentales, completamente cansado de tener que responderle a alguien. Temeroso de que, si se decidía, su monstruo personal, su bogart, podría tragársela en el momento más sensible para hacerlo sufrir. No, no estaba preparado. Quizá nunca lo estaría.

Desde su asiento en el suelo, miró los destrozos de la muchacha. Sin duda estaba molesta por algo y daba gracias al universo por no haber estado ahí o ella habría terminado en la enfermería y él arrepintiéndose de todo. Dio una nueva calada, esta vez una profunda, de esas tan largas que tomaba cuando estaba pensando en qué responder. Nunca había sido de aquellos que no invitaban sus cigarros, al contrario, los ofrecía como dulces. Pero en ese preciso instante tenía tantas cosas en la cabeza que aquella cortesía se le había pasado. De forma autómata extrajo la cajetilla del bolsillo de su pantalón y le estiró la mano con ella a la estudiante. La escuchó desquitar todo con palabras. Claro que la comprendía. Él había sido auror, no por el hecho de que la carrera le pareciera lo más interesante del mundo, sino por la necesidad de no parecer un idiota frente a aquello que le estaba amenazando. Fue impulso aunado al coraje y a la tristeza. Soltó un bufido que iba acompañado de una sonrisa irónica.

Vaya, qué detalle — soltó ante el hecho de que ella hubiera tenido la delicadeza de hacer que los armatostes de madera fueran reconstructibles — Los decanos te van a agradecer que cuides el patrimonio del instituto — soltó sarcástico mientras miraba cómo el rastro de humo azulado de la punta del cigarro hacía figuras en el aire para luego desvanecerse — Nada — fue lo único que respondió — Si dejas que todo te afecte te vuelves vulnerable. Lo mejor es ser indiferente. Explotar sólo te sirve para dañar y después te queda el remordimiento. Claro, aquí todo se reconstruye, pero con alguien más podrías crear un vacío difícil de llenar de nuevo. — alzó la mano libre y dejó tres dedos estirados — Prudencia — bajó un dedo — Control — bajó el segundo — Disciplina — finalizó con un puño cerrado — Si no puedes con los tres, lo que tienes adentro te va a destrozar — concluyó volteando el rostro para mirarla, sereno y completamente honesto. Si tenía un consejo que darle, era ese el que necesitaba tomar.
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Mensaje por Jasmine Hartmann Jue Nov 27, 2014 9:12 am

Tomó el cigarillo cuando se lo ofreció, agradeciéndole con un mudo asentimiento. Apenas dar la primera calada suspiró lenta y profundamente, cerrando los ojos. Parecía poco, ser cualquier cosa, pero en ese instante lo tomó como si fuera el último oasis del desierto.

- Si. Yey por mí. – Respondió con una nota de cinismo en su voz. Ni sarcasmos ni ironías los tomaba a mala manera, básicamente porque ella era igual. Un giro de muñeca y los señuelos se desarmaban a su voluntad. Un nuevo giro en dirección contraria y regresaban una vez más a su forma entera. El talento que tenía para encantamientos era superado tan solo por el que poseía para la elaboración de pociones, toda la razón por la que estaba en ese campus, bajo ese mismo techo en primer lugar. Siguió jugando con los señuelos encantados, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos. Pudiera estar aparentando que la atención que le prestaba era poca o nula, pero no era así. No estaba tratando de ser simpática esa noche, no de la manera en que lo había conocido. Esa noche estaba, simplemente, cansada.

- Nadie es realmente indiferente. – A nada. Ni siquiera las personas que habían decidido mantenerse al margen de la guerra o huir; eso no era indiferencia, era temor. Tampoco esos seres con máscaras de plata y brazos tatuados lo eran. Indolentes, quizá, de una manera enferma y perversa. En una forma en la que justificaba el lanzar niñas por la ventana de una torre a una muerte espantosa, veloz y obscenamente lenta a la vez, porque estaba segura que esos segundos que dura la caída debían transcurrir como melaza espesa. Y a la vez, había visto a mortifagos enloquecer de rabia frente a una perdida, porque toda vida era prescindible al parecer, menos la de ellos. – Entumecido tal vez… ¿pero indiferente? No lo creo. Lo que sí creo es que todos somos vulnerables. Tú, y yo, y todos. Incluso ante recién nacidos, al parecer. – Que tanto creía del mito alrededor de Harry Potter y su victoria ante el Señor Oscuro dependía mucho del día a día. A veces necesitaba creerlo. A veces se convencía de que era absurdo. No importaba al final. Fuera como fuera que Voldemort había caído, si vencido por el sacrificio de una madre o con las vísceras extendidas en el suelo, como había visto a tantos morir, agradecía que hubiera terminado.

Control. Prudencia. Disciplina. Una tenue sonrisa, débil y sin embargo irónica en toda su intención. Agachó la cabeza un poco y se pasó la mano por el cabello, antes de morderse los labios. – Dos de tres. Supongo que no soy caso perdido todavía. – Recogió una de ellas y abrazó a ella, apoyando la cabeza sobre esta mientras le miraba con más atención, como si acabase de decidir que el techo ya no era lo más interesante en esa sala. – ¿Estuviste aquí durante la guerra? – Jasmine no solía hablar de ello con nadie fuera de su círculo más cercano. De lo que habían vivido, de lo que habían hecho. Pero el que había peleado no era algo que ocultara a nadie. Llevaba la prueba permanente de ello en la mirada.
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Mensaje por Andrei Kosztka Jue Nov 27, 2014 10:35 am


Observó el salón, repasando cada cosa que se encontraba ahí para los entrenamientos. El aula para duelos de la Universidad se parecía realmente poco a la que él conocería en el Ministerio. Si recordaba esos tres años de ardua práctica, no podía decir que se arrepentía de haber tomado una decisión que, ciertamente, había significado la ruptura entre él, sus hermanos, su padre y el sesenta por ciento de sus conocidos. Siendo un niño, Ërno deseaba fervientemente que su descendencia lograse tener el sentimiento supremo de fervor por los magos de sangre pura. Para su suerte, tanto Yvan y Ferenc tendrían todo aquello que él buscaría en un hijo: estaban casados con mujeres de la alta alcurnia y abolengo, poseían un puesto importante en el Ministerio y, aparte, se la pasaban congeniando con mortífagos y magos oscuros. Andrei, por otro lado, era completamente distinto. Y era por esa diferencia de carácter, de metas y de vida, que ahora tenía pocos amigos y sus más queridas personas estaban muertas. La formación como Auror lo había forjado para convertirse en lo que era ahora: un hombre duro de roer, con un carácter que a pocos les atraía y que se la pasaba solo porque era necesario para él permanecer así. Que Jasmine estuviera ahí fumando con él era algo que superaba al mismo profesor húngaro, pero el cansancio aunado al sentimiento de derrota, le dejaban convivir con una mujer de esa forma.

Conforme escuchaba a su alumna, se daba cuenta que realmente una gran porción de personas se creían el mito del “niño que había sobrevivido”. Por su parte, Andrei no dejaba de inquirirse si la criatura aún existía. Era poco probable que un niño indefenso sobreviviera a un ataque del tipo. No obstante, agradecía que la leyenda o el mito, se convirtiera en una anécdota del saber común. Por lo menos eso le traía paz a la mayoría. A él no, porque estaba seguro que tardo o temprano a alguien se le zafarían los tornillos de la cabeza y comenzaría otra masacre igual o peor de sanguinaria. Conocía a los mortífagos muy de cerca y esa sed de supremacía no se apagaba con la muerte del que, supuestamente, era el mayor de los magos oscuros. Él le dio una calada al cigarro y exhaló el humo rápidamente para hablar.

Nadie dijo que tenías que dominar nada ahora. Intentar comerse el mundo en dos segundos te puede provocar el ahogo. — estiró la espalda, cuyas vértebras tronaron, sensación que fue un placer inmenso para el húngaro; antes de responder a su pregunta, trató de evocar en su memoria los momentos de la guerra.

Claro que había estado en esos momentos, pero compartir todo lo que estaba en su cabeza significaba revelar quién era él, su pasado, su familia, sus desgracias. Jasmine podía serle interesante, atractiva, pero no le diría nada de eso, ella no necesitaba saberlo. Nadie necesitaba saberlo.

Sí, si estuve. — comenzó buscando la forma de narrarle algo que la dejara satisfecha y sin la odiosa necesidad de preguntar demasiado — Y no, no maté a nadie. — dejó que el cigarro se consumiera y él dio un largo suspiro. “¿Qué le digo ahora? ¿Que estuve persiguiendo a mi padre y que varias veces estuve coludido con el ministerio para atraparlo a él y a otros mortífagos? No.” concluyó mentalmente— Tenía veintidós años. Perdí a seres queridos, como todos… — su semblante se puso serio, entonces recargó la cabeza en la pared, estirando su largo cuello y cerró los ojos. Los recordó, a los tres, con la mirada perdida de aquellos que ya desprendieron el alma del cuerpo: Bastian, Julia y su madre... — Pero no pienso demasiado en ello, si vivo constantemente en el pasado no puedo avanzar. — rápidamente se paró y tiró el cigarro que no humeaba más, con un movimiento de varita la basura desapareció — Ahora párate. Ya estás aquí y no vamos a perder el tiempo. — caminó hacia el baúl, al lado había un perchero, donde colgó su gabardina negra; llevaba pantalones negros y una camisa ligeramente holgada de mangas largas del mismo color. Ya había dado una clase de miedos con una rubia incompetente. Esperaba, por lo menos, que Jasmine resultara más diestra.
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Mensaje por Jasmine Hartmann Jue Nov 27, 2014 12:01 pm

No necesitaba saber más. Si había matado o no alguien, cuanto había perdido, cuanto se había lamentado. Guerra era guerra y a todos la habían sufrido por igual. Eso era algo que había aprendido y la pieza clave para no enloquecer por completo. Lo había pasado en miseria, las cosas que le habían hecho eran  horribles, pero al final del día no era la única que lloraba. Decirle que ella si había matado, o preguntarle si alguna vez había estado bajo una imperdonable, era irrelevante. No sería ella quien indagaría más. Las historias de perdidas vividas no eran para estarse compartiendo indiscriminadamente.

El dejar de vivir en el pasado no era lo que le tenía como obstáculo. Había aceptado que sería siempre parte de ella y lo único que podía hacer era seguir delante de la mejor manera que le fuera posible, con las cartas que tuviera a la mano. El problema era cuando, por más que se intentara dejar el pasado atrás, este te alcanzaba. Días como ese los tenía a menudo. Cada vez más espaciados entre sí, cada vez menos severos. Pero lo sabía, lo sentía, siempre estarían ahí.
Lo siguió con la mirada al ponerse de pie y permaneció sin moverse, taciturna. Finalmente se irguió aún con el cigarrillo en los labios y lo siguió. Su sweater lo había dejado allá donde había estado sentada. Considerando el tiempo que tenía ahí adentro y el estado de ánimo con que lo hizo, el orden y la pulcritud habían sido la última de sus prioridades.

- ¿Así que en serio vamos a hacer esto? – Se sonrió de lado, sacudiendo un poco los hombros para destensar los músculos. Tenía un presentimiento de lo que había dentro del baúl. A fin de cuentas no era una chiquilla recién salida del colegio. Esta era un aula de duelos.  Baúles siniestros en aquel contexto dejaban muy pocas posibilidades abiertas sobre lo que habría ahí dentro. Más que temor a lo que pudiera pasar, lo que le provocaba desconfianza es que pasara frente a él. Cuando tus miedos eran a las alturas o los payasos, un boggart no dejaba de ser menos amenazador, pero seguías con el control en cuanto a qué tanto podían ver los demás de ti.

Cuando se tenían temores como los de Jasmine, ese control era uno que no tenía. Que quedaba expuesta y vulnerable, desnuda por completo. Y frente a alguien en quien no podía afirmar que confiara, se mostraba recelosa. No obstante, era el profesor en esta situación. Si estaba tan seguro de poder enseñarle algo nuevo, que lo intentara.

- Abrelo. -  Se paró frente al baúl, con esa misma sonrisa ácida en los labios, un contraste abismal a la que llevaba en el rostro cuando lo había conocido. Se volvió de costado, esperando la señal.
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Mensaje por Andrei Kosztka Vie Nov 28, 2014 10:24 am


La historia de la guerra, la vivida por Andrei, era del conocimiento de quienes participaron en ella y no más. Muchos desconocían la historia de Julia, el pasado de Bastian, las desavenencias de Ellie. No estaba de humor para contarle a Jasmine y tal vez no lo haría nunca. Sí, ella le agradaba como pocas chicas realmente, pero abrirle ese capítulo de su vida significaba intimar demasiado en su persona y era muy pronto para llegar a ese punto. Todos tenían traumas de las batallas perdidas y remordimientos de las ganadas; aún recordaba haber escuchado a un compañero suyo de la carrera, haber dicho que el fantasma de aquél a quién habían tenido la necesidad imperiosa de matar por sobrevivencia, lo perseguía en sus sueños cada noche y que no había día en que no despertara sudoroso y con unas ganas tremendas de llorar. Ni todos los giratiempos del mundo podían regresarle la vida a nadie o borrar los hechos, lo hecho, hecho estaba y ahora sólo quedaba lidiar con ello de la forma más discreta y prudente posible. Para él, su salvación eran esos rollitos de papel y tabaco que fumaba día tras día cuando la ansiedad, nerviosismo o la ira se asomaban en su cabeza para fregarle el día. Ya estaba considerando seriamente comprar uno de esos cigarros de lechuga que le había ofrecido un squib en algún momento mientras bebía café en Las Tres Escobas. Un día de esos posiblemente compraría algunos.

Andrei movió el cuello para tronar las vértebras. Ese era su segundo intento por ayudar a alguien a superar sus más grandes temores. La chica de Arianrhod no lo había logrado por varias razones, entre ellas el cansancio, la vulnerabilidad y su nerviosismo. Jasmine, por lo que había visto en duelos en ese mismo salón, tenía temple de acero cuando se trataba de enfrentarse a alguien. Ahora tenía que comprobar si sólo era así con compañeros durante un enfrentamiento de hechizos, o si podía hacerlo contra aquello que representaba su más grande temor.

Tomó el arcón de la manija y lo arrastró hasta la mitad de la habitación. Los espejos que se ubicaban cubriendo toda una pared reflejaron al larguirucho profesor, el baúl que daba tumbos y la chica pelirroja que comenzaba a calentar su cuerpo para el ejercicio. El húngaro se colocó al lado con la varita preparada.

Concéntrate — fue lo único que dijo antes de mover la varita y dejar que, de su oscuro interior, reptara lo que fuera que le diera más miedo a Jasmine.
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Mensaje por Jasmine Hartmann Vie Nov 28, 2014 12:38 pm

- No va a ser bonito. - Estaba ansiosa desde ahora y el baúl permanecía cerrado todavía.

La sensación que le recorría el cuerpo era detestable pero más que íntima, como una sombra que se cernía sobre ella  y se fundía en su piel. Y pesaba. Y era helada. Y hacía que la piel se le erizara y que las manos le temblaran, pero su cercanía era tanta que intentar poner distancia de por medio era inútil. Agachó la mirada y se encogió de hombros tras la orden de concentrarse. Concentración era algo de lo que nunca había carecido. Valor era lo que llegaba a serle escaso, porque nunca había sido una virtud que le fuera natural. Que ella había estado para resguardarse y ser protegida, no para proteger y enfrentarse a lo que viniera. Había tenido que forjarlo a base de golpe, tras golpe, tras golpe. El lograr cambiar el instinto de correr a pelear había sido algo que consiguió a costa de una gran parte de sí misma.

Tragó saliva con pesadez, sintiendo que los dedos le hormigueaban , y mientras que su mano libre la abría y cerraba lentamente para tratar de contrarrestar esa sensación, aquella con la que sujetaba su varita se cerró alrededor de esta con más fuerza. Madera de caoba. Núcleo de crin de unicornio. Semiflexible. La tercera en su haber.  El pulso se le aceleró, porque ese sentido que le advertía de la amenaza se encontraba ya perturbado aun antes de comenzar. En ello no creía ser distinta a nadie más. El peor miedo, eso que te mantuviera despierto en las noches. No importaba la figura que la critatura adoptara, lo que hacía sentir era algo con lo que todos habían tenido que lidiar en algún momento.

El baúl se abrió. Nada ocurrió. Y aquel silencio denso y lúgubre lo encontraba aún peor. Jasmine cerró los ojos y agachó la cabeza, a la espera de algo que sabía bien que forma tomaría, pero no la manera en que se manifestaría, porque era distinto cada vez. Eso que esperaba llegó por medio de un grito desgarrador que emergió desde el centro del baúl, un alarido destrozado que hizo eco vibrando en las paredes de aquella sala vacía. Jasmine se encogió un poco y cerró los ojos con más fuerza, queriendo por un momento poder cortarse los oídos también.

Nadie tendría porque escuchar a su madre gritando así.

Cortando el grito hubo un objeto que salió con violencia del baúl. Tuvo que retroceder un par de pasos por la fuerza con que , na soga, gruesa y ensangrentada buscó a viga del techo directa sobre ellos para irse a amarrar. Al hacerlo, del otro extremo arrastró un cuerpo, amarrado por el cuello, que al verse suspendido en el aire se retorcía grotesco. Los sonidos guturales que escapaban su garganta oprimida eran antinaturales, y Jasmine pudo reconocer bien a su padre, sacudiéndose en espasmos. La brutalidad con que se sacudía hacían que las señales de tortura en su cuerpo llegaran incluso a palidecer. Lo peor vino cuando desde el fondo del baúl donde el boggart había estado contenido una segunda silueta comenzó a arrastrarse hacia ella. El cuerpo de su madre, con su bonita cabellera roja quemada, con su vestido preferido desgarrado, con manchas de sangre frescas entre sus muslos, mirándole suplicante y con la cuenca de un ojo vacía y sangrando a borbotones.

Jasmine retrocedió un par de pasos más. Con su padre sofocándose, con su madre implorándole ayuda, con mil y un cosas atravesando su cabeza en ese momento, una cada vez más oscura que la anterior. Miedo a lo que había hecho y a lo que no pudo hacer. Miedo a aceptar que lo que había ocurrido con ellos lo había causado ella misma con su imprudencia. Miedo a que volviera a suceder, y no estar preparada, y volver a perder a alguien sin que hubiera nada que pudiera hacer. Miedo  no tener el control de su vida. Miedo a quedarse sola. Y lo irónico es que sus padres ni siquiera habían muerto así. La horca había sido para alguien más. Las heridas de su madre eran las de ella misma. Pero cada vez que tenía un boggart frente a ella la historia era distinta, porque las cosas que habían visto y vivido eran innumerables. Con el último boggart, su padre había tenido la mitad del cuerpo quemado en ácido, y su madre había perdido las piernas a causa de un bombarda.

- Te lo dije… – Susurró al aire, sin tener en claro a donde mirar. Por un breve instante lo buscó a él. Problemático que, de todos los hechizos disponibles en grimorios y compendios, de todas las cosas que había aprendido en la guerra, de todas las maldiciones conjuradas y las pociones preparadas, lo que más seguía costándole a día de hoy, más incluso que preparar Felix Felicis, fuera conjurar un Patronus. Encontrar un recuerdo lo suficientemente feliz sin que estuviera ligado a otro igual de doloroso era toda una proeza.

La primera vez que pudo volver a volar sin temor a caer tras haber quedado tuerta. El viento contra su cara, la sensación de reencontrarse a sí misma y dejar de sentirse desvalida…

- Expecto Patronum – Conjuró mirando hacia su madre, escuchando como su padre se asfixiaba de una manera que iba a quedarle grabada por muchísimo tiempo después de eso. Y aunque la punta de su varita se iluminó, nada emergió de ella. No importaba la decisión o el temple con que lo enfrentase, el recuerdo feliz aun no era suficiente
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Mensaje por Andrei Kosztka Vie Nov 28, 2014 2:10 pm


¿Qué esperaba ver? Ni él estaba seguro. Cada persona, a través de sus miedos, le daba al boggart su forma. Entonces la adrenalina comenzaba a entumecer al mago, el sentimiento de vacío en el estómago se hacía presente y poco a poco el habla pasaba a formar parte de las habilidades locomotoras bloqueadas. Un Expecto Patronum bastaba para regresar a la criatura de regreso al baúl, pero era difícil que, en medio de la estupefacción por tener el miedo personificado, la lengua reaccionara a la voluntad del mago o hechicera. No era fácil, sin duda, y con fracciones de la guerra en cada uno de sus alumnos, los traumas más oscuros eran el pan de cada día.

Andrei aguardó, completamente indiferente y controlado, pues si se dejaba llevar por el sentimiento, el boggart bien podría cambiar de parecer e irse contra él. Se mantuvo expectante y dejó que las cosas siguieran su cauce. Jasmine estaba tranquila y parecía aceptar que pronto vería cosas de las que no quería hablar. Esa era la desventaja de una práctica como esa: quien estuviera presente podría descubrir secretos que necesitaría callar más adelante. Esa no sería la excepción. Poco a poco la monstruosidad tomó forma. Observó una larga soga ensangrentada salir disparada e ir a amarrarse a las vigas del techo. Luego un cuerpo, masculino, se retorcía como un gusano al que se le echa sal, convulsionándose en ataques violentos, con el rostro pasando de los colores normales, al azul y al morado, los ojos desorbitados por la falta de oxígeno. Andrei frunció el entrecejo y miró por turnos al ahorcado y a su alumna, quien tenía los ojos concentrados en la visión falsa. ¿Quién era el torturado? Él no tenía idea. “Le tiene miedo a que a alguien lo manden ahorcar… o alguien se ahorcó… “, pensaba tratando de dar con la causa. Pero ahí no acabó todo. De repente, del baúl, una mujer con quemaduras graves, apareció reptando por el suelo, dejando un reguero de carne desprendida y sangre a su paso. Era como ver una escena macabra de alguna casa del terror, de esas que frecuentaban los magos cuando llegaba Octubre y Noviembre. Y luego, los gritos. Aullidos de dolor que desgarraban el alma de quien los escuchara. A Andrei se le crespó el vello de la nuca y de los brazos.

Nunca pudo haber imaginado que la mente de Jasmine estuviera tan dañada, que su espíritu se encontrase tan quebrado como para dejar salir semejantes recuerdos. Ahora comprendía por qué sus preguntas de la guerra: ella no deseaba saber nada morboso, requería que alguien comprendiera el dolor de ver morir gente, de saber que sufrían una agonía indescriptible, que no estaba loca, que lo acontecido no era su culpa. Y ahí estaba ella, desvalida, vulnerable a esas visiones dolorosas. “Si esto no la hace fuerte, nada lo hará” resonó en su mente cuando miró el pobre intento de Patronus. Fue como vivir de nuevo la experiencia de la chica de Arianrhod: la chispa de luz se regresó a la varita. No había sido suficiente su recuerdo como para hacer un conjuro exitoso. La mujer quemada estuvo a punto de tomar a Jasmin del tobillo cuando Andrei se interpuso entre la pelirroja y el boggart.

¡Suficiente! — gritó y ambos brazos del húgaro protegieron a la muchacha de la aparición. La mujer retrocedió y el ahorcado dejó de convulsionarse. Ahora era su turno.

Un remolino de colores. Luego una puerta negra. Andrei sabía quién estaba detrás. El picaporte giró lentamente y del vacío, emergió una figura imponente. Un hombre de que rayaba los cincuenta años, vestido de traje que fumaba, costumbre que le había heredado. Ërno tenía la varita agarrada y avanzaba a pasos lentos hacia su hijo, el real. Tras él, hizo aparición su hermano Yvan quien llevaba de la mano a su esposa, Cynthia, ambos sonreían con sorna; a continuación, hizo su entrada triunfal Ferenc, solo, con el semblante orgulloso y altivo. Lo peor apareció después, cuando salió por la puerta una mujer de cabellos negros. Julia, quien llevaba arrastrando el cuerpo muerto de Bastian, como si no pesara. Estaban todos y cada uno de ellos, en sus ropas pulcras, felices de su homicidio. Dichosos de ver sufrir a Andrei.

“No es real. Ellos no están aquí” se repetía mentalmente mientras alzaba la varita, apuntando. “Avad…. Avada… ¡Avada! ¡Grítalo! ¡Mátalos!” cambiaba la voz de su cabeza. Si fuese real, no se habría tentado el corazón. Para su desgraciada fortuna, o suerte, ellos no eran más que una proyección. Un recuerdo. No había pasado ocho años entrenando para que una imagen falsa lo quebrara. Fue su coraje, el que había mantenido para vengar a su madre y a su amigo, el que no le hizo temblar la mano. Hizo un movimiento con la varita y la visión se esfumó en una nube de humo que fue succionada por el baúl. Tan pronto como todo se encontró dentro, el arcón se cerró bruscamente. Andrei no dijo nada, tenía el pulso muy acelerado y la respiración agitada, las pupilas dilatadas. Dejó que sus brazos cayeran lentamente a sus costados. No estaba seguro si Jasmine había visto todo y si era el caso, seguramente no comprendía nada.

Ni una palabra de esto — soltó con el aire que apresaba en sus pulmones. No la estaba regañando, sino que estaba confiando en ella para que no revelara absolutamente nada.


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Mensaje por Jasmine Hartmann Vie Nov 28, 2014 3:25 pm

Tenía el pulso desbocado, esa era la realidad. Una parte de ella temblaba y las lágrimas se acunaron en su ojo, pero no parecía dispuesta a retroceder más. Trataba de encontrar otro recuerdo del que aferrarse pero las cosas pasaban demasiado rápido. Sabía, racionalmente, que nada de eso era real. Que no eran sus padres sino el embrujo de la criatura. Porque a los reales los había enterrado, y los que tenía de frente acababan de salir de un viejo y polvoriento baúl.

Entenderlo de una manera racional no volvía aquel miedo irracional menos real.

- ¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate! - Quiso empujarlo cuando irrumpió para ponerse en medio del boggart y ella, justo antes de que la aparición le pusiera las manos encima. Este era su temor, este era su problema a solucionar. Que después de haber sobrevivido a todo eso que le mostraba, a las torturas, a los cruciatus y los impreius, al correr y esconderse y pelear consciente a que podría no salir viva, a haber sido violada, ultrajada y desechada como un animal en la calle, despues de haber perdido todo lo que quería y aun así estar ahí, que llegara Andrei, o quien fuera, a querer protegerla de un Boggart era demasiado humillante.

No obstante él no retrocedió, y ahora el boggart tenía un nuevo blanco en quien concentrarse. No negó que el ver que aquellas abominaciones se desvanecían fue, para ella, una especie de alivio que no iba a confesar, pero el estarse cara a cara con los peores miedos guardados no iba a terminar ahí. Se mantuvo cerca del auror, observando como el velo negro se transformaba en figuras humanas. Pulcras, altivas, orgullosas. Nada tan dantesco como lo que ella misma acababa de materializar con sus temores más guardados, pero la presencia de lo que era claramente un cadáver - ya había visto demasiados como para no reconocerlos - hacía aquella imagen igual de escalofriante.

Y lo observó todo. La manera en que el rostro del moreno se enrojecía por la cólera. En como a pesar de mantenerse firme, sus puños se tensaron y su respirar se volvió agitado. En como había rasgos en los rostros de ellos que eran indiscutiblemente familiares. No lo entendía a la perfección. No habían hablado sobre pasados e historias trágicas cuando se conocieron. Pero Jasmine siempre había sido un ser demasiado sensible. No sería más aquella persona que se echaba llorar a la primera dificultad, pero podía percibir en el silencio y la llama en los ojos del auror mucho más de lo que hubiera esperado,  incluso querido hacer.

Una vez el boggart quedó preso de nuevo, lo único que quedó en aquella sala fue el silencio. Un silencio pesado y denso, lleno de tensión, de pesar y de verguenza. Bajó ambas manos también, sintiéndose estúpida y derrotada. Había cosas que no importara cuanto tiempo pasara, segurían afectándole siempre. Apretó los labios y se abrazó a si misma.

¿A quien iba a decirle? Para empezar, dudaba que hubiera alguien a quien pudiera interesarle tal información. Aun y si la hubiera, Jasmine no era una desalmada que fuera divulgando algo tan personal. No guardaria su secreto solo por tener garantias de que el no hablaria o haria preguntas sobre los suyos. Lo guardaría porque era de él. Porque su historia le pertenecía a él. Y él no había elegido mostrársela, pero al hacerlo no había tenido elección.

¿Así que eres como la oveja negra de tu familia?, pensó. Se atrevía incluso a inferir y por poco se le escapaba de los labios. Que el parecido entre todos aquellos hombres era fuerte y esa indolencia en sus ojos habalaba de magos oscuros en todo su poderío. Que importaba si el caído había sido un amigo o un hermano o alguien querido.

Se lo guardó todo, porque en su silencio decía más de lo que hubiera podido hacer con palabras. Tan solo acortó un par de distancia y alargó su mano hasta la de él en un gesto de entendimiento. - Asi que... control, disciplina y prudencia. - Su sonrisa fue débil. Tenue. Triste como pocas veces.

6 años después y todavía le quedaba un trecho muy largo por recorrer.
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Mensaje por Andrei Kosztka Jue Dic 04, 2014 12:05 pm


Silencio. No importaba cuántas veces los mirara, a sus dopplegangers, esos entes que no eran reales, siempre acababa enervado como si los hubiera tenido enfrente en carne y hueso. Posiblemente, no había persona en el mundo que lo hubiera lastimado más que su propio padre, acolitado por sus hermanos y, ahora, sus esposas. Se sentía impotente, completamente arrepentido de no haber alzado la varita para privarlos de sus vidas a todos. Pero entonces recordaba a Ellie, a Bastian, a James y el resto de sus amigos y conocidos. De nada le serviría aniquilarlos a todos, si luego lo encerrarían en Azkabán por homicidio. Tenía una sed insaciable de venganza, un tipo de coraje que le carcomía las entrañas, sentimientos que necesitaba enclaustrar porque eran inútiles.

Aunque el boggart no había dejado que Ërno y los demás hablaran, podía intuír las palabras que pudo haber escuchado de ellos. Eres una desgracia, un inútil, la deshonra para todos nosotros, debiste haber muerto con tu madre, ya no existes, nunca fuiste mi hijo. Nunca te amé. De todos ellos, la que más le dolía era Julia. No comprendía cómo pudo haber estado tan ciego como para creer que esa carita de muñeca era virtuosa y sincera, cuando por dentro se escondía la más ponzoñosa arpía mentirosa que jamás había conocido. Y le dolía haberla amado, haberla poseído en cada rincón del departamento que llamaba hogar. Era por ella que ahora le costaba tanto lo demás, su vida, sus relaciones. Estaba enclaustrado en una jaula donde siempre tenía que beber de los recuerdos amargos que vivían en su mente. Siempre que se enfrentaba a un boggart, sentía el mismo vacío que le duraba por horas. Un vacío que le gritaba una sola palabra: derrota.

Se tranquilizó poco a poco. Serenó su mente y la dejó en blanco. No eran reales, no estaban ahí. Por segundos olvidó la presencia de Jasmine quien, en un momento de empatía, se acercó a él y la apretó la mano, acto que provocó un respingo en el húngaro. Nadie, jamás, se había tomado libertades de tacto como ella lo hacía en ese momento. Era como ver a una niña acercarse al lobo herido para quitarle la pata de la trampa para osos. Estaban dañados, los dos, a grados que la mayoría no comprendería porque cada quién había vivido las desgracias de formas diferentes. Andrei volteó el rostro para mirarla, extrañado por sentirse tan cómodo con su compañía. Casi de forma tímida le devolvió el apretón de la mano, en una comunión silenciosa. Sí, podía ser duro pero aún seguía siendo un humano.

No todos al mismo tiempo. Te lo dije, así no funciona. — respondió más tranquilo y sacó de su bolsillo derecho un chocolate que trozó con un apretón y le extendió a Jasmine — Come, te hará bien. — ordenó para luego soltarla — Mi padre, mis hermanos y sus esposas. Creo que te diste cuenta de ello. — soltó seco con la mandíbula apretada. Ya que lo había visto, era necesaria una aclaración. Tal vez así, confiando en ella y viceversa, podría ayudarla a enfrentar su miedo y, quizá en un futuro, desvanecerlos por completo. Puede que ella corriera con mejor suerte que él.
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Mensaje por Jasmine Hartmann Vie Dic 05, 2014 6:44 pm

La libertad de tacto, como Andrei lo llamaba, era algo que a Jasmine le tenía sin el más mínimo de los cuidados. No le interesaba que Andrei fuera o no una de aquellas personas reacias a que les tocaran a menos que fuera en sus términos, se debiera a formalismos o carácter duro o cualquier otra situación. Ella, sencillamente, no podía quedarse inmóvil y con las manos inertes teniendo alguien frente a ella que estaba claramente afligido.  Y honestamente, dada la situación en que se habían conocido en primer lugar, consideraba que la barrera de la distancia física era una que había quedado ya atrás. La prudencia que había en la distancia que mantenían era útil únicamente si había alguien más en la sala que la ameritara.

Así que apretó su mano, colocando la que le quedaba libre también sobre la de él. Se mantuvo en silencio, no queriendo decir nada que pudiera tensarle más. Y es que en realidad no sabía cuál era el mejor camino a tomar. Si el de tratar de domar emociones que nunca iban a cesar de arder, o el aceptar que se encontraban ahí y el permitirles fluir cuando lo necesitara, el buscar ese desahogo catártico que le devolviera la tranquilidad, aunque fuera por cuantas semanas, aunque fuera por sólo unos días. Lo soltó y tomó la tablilla de chocolate. No le apetecía en lo absoluto, pero por no llevarle la contraria partió un pequeño trozo y se lo llevó a la boca. No era particularmente adepta a los dulces.

- Algo así. – Respondió desde donde estaba. Lo había intuido, la semejanza entre todos sus rostros era demasiada como para no encontrar la relación. Y calló. Guardo silencio por un instante que le supo a una eternidad, pasando la varita entre sus dedos, ansiosa, notando que volvía al punto de partida de esa tarde, a lo que le había llevado ahí en primer lugar. Con aquel centenar de sentimientos y recuerdos hirviendo dentro suyo y sin ninguna manera de dejar que toda aquella presión se liberara.

- ...Mis padres. - Terminó por confesarse, aunque no creía que hubiera mucho secreto en ello. - Te metes con el mortifago equivocado y todo lo que querías se desvanece. Aunque supongo que eso tú ya lo sabes. -Se llevó un nuevo bocado de chocolate a los labios, aun demasiado dulce para su gusto, pero era lo que habia a la mano. - ¿Nunca encontraste bizarro esto del chocolate como medio de defensa mágica? No lo sé. Si uno necesita un subidón de endorfinas tan desesperadamente como para contrarrestar esta sensación, se me vienen como diez cosas mejores que media tableta de chocolate. - Se viró entonces hacia los maniquís que tanto había maltratado aquella noche. Una floritura de varita. Una nueva explosión. Y el encantamiento volvía a regenerarlos como nuevo. Pero a ella le hacía sentir mejor, y era lo que importaba. Ganaba por mucho a marcharse al campo de quidditch a batear bludgers en la oscuridad y a solas.

- ¿Era ese tu hermano también? - Preguntó dándole la espalda, refiriéndose al cadáver que su miedo había creado. - La verdad ni siquiera sé como murieron. Cuando me dieron la noticia y llegué a casa era prácticamente para empezar el funeral. A veces llego a pensar que ojalá y hubiera sido la maldición asesina. Cuando menos es veloz, y ellos no sabían lo que significa esa luz. Irónico, ¿no te parece? En cualquier otro escenario resulta un verde tan bonito.... - Odiaría pensar que hubieran sufrido así, de la manera en que sus miedos materializaba. Pero en el fondo sabía que aquella era para todo efecto una certeza. Ningún mortifago había sido nunca misericorde.

Tras recrear de nuevo el estallido en los muñecos volteó el rostro hacia él. - ¿Lo has intentado? No ser disciplinado, controlado ni prudente. Tú. No el auror ni el profesor. - Disciplina. Control. Prudencia. Disciplina. Control Prudencia.  Pero no todos al mismo tiempo, porque asi no funcionaban las cosas. Pues bien. No se estaba sintiendo ni disciplinada ni en control. Mucho menos prudente. Esa era la verdad. Dio un paso al lado, como invitandole a acercarse, manteniendo sus ojos intrigados sobre él. - No le diré a nadie si decidieras no serlo. -
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Mensaje por Andrei Kosztka Vie Dic 19, 2014 1:28 pm


Ya qué más daba si ella se enteraba te todo. De cualquier forma, dudaba que su padre se interesara en Jasmine. Ni siquiera la conocía y dudaba que Ërno la ligara como su amiga, compañera lo que fuera que fuesen. Su padre podía ser muy listo pero tampoco se la pasaba día y noche pensando en cómo hacerle la vida de cuadros a su hijo menor, en todo caso, tendría las manos tan enlodadas con sangre inocente que seguramente en esos instantes el ministro húngaro estaba torturando a alguien por simple diversión. O incluso podía estar de lo más campante compartiendo la cena con su dulce familia. Él por otro lado, estaba ahí, comiendo chocolate como cuando niño, con una muchacha que ya no le era ni tan extraña, ni tan indiferente. La pelirroja, por su lado, le compartió más o menos la historia del boggart que había tenido el desfortunio de ver. Hoy en día, al ochenta por ciento de la población mágica, tenía al menos un muerto en su haber que había sido víctima de mortífagos y, tras la batalla en Hogwarts, no era difícil encontrar estudiantes con historias similares. Estaban aquellos que perderían a sus padres, como Jasmine, otros que había perdido hermanos y cuñados, como la profesora Sexton, estaban también otros que ahora no tenían hermanos menores y que había visto morir amigos. Y sin embargo, a pesar de ser tantos los que tenían muertes en su vida, realmente pocos se consolaban entre sí. Era vergonzoso, para muchos, saber que su mayor vulnerabilidad estaba en los hechos que no se pudieron evitar. Él incluido.

Andrei trozó el chocolate y lo ingirió sin muchas ganas. Odiaba los dulces pero tenía que poner el ejemplo. Además, así servía que entretenía su boca en algo antes de hablar. Sonrió ante la pregunta curiosa de la pelirroja y observó el escudo de armas de la escuela que colgaba en un arco de piedra que sostenía el techo que daba inicio a su despacho.

En Durmstrang nos daban otra cosa que aquí es ilegal. Funcionaba mejor, no era tan dulce y duraba… poco más de una hora — comentó recordando el polvo verde que les daban en defensa para los que sufrían de presión baja o que llegaban a espantarse demasiado en las prácticas — Por eso tenemos tan buena reputación en cuanto a combate se refiere… pero mala en otros aspectos, como todo — agregó lanzando el pedazo restante de chocolate a un bote de basura no muy lejos de donde estaba.

Bastian no era su hermano, pero hubiera preferido que lo fuese en vez de los dos idiotas con los que compartía sangre.

No en el concepto que todos tenemos de “hermano”— respondió sacando un nuevo cigarro, suspiró ya decidió que le contaría gran parte de su versión, después de todo Jasmine tenía ese no sé qué que le permitía confiar en ella — Mi padre lo asesinó porque me aceptó en su familia cuando la mía me repudiaba por no ser… como ellos. A veces la gente tiende a tener conceptos de valor muy distintos de los propios — encendió el cigarro y fumó, para luego callarse y escucharla a ella. Tenía ideas bastante originales y misericordiosas de la muerte, ideas que chocaban con ese espíritu aguerrido que le había visto muchas veces, casi violento.

La disciplina era uno de esos conceptos que se había labrado por fuerza más que porque lo quisiera. Muchos años atrás, de haberlo conocido, Jasmine posiblemente habría pensado que él volaba para las huestes del Que-No-Debe-Ser-Nombrado. Bebía, cogía, fumaba y se iba de farra cada que alguien lo invitaba. Ahora podría hacerlo pero no era lo mismo.

Más veces de las que te podrías imaginar — contestó inhalando del filtro,  para observar cómo cortaba distancias entre ella y él; así la recordaba en el bar, exactamente así. Él se quedó sereno, mirándola, midiendo lo que le estaba insinuando — ¿Y qué idea tienes exactamente? — inquirió esperando, de alguna forma muy estúpida, que le dijese que se fueran por ahí a ponerse hasta el huevo o que se drogaran con algo. Pero estaba cien por ciento seguro que a eso no iba la pregunta. Exhaló el humo de su última calada, suavemente, en el rostro de la pelirroja.

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